lunes, 27 de agosto de 2012

El Presente como historia: Crisis capitalista, cultura socialista y expansión imperialista - José Guadalupe Gandarilla Salgado

"El imperialismo y las masas tuvieron una historia común de cambios significativos en el carácter de sus luchas, y también una historia propia en la claridad y organización de sus respectivas clases"
(Pablo González Casanova)


 Laberinto nº 24
12/8/2007

Introducción
Ya el conocido marxista norteamericano, recientemente fallecido, Paul Sweezy había recurrido a la expresión que da título a nuestro trabajo. Lo hizo para nombrar, en el año de 1953, una serie de ensayos «sobre capitalismo y socialismo», que hasta quince años más tarde serían traducidos al español [2]. Paul Sweezy brindaba tributo, con ello, a uno de los más importantes pensadores marxistas del siglo XX, al filósofo húngaro Georg Lukács, quien tres décadas atrás, con la publicación en alemán de su libro Historia y consciencia de clase [3], habría dado comienzo a la llamada tradición del «marxismo occidental», según la expresión probablemente acuñada en 1955, por Maurice Merleau-Ponty (aunque algunos suelen atribuírsela a Perry Anderson, siendo este último el que, sin duda alguna, contribuyó más a su popularización). El influyente pensador húngaro sintetiza en unas cuantas líneas, y ya desde el propio prólogo a la primera edición de su libro, el espíritu que subyace a dicho precepto. 
En su recuperación metódica de Marx, siendo justo ése el plano en el que se calibra la ortodoxia de sus continuadores, Lukács afirmará que tal «método es histórico», lo cual constitutivamente le exige, por un lado, una aplicación constante del mismo sobre el propio materialismo histórico (en ello insistirá también, prácticamente por el mismo período, Karl Korsch en su
Marxismo y filosofía [4]) y, por otro lado, «una toma de posición material, de contenido, respecto de los problemas del presente». [5] El objetivo fundamental del conocimiento histórico consistirá, entonces, en servir de herramienta para el poder-hacer que al sujeto le demanda la peculiar situación histórica en que lo coloca su realidad presente. A través de tal toma de conciencia, el sujeto se colocará ante sus circunstancias no únicamente como un sujeto cognoscente sino además como un sujeto histórico.
Nuestra pretensión será, sin embargo, algo más modesta al retomar tal expresión. Lo haremos con la exclusiva finalidad de abrir ciertas cuestiones al debate, actualmente en curso, sobre la caracterización del estado actual del capitalismo y de las fuerzas sociales que, en el mundo entero, le oponen resistencia. Estas cuestiones se desprenden, justamente, de colocar nuestros problemas en consideración de sus referentes históricos.
Al inicio de los años noventa del siglo pasado el pensamiento social hegemónico adquirió una clara tonalidad celebratoria acerca del curso que presentaba el capitalismo. Tal situación se apreciaba tanto en las versiones más extremas como en aquellas algo más moderadas. En ambas, sin embargo, como había ya ocurrido en otras ocasiones, se incurría en formulaciones ideológicas finalistas. En el primer caso, por parte de Francis Fukuyama, se apelaba a la declaración del triunfo del capitalismo como el fin de la historia, simbolizado en la dupla de democracia representativa y economía de mercado. En vertientes menos estridentes, el reconocimiento de la crisis que moraba al seno del proyecto de la modernidad decretó también, en las corrientes hegemónicas del posmodernismo, la culminación del discurso crítico y de las grandes narrativas emancipatorias que la propia modernidad (occidental) había creado. 
Desde mediados de los años noventa y en lo que corre del nuevo milenio la situación parece estar cambiando de manera decisiva y los movimientos anti-sistémicos parecen estar recuperando y erigiendo un nuevo imaginario histórico de futuro. Un conjunto amplio y heterogéneo de fuerzas políticas, a través de luchas y movilizaciones que se despliegan en el mundo entero, luego de que se ha profundizado la crisis del neoliberalismo, interpelan de manera frontal y con variados niveles de eficacia, la despiadada lógica de un sistema que de forma abierta y desbocada, a través de la «totalización totalitaria del automatismo de mercado», se resiste a reconocer «la utilidad de cuestionar el principio de utilidad».
En cualquier caso, la práctica política de resistencia e insubordinación por parte de los de abajo pareciera estar manifestando la posibilidad de apertura de un «nuevo siglo histórico». Sin embargo, como bien se desprende del hecho de interpretar y reconocer en el capitalismo (mundial), que no solo en el capital (en general), un complejo proceso que envuelve una amplia amalgama de intereses y relaciones sociales, cuya dinámica se expresa en la profundización, superación y creación de contradicciones, esto no ocurre por decreto. Como bien diría el mismo Lukács, en este «complejo de complejos» que hace al capitalismo, las perspectivas de cambio y emancipación social no suelen imponerse de manera automática tienen, por el contrario, que atenerse a su condición histórica, a la dialéctica viva de sus antagonismos.
Si el ámbito de posibilidad de construcción histórica por parte de las fuerzas impugnadoras del orden (el Sur global), había recolocado en su justa dimensión la apertura de futuro, muy distinto es el proyecto en el cual se han embarcado los de arriba, aquellos que viven del control y explotación del trabajo (en cuyo seno conviven las grandes corporaciones multinacionales, los Estados desde los cuales se impulsan globalmente, las organizaciones supra-nacionales, FMI, World Bank, OMC, el complejo militar-industrial, y lo que queda de las burguesías periféricas y los Estados periferizados, funcionales al proyecto del Norte global y que, por ello, conforman el Sur - imperial). [6]
El conjunto conformado por aquellos explotadores internos y externos, sin embargo, no parece ceder en su «acumulación interminable de capital». La condicionalidad de las medidas económicas, desde los planos financiero y comercial, tan eficaz en el momento de auge del neoliberalismo ha sido puesta en serio cuestionamiento luego del inicio de su crisis. Por tal razón, el proyecto de dominación, explotación y apropiación, pareciera estar desplazando su condicionalidad hacia un plano político, militar y territorial, recobrando su mayúscula importancia tanto la apropiación y expropiación de la riqueza social y pública ya existente, como el adueñamiento y la conversión en mercancías y derechos de propiedad de los recursos naturales, estratégicos, genéticos y culturales. Envuelto como está, el neoliberalismo, en una crisis de su dominación político-económica parece encaminar no sólo al sistema en su conjunto, sino a la civilización en cuanto tal, a la resolución de sus contradicciones en el más profundo plano de su conflictividad, en la devastación material de las fuerzas productivas y en los umbrales de una «guerra de destrucción masiva» y global, capaz de desvalorizar el sobrante de capital o de darle cabida a porciones del mismo que de otro modo permanecerían inutilizadas al no encontrar asidero productivo con niveles aceptables de rendimiento.

La escandalosa proliferación de bases y efectivos militares sobre el orbe entero y el amplio despliegue tecnológico de sus artefactos de combate, pareciera no estar manifestando un repunte en la dominación sino un declive de la hegemonía (que no del capital aún, pero sí, en principio, del capital imperial). Del mismo modo en que resulta útil distinguir entre crisis de crecimiento (momentos en que predomina el lado virtuoso del proceso de destrucción creativa), y crisis de contracción (en que predomina un proceso de destrucción no creadora), resultará provechoso distinguir entre una expansión de reacomodos aplazantes (en medio de soluciones de corto plazo que, sin embargo, provocarán mayores problemas en el largo plazo), y una expansión sobre-dimensionante (cuya lógica intrínseca exige profundizar el lado destructivo del sistema, aún a costa de erosionar su legitimidad). Pareciera que el deterioro que presenta el orden social vigente lo coloca en un momento clásico de crisis de acumulación y dominación del segundo tipo agravada por un sobre-dimensionamiento imperial (momento en que los compromisos e intereses involucrados por el hegemón dominante son inabarcables con la cantidad de recursos de que dispone). Sea por dichas razones, quizá, que nuestro presente histórico se ajuste en mucho a la ya clásica consideración de Paul Mattick: «La misma crisis que hasta ahora se había presentado caóticamente y podía ser superada se vuelve crisis permanente».
 [7]
Llegados a este punto resulta necesario distinguir los ángulos de la crisis y el grado de su revelación. Muy ilustrativo para esos fines será recurrir a la expresión acuñada por René Zavaleta. Decía el sociólogo boliviano, al respecto de los momentos de deterioro de la hegemonía y del probable comienzo de un nuevo momento constitutivo [8] en la historia de las sociedades: «Es razonable concebir la crisis como un instante anómalo en la vida de una sociedad, y eso querría decir una hora en la que las cosas no se presentan como son en lo cotidiano y se presentan en cambio como son en verdad». [9] Esto es, la crisis como desnudamiento de la lógica capitalista, como ruptura de sus mediaciones y como resquebrajamiento de sus fetichismos.
Hay, sin embargo, otro aspecto de no menor importancia en el cual se nos convida a un análisis que hermane historia y presente. En este caso conformado, aunque no exclusivamente, por las posibilidades y límites de pensar heurísticamente desde el problema de la analogía histórica. Veamos con más detenimiento.

No fueron pocos los analistas que, al interpretar la así llamada globalización, recurrieron al expediente de asimilarla como una suerte de nueva bella época del capitalismo de fines del siglo XX. Samir Amin
 [10] fue uno de ellos, y lo hizo desde una perspectiva crítica, ausente en otro tipo de intervenciones. En su apretado y conciso ensayo el economista egipcio destaca no sólo el tono eufórico de los ideólogos del capitalismo (al que hicimos referencia al inicio) que veían cerrar el siglo XX al modo de un retorno de la belle époque, tal como habían visto culminar, los sectores dominantes y colonialistas, a la Europa del siglo XIX. En aquel período, varios eran los signos que apuntaban a un auge que, sin embargo, se reveló efímero. Como resultado del renovado empuje en la industria (del ferrocarril, el petróleo, la electricidad, los automotores, la aeronáutica) y de su evidente concentración en unos cuantos núcleos, la polarización económica alcanza niveles nunca antes conocidos en la historia de la humanidad (la productividad social del trabajo para cuatro partes de la población mundial, que nunca había registrado una desproporción mayor de 2 a 1, llegaba en 1900 a una diferencia de 20 a 1, entre los subdesarrollantes y los subdesarrollados). Por el lado de las organizaciones empresariales las modificaciones no son menos expresivas y ven la luz los gigantes corporativos, las bolsas de valores, los oligopolios. Acompaña a este proceso la definitiva constitución del Estado nacional burgués que, sobre la base de una ideología liberal y una política territorial expansiva, verá crecer extraordinariamente las posesiones coloniales europeas, comparadas con las que esta región conservaba en la tercera década del siglo XIX, luego del ciclo anti-colonial de fines del siglo XVIII e inicios del XIX.
Hacer efectiva la bella época del capital requirió también que las que habían sido «clases peligrosas» en el centro neurálgico del capitalismo dejasen de serlo, de tal modo que el movimiento obrero europeo trasladase sus objetivos desde posiciones reformistas a formas participativas de la gestión capitalista de la crisis. El ciclo anterior, para los trabajadores, había significado un conjunto de desórdenes, rebeliones y revoluciones que transcurren en un período de tiempo cuyo inicio puede ser ubicado en la Revolución francesa, posteriormente se despliega con mayor fuerza y radicalidad durante la revolución europea de 1848 y la Comuna de París en 1871, y culmina con la promulgación en 1878 de las «Leyes de excepción» contra los socialistas en la Alemania de Bismarck. La etapa que se abre para el proletariado a fines del siglo XIX, lo hace con la política revisionista y acomodaticia del «oportunismo socialdemócrata» [11], como lo calificara Lukács, y se cierra con el aplastamiento de la comuna de Berlín y la destrucción de los comunistas en los inicios del holocausto.
En el terreno de la geopolítica, las formulaciones de Giovanni Arrighi a inicios de los años noventa del siglo pasado, adquieren la condición de premonición histórica, permítasenos citarlo in extenso:
La belle époque de inicios del siglo XX terminó en un período de caos sistémico (1914–1948), caracterizado por guerras, revoluciones y una profundización de la crisis de los procesos globales de acumulación de capital. Es muy posible que la belle époque del final del siglo XX esté por desembocar en un período de caos sistémico, en algunos aspectos análogo (pero en otros muy diferente) al período 1914–1948 [...]
En términos geopolíticos, el principal factor subyacente al caos sistémico de 1914 – 48 fue un conflicto cada vez más profundo y amplio, interno al Occidente [...] en cuanto a la división territorial del mundo entre las potencias ascendentes y decadentes (el así llamado «imperialismo»). Su principal resultado fue la ascensión de fuerzas anti-sistémicas que acabaron por llevar a la institución del Occidente, el Este y el Sur como entidades geopolíticas distintas y relativamente autónomas. El principal factor subyacente al caos sistémico que tenemos por delante es la profundización y la ampliación del conflicto, interno al Este en procesos de desintegración y al Sur en cuanto a los recursos económicos mundiales cada vez más escasos. Es probable que su principal resultado sea la creación de estructuras de gobierno mundial –estimulada inicialmente por el Occidente– que terminen por llevar a una supresión total o parcial de la ya inestable división geopolítica tripartita del mundo en Occidente, Este y Sur. En suma, es probable que lo que fue «hecho» a lo largo del período anterior de caos sistémico sea «deshecho» a lo largo del próximo.
 [12]
Llegamos al último punto que queremos destacar y con esto cerramos la parte introductoria. Frederic Jameson ,uno de los más preclaros y nada delirantes analistas del posmodernismo, descubre en uno de sus más recientes trabajos que, paradójicamente, el debate sobre lo posmoderno ha conducido a una regresión hacia lo moderno. Si ya era definitivo que el discurso sobre la crisis de los grandes relatos terminó erigiéndose él mismo en un gran relato, no lo es menos el que «el rechazo y el repudio del relato convocan a una especie de retorno narrativo de lo reprimido» [13]. Tal conclusión la extrae a través de un minucioso análisis de la dialéctica de ruptura y período que subyace a la modernidad («para Marx la modernidad no es sino el capitalismo» [14]), y que la ha vuelto a colocar en el centro de los debates entre los posmodernistas. En dicho trabajo Jameson enuncia cuatro máximas, la primera de las cuales sirve a los propósitos del presente trabajo. Dice nuestro autor «no se puede no periodizar». Lo hace, sin embargo, con el ánimo de señalar el traslado que el término moderno habría experimentado: de ser una categoría narrativa el concepto se habría reducido a demarcar un período que, por obvias razones, para las corrientes posmodernas más difundidas aparece como superado.
Si ello ocurrió con el término moderno, también pareció ser el caso más recientemente con el de imperialismo. No fueron pocos quienes decretaron su superación definitiva. Para algunos se comenzó a hablar de posimperialismo (Lins Ribeiro, 2003) o, con mayor frecuencia, de Imperio (Negri, 2001). Para los objetivos del presente escrito, y a la inversa de lo apuntado por Jameson, convendrá asumir que las discusiones sobre el imperialismo comenzaron, evidentemente, demarcando un período específico y habrán de evolucionar hacia su consideración como una categoría narrativa que acompaña constitutivamente al capitalismo. Ya lo han señalado algunos al identificarlo como un «estadio permanente del capitalismo» en cuyo largo trayecto se vislumbran cuando menos tres grandes fases de desbocamiento (Amin, Mészáros, Harvey): la del colonialismo clásico del largo siglo XVI; la del imperialismo clásico de fines del XIX e inicios del XX; y la del período actual. 

Sirvan las páginas que siguen para el conocimiento del presente a través de analizar la segunda fase de expansión/devastación imperialista. El punto de partida del análisis y la herramienta heurística desde la que enfocamos el período está constituida por el análisis de la crisis capitalista, en el entendido de que el capitalismo no puede ser entendido sino como una «contradicción viva». Desarrollaremos, en principio, una presentación (ordenada de modo temático pero que recupera el curso histórico de la discusión) de algunas de las más importantes interpretaciones sobre la crisis capitalista, limitándonos a aquellas que tienen por base de explicación las categorías marxistas. La intención inicial que perseguimos, es que este ejercicio nos permita, en primer lugar, señalar los límites de aquellas escuelas que se centraron en los problemas de la desproporción en los sectores económicos como causa de la misma; en segundo lugar, resaltar la importancia y los alcances de la discusión sobre el «derrumbe del capitalismo»; en tercer lugar, analizar hacia dónde se orientaron los estudios que se centraron en el supuesto paso a una fase monopolista del capitalismo (como el elemento definitorio en las modificaciones del sistema); en cuarto lugar, en qué momento es que la discusión comienza a orientarse hacia la identificación de fluctuaciones económicas de largo plazo (ciclos Kondrátiev) y cuáles son las limitaciones con que topan dichos enfoques; y, por último, enumerar las características de la reorientación que esta discusión experimentó cuando se dirigió hacia la problemática de la tasa de ganancia.
 
Retomamos para ello la clasificación que elabora Anwar Shaikh, a fines de los años setenta, para revisar la historia de las teorías de la crisis. Consideramos que esta permite, cuando menos, un buen ordenamiento de los temas. Una vez establecido esto, planteamos la trascendencia que para la discusión actual adquiere la recuperación desde un ángulo histórico-crítico de las polémicas alrededor de temas como los del subconsumo, el debate de entreguerras al seno del extremismo histórico y el comunismo de izquierda, los correspondientes al papel regulador del Estado (en sus variantes de capitalismo organizado o monopolista), los ciclos largos de coyuntura económica y los elementos contrarrestantes de la caída de la tasa de ganancia.
1.- Crisis económica, subconsumo e imperialismo.
El economista nacido en Pakistán, y profesor de la New School University, Anwar Shaikh, en un ensayo publicado en 1978[15], propone una clasificación acerca de las teorías de la crisis, colocándolas a éstas en la propia historia del pensamiento económico, y teniendo en su punto de mira, el vínculo fundamental para pensar este tema, entre reproducción y crisis. Shaikh comienza por señalar que en dicho trabajo entiende a esta última como el conjunto o «serie de fallas en las relaciones económicas y políticas de reproducción capitalista» a que es conducido, internamente, el sistema por «sus propios principios de operación». [16]
Distingue en dicho trabajo tres posibles interpretaciones respecto de la reproducción capitalista, de las cuales, las dos últimas concentrarán nuestra atención con respecto al tema que queremos desarrollar. La primera plantea que «el capitalismo es capaz de reproducirse a sí mismo automáticamente [...] no existen límites necesarios al sistema capitalista ni a su existencia histórica» [17] y se divide entre aquellos que consideran que la reproducción del sistema puede ser fácil y eficiente (la corriente neoclásica, la main stream dominante), o errática y derrochadora (corrientes keynesianas). Políticamente, dichos enfoques se diferencian en que, aunque ambos sostengan que el capitalismo sobrevivirá indefinidamente, unos recomiendan que lo haga abandonado a sí mismo (autorregulación por el mercado, en los neoclásicos o neoliberales) o dirigido adecuadamente (a través de la ‘mano visible del Estado’). Lo cual no significa, y en esto hay que ser enfáticos, que el primer enfoque prescinda del Estado, por el contrario, lo orienta con toda su fuerza a favorecer los intereses del gran capital, y lo debilita en sus funciones de mediación social.
La segunda postura sostendrá que «por sí mismo, el sistema capitalista es incapaz de ampliarse» [18], y para sobrevivir, necesariamente, deberá contar con alguna fuente externa de demanda. En ese sentido, su reproducción es regulada por fenómenos externos (mundo no capitalista, factores extra económicos redinamizadores de la demanda, etc.), con lo cual los límites al sistema son ajenos a él. Estos enfoques comprenden las diferentes escuelas del subconsumo, de la cual la marxista (en la visión de Shaikh) no es sino una variante.
La tercera posición afirmará que, aunque el capitalismo sea incapaz de ampliarse, el propio «proceso de acumulación ahonda las contradicciones en que se basa, hasta que estallan en una crisis: los límites del capitalismo son inherentes a él» [19] . Las distintas variantes de este enfoque pueden considerarse exclusivamente marxistas, y se dividen en dos variedades: aquellos que concentran su explicación en la caída de la tasa de ganancia, y los que la ubican en los procesos de extracción de la ganancia.
Para los objetivos de este subapartado nos concentraremos en la vertiente marxista del subconsumo (fundamentalmente en algunas vertientes de la teoría del imperialismo). Sin embargo, más adelante trataremos de recuperar otros enfoques en los cuales la cuestión del imperialismo aparece íntimamente relacionada con los problemas de sobreacumulación y sobreproducción de capital (es el caso del argumento de Grossmann, véase infra págs. 42 - 44). Reservamos para el último subapartado el tratamiento de las dos variantes de la última interpretación señalada por Shaikh (límites del capitalismo asociados con los temas de la tasa de ganancia, determinados por el incremento en la composición de valor o por las dificultades para ampliar el margen de extracción de plusvalor).
En el primer caso, Shaikh apunta que existe una clara relación entre imperialismo y subconsumo no sólo en Hobson, sino también en la obra de Rosa Luxemburgo [20]. En ambos, las naciones imperialistas desarrolladas buscarán que los países del Tercer Mundo subdesarrollado absorban los ahorros excesivos de los primeros, sea en la forma de inversión extranjera o en la de exportación de mercancías. En el caso de Hobson la industria de bienes de producción (Sector I) está subordinado al Sector II (productor de bienes de consumo). A medida que la industria se concentra en pocas manos y el monopolio se difunde, el problema del subconsumo se desplaza a niveles cualitativamente superiores. Las ganancias monopolistas incrementan la magnitud del excedente, y hacen crecer el ahorro, pero ahí donde reside su fortaleza se encuentra su debilidad, pues, debido a que la mayor rentabilidad monopólica se consigue a través del aumento de los precios, el efecto es la contracción del mercado. Los factores que aumentan el ahorro, tienden a contraer la salida de los productos al mercado. La solución al problema en los dos lados de la pinza (excesivo ahorro y mercado contraído), la ofrece el imperialismo, el que aparece como «la etapa más elevada del subconsumo». [21]
El libro El imperialismo: Un estudio que en 1902, motivado por los sucesos de la guerra hispano-cubano-norteamericana (1898) y la de Sudáfrica (1898-1902), escribiera quién a la postre se integraría al Partido Laborista, John Atkinson Hobson, ejerció una poderosa influencia sobre la obra de Lenin (El imperialismo, fase superior del capitalismo, publicada en 1916), por señalar los rasgos monopólicos y el carácter eminentemente parasitario de la burguesía que distinguen al capitalismo en su «nueva etapa». Sin embargo, el revolucionario bolchevique repudia el análisis de éste en términos del subconsumo, y ello, en parte, por su muy particular forma de entender el problema de la realización del producto excedente, en mucho impactada por dos de los, en su momento, más influyentes marxistas legales rusos (Tugán-Baranovski y Bulgákov), y por su desconocimiento de los manuscritos de Marx que dieron lugar a los Grundrisse y a las Teorías sobre la plusvalía (pues fueron editados casi una década después de su muerte). Lenin, por otro lado, insistirá en la cada vez mayor concentración del capital y la fortaleza de los cárteles en su cometido de apropiarse los recursos del mundo y asegurar la explotación de las naciones oprimidas (en ello es más influenciado por la obra publicada por Hilferding en 1910, El capital financiero). La especialización manufacturera-industrial dirigida hacia el mercado externo es consecuencia no sólo de una caída de la renta per cápita al interior de la economía, sino que por este motivo el bajo nivel de consumo o subconsumo impele a la búsqueda y control de los mercados exteriores, con lo cual el imperialismo, en la línea inaugurada por Hobson, no es consecuencia de la expansión del capitalismo, sino una distorsión del mismo, provocada por una omnipotente minoría oligárquica. A diferencia de los enfoques más influenciados por este último, Lenin sostendrá que el imperialismo se caracteriza por la exportación de capitales y no solamente de mercancías. Elemento determinante en la caracterización leninista del imperialismo será el surgimiento de su etapa monopolista, «durante la cual el capital financiero (la fusión de intereses bancarios e industriales) está en ascenso, el capitalismo se convierte en imperialismo capitalista». [22]
Dentro de los enfoques marxistas del imperialismo, Rosa Luxemburgo será quién desarrolle una interpretación en la que éste halla, en el problema del subconsumo, si no su raíz, sí cuando menos algunos de sus puntales. La interpretación de Luxemburgo se ubica en la línea de crítica al debate que, sobre la desproporcionalidad y la capacidad o no del capitalismo de desarrollarse auto sostenidamente, se había iniciado, en la línea del armonicismo económico, por parte de Tugan-Baranovsky, Bauer, Hilferding, entre otros. Los aportes de la marxista polaca se van a mover en dos niveles, en primer lugar, en el ámbito de discusión de los esquemas de re-producción planteando la necesidad de existencia de un tercer sector (además del productor de bienes de producción y del productor de bienes de consumo) que registre las operaciones de comercio entre las esferas capitalistas y las no capitalistas, y permita al sistema asegurar su re-producción ampliada. En ese plano, el imperialismo surge, precisamente, cuando las naciones capitalistas se disputan el dominio de los espacios no capitalistas que ocupan un importantísimo papel en tanto fuentes de demanda efectiva. En segundo lugar, su análisis va a plantear que, con base en lo anterior, la tendencia a la crisis del sistema no se reduce al ámbito económico, sino que el desbocamiento de la competencia intercapitalista por las áreas no capitalistas, da lugar a crisis mundiales, armamentismo, guerras, revoluciones. Como resultado necesario e inevitable del proceso de despliegue ampliado del capitalismo dichas tendencias objetivas encaminan al sistema hacia su derrumbe. La dificultad insalvable del argumento de Luxemburgo consiste en que para funcionar como ese tercer sector, y ser fuente de demanda efectiva, las sociedades tradicionales no capitalistas, o si se prefiere, los países del «Tercer Mundo» tendrían que comprar continuamente más de lo que venden, y si ésa fuera su función, la pregunta a responder es, ¿de dónde surgiría o cual sería la fuente de dicho «ingreso excedente»?.[23]
A mediados del siglo pasado la obra de Paul Baran y Paul Sweezy, según el argumento de Shaikh, efectúa una recuperación de los argumentos subconsumistas, y puede encasillarse en dicha línea de análisis. Si bien es cierto que, en el caso de Baran, es significativa la impronta infraconsumista en sus aportes teóricos (la cual, incluso, puede ser rastreada no sólo en su ya clásica obra de 1957 La economía política del crecimiento [24] sino en su breve texto Reflexiones sobre el subconsumo [25]), no puede dejar de mencionarse la influencia directa que éste parece haber recibido desde la escuela de Francfort, por la vía de Friedrich Pollock, de quien fue ayudante de investigación en 1931 [26], y que puede ser ubicada en, al menos, dos planos: en primer lugar, en el énfasis que a lo largo de su obra efectúa sobre el carácter irracional del desarrollo capitalista (y su racionalización por vía del socialismo) y en segundo lugar, a través de una muy ortodoxa distinción entre trabajo productivo e improductivo, en el acento que coloca en la lógica del desperdicio o despilfarro del excedente económico, que ocurre por múltiples vías, de entre las más importantes, el incipiente desarrollo del complejo militar-industrial y el desarrollo de la «industria cultural». Además de estos dos poderosos influjos, en el pensamiento de Baran puede ubicarse la recuperación de las temáticas acerca de la capacidad sin utilizar y el estancamiento del capitalismo norteamericano, muy en la línea de los trabajos de Steindl. [27]
Shaikh adjudica el calificativo subconsumista a los fundadores de la Monthly Review en razón de que, tanto en el pionero trabajo de Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista, publicado en 1942, como en el que más de dos décadas después, Baran escribiera junto a él (El capital monopolista, 1966), se mantienen dichas premisas. En el primer libro a que se hace referencia, por el hecho de que es la demanda de bienes de consumo la que regula el nivel y dinamismo de la producción total. La «brecha de consumo» de los obreros es incapaz de cubrir la oferta de bienes de ese sector y no es compensada por un aumento de consumo de este tipo de bienes por parte de los capitalistas debido a la tendencia del sistema a hacer proclives a estos últimos a invertir proporcionalmente más de sus ganancias en bienes de inversión (máquinas, aumento de la capacidad productiva, reforzamiento del monopolio, etc.) que en consumos suntuarios. Dicha propensión provocaría estancamiento o crisis, o ambos. En la otra obra, aunque más sofisticado, al no limitarse a los problemas de demanda de consumo, se sigue manteniendo el argumento: la ampliación de la capacidad productiva total es mayor que el incremento en la demanda efectiva que se genera internamente, lo cual sólo podrá ser compensado por varios tipos de factores, tales como las innovaciones técnicas o científicas, la expansión y las guerras imperialistas, la publicidad, las políticas del gobierno, el keynesianismo militar, etc. Cada uno de estos elementos buscarían contener la tendencia del sistema a sobreampliar la capacidad productiva total y generar los «problemas de realización» del valor, que en dichos autores figuran como problemas de demanda efectiva, o de incapacidad manifiesta del sistema para absorber el «excedente potencial».
La inclinación de estos enfoques hacia los temas relacionados con un consumo insuficiente deriva de la condición explicativa que le otorgan a los problemas de desproporcionalidad en los sectores de la producción, colocándolos como punto neurálgico en la explicación de las leyes de desarrollo del capitalismo y su proclividad para precipitarse hacia la crisis económica. Sin embargo, lo primero que habría que advertir en dichas posturas, es el hecho de que se le está exigiendo a los contenidos problemáticos abordados por Marx en los «esquemas de re-producción del capital» (Sección 3a. del Tomo II de El Capital), una respuesta para la cual no han sido elaborados.
Los esquemas de re-producción apuntan al hecho de señalar que para que se cumpla la re-producción del capital social en su conjunto, el ‘capitalista total’, la sociedad en su conjunto debe disponer no sólo de un fondo de valores (que le permitan asegurar la formación de valor y plusvalor), sino «encontrar esos valores en una forma de uso determinada» [28]. Su ámbito de teorización no se circunscribe sino a demostrar que aunque funcionando bajo la anarquía «pura» del mercado «también es posible lograr equilibrios periódicos bajo el capitalismo» [29]. Esto no significa que, por ese hecho, el sistema capitalista mundial se halle garantizado a perpetuidad, como trataron de colegir de ello, las distintas variantes del armonicismo económico, en especial, los teóricos austromarxistas. Por el contrario, los ámbitos en los cuales se registra el estallido de la crisis capitalista (o como dice Marx el «por qué su forma abstracta, la forma de su posibilidad, se convierte de posibilidad en realidad» [30]), son más amplios que la mera cuestión del equilibrio (entre las diversas ramas de la industria), y residen, si a la cuestión de la circulación del capital y la riqueza social nos referimos, en una desproporcionalidad mucho más reveladora y que estalla periódicamente en términos de la contradicción de un orden social que funciona bajo el esquema del despliegue del valor de cambio que subsume e integra a su lógica todo aquello que se reproduce en términos del valor de uso (contradicción entre la valorización del capital y la re-producción social-natural). Esta antítesis entre valor de uso y valor de cambio, como afirma Rosdolsky «penetra todo el sistema de la economía burguesa» [31]. De ahí la insistencia de este último en la necesidad de considerar los señalamientos que emanan de los esquemas de re-producción relacionándolos con la ley de la creciente composición orgánica del capital, con el incremento de la tasa de plusvalor y de la propia tasa de acumulación, esto es, el incremento en la acumulación del plusvalor recién creado con respecto a años anteriores (que justamente, por razones metodológicas, Marx omite considerar en dicho espacio), para recuperar con justeza sus aportes y señalar sus límites. [32]
Volviendo al argumento de Rosa Luxemburgo habría que decir que, si bien es cierto –como ha sido señalado por Bolívar Echeverría– que en él hay una aguda y pertinente insistencia en señalar la necesidad que tiene la re-producción de la riqueza-capital de «contar orgánicamente con un ambiente o un medium esencialmente diferente de sí misma, es decir, con la existencia de otros procesos de reproducción de la riqueza social: procesos que siendo mercantiles, no sean sin embargo capitalistas» [33]; su error, no obstante, reside en reducir «a los términos de la geografía imperialista» [34] las potencialidades de su insistencia en hacer ingresar el ámbito no capitalista en la reproducción del capitalismo, sin complejizar sus alcances. En primer lugar, incluyendo también la dinámica de funcionamiento de la extracción y realización del plusvalor extraordinario, lo que le permitiría «no sólo [...] trazar una imagen conceptual completa del desdoblamiento bipolar, centro–periferia, del capitalismo como orden económico planetario, sino además analizar cómo la clase de los capitalistas se divide en su interior en el proceso de producción/circulación del plusvalor y cómo lo que la divide hacia adentro la cohesiona hacia afuera, frente a la reproducción de la clase de los trabajadores» [35]. En segundo lugar, y como un elemento de igual importancia, aunque descuidado en el planteo luxemburguiano, extraer todas las consecuencias que derivan de considerar no sólo la existencia del ámbito no capitalista como diferente o hasta diametralmente opuesto al ámbito de re-producción de la riqueza-capital sino haciéndolo a partir de destacar «la importancia esencial que lo no-capitalista tiene para la reproducción de lo capitalista». [36]
En tal sentido, la circulación de la riqueza social, por medio de la cual el sujeto colectivo efectúa el cruce entre su sistema de capacidades y necesidades, es el espacio-tiempo en el cual la reproducción de la riqueza capitalista (que gira alrededor de la búsqueda de la ganancia y la valorización del valor) encuentra, somete y refuncionaliza otras formas de reproducción social-natural (que tienen por base la lógica del valor de uso), de las cuales la pre-capitalista es una de ellas, pero no la única. Por tal motivo, ahí no se agota el concepto (como cree Luxemburgo), sino que es posible reorientarlo a fin de distinguir como lo fundamental no la polaridad ámbito capitalista/ámbito pre-capitalista, sino con mayor radicalidad la polaridad ámbito de la riqueza-capital/ ámbito del trabajo o no capitalista.
Procediendo de tal modo (que es en lo que consiste la re-formulación de los esquemas por parte de Bolívar Echeverría) se destaca la naturaleza contradictoria de la reproducción capitalista que, para funcionar adecuadamente y sobre el principio de la ganancia, requiere no sólo garantizar una proporcionalidad o equilibrio entre los sectores de la producción, sino de manera más importante, someter en su condición de subordinada la reproducción de la riqueza de los trabajadores, haciendo figurar a ésta como el «reducto amortiguador» de los posibles desequilibrios a que se enfrenta (en el marco de sus crisis) la reproducción del capital. De tal modo, a través del consumo de los medios de subsistencia que le restauran su corporeidad al sujeto obrero, los trabajadores «producen o pseudoproducen una determinada mercancía, la fuerza de trabajo, la misma que, en la esfera circulatoria, expresa su valor como valor de cambio (salario)» [37], trátase en este caso de un proceso que se mueve por fuera del ámbito capitalista, de una operación mercantil simple, pues en ella no media (a pesar de «depender de su conexión funcional con la reproducción de la riqueza-capital» [38]) ni producción, ni realización de plusvalor sino re-producción de la vida material. A través de desarrollar dicho concepto luxemburguiano (ámbito no capitalista), Bolívar Echeverría procede a reconocer críticamente el error en los esquemas «en la identificación de la reproducción del valor de la fuerza de trabajo con la reproducción del capital variable» [39], elemento éste en el que ni siquiera Rosdolsky se detuvo a considerar en toda su profundidad. Observando el proceso desde este ángulo puede apreciarse que la reproducción del capital se mueve en el marco de una desproporcionalidad sí, pero con respecto al ámbito de producción de la mercancía fuerza de trabajo. Sin embargo, este «reducto amortiguador» de las crisis (a través de exigir una remuneración de la mercancía fuerza de trabajo por debajo del valor de los medios que garantizan su subsistencia: no sólo explotación sino, incluso, sobre-explotación) no le es suficiente al capital, éste requiere, para equilibrar su funcionamiento, someter, subsumir, desequilibrar otras formas sociales con las cuales convive conflictivamente, a fin de apropiarse de la mayor cantidad posible de átomos de valor: las formas de producción de valores pre-capitalistas, las que funcionan sobre la base de intercambios simples o en reciprocidad, la apropiación de riqueza por dominio y, de manera muy importante, la creación artificial de un pseudosector productor de «medios de producción naturales –de materialidad basta como la de un territorio o sutil como la de una fórmula química– descubiertos, conquistados y monopolizados» [40], o si deseamos ser más exhaustivos, apropiados, pirateados, patentados, a través, del suficientemente documentado por Polanyi [41], proceso de conversión de la tierra en «mercancía ficticia» y de la apropiación de su «valor ecológico» [42], con lo cual tenemos una imagen más adecuada del proceso de dominación-explotación-apropiación que está en la base de la re-producción y crisis del capitalismo.

Los problemas de la crisis capitalista no se reducen a la cuestión del equilibrio, así como tampoco los problemas de la realización del plusvalor se agotan ni en la cuestión del subconsumo ni menos, como toda una vertiente (por lo demás, la dominante) de la socialdemocracia europea lo sostuvo, a las cuestiones de la desproporcionalidad de los sectores productivos. En cuanto a esto último, por el contrario, como afirma Rosdolsky «los esquemas de la re-producción y el análisis del Tomo II de
 El Capital no pueden brindar de ninguna manera y por sí solos, el ‘total esclarecimiento’ del problema de la realización, sino solamente en conexión con la teoría marxiana de las crisis y el derrumbe». [43]


[*] Nota del Consejo de Redacción: el texto que presentamos a nuestros lectores se corresponde con la primera parte de un único artículo que por cuestiones de espacio ha sido fragmentado en tres. En números sucesivos apareceran las siguientes partes hasta completarlo.
[1] Investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, y profesor de la Facultad de Economía de la UNAM. Autor de Globalización, totalidad e historia. Ensayos de interpretación crítica (Buenos Aires, CEIICH – UNAM – Ediciones Herramienta, diciembre de 2003), de América Latina en la conformación de la economía-mundo capitalista (México, CEIICH – UNAM, octubre de 2005, reimpresión enero de 2006), ensayo por el cual obtuvo Mención especial en el concurso internacional de ensayos organizado por CLACSO «Los legados teóricos de las ciencias sociales en América Latina». Es compilador de Reestructuración de la universidad y del conocimiento (México, CEIICH – UNAM, enero de 2007).
[2] Sweezy, Paul M., The Present as History: Essays and Reviews on Capitalism and Socialism, New York: Monthly Review Press, 1953 (El presente como historia: ensayos sobre capitalismo y socialismo, Tecnos, Madrid, 1968).
[3] Lukács, Georg, Geschichte und Klassenbewsstein über Marxistische Dialektik, Berlin: Der Malik Verlag, 1923 (México, Grijalbo, 1969, Traducción de Manuel Sacristán).
[4] Korsch, Karl, Marxismo y filosofía, Barcelona, Ariel, 1978.
[5] Lukács, Georg, Historia y consciencia de clase, México, Grijalbo, 1969, pág. XLV.
[6] Acerca de la utilización de esta representación cartográfíca de las fuerzas que disputan la regulación o emancipación del sistema, véase Santos, Boaventura de. Una epistemología del Sur. La reinvención del conocimiento y la emancipación social, de próxima aparición.
[7] Korsch, Karl, et. al. ¿Derrumbe del capitalismo o sujeto revolucionario?, México, Siglo XXI, 1979, pág. 94.
[8] René Zavaleta define a los «momentos constitutivos» como aquellos que fundan el modo de ser de una sociedad por un largo período, ciertos acontecimientos profundos, ciertos procesos indefectibles, incluso ciertas instancias de psicología común, que tienden a sobrevivir «como una suerte de inconsciente o fondo de esa sociedad». René Zavaleta. Lo nacional-popular en Bolivia, México Siglo XXI, 1985, pág. 45. Más adelante este autor precisa su definición y señala que en dichos períodos «se requiere algo que tenga la fuerza necesaria para interpelar a todo el pueblo o al menos a las zonas estratégicas de él porque ha de producirse un relevo de creencias, una sustitución universal de lealtades, en fin un nuevo horizonte de visibilidad del mundo. Si se otorga una función simbólica tan integral a este momento es porque de aquí se deriva o aquí se funda el ‘cemento’ social, que es la ideología de la sociedad. Se trata de uno de los hechos sociales más persistentes, a tal punto que se podría decir que la ideología constitutiva suele atravesar los propios modos de producción y las épocas». Ibid. pág. 75.
[9] Ibid. pág. 21.
[10] Amin, Samir. Más allá del capitalismo senil. Por un siglo XXI no norteamericano, Buenos Aires, Paidós, 2003. En especial Capítulo 1. «La economía política del siglo XX», págs. 17 – 39.
[11] Lukács, Georg. Historia y consciencia de clase, México, Grijalbo, 1969, pág. XXII.
[12] Arrighi, Giovanni. A ilusão do desenvolvimento, Petrópolis: Editora Vozes, 1998, pág. 287–288. Traducción nuestra.
[13] Jameson, Fredric. Una modernidad singular. Ensayo sobre la ontología del presente. Barcelona, Gedisa, 2004, pág. 16.
[14] Ibid. pág. 72.
[15] Shaikh, Anwar. «Introducción a la historia de las teorías de la crisis» en Investigación económica, núm. 145, julio – septiembre de 1978.
[16] Ibid. pág. 109.
[17] Ibid. pág. 110.
[18] Ibid.
[19] Ibid. págs. 110 – 111.
[20] Diferente es la apreciación de Meghnad Desai, quien afirma: «Luxemburg, muchas veces caracterizada erróneamente como subconsumista». Meghnad Desai. «Subconsumo» en T. B. Bottomore, et. al. Diccionario del pensamiento marxista, Madrid, Taurus, 1984, pág. 732.
[21] Shaikh, Anwar, «Introducción...» Op. cit.,, pág. 124.
[22] Harry Magdoff. Ensayos sobre el imperialismo. Historia y teoría, México, Nuestro tiempo, 1977, pág. 164.
[23] Shaikh, Anwar, «Introducción...» Op. cit., pág. 131.
[24] Paul A. Baran. La economía política del crecimiento, México, FCE, 1967.
[25] Paul A. Baran. «Reflexiones sobre el subconsumo»en El trimestre económico, Vol. XXVI, núm. 3, julio – septiembre de 1959, págs. 422 – 434
[26]Véase Harry Cleaver. Una Lectura Política de El Capital, en especial la Introducción, México, FCE, 1985
[27] Véase Josef Steindl. Madurez y estancamiento en el capitalismo norteamericano, México, Siglo XXI, 1979, edición original de 1952.
[28] Roman Rosdolsky. Génesis y estructura de El capital de Marx (estudios sobre los Grundrisse), México, Siglo XXI, 1978, pág. 500 y supra.
[29] Mandel, Ernest. El capitalismo tardío, México, Era, 1979, pág. 31.
[30]K. Marx, Teorías sobre la plusvalía, 3 vols. México, FCE, 1980, vol. 1, pág. 474.
[31] Roman Rosdolsky. Génesis y estructura... Op. cit., pág. 500.
[32] Ibid. págs. 523 – 525.
[33] Bolívar Echeverría. Circulación capitalista y reproducción de la riqueza social, Bogotá, Facultad de Economía – Posgrado-Editores Unidos Nariz del Diablo, 1994, pág. 69.
[34] Ibid.
[35] Ibid. pág. 69.
[36] Ibid. pág. 80.
[37] Ibid pág. 80.
[38] Ibid.
[39] Ibid.
[40] Ibid. pág. 44.
[41] Véase Karl Polanyi. La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, México, FCE, 2003, 2a. edición.
[42] Véase Enrique Dussel, «Hacia una etica de la liberacion ecologica» en Economía informa, Núm. 219, julio de 1993, págs. 55-59.
[43] Roman Rosdolsky. Génesis y estructura... Op. cit., 530.


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