Legrandsoir.info
Traducido para Rebelión por Susana Merino
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La amplitud del control que se opone
al término "desmundialización" o "desglobalización"
proporciona la justa medida de su lado intolerable para todos aquellos que,
desde hace décadas, se ufanaban de la maravilla de la globalización, aunque los
hechos acumularan, día tras día, síntomas de su fracaso. Es posible juzgarlo
por la proliferación de burlas: absurda, irrealista, reaccionaria, subalterna,
acusada de propagar una ilusión demagógica, un concepto superficial y
simplista, una fábula, un tema provocador, de alentar un retroceso nacional que
solo puede conducir al modelo de Corea del Norte. No se ha ahorrado nada.
La movilización de los think tanks y de los políticos emergentes en el “Círculo de la razón” no puede menos que asombrar. Cumplen con su papel para que la alternancia se mantenga en alternancia y, sobre todo, que no se transforme en alternativa. Las fuerzas que participan de ese Círculo, como un disco rayado, repiten circularmente, a pesar de las evidencias, las ventajas de la globalización. Por el contrario, uno no puede dejar de sorprenderse de que otros, en nombre de la ideología altermundista, cuyo balance luego de diez años tiende a desvanecerse, por miedo a perder lo poco que les queda de sus “fondos de comercio”, juntan sus voces a las de los primeros con bastante mala fe. Pero el debate no se halla ya confinado a la izquierda de la izquierda puesto que ha sido invitado a la pugna presidencial. Lo que es normal por cuanto implica el necesario análisis de los últimos treinta años. Querer sofocar ese debate sería un gran error político. Sería ocultar la riqueza potencial inherente a todo debate sobre una salida ordenada del túnel de la austeridad fabricado a golpes de deflación salarial, de deslocalizaciones, de la invención de “limitaciones externas” buscadas por nuestras élites y cimentadas sobre una antedicha racionalidad superior de esencia mundial, de construcción europea a partir de la importación de las formas más exacerbadas de la globalización, a menudo bajo el pretexto de resistir y considerándose incapaz de proteger, de promover al sector social o de controlar las finanzas.
Es lo de lo que se trata actualmente, retomar y profundizar la oposición a la bifurcación planteada en 1983 que sacrificó los adelantos sociales en aras de la construcción europea. Magnífico debate cuyo desafío no se centraba ni sobre personas ni sobre puestos y que ha sido relanzado hoy en día por las crisis de 2008 y su actual contragolpe alimentado por las deudas soberanas, la incertidumbre sobre el euro y las preguntas sobre las formas de imaginar la construcción europea. Y si la desmundialización interpela fuertemente a Europa, es porque esta región del mundo se ha convertido en un concentrado –un laboratorio– de la desglobalización, y en lugar de ser apacible concentra todos sus excesos. No hay lugar para el asombro. Es en ese espacio donde se ha desarrollado más el comercio de cercanías. En el que la interdependencia es mayor, en el que se han transferido fragmentos íntegros de la soberanía nacional, en el que una gran parte de los países decidieron adoptar una misma moneda y un Banco Central independiente de los gobiernos y finalmente en el que se han acumulado numerosos instrumentos de configuración económica (Acta única, Tratado de Maastrich, Pacto de Estabilidad,etc.) para encorsetarlos finalmente en el Tratado de Lisboa. Al ampliarse a 27 países, Europa modificó brutalmente las condiciones de competencia, importó también brutalmente la diversidad de la globalización y se marginó de la posibilidad de asegurar la menor protección de los pueblos sobre los que planea la sombra de la austeridad.
Es por todo eso que los debates que suscita el tema de la desmundialización son esenciales. Están simplemente relacionados con las condiciones necesarias para llegar a una ruptura con el neoliberalismo globalizado de los últimos treinta años que como una aplanadora destruye todo a su paso. Porque, ¿es posible soportar durante más tiempo la estrategia deliberadamente establecida por el capital de instalar trabajos precarios y no protegidos y huir de quién había impuesto la “coacción” de las conquistas sociales? Todo se intentó con las consecuencias conocidas, desde las deslocalizaciones masivas hasta la organización de flujos migratorios, pasando por la libre circulación de los capitales especulativos y desestabilizadores, el generalizado libre comercio de las mercaderías, la deflación salarial y su corolario con el endeudamiento de los hogares, la sumisión a las señales de los mercados, de preferencia internacionales. De este debate surgen con fuerza algunas cuestiones centrales cuya riqueza se querría sofocar.
- Nos explican que es necesario ser pacientes y que nuestros males procederían de una situación de entre dos en las que estaríamos inmersos. El Estado-Nación se halla herido, pero aún respira mientras que la economía mundial no habría llegado aún a establecerse y estaría haciendo esfuerzos para dotarse de un gobierno global (o europeo). De modo que acumularíamos los defectos de la erosión de las fronteras sin estar aún en condiciones de beneficiarnos de las ventajas de haberlas superado. Esta “transición” que se viene desarrollando desde hace treinta años por el momento solo ha alumbrado crisis y cada vez se encuentra menos en condiciones de probar que la expansión del neoliberalismo a escala mundial sería salvadora. La expectativa de un gobierno mundial para resolver los problemas engendrados por su búsqueda corre el riesgo de hundirse. Y es evidentemente insoportable para los pueblos. Salir de este carril proponiendo una verdadera opción, significa para todos los países entrar en un proceso de desmundialización. ¿Es necesario esperar que esto cambie en Europa o en el mundo para que cambie entre nosotros? O en todo caso, ¿es necesario emprender la acción de modo unilateral considerando su aspecto conflictivo y prepararse para ello? No olvidemos que la Europa que se ha construido ha servido siempre de ganga viscosa destinada a reducir la amplitud de la oscilación de la balanza de las alternancias y jugar así el papel de Santa Alianza, reemplazando al Muro de dinero de los años 20. De modo que rechazar la antimundialización, vendría a subordinar todo cambio en Francia a eventuales e improbables evoluciones europeas y mundiales. Este planteo conduce a abordar la inevitable cuestión del ejercicio de la soberanía, es decir de la necesaria superposición entre el perímetro donde se practica la democracia y el del dominio de la regulación de los flujos económicos y financieros. Se impone el marco nacional. ¿Por qué la “relocalización” en la región sería el límite aceptable, deseada la Europa federal y la soberanía nacional vilipendiada? ¿Por qué el odio al Estado-Nación que habría que atenazar por arriba y por abajo?. La izquierdas latinoamericanas han demostrado que el marco nacional pude permitir sustanciales avances sociales, como una mancha de aceite y hacer posible la cooperación.
- La sumisión tiene una racionalidad considerada superior porque es mundial, lo que nuestras élites llaman el “condicionamiento exterior”. Que no es otra cosa que la consecuencia de lo que fue querido y buscado. La mundialización que cae sobre nuestras cabezas es la que se difundió a golpes de desregulaciones, de libre comercio furioso, de privatizaciones, de deslocalizaciones, de circulación descontrolada de capitales y mercancías, de financiarización, de endeudamiento de los pueblos y de los Estados. Choca con las conquistas sociales históricamente logradas que se convierten así para nuestros globalizadores en “condicionamientos internos” que ponen frenos a sus objetivos y de los que por lo tanto deben desembarazarse para responder a las órdenes de los mercados. La competencia internacional se convierte en el arma de lo antisocial y devasta territorios. El mérito del debate sobre la desmundialización es mostrar los lógicos enfrentamientos de las lógicas de las dos condicionantes, una fabricada para luchar mejor con la otra e identificar a los ganadores (los factores móviles: capital y finanzas, grandes empresas, mafias) y a los perdedores (los factores fijos: pueblos y territorios).
- La consecuencias en las políticas económicas que se deben adoptar se ubican en el corazón del debate. El aumento del pedido de protección concierne prioritariamente al conjunto de las conquistas sociales archivadas durante los Treinta Gloriosos, agregadas las del capital nacional maltratado por la competencia salvaje. Un período que conoció las protecciones tarifarias, algunos controles de cambio, innumerables devaluaciones que no significaron repliegue nacional, cierre o adopción de un modelo norcoreano. Crecimiento, elevación del nivel de vida, pleno empleo estuvieron bien en el centro de lo que se nos querría hacer ver hoy en día como un horror “nacional-proteccionista” La crisis actual convoca el regreso del Estado como principal actor económico. No existe protección posible si no se le confía un papel acrecentado, tanto en cuanto al perímetro de sus intervenciones como de la naturaleza de las mismas. En fin, ¿es necesario volver a satisfacer las necesidades del mercado interno o a la errática deriva del mercado mundial? ¿Adonde se ubican las fuentes del crecimiento de nuestro país? ¿En nuestro territorio o en la exportación? Un país puede intentarlo pero si todos lo hacen al mismo tiempo las ventajas desaparecen. Fue esta estrategia que no se puede generalizar la que se propuso a los países del tercer mundo en los años 70 y provocó las crisis de la deuda y las políticas de austeridad que sobrevinieron.
- Se argumentará que existe una forma de globalización deseable, la de los intercambios culturales, el turismo, el conocimiento, los saberes, la cooperación entre los pueblos, la de todo lo que hace a la densidad de la vida internacional o de un espacio público de ese nivel en construcción. Pero no la mezclemos con lo que es el objeto de nuestro actual debate, el necesario bloqueo de la expansión del neoliberalismo a escala mundial. No matemos a los mensajeros que nos traen la mala nueva, miremos en cambio los diferentes signos que atestiguan los límites de la actual fase, comenzando por el anuncio realizado por la CNUCED sobre una reducción del 8% en el comercio mundial en el primer trimestre de 2011.
La movilización de los think tanks y de los políticos emergentes en el “Círculo de la razón” no puede menos que asombrar. Cumplen con su papel para que la alternancia se mantenga en alternancia y, sobre todo, que no se transforme en alternativa. Las fuerzas que participan de ese Círculo, como un disco rayado, repiten circularmente, a pesar de las evidencias, las ventajas de la globalización. Por el contrario, uno no puede dejar de sorprenderse de que otros, en nombre de la ideología altermundista, cuyo balance luego de diez años tiende a desvanecerse, por miedo a perder lo poco que les queda de sus “fondos de comercio”, juntan sus voces a las de los primeros con bastante mala fe. Pero el debate no se halla ya confinado a la izquierda de la izquierda puesto que ha sido invitado a la pugna presidencial. Lo que es normal por cuanto implica el necesario análisis de los últimos treinta años. Querer sofocar ese debate sería un gran error político. Sería ocultar la riqueza potencial inherente a todo debate sobre una salida ordenada del túnel de la austeridad fabricado a golpes de deflación salarial, de deslocalizaciones, de la invención de “limitaciones externas” buscadas por nuestras élites y cimentadas sobre una antedicha racionalidad superior de esencia mundial, de construcción europea a partir de la importación de las formas más exacerbadas de la globalización, a menudo bajo el pretexto de resistir y considerándose incapaz de proteger, de promover al sector social o de controlar las finanzas.
Es lo de lo que se trata actualmente, retomar y profundizar la oposición a la bifurcación planteada en 1983 que sacrificó los adelantos sociales en aras de la construcción europea. Magnífico debate cuyo desafío no se centraba ni sobre personas ni sobre puestos y que ha sido relanzado hoy en día por las crisis de 2008 y su actual contragolpe alimentado por las deudas soberanas, la incertidumbre sobre el euro y las preguntas sobre las formas de imaginar la construcción europea. Y si la desmundialización interpela fuertemente a Europa, es porque esta región del mundo se ha convertido en un concentrado –un laboratorio– de la desglobalización, y en lugar de ser apacible concentra todos sus excesos. No hay lugar para el asombro. Es en ese espacio donde se ha desarrollado más el comercio de cercanías. En el que la interdependencia es mayor, en el que se han transferido fragmentos íntegros de la soberanía nacional, en el que una gran parte de los países decidieron adoptar una misma moneda y un Banco Central independiente de los gobiernos y finalmente en el que se han acumulado numerosos instrumentos de configuración económica (Acta única, Tratado de Maastrich, Pacto de Estabilidad,etc.) para encorsetarlos finalmente en el Tratado de Lisboa. Al ampliarse a 27 países, Europa modificó brutalmente las condiciones de competencia, importó también brutalmente la diversidad de la globalización y se marginó de la posibilidad de asegurar la menor protección de los pueblos sobre los que planea la sombra de la austeridad.
Es por todo eso que los debates que suscita el tema de la desmundialización son esenciales. Están simplemente relacionados con las condiciones necesarias para llegar a una ruptura con el neoliberalismo globalizado de los últimos treinta años que como una aplanadora destruye todo a su paso. Porque, ¿es posible soportar durante más tiempo la estrategia deliberadamente establecida por el capital de instalar trabajos precarios y no protegidos y huir de quién había impuesto la “coacción” de las conquistas sociales? Todo se intentó con las consecuencias conocidas, desde las deslocalizaciones masivas hasta la organización de flujos migratorios, pasando por la libre circulación de los capitales especulativos y desestabilizadores, el generalizado libre comercio de las mercaderías, la deflación salarial y su corolario con el endeudamiento de los hogares, la sumisión a las señales de los mercados, de preferencia internacionales. De este debate surgen con fuerza algunas cuestiones centrales cuya riqueza se querría sofocar.
- Nos explican que es necesario ser pacientes y que nuestros males procederían de una situación de entre dos en las que estaríamos inmersos. El Estado-Nación se halla herido, pero aún respira mientras que la economía mundial no habría llegado aún a establecerse y estaría haciendo esfuerzos para dotarse de un gobierno global (o europeo). De modo que acumularíamos los defectos de la erosión de las fronteras sin estar aún en condiciones de beneficiarnos de las ventajas de haberlas superado. Esta “transición” que se viene desarrollando desde hace treinta años por el momento solo ha alumbrado crisis y cada vez se encuentra menos en condiciones de probar que la expansión del neoliberalismo a escala mundial sería salvadora. La expectativa de un gobierno mundial para resolver los problemas engendrados por su búsqueda corre el riesgo de hundirse. Y es evidentemente insoportable para los pueblos. Salir de este carril proponiendo una verdadera opción, significa para todos los países entrar en un proceso de desmundialización. ¿Es necesario esperar que esto cambie en Europa o en el mundo para que cambie entre nosotros? O en todo caso, ¿es necesario emprender la acción de modo unilateral considerando su aspecto conflictivo y prepararse para ello? No olvidemos que la Europa que se ha construido ha servido siempre de ganga viscosa destinada a reducir la amplitud de la oscilación de la balanza de las alternancias y jugar así el papel de Santa Alianza, reemplazando al Muro de dinero de los años 20. De modo que rechazar la antimundialización, vendría a subordinar todo cambio en Francia a eventuales e improbables evoluciones europeas y mundiales. Este planteo conduce a abordar la inevitable cuestión del ejercicio de la soberanía, es decir de la necesaria superposición entre el perímetro donde se practica la democracia y el del dominio de la regulación de los flujos económicos y financieros. Se impone el marco nacional. ¿Por qué la “relocalización” en la región sería el límite aceptable, deseada la Europa federal y la soberanía nacional vilipendiada? ¿Por qué el odio al Estado-Nación que habría que atenazar por arriba y por abajo?. La izquierdas latinoamericanas han demostrado que el marco nacional pude permitir sustanciales avances sociales, como una mancha de aceite y hacer posible la cooperación.
- La sumisión tiene una racionalidad considerada superior porque es mundial, lo que nuestras élites llaman el “condicionamiento exterior”. Que no es otra cosa que la consecuencia de lo que fue querido y buscado. La mundialización que cae sobre nuestras cabezas es la que se difundió a golpes de desregulaciones, de libre comercio furioso, de privatizaciones, de deslocalizaciones, de circulación descontrolada de capitales y mercancías, de financiarización, de endeudamiento de los pueblos y de los Estados. Choca con las conquistas sociales históricamente logradas que se convierten así para nuestros globalizadores en “condicionamientos internos” que ponen frenos a sus objetivos y de los que por lo tanto deben desembarazarse para responder a las órdenes de los mercados. La competencia internacional se convierte en el arma de lo antisocial y devasta territorios. El mérito del debate sobre la desmundialización es mostrar los lógicos enfrentamientos de las lógicas de las dos condicionantes, una fabricada para luchar mejor con la otra e identificar a los ganadores (los factores móviles: capital y finanzas, grandes empresas, mafias) y a los perdedores (los factores fijos: pueblos y territorios).
- La consecuencias en las políticas económicas que se deben adoptar se ubican en el corazón del debate. El aumento del pedido de protección concierne prioritariamente al conjunto de las conquistas sociales archivadas durante los Treinta Gloriosos, agregadas las del capital nacional maltratado por la competencia salvaje. Un período que conoció las protecciones tarifarias, algunos controles de cambio, innumerables devaluaciones que no significaron repliegue nacional, cierre o adopción de un modelo norcoreano. Crecimiento, elevación del nivel de vida, pleno empleo estuvieron bien en el centro de lo que se nos querría hacer ver hoy en día como un horror “nacional-proteccionista” La crisis actual convoca el regreso del Estado como principal actor económico. No existe protección posible si no se le confía un papel acrecentado, tanto en cuanto al perímetro de sus intervenciones como de la naturaleza de las mismas. En fin, ¿es necesario volver a satisfacer las necesidades del mercado interno o a la errática deriva del mercado mundial? ¿Adonde se ubican las fuentes del crecimiento de nuestro país? ¿En nuestro territorio o en la exportación? Un país puede intentarlo pero si todos lo hacen al mismo tiempo las ventajas desaparecen. Fue esta estrategia que no se puede generalizar la que se propuso a los países del tercer mundo en los años 70 y provocó las crisis de la deuda y las políticas de austeridad que sobrevinieron.
- Se argumentará que existe una forma de globalización deseable, la de los intercambios culturales, el turismo, el conocimiento, los saberes, la cooperación entre los pueblos, la de todo lo que hace a la densidad de la vida internacional o de un espacio público de ese nivel en construcción. Pero no la mezclemos con lo que es el objeto de nuestro actual debate, el necesario bloqueo de la expansión del neoliberalismo a escala mundial. No matemos a los mensajeros que nos traen la mala nueva, miremos en cambio los diferentes signos que atestiguan los límites de la actual fase, comenzando por el anuncio realizado por la CNUCED sobre una reducción del 8% en el comercio mundial en el primer trimestre de 2011.
Michel
Rogalski, economista del CNRS, director de la
revista Recherches
Internationales.
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