10/7/11
Las discusiones marxistas
contemporáneas sobre el imperialismo parten del enfoque de Lenin y jerarquizan
el estudio de las tendencias económicas del capitalismo. Se le asigna a estos
procesos un papel determinante en la dinámica imperial. Los autores que
postulan la validez de la visión leninista resaltan su actualidad. Destacan la
preeminencia de los monopolios, la hegemonía rentista del capital financiero y
la existencia de un bloqueo al progreso técnico que generaliza el
estancamiento.
LA CENTRALIDAD DE LA COMPETENCIA
Lenin identificaba el dominio de los
monopolios con el control de los precios, a través de concertaciones entre
grandes empresas. Coincidía con Bujarin en estimar que la competencia había
perdido relevancia a escala nacional y sólo regía plenamente en el plano
mundial [3] .
Este diagnóstico remarcaba el
agotamiento de la libre competencia y la consiguiente disolución de la
concurrencia plena. Consideraba que las empresas ya no rivalizaban entre sí
para reducir costos, ampliar mercados y aumentar los beneficios.
Luego de un intenso debate en la
entre-guerra, esta concepción fue reformulada en los años 50 por varios
teóricos keynesianos. Ilustraron cómo los oligopolios ajustaban las cantidades
producidas (en lugar de alterar los precios), para asegurar la continuidad de
altas tasas de ganancia (Steindl). Estimaron que este comportamiento conducía a
la sistemática sub-utilización de la capacidad instalada (Kalecki) y remarcaron
los efectos nocivos de esa “competencia imperfecta” sobre el nivel de
crecimiento (Joan Robinson). Consideraban que la fijación concertada de los
“precios de exclusión” generalizaba el estancamiento e imponía fuertes barreras
de entrada a la actividad de los rivales (Sylos Labini) [4] .
Una corriente de teóricos marxistas
(Sweezy, Baran) reivindicó este enfoque, describiendo como las corporaciones se
repartían los mercados, creando situaciones de sub-inversión y sobre-capacidad
permanente de las plantas. Los discípulos de esta escuela (Foster, Chesney)
resaltan el peso dominante de los monopolios bajo el neoliberalismo y otros
autores (Vasapollo), utilizan el mismo criterio para evaluar las tendencias del
capitalismo contemporáneo [5] .
Estas miradas subrayan acertadamente
los impactos generados por el incremento de la escala productiva. El desarrollo
del capitalismo agigantó la dimensión de las firmas y la mundialización actual
incentiva un salto en la envergadura de los colosos que operan a nivel global.
Pero este incremento del tamaño no es
sinónimo de control monopólico, ni de supresión de la competencia. El
capitalismo recrea la concurrencia y el oligopolio en forma complementaria y
mediante reciclajes recíprocos. En los momentos de mayor rivalidad ciertas
empresas introducen formas transitorias de supremacía, que no pueden conservar
ante el resurgimiento de las batallas competitivas. Esta dinámica es
constitutiva del capitalismo y perdurará mientras subsista a este régimen
social.
El capitalismo no podría sobrevivir a
la erradicación completa de la competencia, puesto que en ese escenario
desaparecerían las normas mercantiles y quedaría regulada la asignación de los
recursos. En el proceso de la acumulación, la rivalidad siempre genera nuevos
gigantes que compiten entre sí. Lo que cambia en cada etapa del sistema es la
modalidad de esta combinación.
La trayectoria del capitalismo no ha
seguido una curva idílica desde prosperidades competitivas hasta nocivas
concertaciones. Esta imagen romántica, olvida la enorme gravitación que
tuvieron los monopolios en el debut de la acumulación. Por otra parte, la pugna
contemporánea entre poderosos oligopolios, no difiere cualitativamente de las
viejas rivalidades entre pequeñas compañías. Los principios que regulan ambas
confrontaciones son muy semejantes.
Los acuerdos entre empresas para
distribuirse los negocios son frecuentes. Pero estos arreglos siempre quedan
socavados por violaciones internas o por la aparición de otro concurrente.
Este comportamiento rige en los
mercados nacionales y mundiales. La suspensión de la concurrencia en el primer
terreno e intensificación en el segundo (que describieron Lenin y Bujarín) fue
un rasgo coyuntural, que no perduró como tendencia del capitalismo. Existe una
discusión historiográfica sobre el acierto o error de esa evaluación a
principio del siglo XX, pero la continuidad posterior de la competencia es un
dato incontrovertible.
Los teóricos keynesianos de posguerra
presentaban equivocadamente la desaparición (o debilitamiento) de este rasgo,
como un defecto del capitalismo monopolista, frente a las ventajas de la
“concurrencia perfecta” del pasado. Como localizaban los defectos del sistema
en las falencias del mercado (y no en las contradicciones de la acumulación),
convocaban a recuperar la vitalidad del capitalismo, introduciendo reglas de
protección de la competencia. Desconocieron que esa concurrencia perduraba y
que su eventual intensificación, sólo acentuaría la inestabilidad crónica del
sistema.
Los marxistas que compartieron ese
diagnóstico tendieron a prestar más atención a los acontecimientos secundarios
de la esfera circulatoria, que a los procesos determinantes de la actividad
productiva. También olvidaron que los cambios de precios son el principal
instrumento que tienen los capitalistas para desenvolver su actividad. Sólo
mediante aumentos y rebajas de esas cotizaciones, los empresarios pueden actuar
en el mercado, ofreciendo nuevos productos en función de los costos de
fabricación y obteniendo mayores ganancias en las disputas con sus
concurrentes.
PERDURABILIDAD DE LA LEY DEL VALOR
La tesis de total control monopólico
fue acertadamente objetada por varios autores marxista en los años 70 (Shaik,
Clifton, Weeks, Semmler). Estos críticos restauraron la centralidad analítica
de la rivalidad mercantil.
En sus cuestionamientos aceptaron la
existencia de mayores obstáculos a la caída de los precios, pero atribuyeron
estas barreras a la existencia de transformaciones económicas (mayor peso de la
deuda pública) y cambios político-sociales (limitaciones a la reducción nominal
de los salarios por la gravitación de los trabajadores). Estos rasgos limitan
el vaivén de los precios, pero no anulan la preeminencia de la competencia.
Este mecanismo continúa actuando a través de ajustes relativos, dentro de una
dinámica más inflacionaria [6] .
El neoliberalismo revirtió
parcialmente ese cuadro de ascenso generalizado de precios e introdujo un
entorno de mayores vaivenes, junto a cierta reaparición de las tendencias
deflacionarias. Este curso refutó adicionalmente, muchos supuestos de los
teóricos del capital monopolista.
También la mundialización incentivó
la pugna competitiva. Hay traslados de fábricas a las regiones que ofrecen
salarios bajos, se recalientan las batallas por el control de las materias
primas y se afianzan las rivalidades financieras por colocar préstamos o
acaparar los negocios de alto riesgo. Esta renovada competencia de costos es
ilustrada por numerosas descripciones periodísticas del “darwinismo mercantil”
y la “competencia por la supervivencia” que impera entre las empresas.
La transferencia de actividades
fabriles hacia el continente asiático y la reorganización de la división
internacional del trabajo son nítidos indicadores de la continuada rivalidad de
precios. Estas batallas desembocaron en las crisis itinerantes de las últimas
décadas. La competencia fabril genera excedentes, la concurrencia financiera
multiplica los capitales sobrantes y la pugna por acaparar negocios precipita
desproporcionalidades sectoriales. Estas tensiones irrumpen por el carácter
inviable que tiene la manipulación oligopólica de los precios.
Al considerar que el capitalismo ha
quedado sometido a reglas arbitrarias de manipulación de los precios, los
teóricos del capital monopolista modifican la interpretación que postuló Marx,
para explicar la fijación de esas cotizaciones. El pensador alemán consideraba
que ese proceso estaba objetivamente regulado por normas de costos, productividad
y exacción de plusvalía, que guían la valorización del capital.
Marx estimaba que ese
desenvolvimiento estaba regido por una ley de valor, que determinaba la
distribución del trabajo social en las distintas ramas de la economía, en
función de las expectativas de beneficio. Esa regulación definía a su vez el
nivel de los precios, de acuerdo al trabajo socialmente necesario para la
producción de las diversas mercancías. La propia marcha de la acumulación
ajustaba finalmente esas cotizaciones, a través de una sucesión de periódicos
desequilibrios, que intercalaban la prosperidad con la crisis.
La teoría del capital monopolista
sustituye este principio por otras normas, que explican la fijación de los
precios por relaciones sociales de fuerza (poder de cada corporación para
imponer sus exigencias) o por gravitaciones institucionales (intervención del
estado para favorecer a uno u otro grupo). El poder de los monopolios es
derivado de esas influencias, con criterios que se alejan del análisis marxista
objetivo de la acumulación.
Se podría argumentar que la
preeminencia de las grandes corporaciones afecta al propio desenvolvimiento de
la ley del valor, al concentrar el poder económico en grupos reducidos. Pero
esta transformación tampoco implica una preeminencia de manipulaciones
monopólicas. Lo que está en juego es la distribución de plus-ganancias entre
actores capitalistas, que sólo pueden disputar la captura estable de esos
beneficios, mediante reducciones de costos o incrementos de la productividad.
La batalla por esos lucros no sigue un curso contingente de astucias
monopólicas. Obedece a los parámetros que impone la ley del valor, a la
reproducción capitalista.
Este mismo principio ha extendido su
alcance bajo la mundialización neoliberal, con la regionalización o
internacionalización de muchos precios estratégicos de la economía. Junto al
incremento de los movimientos de capital, la reducción de las barreras
aduaneras y la implantación de las empresas transnacionales, los mercados
internos son penetrados por competidores foráneos y la autonomía de cada estado
(para fijar tasas de interés, manejar la moneda y modificar gravámenes) se
reduce significativamente. Este cambio se refleja a su vez en los precios, que
sufren mayor impacto de la competencia mundial.
En esta producción más globalizada,
una porción significativa de la actividad económica se desenvuelve dentro del
propio espacio de las transnacionales. Las filiales localizadas en distintos
puntos del planeta utilizan precios de transferencia, que las gerencias
administran en función de sus propios cálculos de rentabilidad. Pero tampoco
estas cotizaciones son arbitrarias, ni provienen de maniobras concertadas entre
grandes grupos. Las empresas continúan compitiendo a una escala más global y
los resultados de esta concurrencia se expresan en una fijación de los precios,
dependiente de la dinámica del valor.
¿HEGEMONÍA DEL CAPITAL FINANCIERO?
La teoría de Lenin postula la
preeminencia del capital financiero, a medida que los bancos controlan las
operaciones comerciales e industriales y asumen la dirección de las grandes
empresas. Se supone que también manejan los paquetes accionarios, la emisión de
valores y la especulación inmobiliaria.
Esta concepción surgió del retrato
que presentó Hilferding de la fusión que realizaron los bancos alemanes con la
industria, a través de las sociedades anónimas y la digitación del crédito.
También se basó en la descripción de Hobson de las altas finanzas inglesas,
como estructuras receptoras de los dividendos aportados por el crédito
externo [7] .
Esta visión fue muy discutida en su
época y enfrentó cuestionamientos marxistas al concluir la entre-guerra.
Algunos autores que postularon la existencia de una secuencia histórica inversa
del poderío inicial y debilitamiento posterior de los financistas. D estacaron
que la dominación de los bancos rigió tan sólo en las primeras fases de
acumulación, cuándo la industria necesitaba obtener capitales para emprender un
desarrollo acelerado. Una vez concluido ese despegue los empresarios recuperaron
independencia y se sustrajeron de cualquier sujeción a los
banqueros [8] .
La teoría de la supremacía financiera
perdió seguidores en la posguerra, en la medida que el boom económico estuvo
signado una prosperidad comandada por la industria. El florecimiento de este
sector fue tan evidente, como el rol complementario jugado por los banqueros,
durante el período de explosión de productividad y el consumo.
Este giro condujo a cuestionar la
caracterización del imperialismo como una etapa de hegemonía financiera.
Algunos autores estimaron que Lenin generalizó en forma incorrecta la
descripción presentada por Hilferding para el caso particular de Alemania. Como
en ese país el capitalismo se erigió en forma tardía fue necesaria una fusión
forzada desde el estado entre los banqueros y los industriales, para acelerar
el proceso de acumulación.
Pero esa amalgama no se extendió a
otras economías. La gravitación lograda por los banqueros ingleses no era tan
absoluta y en todo caso correspondió a un período peculiar de un imperio en
declive. En las potencias ascendentes -como Estados Unidos- se observaba un
nítido predominio del sector productivo junto a la ausencia de fusión con los
bancos . Otros analistas objetaron también la extrapolación del caso alemán, d
estacando la inexistencia de una preeminencia perdurable de los banqueros,
frente a los protagonistas de la acumulación [9] .
Pero el debate recobró intensidad en
los últimos veinte años, ante la significativa gravitación financiera que
acompañó al neoliberalismo. Este modelo introdujo drásticas transformaciones
regresivas, bajo el comando de los bancos. Con esa dirección se impuso una
ofensiva del capital sobre el trabajo, asentada en las exigencias impuestas a
todas las empresas por los acreedores y los prestamistas. Los financistas
volvieron a ocupar el mando de una armada burguesa que atropelló los
sindicatos, redujo los salarios y potenció la informalidad laboral.
Los autores que remarcan esta función
clave ubican el surgimiento del neoliberalismo en un golpe financiero, que
determinó el ascenso de las tasas de interés (Paul Volcker en 1979-82). Esa
acción otorgó a los banqueros un rol director de la arremetida patronal e
introdujo una nueva pauta de disciplina regresiva en todas las actividades económicas [10] .
Este período inauguró una etapa
signada por el protagonismo financiero de Nueva York, la proliferación de
operaciones de alto riesgo y la expansión de los bancos de inversión y los
fondos de pensión. Los circuitos financieros se internacionalizaron y se
afianzó un nuevo rol global de los banqueros en la administración del riesgo,
con los nuevos instrumentos de la titularización y los derivados.
Este papel determinante de los
banqueros quedó confirmado en la crisis reciente. Los estallidos irrumpieron en
la esfera financiera y se procesaron mediante monumentales rescates de las
entidades a cuenta del estado. Esta socialización de pérdidas se llevó a cabo
por mandato directo de la elite financiera.
Pero la renovada gravitación de los
financistas presenta fechas de inicio y objetivos muy precisos. No ha sido un
proceso continuado desde principios del siglo XX, sino un fenómeno específico
de las últimas dos décadas, determinado por la función que cumple la banca en
la ofensiva del capital. Este liderazgo sucedió a la supremacía industrial de
posguerra y confirmó el carácter cambiante de los sectores que ejercen el
comando de la acumulación capitalista .
Ninguna cronología (o razonamiento)
justifica la existencia de un despotismo permanente de los financistas. Esa
creencia presupone que el desenvolvimiento del capitalismo se ha mantenido
invariable desde el comienzo del siglo XX
La “financiarización” reciente no
constituye, además, un proceso que favorece exclusivamente a los banqueros. Ha
sido un instrumento de todos los capitalistas para recuperar la tasa de
ganancia, mediante generalizados aumentos de la explotación. En este campo se
localiza la extracción de plusvalía que sostiene al sistema. La hegemonía de
las finanzas puede interpretarse a lo sumo, como un aspecto de la
reestructuración neoliberal, pero no como un dato estructural del capitalismo.
La etapa reciente de ascenso de los
financistas ha empalmado, además, con un avance de la mundialización, que
modifica las viejas formas del accionar bancario. Se ha consumado una expansión
de empresas transnacionales, que mixturan distintas formas de capital y
propician más la asociación que la dominación financiera.
En muchas áreas se diluyeron las
fronteras que separaban a los industriales de los banqueros, puesto que
numerosos conglomerados operan indistintamente como compañías financieras y
productivas. En estas organizaciones los banqueros no actúan como simples
succionadores de un lucro ajeno.
Los financistas participan de todo el
dispositivo de la acumulación, mediante la canalización de los préstamos hacia
los negocios más rentables. Al observarlos como meros penalizadores del resto
de la economía -e identificarlos con la simple absorción del beneficio- se
desconoce el estratégico rol que juegan en la generación de esas ganancias .
CAPITAL RENTISTA
La sustitución de conductas
favorables a la acumulación por actitudes rentistas es otro aspecto de la tesis
leninista, que retoman muchos seguidores de ese enfoque. Esta mutación fue
atribuida por el líder bolchevique a una preeminencia del capital financiero,
que disminuye las inclinaciones productivas de la burguesía y potencia el parasitismo
de los banqueros.
Esta caracterización es actualizada
por los autores que subrayan la presencia de los “capitales que hacen dinero
con dinero”. Mediante este manejo conquistan posiciones e imponen sus
exigencias de valorización rentista a toda la sociedad. Consideran que ese
despojo rentista se exacerbó bajo el neoliberalismo, a través del acaparamiento
de mayores ganancias por parte de financistas, que acrecentaron la
improductividad y obstruyeron la acumulación [11] .
En las descripciones de este
despilfarro se remarca la hipertrofia de las operaciones financieras, que no
incorporan valor a la producción. También se resalta como estas actividades
afectan al proceso productivo, a través de operaciones titularizadas y seguros
emitidos para respaldar los bonos en circulación. En la gestión rentista, los
riesgosos fondos de inversión han reemplazado a los bancos más
conservadores [12] .
A diferencia de los economistas
pos-keynesianos, este enfoque presenta el giro hacia la especulación como una
transformación objetiva del capitalismo. No atribuye esta mutación a
perversiones de los gerentes o a conspiraciones de Wall Street. Pero al evaluar
que el sistema tiende a desprenderse de su basamento productivo, sugiere que la
lógica de la explotación ha sido reemplazada por una dinámica de fraude.
Ese tipo de malversaciones ha estado
presente en toda la historia del capitalismo y fue más dominante en el origen,
que en la madurez de este sistema. Con el afianzamiento de la acumulación los
financistas quedaron integrados a un modo de producción, basado en la
confiscación del trabajo excedente de los asalariados y la conversión de
plusvalía en capital. La distribución de ese beneficio entre los banqueros e
industriales se consuma mediante disputas competitivas.
Es importante subrayar la vigencia
actual de estos procesos. La presentación simplificada del capitalismo como un
casino regido por el azar y administrado por una elite de jugadores, es
desacertada. Esta visión desconoce que el sistema continúa regido por ciertas
leyes favorables al conjunto de las clases dominantes y se encuentra socavado
por contradicciones procesadas en el ámbito de la producción y la realización
de la plusvalía.
Estos desequilibrios centrales no
provienen del parasitismo de los banqueros. Los derroches de estos individuos
sólo introducen trastornos adicionales, a las obstrucciones que genera la
acumulación, en procesos de expansión motorizados por el beneficio. Este
apetito insaciable por las ganancias genera excedentes invendibles, restricciones
al consumo, desproporcionalidades sectoriales y declives tendenciales de la
tasa de ganancia.
La comprensión de estas tensiones
exige ir más allá de la esfera financiera y superar la mirada del capitalismo
como un sistema gobernado por la renta improductiva. Este componente ha sido un
dato del sistema desde su nacimiento, pero nunca alcanzó la primacía que tenía
en los regímenes pre-capitalistas. El modo de producción vigente funciona en
torno a beneficios surgidos de la explotación, cuya continuidad exige
renovación de la inversión y confrontación entre competidores. Esta dinámica
genera consecuencias nefastas para los trabajadores, pero no implica la
existencia de una supremacía rentista.
Es por otra parte equivocado
identificar simplemente a los financistas con el parasitismo. Esta asimilación
sugiere una distinción con otros sectores de las clases dominantes, olvidando
que la explotación industrial del trabajo ajeno no es un acto meritorio.
Los banqueros son algo más que
estafadores y el endeudamiento es un proceso más complejo que el fraude. Los
financistas cumplen una función estratégica para la reproducción del capital,
al movilizar los créditos que amplían el radio geográfico y sectorial de la
acumulación. La acertada denuncia de los especuladores no debe conducir a
ignorar ese rol. Esta función explica por qué razón la tasa de interés no se
equipara con la renta agraria. No constituye una punición al desenvolvimiento
capitalista, sino un instrumento para organizar la inversión, en función de la
rentabilidad diferenciada que ofrece cada negocio.
Las finanzas contemporáneas
desenvuelven este papel mediante administraciones del riesgo que pueden derivar
en todo tipo de desfalcos. Pero el proceso de titularizar bonos, mediante la
compra-venta de créditos y el empaquetamiento de los títulos es una forma de
organizar el crédito, contemplando la confiabilidad y el beneficio potencial de
cada operación.
La presencia de los financistas en la
cúspide de muchas empresas transnacionales no modifica ese rol. Más bien genera
una mixtura de tendencias productivo-financieras, en conglomerados que tienden
al auto-financiamiento y a la asunción parcial de muchas funciones, que
anteriormente desarrollaban los bancos. A su vez los financistas actúan en
estas corporaciones, amoldando su acción a las estrategias productivas de las
compañías. Este rol desborda ampliamente la simple apropiación de beneficios.
Algunos teóricos estiman que el
capital financiero desenvuelve su acción anticipando los lucros futuros que
genera la actividad de los asalariados. Consideran que ese valor presente es
una captura rentista previa de la plusvalía en gestación[13] .
Pero ese proceso sólo puede continuar
si existe fabricación y venta de las mercancías. Si esta secuencia no se
efectiviza, resulta imposible absorber una plusvalía que jamás será creada.
Para que exista trabajo excedente confiscado a los obreros, debe regir algún
proceso inversión y acumulación genuina de capital. Esta actividad no rentista
es el fundamento de todo el sistema. Que los financistas anticipen la captación
de una porción del botín en juego, no modifica su dependencia de esa lógica
material reproductiva.
La actualización literal de la tesis
leninista también incluye la presentación del capital financiero como el nodo
central de un sistema internacional de sometimiento de los países deudores a
las naciones acreedoras. Se supone que esa atadura financiera de principios del
siglo XX ha perdurado sin grandes cambios [14] .
Pero la alteración de ese paisaje
salta a la vista. Basta observar el status actual de Estados Unidos. La primera
potencia es la principal deudora de China y nadie podría afirmar, que se ha
convertido en país sometido al látigo de los banqueros orientales.La
teoría del capital rentista no logra captar las especificidades de etapa en
curso .
INNOVACIÓN TECNÓLOGICA
Otros analistas actualizaron hace
varias décadas la visión del estancamiento tecnológico, que Lenin dedujo de la
fijación monopólica de precios y de la generalización de las patentes . Consideraron
que las grandes innovaciones desaparecieron luego del vapor, los ferrocarriles
y la electricidad. Estimaron que el automóvil, los plásticos y la energía
nuclear ya no incluyeron transformaciones de envergadura [15] .
Esta pérdida de impulso innovador es
proyectada hasta el presente por quiénes relativizan la importancia de la
informática. Sostienen que esa tecnología no encuentra oportunidades de
inversión comparables al pasado. Consideran que el cambio tecnológico
contemporáneo ya no es relevante y no permite contrarrestar el
estancamiento [16] .
Pero si este proceso central del
capitalismo ocupa un lugar tan secundario, también la plusvalía relativa ha
dejado de operar como fuente decisiva del beneficio. Este razonamiento choca
con el esquema analítico de Marx, que ubicaba el principal nutriente de la
ganancia en la elevación de la productividad, generada por la introducción de
nuevas tecnologías.
El filósofo alemán consideraba vital
esa dinámica para el surgimiento y continuidad del capitalismo. No existe
ninguna razón para modificar esta caracterización, restringiendo la influencia
de la innovación a cierta etapa histórica de este sistema. El cambio
tecnológico es un rasgo incorporado al modo de producción vigente, puesto que
impulsa la competencia entre concurrentes para bajar costos y obtener mayores
ganancias.
La renovación de la maquinaria es
definitoria para la ubicación de cada empresa en el mercado. Si este principio
dejara de operar, el poderío de cada grupo patronal ya no dependería de la plusvalía
que extrae, sino de algún otro mecanismo que hasta ahora nadie ha expuesto.
Tampoco existen justificaciones
convincentes del carácter irreproducible de las innovaciones que acompañaron al
vapor o al ferrocarril. En todos los cambios posteriores estuvo presente alguna
revolución tecnológica, gestada en torno a invenciones transformadas en
innovaciones. Estos descubrimientos aparecieron en forma discontinua y en
estrecha conexión con la irrupción de plus-ganancias, que se disolvieron con la
generalización posterior de esos cambios tecnológicos.
Al desconocer esta trayectoria se
ignora la relevancia actual de la informatización. Se puede discutir la etapa
de esta transformación. Pero es innegable su impacto sobre los índices de
productividad, las mutaciones del proceso de trabajo y la extensión de los
mercados. La microelectrónica, la generalización de las computadoras y el uso
de las redes han sido decisivos para la reorganización capitalista que
introdujo la mundialización neoliberal [17] .
Una eliminación total del progreso
técnico sería incompatible con la continuidad de la acumulación. Impediría a
las empresas generar beneficios, mediante el incremento de la productividad. El
papel puramente c omplementario que Marx le asignó a la plusvalía absoluta (surgida
de ampliaciones e intensificaciones de la jornada de trabajo) no se ha
modificado. Sólo las coyunturas de gran depresión detienen la innovación. Son
suspensiones momentáneas, que no alteran las reglas del dinamismo tecnológico.
A veces se argumenta que la
innovación presentó formas creativas en el origen del capitalismo y exhibe
modalidades destructivas en la actualidad. Pero esta clasificación no define si
las máquinas y los instrumentos de trabajo persisten como transmisores del
trabajo confiscado por los patrones. Si ese basamento perdura, también se
mantiene lo esencial de la innovación.
Además, conviene recordar que el
capitalismo se nutrió desde su nacimiento de las tecnologías destructivas
generadas en la esfera militar. El papel de esa rama no es novedoso, puesto que
allí siempre se han experimentado las técnicas que posteriormente se
transfieren a la órbita civil. Este componente destructivo de la innovación ha
sido intrínseco al régimen social vigente en todos sus períodos.
ESTANCAMIENTO Y CICLOS
El cambio tecnológico determina el
carácter de todos los desequilibrios que afectan al capitalismo. Estas
tensiones provienen del descontrolado dinamismo (y no del estancamiento) que
rodea al sistema. El ejemplo reciente de este condicionamiento es la debacle
ambiental, que ha irrumpido por una furiosa competencia entre las empresas que
fabrican nuevos bienes, a cualquier costo ecológico.
Los males del capitalismo
contemporáneo derivan de la intensidad competitiva y de la ambición por el
lucro, que impone la expansión del sistema. El neoliberalismo ha confirmado
plenamente este principio, al demostrar cómo el capitalismo vuelve a extender
su radio reproductivo, cuando se restauran las condiciones favorables para la
extracción de la plusvalía.
L a principal sorpresa de este
período ha sido la irrupción de China, que dejó atrás su status marginal para
convertirse en una ascendente potencia. Si el capitalismo estuviera acosado por
un estancamiento sostenido, no habría dejado espacio para avances de este alcance.
Lo ocurrido con China es totalmente inexplicable en un marco analítico de
regresión de las fuerzas productivas.
Es cierto que también se
multiplicaron las actividades parasitarias. Pero esos despilfarros son
complementarios. Hay guerras para asegurar el sometimiento de los oprimidos, se
incentivan las necesidades de consumo artificial para realizar el valor de las
mercancías y se amplían los préstamos para materializar los beneficios gestados
en la producción. Es un error buscar en estas áreas las singularidades del
capitalismo contemporáneo.
El declive innovador es postulado por
algunos autores junto a la extinción del comportamiento cíclico del nivel de
actividad. Se considera que han cesado de operar las fluctuaciones cortas y los
movimientos largos, que rigieron durante el surgimiento y madurez del
capitalismo [18] .
¿Pero cómo funciona el sistema sin
ese fundamento? Los vaivenes periódicos permiten procesar la valorización y
desvalorización de capitales, que necesita un modo de producción basado en el
beneficio. Sin esa sucesión de recuperaciones y recaídas, la acumulación no
podría desenvolverse.
En realidad no existe ninguna
evidencia de esa desaparición de oscilaciones productivas. Tampoco hay signos
de reemplazo de estas ondulaciones por secuencias continuadas de caídas del
PBI. Una pendiente de este tipo contradeciría la lógica del capital y no se ha
verificado en ninguna crisis reciente. Las recesiones continúan precedidas por
períodos inversos de crecimiento.
La desaparición del ciclo es tan
inconcebible como la sub-utilización permanente de la capacidad instalada. Esa
inmovilización se verifica en las fases de recesión y se revierte en los
momentos de prosperidad. El uso de las plantas por debajo de sus posibilidades
incorpora costos adicionales, que todas las firmas buscan eludir para amortizar
la inversión y evitar las pérdidas.
El ritmo exacto de los ciclos
constituye una incógnita. Algunos analistas evalúan la temporalidad de esas
fluctuaciones, reconsiderado su determinación tecnológica o remarcado el peso
de múltiples factores (comportamiento de los salarios, consumo de los sectores
no productivos, precios de las materias primas,
desproporcionalidades) [19] .
Pero está fuera de discusión el
carácter intrínseco de los ciclos en el desenvolvimiento del capitalismo. Las
crisis siempre irrumpen entre fases de ascenso y descenso económico. Si las
oscilaciones hubieran quedado reemplazadas por crisis permanentes, resultaría
imposible diferenciar esos estallidos de cualquier otra circunstancia. No
habría forma de evaluar la aparición de estos episodios como acontecimientos
específicos. Lo que permite distinguirlos es la subsistencia de los ciclos.
Ningún investigador omite este
fenómeno. Todos evalúan las fluctuaciones como contrapartes de la prosperidad,
la reactivación o el crecimiento. En la eclosión del 2008-09 se verificó
claramente la persistencia de ambos procesos. Las expresiones de la crisis
salieron a la superficie (pánico bursátil, insolvencia bancaria, quebranto
industrial), al concluir una fluctuación del ciclo (marcha ascendente de los
negocios y auge de ganancias antes del temblor). La persistencia de ambos
fenómenos es indispensable para un sistema que necesita digerir a través de
oscilaciones periódicas, los procesos sucesivos de valorización y
desvalorización del capital.
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RESUMEN
Todas las discusiones marxistas
contemporáneas sobre el imperialismo parten del enfoque de Lenin, que resaltaba
la sustitución de la libre competencia por el dominio de los monopolios. Los
defensores contemporáneos de estas tesis olvidan el carácter complementario de
ambos rasgos y la necesaria continuidad de la concurrencia bajo el capitalismo.
La mundialización neoliberal reavivó
la pugna competitiva, confirmando que el comportamiento de los precios no está
sujeto a reglas arbitrarias, ni a simples concertaciones. Sigue un principio
objetivo de ajuste en función de la ley del valor.
La teoría de la hegemonía del capital
financiero quedó cuestionada por la supremacía industrial durante el boom de
posguerra. Esa concepción generalizó una situación peculiar de Alemania. Bajo
el neoliberalismo los financistas han ocupado nuevamente un acotado rol
dirigente, que favorece a toda la clase capitalista. Su papel en la acumulación
que no se limita a la succión de beneficios.
Las tesis que enfatizan el rentismo
improductivo sugieren una presentación simplificada del capitalismo como un
casino regido por el azar. Omiten que los principales desequilibrios del
sistema se generan en el área productiva y desconocen los cambios registrados
en los países deudores.
Los teóricos del estancamiento
tecnológico suponen erróneamente que la innovación radical ha desaparecido. No
logran explicar la transformación informática en curso e ignoran que la
renovación tecnológica es indispensable para sostener la rivalidad por el
beneficio. Estas mejoras son el fundamento de la plusvalía relativa y siempre
adoptaron modalidades constructivas y destructivas.
Las principales tensiones del
capitalismo no provienen del parasitismo, sino de su descontrolado dinamismo.
La concepción que postula la desaparición del ciclo olvida que los vaivenes
periódicos son necesarios para procesar valorizaciones y desvalorizaciones del
capital.
[1] Este artículo forma parte de un libro sobre el imperialismo
contemporáneo de próxima aparición.
[2] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su página web es www.lahaine.org/katz
[3] Lenin, Vladimir Ilich El imperialismo, fase superior del
capitalismo Buenos Aires, Quadrata, 2006. Bujarin Nikolai. El imperialismo y la
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[17] Hemos expuesto nuestra visión en: Katz Claudio, “Mito y realidad de
la revolución informática”. ESECONOMIA. Instituto Politécnico Nacional, número
6, año 2, invierno 2003-04
[18] Beinstein Jorge, “Las crisis en la era senil del capitalismo”
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[19] Martins sugiere el primer determinante y Astarita subraya la
incidencia de los segundos componentes. Martins Carlos Eduardo. “Los impasses
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Siglo XXI, México, 2007. Astarita Rolando, El capitalismo roto, La linterna
sorda, Madrid, 2009 (cap 3).
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