RGE 294/09
Entrevista al economista Giovanni Arrighi
"El desarrollo capitalista no se
fundamenta necesariamente sobre la proletarizació n total"
David
Harvey
ddooss.org
¿Puedes contarnos cuáles fueron tus orígenes familiares y tu educación?
Nací en Milán en 1937. La familia de mi madre era
de origen burgués. Mi abuelo, hijo de inmigrantes suizos asentados en Italia,
había ascendido desde la filas de la aristocracia obrera llegando a
establecer a principios del siglo XX sus propias fábricas de producción de
maquinaria textil, para posteriormente pasar a fabricar equipos de
calefacción y de aire acondicionado.
Mi padre, nacido en Toscana, era hijo de un trabajador
ferroviario. Llegó a Milán y encontró trabajo en la fábrica de mi abuelo
materno para acabar casándose con la hija del jefe. Se produjeron tensiones,
que finalmente provocaron que mi padre estableciese su propio negocio en
competencia con su suegro. Ambos, sin embargo, compartían sentimientos
antifascistas, lo cual influenció en gran medida mis primeros años de
infancia, dominados como lo estuvieron por la guerra: la ocupación nazi del
norte de Italia tras la rendición de Roma en 1943, la Resistencia y la
llegada de las tropas aliadas.
Mi padre murió de improviso en un accidente de
coche cuando yo tenía dieciocho años. Decidí mantener su compañía en
funcionamiento, contra el consejo de mi abuelo, y entré en la Università
Bocconi para estudiar económicas, con la esperanza de que ello me ayudaría a
gestionar la empresa.
El Departamento de Teoría Económica era un
baluarte del pensamiento neoclásico sin relación alguna con el keynesianismo,
y de ninguna ayuda para llevar las riendas de la empresa de mi padre.
Finalmente me convencí de que tendría que cerrarla. Tras ello invertí dos
años trabajando en una de las empresas de mi abuelo recopilando datos sobre
la organización del proceso de producción. El estudio me convenció de que los
elegantes modelos de la economía neoclásica eran irrelevantes para comprender
la producción y la distribución de la renta, lo cual se convirtió en el
zócalo de mi tesina. A continuación fui nombrado assistente volontario, esto es, asistente no retribuido de mi
profesor, que en aquellos días era el primer escalón del organigrama de las
universidades italianas. Para ganarme la vida conseguí un trabajo en
Unilever, como responsable de gestión.
¿Qué pasó para que fueras a África en 1963 para
trabajar en la University College de Rhodesia y Nyasaland?
Lo que ocurrió fue muy simple. Supe que las
universidades inglesas estaban pagando gente para enseñar e investigar, a
diferencia de lo que sucedía en Italia en donde tenías que pasar cuatro o
cinco años como asistente voluntario antes de tener esperanza alguna de
obtener un trabajo retribuido. A principios de la década de 1960, los
británicos estaban estableciendo universidades a lo largo de todo su antiguo
imperio colonial, como colleges de las universidades británicas. La UCRN era un college de la Universidad de Londres. Me presenté a dos puestos, uno en
Rhodesia y otro en Singapur. Me llamaron para hacerme una entrevista en
Londres y dado que la UCRN se mostró interesada, me ofrecieron un trabajo
como docente de economía. Y me fui para allá.
Fue un verdadero renacimiento intelectual. La
tradición neoclásica modelada matemáticamente en la que me había formado no
tenía nada que decir sobre los procesos que estaba observando en Rhodesia o
sobre las realidades de la vida africana. En la UCRN trabajé junto a
antropólogos, en particular con Clyde Mitchell, quien ya estaba investigando
sobre análisis en red, y con Jaap van Velsen, que estaba introduciendo el
análisis situacional, reconceptualizado más tarde como análisis de estudios
de caso. Asistí a sus seminarios regularmente y ambos me influyeron
enormemente. Poco a poco, abandoné los modelos abstractos en pro de una
teoría de la antropología social empírica e históricamente fundada. Comencé
mi larga marcha desde la teoría económica neoclásica a la sociología
histórico-comparativ a.
Este fue el contexto en el que escribiste tu
ensayo «The Political Economy of Rhodesia», que analizaba las formas de
desarrollo de la clase capitalista en este país y sus contradicciones
específicas, al tiempo que explicaba las dinámicas que condujeron a la
victoria en 1962 del Rhodesian Front Party, animado por los colonos, y a la
Declaración Unilateral de Independencia de 1965 por parte de Smith. ¿Cuál fue
el impulso inicial subyacente al ensayo y cuál es para ti retrospectivamente
su importancia?
«The Political Economy of Rhodesia» fue escrito a
instancias de Van Velsen, que criticaba sin descanso mi uso de los modelos
matemáticos. Yo había escrito una recensión del libro de Colin Leys European
Politics in Southern Rhodesia y Van Velsen me sugirió que la convirtiese en
una artículo largo.
Aquí y en «Labor Supplies in Historical
Perspective» analicé los modos mediante los que la total proletarizació n del
campesinado de Rhodesia creaba contradicciones para la acumulación de
capital, produciendo de hecho a la postre más problemas que ventajas para el
sector capitalista 1. En la medida en que la proletarizació n era parcial
hacía posible que los campesinos africanos subsidiaran la acumulación de
capital, porque producían parte de su subsistencia; pero cuanto más se
proletarizaba al campesinado, más se descomponían estos mecanismos. El
trabajo totalmente proletarizado podía ser explotado únicamente si se le
pagaba un salario que le permitiera reproducir su vida. Así, pues, en lugar
de facilitar la explotación del trabajo, la proletarizació n la hacía más
difícil, exigiendo con frecuencia un régimen que debía hacerse paulatinamente
más represivo. Martin Legassick y Harold Wolpe, por ejemplo, mantenían que el
apartheid sudafricano respondía fundamentalmente al hecho de que el régimen
tenía que optar por una mayor represión de la fuerza de trabajo africana
porque ésta estaba totalmente proletarizada y no podía subsidiar por más
tiempo la acumulación de capital como había hecho en el pasado.
El conjunto de la región meridional de África
–que abarca desde Sudáfrica y Botsuana, pasando por la antigua Rhodesia,
Mozambique y Malawi, que se denominaba entonces Nyasaland, hasta llegar a
Kenia como su espolón nororiental– se caracterizaba por su riqueza mineral,
su agricultura de colonos y una extrema desposesión del campesinado. Es muy
diferente del resto de África, incluido el norte. Las economía de África
occidental se basaban fundamentalmente en el campesinado, pero la región meridional
–la que Samir Amin denomina «el África de las reservas de trabajo»– era en
muchos aspectos un paradigma de extrema desposesión campesina y por
consiguiente de proletarizació n. Varios de nosotros estábamos señalando que
este proceso de extrema desposesión era contradictorio, ya que habiendo
creado inicialmente las condiciones para que el campesinado subsidiase la
agricultura, la industria minera, la actividad manufacturera, etc.
capitalistas, comenzaba, sin embargo, a provocar cada vez más dificultades a
la hora de explotar, movilizar y controlar el proletariado que estaba
generando. El trabajo que hicimos entonces –mi «Labour Supplies in Historical
Perspective» y los trabajos relacionados de Legassick y Wolpe– estableció lo
que llegó a ser conocido como el Southern African Paradigm sobre los límites
de la proletarizació n y la desposesión.
Contrariamente a lo afirmado por aquellos que
todavía identifican desarrollo capitalista con proletarizació n tout court
–Robert Brenner, por ejemplo– la experiencia de África meridional mostró que
la proletarizació n, en y por sí misma, no favorece el desarrollo
capitalista, cuando no se hallan presentes el resto de circunstancias
requeridas. Respecto a Rhodesia, identifiqué tres estadios de proletarizació
n, siendo tan solo uno de ellos favorable a la acumulación capitalista. En el
primer estadio, los campesinos respondían al desarrollo rural capitalista
ofertando productos agrícolas y suministrando trabajo únicamente a cambio de
salarios elevados, caracterizándose por lo tanto la totalidad del área por la
escasez de éste, porque nada más que comenzaba a funcionar una explotación
agrícola o minera capitalista ello creaba una demanda de productos locales
que los campesinos africanos estaban más que dispuestos a suministrar, lo
cual les permitía participar en la economía monetaria mediante la venta de
sus productos en vez de mediante la venta de su trabajo. Un objetivo del
apoyo estatal a la agricultura de colonos era inducir la competencia entre
los campesinos africanos, de modo que se vieran forzados a suministrar
trabajo en vez de productos, lo cual condujo a un dilatadísimo proceso que
pasó de la proletarizació n parcial a la total, si bien, como hemos
mencionado, este proceso fue también contradictorio. El problema con el
modelo simple de «proletarizació n como desarrollo capitalista» es que ignora
no sólo las realidades del capitalismo de colonos de África meridional, sino
también otros muchos casos, como por ejemplo el de Estados Unidos, que se
caracterizó por una pauta totalmente diferente: una combinación de
esclavitud, genocidio de la población nativa e inmigración de trabajo
excedente procedente de Europa.
Tú fuiste uno de los nueve docentes arrestados en
la UCRN por actividades políticas durante la represión desencadenada por el
gobierno de Smith en julio de 1966, ¿no es así? Sí, fuimos encarcelados
durante una semana y después deportados. Te fuiste a Dar es Salaam, que
parecía entonces, por muchas razones, una especie de paraíso de interacciones
intelectuales. ¿Puedes hablarnos de ese periodo y del trabajo que allí
realizaste con John Saul?
Fue un periodo muy excitante, tanto intelectual
como políticamente. Cuando llegué a Dar es Salaam en 1966, Tanzania era un
país independiente desde hacía tan solo unos años. Nyerere defendía lo que él
consideraba que era una forma de socialismo africano. Logró mantenerse
equidistante de ambos lados durante la escisión chino-soviética y mantuvo muy
buenas relaciones con los escandinavos. Dar es Salaam se convirtió en la
encrucijada de todos los movimientos de liberación nacional exiliados de
África meridional: de las colonias portuguesas, Rhodesia y Sudáfrica. Pasé
allí tres años en la Universidad y encontré todo tipo de gente: desde
activistas del movimiento Black Power estadounidense a académicos e
intelectuales como Immanuel Wallerstein, David Apter, Walter Rodney, Roger
Murray, Sol Picciotto, Catherine Hoskins, Jim Mellon, que después sería unos
de los fundadores de los Weathermen, Luisa Passerini, que estaba realizando
una investigación sobre el FRELIMO, y muchos otros, incluyendo, por supuesto,
a John Saul.
En Dar es Salaam, trabajando con John, cambié el
objeto de mis investigaciones pasando de los procesos de oferta de fuerza de
trabajo al problema de los movimientos de liberación nacional y los nuevos
regímenes que estaban emergiendo de la descolonizació n. Ambos éramos
escépticos sobre la capacidad de estos regímenes de emanciparse por sí mismos
de lo que comenzaba a denominarse por entonces neocolonialismo y de cumplir sus
promesas de desarrollo económico. Pero había también una diferencia entre
nosotros, que creo que ha persistido hasta el día de hoy, consistente en que
yo me mostraba mucho menos emocionalmente afectado por este hecho que John.
Para mí, estos movimientos eran movimientos de liberación nacional; no eran
en modo alguno movimientos socialistas aun cuando abrazasen la retórica del
socialismo. Eran regímenes populistas y, por consiguiente, yo no esperaba
mucho más allá de la liberación nacional, que ambos consideramos importante
por sí misma. Pero si había posibilidades para que se produjeran desarrollos
políticos que transcendieran este cuadro es algo que John y yo todavía
discutimos, afablemente, siempre que nos encontramos. Los ensayos que
escribimos juntos, sin embargo, fueron la crítica sobre la que estábamos de
acuerdo.
Cuándo volviste a Europa, ¿encontraste un mundo
muy distinto al que habías dejado seis años antes?
Sí. Regreso a Italia en 1969 y me veo inmerso
inmediatamente en dos situaciones peculiares. Una fue en la Universidad de
Trento donde me habían ofrecido un puesto docente. Trento era el principal
centro de militancia estudiantil y la única universidad en Italia que ofrecía
doctorados en sociología en aquellos momentos. Mi nombramiento fue apoyado
por el comité directivo de la universidad formado por el democratacristiano
Nino Andreatta, por el socialista liberal Noberto Bobbio y por Francesco
Alberoni; la decisión pretendía calmar al movimiento estudiantil contratando
a un radical. En el primer seminario que di tuve solo cuatro o cinco
estudiantes; pero en el primer cuatrimestre, tras publicarse mi libro sobre
África en el verano de 1969, tuve casi 1.000 estudiantes intentando entrar en
el aula 2. Mi curso se convirtió en un gran acontecimiento en Trento,
llegando incluso a producir un conflicto en Lotta Continua: la facción de
Boato quería que los estudiantes acudieran a clase para que oyeran una
crítica radical de las teorías del desarrollo, mientras que la de Rostagno
intentaba interrumpir las lecciones tirando piedras al aula desde el patio.
La segunda situación en la que me veo inmerso se
produce en Turín con la participación de Luisa Passerini, que era una
prominente propagadora de los escritos situacionistas, y que tenía por
consiguiente una gran influencia sobre los cuadros de Lotta Continua que
coqueteaban con el situacionismo.
Estaba yendo de Trento a Turín a través de Milán,
que era como ir desde el centro del movimiento estudiantil al centro del
movimiento obrero. Me sentí atraído y al mismo tiempo molesto por
determinados aspectos de este movimiento, particularmente por su rechazo de
la «política». En algunas asambleas, trabajadores realmente militantes se
levantaban y decían «¡basta ya de política! La política nos está llevando en
la dirección equivocada. Necesitamos unidad». Para mí, fue como un shock,
viniendo de África, descubrir que los sindicatos comunistas eran considerados
reaccionarios y represivos por los trabajadores en lucha y eso que había una
buena parte de verdad en esto. La reacción contra los sindicatos del PCI se
convirtió en una reacción contra los sindicatos. Grupos como Potere Operario
y Lotta Continua se erigieron ellos mismos como alternativas, tanto a los
sindicatos como a los partidos de masas. Con Romano Madera, que entonces era
un estudiante, pero también un cuadro político y un gramsciano –una rareza en
la izquierda extraparlamentaria– comenzamos a desarrollar la idea de
encontrar una estrategia gramsciana que sirviera para el movimiento.
De ahí emergió por primera vez la idea de
autonomía, la idea de autonomía intelectual de la clase obrera. La creación
de este concepto se atribuye ahora habitualmente a Antonio Negri, pero de
hecho se originó en la interpretació n de Gramsci que nosotros desarrollamos
a principios de la década de 1970 en el Grupo Gramsci, cofundado por Madera,
Passerini y yo mismo. Consideramos que nuestra principal contribución al
movimiento no consistía en proporcionar un sustituto a los sindicatos o los
partidos, sino en ayudar como estudiantes e intelectuales a las vanguardias
obreras a desarrollar su propia autonomía –autonomia operaia– mediante una
comprensión de los procesos generales, tanto nacionales como globales, en los
que sus luchas tenían lugar. En términos gramscianos, esto se concibió como
la formación de intelectuales orgánicos de la clase obrera en lucha, para lo
cual creamos los Colletivi Politici Operai, que llegaron a ser conocidos como
el Area dell'Autonomia. Cuando estos colectivos desarrollaran su propia
práctica autónoma, el Grupo Gramsci dejaría de tener una función y podría
disolverse. Cuando realmente se disolvió, Negri entró en escena y llevó a los
Colletivi Politici Operai y al Area dell'Autonomia en una dirección
arriesgada que estaba muy alejada de lo que originalmente pretendía el
proyecto inicial.
¿Extrajiste lecciones comunes de las luchas de
liberación nacional africanas y de las luchas obreras que se estaban
produciendo en Italia?
Las dos experiencias tenían en común el hecho de
que en ambas mantenía muy buenas relaciones con los movimientos globalmente
considerados, los cuales querían saber con qué fundamento yo estaba
participando en su lucha. Mi posición era: «Yo no voy a deciros qué hacer,
porque vosotros conocéis la situación mucho mejor que yo la conoceré nunca.
Pero yo estoy mejor situado para comprender el contexto general en el que se
desarrollan las luchas, así que nuestro intercambio tiene que basarse en el
hecho de que vosotros me contáis cuál es vuestra situación y yo os cuento
como se relaciona con el contexto más amplio que vosotros no podéis ver o que
veis tan solo parcialmente, desde donde vosotros operáis». Esa fue siempre la
base de excelentes relaciones, tanto con los movimientos de liberación en
África meridional como con los trabajadores italianos.
El artículo sobre la crisis capitalista surgió de
un intercambio de este tipo, en 1973. A los trabajadores se les decía: «Ahora
se está produciendo una crisis económica, tenemos que mantener la calma. Si
luchamos, los trabajos de la fábrica se irán a otro sitio». Así que los
trabajadores nos preguntaban: «¿Estamos en crisis? Y si es así, ¿cuáles son
las implicaciones de ello? ¿Debemos estarnos quietos ahora por esta razón?».
Los artículos que constituyeron «Towards a Theory of Capitalist Crisis»
fueron escritos en esta particular problemática, definida por los propios
trabajadores, que nos decían: «Informadnos sobre el mundo exterior y sobre lo
que tenemos que esperar». El punto de partida de los artículos era «mirad,
las crisis ocurren con independencia de que luchéis o no; no son un producto
de la militancia de los trabajadores o de los “errores” de la gestión
económica, sino elementos fundamentales del funcionamiento de la propia
acumulación de capital». Esa fue la orientación inicial. El artículo fue escrito
en el inicio mismo de la crisis, antes de que ésta fuera ampliamente
reconocida; fue importante como marco de referencia, un marco que he
utilizado a lo largo de los años para verificar lo que estaba sucediendo y
desde ese punto de vista han funcionado realmente bien.
Volveremos a la teoría de las crisis
capitalistas, pero primero quería preguntarte sobre tu trabajo en Calabria.
En 1973, justo cuando el movimiento estaba empezando a refluir, aceptaste la
oferta de enseñar en Cosenza.
Una de las atracciones de ir a Calabria, para mí,
fue continuar en una nueva ubicación mi investigación sobre los procesos de
oferta de trabajo. Ya había visto en Rhodesia cómo la proletarizació n total
de los africanos –o, dicho más exactamente, cuando éstos llegaban a la conclusión
de que lo habían sido totalmente– conducía a luchas que reclamaban un salario
que les permitiese reproducirse en las áreas urbanas. En otras palabras, la
ficción de que «somos varones solteros, nuestras familias siguen viviendo en
comunidades campesinas en las zonas rurales» no puede mantenerse una vez que
ellos viven en las ciudades. Yo había señalado esto en «Labour Supplies in
Historical Perspective», lo cual llegó a perfilarse más nítidamente en Italia
porque aquí me enfrentaba a un enigma: los migrantes del sur eran llevados a
las regiones industriales del norte como esquiroles durante la década de 1950
y principios de la de 1960, pero a lo largo de ésta y sobre todo al final de
la misma se transformaron en las vanguardias de la lucha de clases, lo cual
constituye una experiencia típica de los migrantes. Cuando formé un grupo de
investigación en Calabria, propuse la lectura de los antropólogos sociales
sobre África, particularmente sobre migración, y a continuación efectuamos un
análisis de los procesos de oferta de fuerza de trabajo procedente de
Calabria. Las cuestiones planteadas eran las siguientes: ¿qué estaba creando
las condiciones para que se produjese esta migración? y ¿cuáles eran sus
límites, dado que en un cierto punto en lugar de crear una fuerza de trabajo
dócil que podía ser utilizada para socavar el poder negociador de la clase
obrera septentrional, los propios migrantes se convertirían en la vanguardia
militante?
De la investigación emergieron dos cosas. En
primer lugar, el desarrollo capitalista no se fundamenta necesariamente sobre
la proletarizació n total.
Por un lado, la migración obrera de larga
distancia se estaba produciendo desde lugares en los que no estaba teniendo
lugar desposesión alguna, en dónde había incluso posibilidades para que los
migrantes comprasen tierra de los terratenientes, lo cual se hallaba
interrelacionado con el sistema local de primogenitura mediante el cual el
primogénito heredaba la tierra. Tradicionalmente, los hijos menores
terminaban entrando en la Iglesia o en el ejército, hasta que la migración de
larga distancia a gran escala ofreció una alternativa cada vez más importante
de ganar el dinero necesario para comprar tierra y volver a casa para
establecer sus propias explotaciones agrícolas. Por otro lado, en las áreas
realmente pobres, en las que el trabajo se hallaba totalmente proletarizado,
esos hijos menores no podían permitirse en absoluto el lujo de emigrar. El
único modo en el que pudieron hacerlo fue, por ejemplo, cuando los brasileños
abolieron la esclavitud en 1888 y necesitaron una fuerza de trabajo barata
sustitutiva para lo cual reclutaron trabajadores de estas áreas profundamente
empobrecidas del sur Italia, pagaron sus pasajes y los establecieron en
Brasil para reemplazar a los esclavos emancipados. Se trata de pautas de
migración muy diferentes, pero en general no es el muy pobre el que migra
porque es necesario tener determinados recursos y conexiones para hacerlo.
La segunda conclusión de la investigación
calabresa presentaba similitudes con los resultados de la investigación sobre
África. Aquí también la disposición de los migrantes a involucrarse en las
luchas obreras en los lugares a los que se desplazaban, dependía de si las
condiciones en los mismos se consideraban permanentes a la hora de determinar
sus oportunidades de vida. No basta con decir que la situación de las áreas
de procedencia de los flujos migratorios determina cuáles serán los salarios
y las condiciones en las que los migrantes trabajarán. Hay que indicar en qué
momento los migrantes perciben que están obteniendo el grueso de sus medios
de subsistencia del empleo asalariado: este punto de inflexión puede
detectarse y verificarse su evolución. Pero el punto esencial que descubrimos
fue un tipo de crítica diferente de la idea de proletarizació n como el
proceso típico de desarrollo capitalista.
La primera versión escrita de esta investigación
fue robada de un coche en Roma, de modo que la versión definitiva se escribió
en Estados Unidos muchos años después de que te trasladaras a Binghamton en
1979, en donde se está desarrollando el análisis de los sistemas-mundo. ¿Fue
ésta la primera vez en la que te posicionaste explícitamente sobre la
relación existente entre proletarizació n y desarrollo capitalista respecto a
las opiniones mantenidas por Wallerstein y Brenner?
Sí, aunque no fui lo suficientemente explícito al
respecto, si bien mencioné tanto a Wallerstein como a Brenner de pasada,
siendo el conjunto del trabajo no obstante una crítica de ambos 4.
Wallerstein mantiene la teoría de que las relaciones de producción son
determinadas por su posición en la estructura centro-periferia de la
economía-mundo capitalista. En su opinión, en la periferia tendemos a
encontrar relaciones de producción que son coercitivas; no encontramos una
proletarizació n total, que es la situación que tenemos en el centro. Brenner
mantiene, en algunos aspectos, la opinión opuesta, pero en otros sentidos es
muy similar: que las relaciones de producción determinan la posición en la
estructura centro-periferia.
En ambos casos, encontramos una relación
particular entre la posición en la relación centro-periferia y las relaciones
de producción. La investigación calabresa mostró que éste no era el caso.
Ahí, en el seno de la misma ubicación periférica, encontramos tres sendas
diferentes desarrollándose y reforzándose simultánea y recíprocamente.
Además, las tres sendas se asemejaban poderosamente a la evolución que había
caracterizado, históricamente, diferentes ubicaciones del centro de la
economía-mundo capitalista.
Una es muy similar a la vía del junker que
presentaba Lenin: latifundio con total proletarizació n; otra se asemeja a la
vía «estadounidense» de Lenin, de pequeñas y medianas explotaciones, insertas
en el mercado. Lenin no presenta la tercera, que nosotros denominamos vía
suiza: migración de larga distancia y después inversión y retención de la
propiedad cuando se vuelve a casa. En Suiza, no existe desposesión del
campesinado, sino por el contrario una tradición de migración de larga distancia
que conduce a la consolidación de la pequeña explotación agrícola. Lo
interesante sobre Calabria es que estas tres vías, que en otros sitios se
hallan asociadas con un posición en el centro, se encuentran aquí en la
periferia, lo cual constituye una crítica tanto del proceso uniforme de
proletarizació n postulado por Brenner como de la remisión de las relaciones
de producción a la posición en la estructura centro/periferia mantenida por
Wallerstein.
Tu libro La geometria dello'imperialismo apareció
en 1978, antes de que te fueses a Estados Unidos. Releyéndolo, me sorprendió
la metáfora matemática –la geometría– que utilizas para comprender la teoría
del imperialismo de Hobson, y que desempeña una función muy útil. Pero en su
interior, se plantea una interesante cuestión geográfica: cuando pones en
relación a Hobson con el capitalismo, la noción de hegemonía emerge
repentinamente bajo la forma de un cambio que va de la geometría a la
geografía y que surge de las tesis que planteas en el libro. ¿Cuál fue el
impulso inicial que te llevo a escribir La geometria dell'imperialismo y cuál
es su importancia para ti?
Me desconcertaban, en ese momento, las
confusiones terminológicas que giraban en torno al término «imperialismo» .
Mi objetivo era disipar parte de esa confusión creando un espacio topológico
en el que los diferentes conceptos, que con frecuencia se denominaban todos
ellos confusamente como «imperialismo» , pudieran distinguirse entre sí. Pero
como un ejercicio sobre el imperialismo, sí, también funcionaba para mí como
una transición al concepto de hegemonía. Me extendí sobre este aspecto
explícitamente en el «Posfacio» a la segunda edición de La geometria
dell'imperialismo, en el que sostenía que el concepto gramsciano de hegemonía
podía ser más útil que el de «imperialismo» para analizar las dinámicas del
sistema interestatal contemporáneo. Desde este punto de vista, lo que yo –y
otros– hacíamos era simplemente aplicar la noción de hegemonía gramsciana a
las relaciones interestatales, cuando se había aplicado originalmente antes
de Gramsci al análisis de las relaciones de clase en el seno de una
jurisdicción política nacional. Al hacerlo, por supuesto, Gramsci enriquecía
el concepto de innumerables modos que no habían sido perceptibles
anteriormente. Nuestra reexportación del mismo a la esfera internacional se
benefició enormemente de este enriquecimiento.
Una influencia central en The Long Twentieth
Century 5, publicado en 1994, es Braudel. Tras haber absorbido sus
enseñanzas, ¿tienes alguna crítica importante que hacerle?
La crítica es realmente fácil. Braudel es una
fuente increíblemente rica de información sobre los mercados y el
capitalismo, pero carece de un marco teorético. O dicho más precisamente,
como señaló Charles Tilly, Braudel es tan ecléctico que tiene innumerables
teorías parciales, la suma de las cuales no es una teoría. Tú no puedes
simplemente apoyarte en Braudel; tienes que aproximarte a él con una idea
clara de lo que estás buscando y de lo que quieres extraer de él. Un aspecto
sobre el me concentré, que diferencia a Braudel de Wallerstein y del resto de
analistas de los sistemas-mundo –por no hablar de historiadores económicos
más tradicionales, marxistas o no– es la idea de que el sistema de Estados
nacionales, tal y como emergió en los siglos XVI y XVII, fue precedido por un
sistema de ciudades-Estado; y que los orígenes del capitalismo han de
buscarse ahí, en las ciudades-Estado. Ésta es una característica específica
de Occidente, o de Europa, en comparación con otras partes del mundo.
Pero es fácil perderse si uno se limita
simplemente a seguir a Braudel, porque él te lleva en innumerables
direcciones diferentes. Por ejemplo, yo tuve que extraer este punto y
combinarlo con lo que estaba aprendiendo del libro de William McNeill The
Pursuit of Power, que también argumenta, desde una perspectiva diferente, que
un sistema de ciudades-Estado precedió y preparó la emergencia del sistema de
Estados territoriales.
Otra idea a la que tú dotas de una profundidad
teórica mucho mayor, pero que sin embargo proviene de Braudel, es la noción
de que la expansión financiera anuncia el otoño de un particular sistema
hegemónico y precede el cambio a una nueva potencia hegemónica. ¿Esto sería
una de las intuiciones fundamentales de The Long Twentieth Century?
Sí. La idea era que las organizaciones
capitalistas más importantes de una época particular también serían líderes
de la expansión financiera, que siempre se produce cuando la expansión
material de las fuerzas productivas alcanza sus límites. La lógica de este
proceso –aunque de nuevo Braudel no la presenta– es que cuando la competencia
se intensifica, la inversión en la economía material se hace cada vez más
arriesgada y, por consiguiente, la preferencia por la liquidez se acentúa, lo
cual crea las condiciones de oferta de la expansión financiera. La cuestión
que se plantea a continuación es, por supuesto, cómo se crean las condiciones
de demanda para que se produzcan expansiones financieras. A este respecto,
recurrí a la idea de Weber de que la competencia interestatal por el capital
en busca de inversión constituye la especificidad histórico-mundial de la era
moderna.
Esta competencia crea, en mi opinión, las
condiciones de demanda para la expansión financiera. La idea de Braudel del
«otoño» como fase conclusiva del proceso de liderazgo en la acumulación, que
pasa de la material a la financiera, y que conduce finalmente al
desplazamiento por otro líder, es crucial. Pero también lo es la idea de Marx
de que el otoño de un Estado particular, que experimenta una expansión
financiera, es también la primavera de otra ubicación: los excedentes que se
acumulan en Venecia van a Holanda; los que se acumulan aquí van después a
Inglaterra; y los que se acumulan en ésta última van a Estados Unidos. Marx
nos permite, pues, complementar lo que hemos encontrado en Braudel: el otoño
se convierte en primavera en otra parte, produciendo una serie de desarrollos
interconectados. The Long Twentieth Century describe estos ciclos sucesivos
de expansión capitalista y de poder hegemónico desde el Renacimiento hasta el
momento presente.
En tu narrativa, las fases de expansión material
del capital finalmente colapsa bajo la presión de la supercompetencia dando
lugar a fases de expansión financiera cuyo agotamiento precipita a
continuación un periodo de caos interestatal que se resuelve mediante la
emergencia de una nueva potencia hegemónica capaz de restaurar el orden
global y de reiniciar de nuevo el ciclo de expansión material soportado por
un nuevo bloque social. Tales potencias hegemónicas han sido sucesivamente
Génova, los Países Bajos, Gran Bretaña y Estados Unidos. ¿En qué medida
consideras su surgimiento puntual, momento en el que cada una de ellas
concluye un periodo precedente de desorden y conflictos, como un conjunto de
contingencias?
¡Buena y difícil pregunta! Hay siempre un
elemento de contingencia, pero al mismo tiempo la razón por la que estas
transiciones duran tanto y atraviesan periodos de turbulencia y caos es que
las propias agencias, como emergen posteriormente para organizar el sistema,
experimentan un proceso de aprendizaje. Esto resulta obvio si analizamos el caso
más reciente, el de Estados Unidos, que a finales del siglo XIX ya presentaba
determinadas características que lo convertían en posible sucesor de Gran
Bretaña como líder hegemónico, pero que necesitó más de medio siglo, dos
guerras mundiales y una depresión catastrófica antes de desarrollar tanto las
estructuras como las ideas que después de la Segunda Guerra Mundial le
permitieron convertirse en una potencia verdaderamente hegemónica. ¿Fue el
desarrollo de Estados Unidos como poder hegemónico potencial en el siglo XIX
estrictamente una contingencia o hay algo más? No lo sé. Claramente, hubo un
aspecto geográfico contingente, dado que Norteamérica tenía una configuración
espacial diferente de la de Europa, que le permitió formar un Estado que no
podía haberse creado en esta última, excepto en su flanco oriental, en el que
Rusia también se estaba expandiendo territorialmente; pero hubo también un
elemento sistémico: Gran Bretaña creó un sistema de crédito internacional
que, después de determinado momento, favoreció la formación de Estados Unidos
de modos específicos.
Ciertamente, si Estados Unidos no hubiera
existido con su particular configuración geográfica a finales del siglo XIX,
la historia habría sido muy diferente.
¿Cual habría sido la potencia hegemónica? Tan
solo podemos hacer conjeturas. Pero existía Estados Unidos, que estaba
creciendo en múltiples aspectos a partir de la tradición de Holanda y Gran
Bretaña. Génova era un poco diferente: no digo en ningún momento que fuera
hegemónica; se hallaba más próxima al tipo de organización financiera
transnacional que se produce en las diásporas, incluida la diáspora china
contemporánea, pero nunca fue hegemónica en el sentido gramsciano en el que
lo fueron Holanda, Gran Bretaña y Estados Unidos. La geografía cuenta
muchísimo; pero aunque éstas son tres potencias hegemónicas espacialmente muy
diferentes, cada una de ellas creció a partir de características
organizacionales aprendidas de la anterior. Gran Bretaña tomó prestados un
gran número de elementos de Holanda y Estados Unidos hizo lo propio respecto
a la potencia británica; se trata de un conjunto interrelacionado de Estados
y en su sucesión se produce un efecto bola de nieve. Así que sí, hay
contingencia, pero también vínculos sistémicos.
The Long Twentieth Century no se ocupa de las
vicisitudes del movimiento obrero. ¿Lo omitiste porque lo considerabas
entonces como de menor importancia o porque la arquitectura del libro –su
subtítulo es Dinero y poder en los orígenes de nuestra época– era ya tan amplia
y compleja que pensaste que incluir el movimiento la iba a sobrecargar
demasiado?
Por la segunda razón. The Long Twentieth Century
originalmente iba a ser coescrito con Beverly Silver –a quien encontré en
Binghamton– e iba a tener tres partes. Una trataba sobre las hegemonías, que
ahora constituye el primer capítulo del libro. La segunda debía abordar el
capital: la organización del capital, la empresa; básicamente la competencia.
La tercera parte iba a analizar la cuestión del trabajo: relaciones trabajo y
capital y los movimientos obreros. Pero el descubrimiento de la
financiarizació n como una pauta recurrente del capitalismo histórico puso
patas arriba todo el proyecto y me forzó a retroceder en el tiempo, lo cual
yo nunca quise hacer, porque el libro supuestamente iba a versar sobre el
«largo siglo XX», entendiendo por tal el periodo comprendido desde la Gran
Depresión de la década de 1870 hasta el presente. Cuando descubrí el
paradigma de la financiarizació n quedé totalmente fuera de combate y The Long
Twentieth Century se convirtió básicamente en un libro sobre el papel del
capital financiero en el desarrollo histórico del capitalismo desde el siglo
XIV. Así que Beverly se hizo cargo del análisis sobre el trabajo en su libro
Forces of Labour, que apareció en 2003 6.
Sí, Chaos and Governance in the Modern World
System incluye capítulos sobre la geopolítica, la empresa, el conflicto
social, etc., lo cual indica que el proyecto original nunca fue abandonado 7.
Pero ciertamente no se añadió a The Long Twentieth Century porque no podía
concentrarme en la recurrencia cíclica de las expansiones financieras y
materiales y al mismo tiempo ocuparme del trabajo. Una vez que cambias el
objeto de análisis a la hora de definir el capitalismo y optas por estudiarlo
a partir de una sucesión de expansiones materiales y financieras, se hace muy
difícil volver a reintroducir el trabajo. No solo se trata de un asunto
enorme a la hora de abordarlo, sino que también se produce una variación
considerable a lo largo del tiempo y del espacio en la relación entre capital
y trabajo.
En primer lugar, como señalamos en Chaos and
Governance in the Modern World System, se produce una aceleración de la
historia social. Cuando tú comparas las transiciones de un régimen de
acumulación a otro, te das cuenta de que en la transición de la hegemonía
holandesa a la británica en el siglo XVIII, el conflicto social llega tarde
respecto a las expansiones financieras y las guerras. En la transición de la
hegemonía británica a la estadounidense a principios del siglo XX, la
explosión del conflicto social fue más o menos simultánea al despegue de la
expansión financiera y las guerras. En la transición actual –hacia un destino
desconocido– la explosión del conflicto social a finales de la década de 1960
y principios de la de 1970 precedió a la expansión financiera y se produjo
sin guerras entre las potencias más importantes.
En otras palabras, si analizamos la primera mitad
del siglo XX, las mayores luchas de los trabajadores se produjeron en la
víspera de las guerras mundiales y después de las mismas. Este era el
fundamento de la teoría de la revolución de Lenin: que las rivalidades
intercapitalistas convertidas en guerras crearían las condiciones favorables
para la revolución, que es algo que puede observarse empíricamente hasta la
Segunda Guerra Mundial. En cierto sentido, puede sostenerse que en la
transición actual la aceleración del conflicto social ha impedido que los
Estados capitalistas libren guerras entre sí. Así, pues, para volver a tu
pregunta, en The Long Twentieth Century opté por concentrarme en analizar
exhaustivamente las expansiones financieras, los ciclos sistémicos de
acumulación de capital y las hegemonías mundiales, mientras que en Chaos and
Governance in the Modern World System volvimos al problema de las
interrelaciones entre el conflicto social, las expansiones financieras y las
transiciones hegemónicas.
En su discusión de la acumulación primitiva Marx
escribe sobre la deuda nacional, el sistema crediticio y la bancocracia –en
cierto sentido, la integración entre finanzas y Estado se ha producido
durante la acumulación primitiva– como algo absolutamente crítico para el
modo en que evoluciona el sistema capitalista. Pero el análisis de El capital
no aborda el sistema crediticio hasta el volumen III, porque Marx no quiere
ocuparse del interés, aunque el sistema crediticio resulte crucial para la
centralizació n del capital, para la organización del capital fijo, etc. Esto
plantea la cuestión de cómo funciona realmente la lucha de clases en torno al
nexo finanzas-Estado, que desempeña el papel vital que estás comentando.
Parece existir un vacío en el análisis de Marx: por un lado, dice que la
dinámica importante es la existente entre el capital y el trabajo; por otro,
el trabajo no parece que sea crucial para los procesos de los que estás
hablando, esto es, transferencias de hegemonía, saltos de escalas. Es
comprensible que fuera realmente difícil integrar en la narrativa de The Long
Twentieth Century el trabajo, porque en un sentido la relación
capital-trabajo no es central para ese aspecto de la dinámica capitalista.
¿Estarías de acuerdo con ello?
Sí, estoy de acuerdo, pero con una cualificación:
el fenómeno que he mencionado de la aceleración de la historia social. Las
luchas obreras de la década de 1960 y principios de la de 1970, por ejemplo,
constituyeron un factor esencial en la financiarizació n de finales de esta
última década y principios de la de 1980 y de las formas en que evolucionó.
La relación entre luchas de los trabajadores y grupos subalternos y la
financiarizació n es algo que cambia a lo largo del tiempo y recientemente ha
desarrollado características que antes no tenía. Pero si tú intentas explicar
la recurrencia de las expansiones financieras no puedes concentrarte demasiado
sobre el trabajo, porque entonces hablarás únicamente sobre el último ciclo;
cometerás el error de tomar el trabajo como la causa de las expansiones
financieras, cuando las anteriores despegaron sin la intervención de las
luchas de los trabajadores o de los grupos subalternos.
No obstante, sobre la cuestión del trabajo
podríamos remontarnos a tu ensayo de 1990 sobre la remodelación del
movimiento obrero mundial, «Marxist Century, American Century»8. Sostienes
aquí que el análisis de Marx de la clase obrera contenido en el Manifiesto
comunista es profundamente contradictorio, ya subraya simultáneamente el
creciente poder colectivo del trabajo, a medida que avanza el desarrollo
capitalista, y su creciente pauperización como consecuencia de la existencia de
un ejército industrial activo y de un ejército industrial de reserva. Marx,
señalas, pensaba que ambas tendencias se unirían en una misma masa humana,
pero tú sostienes que a principios del siglo XX ambas llegaron a estar
espacialmente polarizadas. En Escandinavia y en el mundo anglosajón
prevaleció la primera, en Rusia y más al este la segunda (Berstein comprendió
la situación de la primera, Lenin de la segunda), lo cual condujo a la
escisión entre las alas reformista y revolucionaria del movimiento obrero. En
Europa central –Alemania, Austria, Italia–, por otro lado, sostienes, que
existía un equilibrio más fluctuante entre la fuerza de trabajo activa y en
reserva, lo cual condujo a los errores de Kautsky, incapaz de escoger entre
reforma o revolución, que contribuyeron a la victoria del fascismo. Al final
del ensayo, sugerías que una recomposición del movimiento podría estar a
punto de producirse, dado que la miseria reaparecía en Occidente con el
retorno de un desempleo masivo, y el poder colectivo de los trabajadores se
manifestaba en el Este con el surgimiento de Solidaridad en Polonia,
reuniendo quizá lo que el espacio y la historia habían dividido. ¿Cuál es tu
opinión sobre tal perspectiva hoy?
Bien, la primera cosa que hay que decir es que
además de este escenario optimista desde el punto de vista de la conexión de
las condiciones de la clase obrera globalmente analizada se perfilaba una
consideración más pesimista en el ensayo, que apuntaba a algo que siempre he
considerado un serio defecto en el Manifiesto de Marx y Engels. Hay un salto
lógico que realmente no se sostiene ni intelectual ni históricamente y que es
la idea de que para el capital aquellas cosas que hoy denominaríamos género,
etnicidad, nacionalidad, no importan, que la única cosa que le importa es la
posibilidad de explotación y que, por lo tanto, el grupo de estatus más
explotable presente en el seno de la clase trabajadora es el único que
empleará sin ninguna discriminació n en términos de raza, género o etnicidad.
Eso es ciertamente cierto, pero de ello no se
desprende que los diversos grupos de estatus presentes en la clase obrera
aceptarán esto tal cual. De hecho es precisamente en el momento en que la
proletarizació n se generaliza y los trabajadores se hallan sujetos a esta
disposición del capital, cuando movilizan toda diferencia de estatus que
pueden identificar o construir para ganar un tratamiento privilegiado por
parte de los capitalistas. Los trabajadores se movilizarán a partir de líneas
de género, nacionales, étnicas o de cualquier otro tipo para obtener un
tratamiento privilegiado del capital.
«Marxist Century, American Century» no es tan
optimista como podría parecer, porque señala esta tendencia interna de la
clase trabajadora a acentuar las diferencias de estatus para protegerse a sí
misma de la predisposició n del capital a tratar al trabajo como una masa
indiferenciada que sería empleada únicamente en la medida en que le permite
obtener beneficios. Así, pues, el artículo finalizaba con una nota optimista
–existe una tendencia hacia la igualación–, pero al mismo tiempo es de
esperar que los trabajadores luchen para protegerse a sí mismos mediante la
formación o consolidación de grupos de estatus contra esa misma tendencia.
¿Significa esto que la diferenciació n entre
el ejército industrial activo y el ejército industrial de reserva también
tiende a hallarse divida por el estatus, racializado si lo prefieres?
Depende. Si observamos el proceso globalmente –en
cuyo caso el ejército industrial de reserva no se halla constituido
únicamente por los desempleados, sino también por los encubiertamente
desempleados y por los excluidos– entonces definitivamente existe una
división de estatus entre los dos.
La nacionalidad ha sido utilizada por segmentos
de la clase obrera pertenecientes al ejército industrial activo para
diferenciarse del ejército de reserva global. A escala nacional, esto es
menos claro. Si pensamos en Estados Unidos o en Europa, es mucho menos
evidente que exista realmente una diferencia de estatus entre la fuerza de
trabajo activa y la de reserva, pero si incluimos a los migrantes que
actualmente están llegando desde países que son mucho más pobres, comprobamos
que los sentimientos antiinmigració n, que son una manifestación de esta
tendencia a crear distinciones de estatus en el seno de la clase trabajadora,
han crecido. Resulta, pues, un cuadro muy complicado, particularmente si
observamos los flujos de migración transnacional y atendemos al hecho de que
el ejército industrial de reserva se halla fundamentalmente concentrado en el
Sur global y no en el Norte.
En tu artículo de 1991 «World Income Inequalities
and the Future of Socialism » tú mostrabas una extraordinaria estabilidad de
la jerarquía de la riqueza regional durante el siglo XX, esto es, el grado en
que la diferencia en la renta per capita entre el Norte/Occidente situado en
el centro de la economía-mundo capitalista y el Sur/Este situado en la
semiperiferia y la periferia ha permanecido inmutado, o en realidad se ha
intensificado, tras medio siglo de desarrollismo9. El comunismo, señalabas,
no había logrado colmar esta diferencia en Rusia, Europa oriental o China,
aunque no lo había hecho peor en este sentido que el capitalismo en América
Latina, Asia sudoriental o África y en otros aspectos –una distribución más
igualitaria de la renta en la sociedad y una mayor independencia del Estado
del centro constituido por el Norte/Occidente– lo había hecho
significativamente mejor. Dos décadas después, China ha roto obviamente la
pauta que tú describías entonces. ¿En qué medida te sorprendió o no esto?
Ante todo, no debemos exagerar en qué grado China
ha roto la pauta. El nivel de renta per capita en China era tan bajo –y
todavía es bajo comparado con los países ricos– que incluso los avances
importantes tienen que ser cualificados. China ha doblado su posición
relativa respecto al mundo rico, pero todavía eso solo significa pasar del 2
por 100 de la media de la renta per capita de los países ricos al 4 por 100.
Es cierto que China ha sido decisiva a la hora de reducir las desigualdades
de renta mundial entre países. Si prescindimos de China, la posición del Sur
ha empeorado desde la década de 1980; si la mantenemos, entonces el Sur ha
mejorado algo, debido casi exclusivamente al avance de este país. Pero, por
supuesto, se ha producido un enorme crecimiento de la desigualdad en el
interior de la RPCh , de modo que China ha contribuido también al incremento
de las desigualdades en el interior de los países durante las últimas
décadas. Tomando estas dos medidas juntas –desigualdad entre y en el interior
de los países– estadísticamente China ha provocado una reducción en la
desigualdad global total. No deberíamos exagerar esto, dado que la pauta
mundial presenta un perfil de enormes diferencias que se están reduciendo en
pequeña medida. Sin embargo, es importante porque cambia las relaciones de
poder entre países. Si continua, puede cambiar incluso la distribución global
de la renta de un modelo que es todavía muy polarizado a una distribución más
normal de tipo paretiano.
¿Me sorprendió esto? En cierto sentido, sí. De
hecho, es por ello por lo que cambié mi objeto de interés durante los últimos
quince años para estudiar Asia oriental, porque me di cuenta de que, aunque
esta región –excepto Japón obviamente– formaba parte del Sur tenía
determinadas peculiaridades que le permitían generar un tipo de desarrollo
que no casaba en absoluto con la pauta de desigualdad estable entre regiones.
Al mismo tiempo nadie ha afirmado –y yo desde luego no– que la estabilidad en
la distribución global de la renta también significaba inmovilidad de países
o regiones particulares. Una estructura completamente estable de
desigualdades puede persistir con algunos países ascendiendo y otros
descendiendo y esto es, en cierto sentido, lo que ha sucedido. Durante las
décadas de 1980 y 1990, en particular, el desarrollo más importante ha sido
la bifurcación de una altamente dinámica Asia oriental que se ha movido hacia
arriba, un África estancada que ha seguido la senda descendente,
particularmente África meridional, el «África de las reservas de trabajo» de
nuevo.
Esta bifurcación es el asunto que más me interesa
en estos momentos: ¿por qué África meridional y Asia oriental se han movido
en direcciones tan opuestas? Es un fenómeno muy importante que tenemos que
intentar comprender, porque hacerlo también modificaría nuestra comprensión
de los fundamentos de un desarrollo capitalista exitoso y el grado en que
reposa o no sobre la desposesión: la completa proletarizació n del
campesinado como sucedió en África meridional o en una proletarizació n mucho
más parcial que ha tenido lugar en Asia oriental. Por consiguiente, la
divergencia de estas dos regiones suscita una gran cuestión teórica, que de
nuevo desafía la identificació n de Brenner del desarrollo capitalista con la
total proletarizació n de la fuerza de trabajo.
Chaos and Governance in the Modern World System
sostenía en 1999 que la hegemonía estadounidense declinaría principalmente al
hilo del ascenso de Asia oriental y sobre todo de China. Al mismo tiempo
planteaba la perspectiva de que ésta sería la región en la que el trabajo
podría plantear en el futuro el desafío más drástico al capital a escala
mundial. Se ha sugerido en algunas ocasiones que existe una tensión entre
estas perspectivas: el ascenso de China como centro de poder rival de Estados
Unidos y el incremento de la revuelta de las clases trabajadoras chinas.
¿Cómo contemplas la relación entre ambos procesos?
La relación es muy estrecha porque ante todo,
contrariamente a lo que mucha gente piensa, los campesinos y trabajadores
chinos tiene una tradición milenaria de revuelta que no tiene paralelo en
ninguna otra parte del mundo. De hecho, muchas de las transiciones dinásticas
fueron impulsadas por rebeliones, huelgas y manifestaciones no únicamente de
trabajadores y campesinos, sino también de pequeños comerciantes. Se trata de
una tradición que continúa sin interrupción hasta el presente. Cuando Hu
Jintao dijo a Bush hace algunos años, «No se preocupe por el intento de China
de desafiar el predominio estadounidense; tenemos demasiadas preocupaciones
en casa», estaba señalando una de las principales características de la
historia china: cómo enfrentarse a la combinación de rebeliones internas
protagonizadas por las clases subordinadas y de invasiones externas por parte
de los denominados bárbaros, procedentes bien de las estepas, hasta el siglo
XIX, y después, desde las Guerras del Opio, del mar. Éstas han sido siempre
preocupaciones abrumadoras de los gobiernos chinos y han impuesto estrechos
límites al papel de China en las relaciones internacionales. El Estado chino
imperial de finales del siglo XVIII y del XIX era básicamente un tipo de
Estado del bienestar premoderno.
Estas características se reprodujeron a lo largo
de su subsiguiente evolución. Durante la década de 1990, Jiang Zemin permitió
al genio capitalista salir de la botella. Los actuales intentos de meterlo de
nuevo en ella tienen que abordarse en el contexto de esta tradición mucho más
dilatada. Si las rebeliones de las clases subordinadas chinas se materializan
en una nueva forma de Estado del bienestar, entonces ello influirá la pauta
de las relaciones internacionales durante los próximos veinte o treinta años.
Pero el equilibrio de fuerzas entre las clases en China es todavía una
cuestión abierta.
¿Existe una contradicción entre ser un centro
fundamental de revuelta social y ser una potencia en ascenso? No
necesariamente: Estados Unidos en la década de 1930 estuvo en la vanguardia
de las luchas obreras al tiempo que emergía como potencia hegemónica. El
hecho de que estas luchas tuvieran éxito en medio de la Gran Depresión fue un
factor significativo a la hora de que Estados Unidos fuera socialmente
hegemónico también para las clases trabajadoras. Éste fue ciertamente el caso
en Italia donde la experiencia estadounidense se convirtió en el modelo para
algunos sindicatos católicos.
Declaraciones recientes de China sugieren que
existe una gran preocupación sobre los niveles de desempleo que pueden
resultar de la recesión global, habiéndose dispuesto una batería de medidas
para enfrentarse a ella.
¿Pero esto implica también la continuación del
modelo de desarrollo de modos que pueden, a fin de cuentas, desafiar al resto
del capitalismo global?
La cuestión es si las medidas que los dirigentes
chinos adopten como respuesta a las luchas de los grupos subordinados pueden
funcionar en otros lugares en los no existen las mismas condiciones. La
cuestión de si China puede convertirse en modelo para otros Estados
–particularmente para otros grandes Estados del Sur, como India– depende de
innumerables especificidades históricas y geográficas que pueden no ser
reproducibles en otras partes.
Los chinos saben esto y no se postulan como un
modelo que tenga que ser imitado. Así, pues, lo que suceda en China será
crucial en cuanto a las relaciones entre la RPCh y el resto del mundo, pero
no en términos del establecimiento de un modelo para que otros lo sigan.
Existe, sin embargo, una interpenetració n de las luchas en China –de las
luchas obreras y campesinas contra la explotación, pero también de las luchas
contra los problemas ambientales y la destrucción ecológica– que no se
encuentran con esa extensión en ninguna otra parte. Estas luchas están
creciendo en estos momentos y resultará importante ver cómo los líderes
chinos responden a ellas.
Creo que el traspaso de liderazgo a Hu Jintao y
Wen Jiabao tiene que ver con el nerviosismo, por decirlo suavemente, ligado
al abandono de una larga tradición de políticas de bienestar. Tendremos,
pues, que seguir la evolución de la situación y observar los posibles
resultados de la misma.
Volvamos a la cuestión de las crisis
capitalistas. Tu ensayo de 1972 «Towards a Theory of Capitalist Crisis»
establece una comparación entre el largo declive de 1873-1896 y la predicción,
que se probó totalmente exacta, de otra crisis similar que históricamente
comenzó en 1973. Has vuelto a este paralelismo varias veces desde entonces,
señalando las similitudes, pero también las importantes diferencias entre
ambas, sin embargo has escrito menos sobre la crisis de 1929 y su evolución.
¿Sigues considerando que la Gran Depresión presenta una menor relevancia?
Bien, no menos relevancia, porque de hecho es la
crisis más seria que ha experimentado el capitalismo histórico y ciertamente constituyó
un punto de inflexión. Pero también educó a las potencias realmente
importantes sobre lo que tenían que hacer para no repetir la experiencia.
Existe una variedad de instrumentos conocidos y menos conocidos para impedir
que ese tipo de hundimiento se produzca de nuevo. Incluso ahora, aunque el
colapso de los mercados bursátiles está siendo comparado con el de la década
de 1930, creo, y puedo estar equivocado, que tanto las autoridades monetarias
como los gobiernos de los Estados que realmente cuentan van a hacer todo lo
que puedan para evitar que el colapso de los mercados financieros tenga
efectos sociales similares a los de la década de 1930. No pueden permitírselo
políticamente así que tirarán para adelante haciendo todo lo que tengan que
hacer. Incluso Bush –y antes que él Reagan– a pesar de toda su ideología de
libre mercado, recurrieron a un tipo extremo de financiación del gasto de
corte keynesiano. Su ideología es una cosa, lo que realmente hacen es otra,
porque están respondiendo a situaciones políticas que no pueden tolerar que
se deterioren demasiado. Los aspectos financieros pueden ser similares a la
década de 1930, pero existe una mayor conciencia y unas restricciones más
severas sobre las autoridades políticas para que no permitan que estos
procesos afecten a la denominada economía real en la misma medida en que lo
hicieron en la década de 1930. No estoy diciendo que la Gran Depresión sea
menos relevante, pero no estoy convencido de que se vaya a repetir en un
futuro próximo. La situación de la economía mundial es radicalmente
diferente. En la década de 1930 se hallaba enormemente segmentada y ello
puede haber sido el factor que produjo las condiciones para que se produjera
una cadena de derrumbamientos como la que se produjo. Ahora está mucho más
integrada.
En «Towards a Theory of Capitalist Crisis»
describes un profundo conflicto estructural en el capitalismo, en el que
diferencias entre crisis que son causadas por una tasa demasiado alta de
explotación, que conduce a crisis de realización a causa de una demanda
efectiva insuficiente, y aquellas otras debidas a una tasa demasiado baja de
explotación, que reduce la demanda de medios de producción. En la actualidad,
¿todavía sostienes esta distinción general y si es así dirías que estamos inmersos
en una crisis de realización, enmascarada por un endeudamiento personal y una
financiarizació n crecientes debidos a las represiones salariales que han
caracterizado al capitalismo durante los últimos treinta años?
Sí. Creo que durante los últimos treinta años se
ha producido un cambio en la naturaleza de la crisis. Hasta principios de la
década de 1980, la crisis fue una crisis típica de caída de la tasa de
beneficio debido a la intensificació n de la competencia entre las agencias
capitalistas y a que en aquellas circunstancias los trabajadores estaban
mucho mejor equipados para protegerse a sí mismos que en depresiones
anteriores, tanto la de finales del siglo XIX como la de la década de 1930.
Esta fue, pues, la situación durante la década de 1970. La contrarrevolució n
monetaria de Reagan- Thatcher se orientó realmente a socavar este poder, esta
capacidad de las clases trabajadoras de protegerse a sí mismas, y si bien
este no fue su único objetivo, sí fue uno de los principales. Creo que tú
citas algún asesor de Thatcher diciendo que lo que ellos hacían…… era crear
un ejército industrial de reserva; exactamente…
… ¡lo que Marx dice que ellos debían hacer! Eso
cambió la naturaleza de la crisis. En las décadas de 1980 y 1990 y ahora en
la de 2000, nos enfrentamos en realidad a una crisis de sobreproducció n, con
todas sus características típicas. La renta ha sido redistribuida a favor de
los grupos y clases que disponen de alta liquidez y predisposiciones
especulativas, por lo cual no se reintegra en la circulación en forma de
demanda efectiva, sino que se encamina a la especulación, creando burbujas
que explotan regularmente.
Por consiguiente, sí, la crisis se ha
transformado de una caracterizada por la caída de la tasa de beneficio,
debida a la intensificació n de la competencia entre capitales, en una de
sobreproducció n debida a la escasez sistémica de demanda efectiva creada por
las tendencias del desarrollo capitalista.
Un informe reciente del National Intelligence
Council predecía el fin del dominio global de Estados Unidos en 2025 y la
emergencia de un mundo más fragmentado, más multipolar y potencialmente más
conflictivo. ¿Piensas que el capitalismo como sistema-mundo requiere, como
condición de posibilidad, una única potencia hegemónica? ¿Es la ausencia de
una de éstas necesariamente equivalente a un caos sistémico inestable, es
imposible un equilibrio de poder entre grandes Estados aproximadamente
comparables?
No, no diría que es imposible. En gran medida
depende de si la potencia hegemónica en ejercicio acepta la acomodación o no.
El caos de los últimos seis o siete años es debido a la respuesta de la
Administració n de Bush al 11-S, que ha sido en algunos aspectos un caso de
suicidio de una gran potencia. Lo que las potencias declinantes hacen es muy
importante, porque ellas tienen la capacidad de crear caos. El conjunto del
«Project for a New American Century» era una negativa a aceptar ese declive,
lo cual ha sido una catástrofe. Se ha producido una debacle militar en Iraq y
el correspondiente deterioro financiero de la posición estadounidense en la
economía mundial, que ha transformado a Estados Unidos de una nación
acreedora en la mayor nación deudora de la historia mundial. Como derrota, la
de Iraq es peor que la de Vietnam, porque en Indochina había una larga
tradición de guerra de guerrillas: los vietnamitas tenían un líder del
calibre de Ho Chi Minh, habían derrotado ya a los franceses. La tragedia de
los estadounidenses en Iraq es que incluso en las mejores circunstancias
posibles les está costando mucho ganar la guerra y ahora mismo están
intentando abandonarla salvando de algún modo la cara. Su resistencia a la
acomodación ha conducido, primero, a una aceleración de su declive y,
segundo, a un increíble sufrimiento y caos en Iraq. Iraq es un desastre. El
volumen de la población desplazada es mucho mayor que en Dafur.
No está claro lo que Obama quiere hacer
realmente. Si piensa que pude revertir el declive, va a encontrarse con
sorpresas muy desagradables. Lo que puede hacer es gestionarlo
inteligentemente, en otras palabras, cambiar la política seguida de:
«Nosotros no nos estamos acomodando. Nosotros queremos otro siglo» a una de
gestión de facto del declive, ideando políticas que se acomoden al cambio
acaecido en las relaciones de poder. No se si Obama va a hacer esto, porque
es muy ambiguo, realmente no lo se. Pero el cambio de Bush a Obama abre la
posibilidad de gestionar y acomodar el declive de Estados Unidos en un modo
no catastrófico. Bush ha tenido el efecto opuesto: la credibilidad del
ejército estadounidense se ha socavado todavía más, la posición financiera es
ahora más desastrosa. Así que la tarea a la que se enfrenta Obama, creo, es
gestionar el declive inteligentemente; eso es lo que puede hacer, si bien su
idea de incrementar las tropas en Afganistán es como poco preocupante.
A lo largo de los años, aunque siempre has basado
tu trabajo en la concepción de Marx de la acumulación de capital, nunca has
vacilado en expresar determinadas críticas importantes a su pensamiento: entre
otras su infravaloració n de las luchas de poder entre los Estados, su
indiferencia respecto al espacio, las contradicciones en su análisis de la
clase obrera. Durante mucho tiempo te ha fascinado Adam Smith, que juega un
papel central en tu último trabajo Adam Smith en Pekín 10. ¿Cuáles serían las
reservas, similares a las que oponías a Marx, que le plantearías?
Las reservas comparables sobre Smith son las
mismas que las que Marx tenía respecto a él. Marx tomó un montón de cosas de
Smith: la tendencia de la tasa de beneficio a caer bajo el impacto de la
competencia intercapitalista, por ejemplo, es una idea de Smith. El capital
es una crítica de la economía política: Marx estaba criticando a Smith por no
haber tenido en cuenta lo que sucedía en los lugares ocultos de la
producción, por decirlo con sus palabras: la competencia intercapitalista
podía impulsar a la baja la tasa de beneficio, pero ello era contrarrestado
por la tendencia y la capacidad de los capitalistas de alterar a su favor las
relaciones de poder con la clase trabajadora. Desde este punto de vista, la
crítica de Marx de la economía política de Smith estaba efectuando una
aportación crucial. Sin embargo, también tenemos que atender a la evidencia
histórica, porque el de Marx era un constructo teórico dotado de premisas que
pueden no corresponder a la realidad histórica de periodos o lugares
particulares.
No podemos inferir realidades empíricas de
constructos teóricos. La validez de su crítica de Smith tiene que evaluarse
en función de los hechos históricos; eso se aplica a Smith lo mismo que a
Marx o cualquier otro autor.
Una de las conclusiones de Marx en El capital ,
particularmente del volumen I, es que la adopción de un sistema de libre
mercado smithiano provocará el incremento de la desigualdad de clase. ¿En qué
medida la introducción de un régimen smithiano en Pekín trae aparejado el
riesgo de mayores desigualdades en China?
Mi razonamiento en el capítulo teórico sobre
Smith, en Adam Smith en Pekín, es que no existe noción alguna en su trabajo
de unos mercados autorregulados, como sucede en el credo neoliberal. La mano
invisible es la del Estado, que debe gobernar de un modo descentralizado con
un mínimo de interferencia burocrática. Sustantivamente, la acción del
gobierno en Smith es pro trabajo, no pro capital. Smith es muy explícito
cuando afirma que no es partidario de que los trabajadores compitan para
reducir los salarios, sino de que lo hagan los capitalistas para reducir sus
beneficios a una mínima recompensa aceptable por sus riesgos. Las
concepciones actuales afirman lo contrario de lo que él dice. No esta claro,
sin embargo, hacia donde se dirige China hoy. En la era de Jiang Zemin,
durante la década de 1990, se encaminaba ciertamente a hacer competir a los
trabajadores en pro del capital y el beneficio; no cabe duda al respecto.
Ahora se ha producido una inversión, que como he dicho tiene en cuenta no
solo la tradición de la Revolución y del periodo maoísta, sino también la de
las políticas de bienestar de la China imperial tardía durante la dinastía
Qing de finales del siglo XVIII y principios del XIX. No apuesto por un
resultado particular en China, pero debemos estar atentos para analizar hacia
dónde se encamina.
En Adam Smith en Pekín utilizas también el
trabajo de Sugihara Kaoru, que contrapone una «revolución industriosa» basada
en el trabajo intensivo y la gestión respetuosa de la naturaleza que en los
inicios del periodo moderno se verifica en Asia oriental, y una «revolución
industrial» basada en la mecanización y la depredación de los recursos
naturales, y comentas la esperanza de que pudiera producirse una convergencia
de las dos en beneficio de la humanidad en el futuro. ¿Cómo estimarías el
equilibrio entre ambas en la actual Asia oriental?
Muy precario. No soy tan optimista como Sugihara
que piensa, quizá, que la tradición de Asia oriental de «revolución
industriosa» se halla tan profundamente incrustada que puede si no llegar a
ser dominante de nuevo, al menos jugar un importante papel en cualquier
formación híbrida que vaya a emerger. Estos conceptos son más importantes
para seguir lo que está sucediendo que para afirmar que Asia oriental va por
este camino o Estados Unidos por aquel otro. Existen pruebas de que las
autoridades asiáticas están preocupadas por el medioambiente y por el
descontento social, pero después hacen cosas que son absolutamente estúpidas.
La idea de copiar a Estados Unidos, desde este punto de vista, ya fue absurda
en Europa y es obviamente todavía más absurda en China. Siempre he dicho a los
chinos que durante las décadas de 1990 y 2000 ellos miraron a la ciudad
equivocada. Si querían observar cómo ser ricos sin ser ecológicamente
destructivos debían mirar a Ámsterdam en lugar de a Los Angeles. En Ámsterdam
todo el mundo se mueve en bicicleta; hay miles de bicicletas aparcadas en la
estación por la noche, porque la gente llega en tren, coge sus bicicletas por
la mañana y las deja de nuevo por la tarde. Si bien no había coches en China
la primera vez que estuve allí en 1970 –tan solo unos pocos autobuses en un
mar de bicicletas–, ahora, cada vez más, las bicicletas han sido expulsadas.
Desde ese punto de vista nos topamos con un panorama claroscuro, muy
preocupante y contradictorio. La ideología de la modernización se halla
desacreditada en todas partes, pero hasta ahora colea, muy ingenuamente, en
China.
Pero por lo que implica de Adam Smith en Pekín
parece ser que podríamos necesitar algo de esa revolución industriosa en
Occidente, y que por consiguiente ésta es una categoría que no es específica
de China, sino que puede ser en realidad mucho más amplia.
Sí, pero el punto fundamental de Sugihara es que
el desarrollo típico de la revolución industrial, la substitución de trabajo
por maquinaria y energía, no solo tiene límites ecológicos, como sabemos,
sino que también tiene límites económicos. De hecho los marxistas a menudo
olvidan que la idea de Marx de la creciente composición orgánica del capital,
que impulsa a la baja a la tasa de beneficio, tiene que ver fundamentalmente
con el hecho de que el uso de más máquinas y energía intensifica la
competencia entre los capitalistas de tal modo que la hace menos rentable,
además de ser ecológicamente destructiva. El punto de Sugihara es que la
separación de dirección y gestión empresarial, por un lado, y trabajo, por
otro, el creciente dominio de los directivos y gestores empresariales sobre
el trabajo y el hecho de que éste se halle privado de sus competencias,
incluidas las de la autogestión, que es típica de la revolución industrial,
tiene límites. En la revolución industriosa se produce una movilización de
todos los recursos de los hogares que desarrolla, o al menos preserva,
competencias de gestión y dirección entre los trabajadores. Finalmente, las
ventajas de estas competencias de autogestión resultan más importantes que
las ventajas derivadas de la separación de concepción y ejecución que fue
típica de la revolución industrial. Creo que tiene razón, en el sentido de
que es realmente crucial para comprender el actual ascenso de China; de que
al haber preservado estas competencias de autogestión mediante la imposición
de serias limitaciones a los procesos de proletarizació n en un sentido
sustantivo, China puede ahora tener una organización del proceso de trabajo
que se apoya más sobre las competencias de autogestión del trabajo que en
otras partes. Esta es probablemente una de las principales fuentes de ventaja
competitiva de China bajo las nuevas circunstancias.
Lo cual nos retrotraería a la política del Grupo
Gramsci en lo que se refiere al proceso de trabajo y de autonomia.
Sí y no. Se trata de dos formas diferentes de
autonomía. De lo que estamos hablando ahora es de autonomía de gestión y
dirección, mientras que la otra se refería a la autonomía en la lucha, en el
antagonismo de los trabajadores frente al capital. Ahí, la idea de autonomía
era: ¿cómo formulamos nuestro programa de modo tal que unamos a los
trabajadores en la lucha contra el capital, en vez de dividirlos creando así
las condiciones para que éste restablezca su autoridad sobre ellos en el
lugar de trabajo? La situación actual es ambigua. Muchos observan las
competencias de autogestión chinas y las consideran como un modo de
subordinar el trabajo al capital, en otras palabras, el capital ahorra en
costes de gestión y dirección. Debemos poner estas competencias de
autogestión en su contexto: dónde, cuándo y para qué propósito. No es tan
fácil clasificarlas de un modo u otro.
Finalizabas «World Income Inequalities» en 1991
argumentando que tras el colapso de la URSS, la profundizació n y la
multiplicació n de los conflictos sobre recursos escasos en el Sur – la
Guerra Iraq-Irán o la Guerra del Golfo pueden considerarse emblemáticos–
obligaban a Occidente a crear estructuras embrionarias de gobierno mundial
para regular aquellos: el G7 como comité ejecutivo de la burguesía global, el
FMI y el Banco Mundial como su Ministerio de Economía, el Consejo de
Seguridad como su Ministerio de Defensa. Estas estructuras, tú sugerías,
podrían caer en manos de las fuerzas no conservadoras en un plazo de quince
años.
En Adam Smith en Pekín hablas por el contrario de
una sociedad de mercado mundial como un futuro potencialmente esperanzador en
el cual ninguna potencia es ya una potencia hegemónica. ¿Cuál es la relación
entre ellas y cuáles son tus concepciones de ambas?
En primer lugar, no dije realmente que las
estructuras del gobierno mundial emergieran como consecuencia de los
conflictos en el seno del Sur. La mayoría de ellas eran organizaciones de
Bretton Woods, establecidas por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial
como mecanismos necesarios para evitar los problemas provocados por los
mercados autorregulados en la economía global y como instrumentos de
gobernanza.
Por consiguiente, desde el comienzo del periodo
de posguerra existieron estructuras embrionarias de gobierno mundial. Lo que
se produjo en la década de 1980 fue una creciente turbulencia e
inestabilidad, de la cual estos conflictos en el Sur eran un aspecto, y por
lo tanto estas instituciones fueron reactivadas para gestionar la economía
mundial de un modo diferente al de antes. ¿Podrían apropiarse las fuerzas no
conservadoras de las mismas? Mi actitud ante esas instituciones fue siempre
ambivalente, porque en muchos aspectos reflejaban el equilibrio de poder
entre los Estados del Norte y del Sur: en el seno del Norte, entre el Norte y
el Sur, etc. No había nada en teoría que excluyese la posibilidad de que esas
instituciones pudieran realmente ser puestas a trabajar para regular la
economía mundial, de modo que pudieran promover una distribución más
equitativa de las rentas a escala global. Sin embargo, lo que sucedió fue
exactamente lo contrario. Durante la década de 1980, el FMI y el Banco
Mundial se convirtieron en instrumentos de la contrarrevolució n neoliberal y
promovieron, por consiguiente, una distribución más desigual de la renta.
Pero incluso entonces, como he dicho, lo que sucedió finalmente fue no tanto
una distribución más desigual entre Norte y Sur, sino una gran bifurcación
dentro del propio Sur, con Asia oriental comportándose muy bien y África
meridional comportándose muy mal, mientras otras regiones se colocaban entre
esos extremos.
¿Cómo se relaciona eso con el concepto de
sociedad de mercado mundial que discuto en Adam Smith en Pekín? Resulta ahora
obvio que un Estado mundial, incluso en su forma más embrionaria, de tipo
confederal, sería muy difícil de materializar. No constituye una posibilidad
seria en un futuro inmediato. Se está gestando una sociedad de mercado
mundial en el sentido de que los países se relacionarán los unos con los
otros mediante mecanismos de mercado que no se autorregulan en absoluto, sino
que son regulados, lo cual era también cierto del sistema desarrollado por
Estados Unidos, que constituía un proceso altamente regulado mediante el que
la eliminación de las tarifas, las cuotas y las restricciones sobre la
movilidad del trabajo eran siempre negociadas por los Estados,
fundamentalmente por Estados Unidos y Europa, y después entre ambos y otros
Estados. La cuestión ahora es qué regulación va a introducirse para impedir
un hundimiento del mercado similar al acaecido en la década de 1930. Así,
pues, la relación entre los dos conceptos es que la organización de la
economía mundial se basará fundamentalmente en el mercado, pero con una
importante participación de los Estados en la regulación de esa economía.
En The Long Twentieth Century bosquejabas tres
resultados posibles del caos sistémico hacia los que estaba encaminándose la
larga ola de financiarizació n que había comenzado a principios de la década
de 1970: un imperio mundial controlado por Estados Unidos, una sociedad de
mercado mundial en la que ningún Estado dominara a los otros o una nueva
guerra mundial que destrozaría la humanidad. En los tres casos, el
capitalismo, tal y como se había desarrollado históricamente, desaparecería.
En Adam Smith en Pekín concluyes que dados los
fracasos de la Administració n de Bush, el primero puede ahora ser excluido,
dejando únicamente los otros dos. ¿Pero no existe, lógicamente al menos y de
acuerdo con tu propio marco analítico, la posibilidad de que China pueda
emerger en un determinado momento como una nueva potencia hegemónica que
sustituya a Estados Unidos sin alterar las estructuras del capitalismo y del
territorialismo tal y como tú las has descrito? ¿Excluyes esa posibilidad?
No excluyo esa posibilidad, pero comencemos
recordando exactamente qué dije en realidad. El primero de los tres
escenarios que contemplaba en The Long Twentieth Century era un imperio
mundial controlado no por Estados Unidos, sino por Estados Unidos en alianza
con sus aliados europeos.
Nunca pensé que Estados Unidos sería tan
intratable como para intentar perseguir por sí solo un Nuevo Siglo Americano,
dado que era un proyecto lo suficientemente absurdo como para ser tenido en
cuenta; y, por supuesto, se volvería en su contra de modo inmediato. De
hecho, existe una fuerte corriente en el seno del establishment de la
política exterior estadounidense deseosa de reparar las relaciones con
Europa, que experimentaron tensiones con el unilateralismo de la
Administració n de Bush. Se trata tan sólo todavía de una posibilidad, si
bien es ahora menos probable de lo que lo era previamente. El segundo punto
es que la sociedad de mercado mundial y el mayor peso de China en la economía
global no son mutuamente excluyentes. Si observamos el modo en que China se
ha comportado respecto a sus vecinos históricamente, siempre ha habido una
relación basada más en el comercio y en los intercambios económicos que en el
poder militar; y ello todavía es así. La gente malinterpreta con frecuencia
este punto: piensan que estoy describiendo a los chinos como si fuesen más
blandos que Occidente, pero no tiene nada que ver con esto, sino con los
problemas de la gobernanza de un país como China, que hemos discutido anteriormente.
China tiene una tradición de rebeliones a la que ningún otro territorio de
tamaño y densidad de población similares se ha enfrentado nunca. Sus
gobernantes son también muy conscientes de la posibilidad de nuevos invasores
que vengan del mar, en otras palabras Estados Unidos. Como señalo en el
capítulo X de Adam Smith en Pekín existen varios planes estadounidenses sobre
cómo tratar a China, ninguno de los cuales es exactamente tranquilizador para
Pekín. Aparte del plan de Kissinger, que apuesta por la cooptación, los otros
contemplan bien una nueva Guerra Fría dirigida contra China o bien la
implicación de China en guerras con sus vecinos, mientras Estados Unidos
desempeña el papel de «tercero feliz». Si China emerge, como pienso que hará,
como un nuevo centro de la economía global, su papel será radicalmente
diferente al de las potencias hegemónicas anteriores. No solo a causa de los
contrastes culturales, enraizados como lo están en diferencias
histórico-geográ ficas, sino precisamente porque la historia y la geografía
diferentes de la región asiático-oriental no dejarán de impactar las nuevas
estructuras de la economía global. Si China va a ser una potencia hegemónica,
va a serlo de un modo muy diferente a las otras. Ante todo, el poder militar
será mucho menos importante que el poder cultural y económico,
particularmente éste último.
China tendrá que jugar la carta económica mucho
más de lo que lo hicieron Estados Unidos, los británicos o los holandeses.
¿Prevés una mayor unidad en Asia oriental? Se
comenta, por ejemplo, la posibilidad de una especie de FMI asiático, de la
unificación de la moneda, etc., ¿ves a China como el centro de una potencia
hegemónica asiático- oriental en vez de cómo un actor solitario? Y si es así,
¿cómo cuadra esto con el creciente nacionalismo de Corea del Sur, Japón y
China?
Lo que resulta más interesante de Asia oriental
es cómo, a fin de cuentas, la economía es determinada por las
predisposiciones y políticas reciprocas de los Estados, a pesar de sus
nacionalismos, los cuales se hallan muy bien asentados e imbricados, pero
también vinculados a un hecho histórico con frecuencia olvidado por
Occidente: que Corea, China, Japón, Tailandia, Camboya, todos ellos eran
Estados nacionales mucho antes de que hubiera un solo Estado-nación en
Europa, que todos ellos tienen historias de reacciones nacionalistas frente
al resto en un marco que es predominantemente económico. Ocasionalmente hubo
guerras y la actitud de los vietnamitas respecto a China o de los coreanos
respecto a Japón se asienta profundamente en la memoria de esas guerras. Al
mismo tiempo, la economía parecer predominar. Fue sorprendente que el
resurgimiento nacionalista en Japón, durante el mandato de Kozumi, fuera
súbitamente puesto a buen recaudo cuando llegó a ser evidente que las
empresas japonesas estaban interesadas en hacer negocios con China. En ésta
también se produjo una enorme ola de manifestaciones antijaponesas, pero
después se detuvo. El cuadro general en Asia oriental indica que existen
profundas predisposiciones nacionalistas, pero al mismo tiempo que tienden a
ser dominadas por los intereses económicos.
La actual crisis del sistema financiero mundial
parece la reivindicació n más espectacular de las predicciones teóricas que
has sostenido desde hace mucho tiempo más allá de lo que nadie podía
imaginar. ¿Hay de todas formas aspectos de esta crisis que te hayan
sorprendido?
Mi predicción era muy simple. La tendencia
recurrente hacia la financiarizació n era, como señaló Braudel, un signo del
otoño de una expansión material particular que se centraba en un Estado
determinado. En The Long Twentieth Century denominé el inicio de la
financiarizació n la crisis-señal de un régimen de acumulación y señalé que a
lo largo del tiempo –habitualmente tras medio siglo– se produce la crisis
terminal. Para las anteriores potencias hegemónicas, era posible identificar
tanto la crisis-señal como las crisis terminal. Para Estados Unidos aventuré
la hipótesis de que la década de 1970 era la crisis señal; la crisis terminal
no había llegado todavía, pero llegaría. ¿Cómo? La hipótesis básica es que
todas estas expansiones financieras eran fundamentalmente insostenibles,
porque estaban canalizando hacia la especulación más capital del que podía
ser realmente gestionado o dicho con otras palabras existía la tendencia de
que estas expansiones financieras desarrollaran burbujas de diversos tipos.
Preví que esta expansión financiera conduciría finalmente a una crisis
terminal, porque las burbujas son tan insostenibles hoy como lo fueron en el
pasado, pero no los detalles de las burbujas: la burbuja de los valores
tecnológicos o la burbuja de la vivienda.
También, me mostré ambiguo sobre en qué momento
nos encontrábamos a principios de la década de 1990, cuando escribí The Long
Twentieth Century. Pensaba que de algún modo la belle époque de Estados
Unidos estaba ya acabada, cuando en realidad estaba justo empezando. Reagan
la preparó provocando una recesión importante, que creó a continuación las
condiciones para la subsiguiente expansión financiera, pero fue Clinton quien
realmente presidió la belle époque que después terminó en el colapso de la
década de 2000, especialmente del Nasdaq. Con la explosión de la burbuja de
la vivienda, lo que estamos observando ahora es, con toda claridad, la crisis
terminal de la centralidad financiera y de la hegemonía estadounidenses.
Lo que distingue tu trabajo de casi todos los
partícipes en tu campo es tu aprecio por la flexibilidad, la adaptabilidad, y
la fluidez del desarrollo capitalista, en el marco del sistema interestatal.
Sin embargo, en la longue durée , como sucede en los marcos de 500, 150 y 50
años que adoptas para el examen colectivo de la posición de Asia oriental en
el sistema interestatal emergen pautas de comportamiento sorprendentemente
claras, casi nítidas en su determinación y simplicidad 11. ¿Cómo
caracterizarí as la relación existente entre contingencia y necesidad en tu
pensamiento?
Hay dos cuestiones diferentes aquí: una concierne
a la apreciación de la flexibilidad del desarrollo capitalista y la otra
atañe a la recurrencia de las pautas de comportamiento, y la extensión en la
que éstas se hallan determinadas por la contingencia o la necesidad. Sobre la
primera, la adaptabilidad del capitalismo: esto se halla parcialmente ligado
a mi experiencia de empresa cuando era joven. Inicialmente intenté gestionar
la empresa de mi padre, que era relativamente pequeña; después redacté una
disertación sobre la empresa de mi abuelo, que era de mayor tamaño que la de
mi padre. A continuación discutí con mi abuelo y me fui a Unilever, que en
cuanto a número de empleados era la segunda multinacional en esos momentos.
Tuve, pues, la suerte –desde el punto de vista
del análisis de la empresa capitalista– de incorporarme sucesivamente a
empresas cada vez mayores lo cual me ayudó a comprender que no puedes hablar
sobre empresas capitalistas en general, porque las diferencias entre la
empresa de mi padre, la de mi abuelo y Unilever eran increíbles. Por ejemplo,
mi padre invertía todo su tiempo en visitar a sus clientes en los distritos
textiles y estudiar los problemas técnicos que tenían con sus máquinas, para
después volver a la fábrica y discutir los problemas con su ingeniero y
adaptar las máquinas a las necesidades de aquellos. Cuando intenté gestionar
este negocio me sentí totalmente perdido; todo se basaba en las competencias
y los conocimientos que formaban parte de la práctica y la experiencia de mi
padre. Podía ir a visitar y ver a los clientes, pero no podía resolver sus
problemas, no podía realmente ni siquiera comprenderlos. No había remedio. De
hecho, en mi juventud, cuando le decía a mi padre, «si llegan los comunistas,
vas a tener problemas», él decía, «no, no voy a tener problemas, continuaré
haciendo lo que hago, ellos necesitan gente que haga esto».
Cuando cerré la empresa de mi padre y me
incorporé a la de mi abuelo, me encontré con una organización que ya era más
fordista. No se estudiaban los problemas de los clientes, sino que se
producían máquinas estandarizadas, les gustaran a los clientes o no. Sus
ingenieros diseñaban máquinas en virtud de lo que ellos pensaban que
precisaba el mercado y les decían a los clientes: esto es lo que tenemos. Se
trataba de una producción en masa embrionaria, con líneas de montaje
embrionarias. Cuando llegué a Unilever, apenas tuve contacto con el ámbito de
la producción.
Existían muchas fábricas diferentes: una hacía
margarina, otra jabón, otra perfumes. Había docenas de productos diferentes,
pero la sede principal de actividad no era ni la organización del marketing
ni el lugar de producción, sino el departamento financiero y el departamento
de publicidad.
Así que eso me enseñó que era muy difícil
identificar una forma específica como «típicamente» capitalista.
Posteriormente, estudiando a Braudel, observé que esta idea de la naturaleza
eminentemente adaptable del capitalismo era algo que podíamos observar
históricamente.
Uno de los mayores problemas de la izquierda,
pero también de la derecha, es pensar que hay únicamente un tipo de
capitalismo que se reproduce históricamente, mientras que el capitalismo se
ha transformado a sí mismo sustantivamente –sobre todo a escala global– de
modos inesperados.
Durante varios siglos el capitalismo dependió de
la esclavitud y parecía tan imbricado con la misma desde todos los puntos de
visa que resultaba difícil pensar que podría sobrevivir sin ella; pero la
esclavitud fue abolida y el capitalismo no solo sobrevivió sino que prosperó
más que nunca, desarrollándose ahora a partir del colonialismo y el
imperialismo.
En ese momento pareció que el colonialismo y el
imperialismo eran esenciales para su funcionamiento, pero una vez más, tras
la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo se desprendió de ambos y sobrevivió
y prosperó.
Desde un punto de vista histórico-mundial, el
capitalismo siempre ha estado transformándose a sí mismo y ésta es una de sus
principales características; sería realmente miope intentar precisar lo que
es el capitalismo sin tener en cuenta estas transformaciones cruciales. Lo
que permanece constante a lo largo de estas transformaciones y lo que define
la esencia del mismo se halla capturado de modo óptimo por la fórmula del
capital acuñada por Marx, D-M-D', a la cual me refiero repetidamente cuando
identifico la alternancia de expansiones materiales y financieras. Si
observamos la China actual, podemos decir que el sistema allí vigente quizá
es capitalismo quizá no, y al respecto yo creo que se trata de una cuestión
que todavía está abierta; pero aunque asumamos que se trata de capitalismo,
debemos tener en cuenta que no es el mismo capitalismo que el existente en
periodos anteriores, sino que se halla totalmente transformado.
El problema es identificar sus especificidades,
cómo difiere de los capitalismos anteriores, lo denominemos capitalismo o de
otro modo. ¿Y la segunda parte de la cuestión, esto es, la emergencia de
pautas de comportamiento tan específicas de longue durée analizadas en tu
trabajo y las transformaciones de escala?
Un punto es que existe una dimensión geográfica
muy clara en los ciclos recurrentes de expansión material y financiera, pero
podemos observar este aspecto únicamente si no nos limitamos a concentrarnos
en un solo país, porque entonces se observa un proceso totalmente diferente.
Esto es lo que ha hecho la mayoría de los historiadores: se concentran en un
país y describen su evolución. En Braudel, por el contrario, la idea es
precisamente que la acumulación de capital salta; y si tú no saltas con ella,
si tú no le sigues de lugar a lugar, no la ves. Si permanecemos concentrados en
Inglaterra o en Francia, perdemos de vista lo que es más esencial del
desarrollo del capitalismo histórico-mundial. Tienes que moverte con él para
comprender que el proceso de desarrollo capitalista es esencialmente aquel
que supone un salto de una situación en la que lo que tú has denominado
«solución espacial de carácter infraestructural» se vuelve demasiado
constrictiva y la competencia se intensifica, a otra en la que una solución
espacial de mayor escala y ámbito de acción permite al sistema experimentar
otro periodo de expansión material. Y después, por supuesto, el ciclo se
repite de nuevo.
Cuando formulaba esta idea por primera vez,
infiriendo las pautas de comportamiento de Braudel y Marx, todavía no había
apreciado totalmente tu concepto de solución espacial en el doble sentido de
la palabra: fijeza del capital invertido y solución de las contradicciones
previas de la acumulación capitalista. Existe una necesidad endógena en estas
pautas de comportamiento que se deriva del proceso de acumulación, que
moviliza dinero y otros recursos a una escala cada vez mayor, lo cual a su
vez crea problemas bajo la forma de una competencia intensificada y de
sobreacumulació n de diversos tipos. El proceso de acumulación capitalista de
capital –como proceso opuesto a la acumulación no capitalista de capital–
tiene este efecto bola de nieve que intensifica la competencia e impulsa a la
baja la tasa de beneficio. Quienes se hallan mejor posicionados para
encontrar una nueva solución espacial lo hacen optando por un «contenedor»
cada vez mayor.
De las ciudades-Estado, que acumularon un ingente
capital en pequeños contenedores, a la Holanda del siglo XVII, que fue más
que una ciudad-Estado pero menos que un Estado nacional, pasando por la Gran
Bretaña de finales del siglo XVIII y del siglo XIX, con su imperio de
dimensiones mundiales, para llegar a la dimensión continental de Estados
Unidos en el siglo XX.
Ahora el proceso no puede continuar de la misma
forma, porque no existe un contenedor mayor que pueda desplazar a Estados
Unidos. Existen grandes Estados nacionales –de hecho civilizacionales– como
China e India, que no son mayores que Estados Unidos en términos espaciales,
pero que tienen cuatro o cinco veces su población. Así, pues, ahora estamos
cambiando hacia una nueva pauta: en vez de desplazarnos de un contenedor a
otro espacialmente mayor, estamos yendo de un contenedor con una baja
densidad de población a contenedores con densidades mayores.
Por otro lado, anteriormente se produjo un cambio
de países ricos a países ricos, mientras que ahora estamos desplazándonos de
países muy ricos a países todavía básicamente pobres (la renta per capita de
China es todavía la veintésima parte de la de Estados Unidos). En cierto
sentido, puedes decir, «Perfecto, ahora la hegemonía, si es eso lo que está
sucediendo, está cambiando de los ricos a los pobres». Pero al mismo tiempo,
estos países presentan enormes diferencias y desigualdades internas. Todo se
halla muy matizado. Se trata de tendencias contradictorias y necesitamos desarrollar
nuevas herramientas conceptuales para comprenderlas.
Concluyes Adam Smith en Pekín con la esperanza de
una comunidad de civilizaciones que vivan en términos igualitarios, una con
otra, en un respeto compartido por el planeta y sus recursos naturales.
¿Usarías el término «socialismo» para describir esta visión o consideras que
está agotado?
Bien, no tendría objeciones a ser llamado
socialista, excepto que desafortunadamente el socialismo ha sido demasiado
identificado con el control de la economía por el Estado. Nunca pensé que
fuera una buena idea. Provengo de un país en el que el Estado es despreciado
o no inspira ninguna confianza. La identificació n del socialismo con el
Estado crea grandes problemas.
Así, pues, si este sistema-mundo se va a llamar
socialista sería necesario que se redefiniera en términos de respeto mutuo
entre los seres humanos y un respeto colectivo por la naturaleza. Pero esto
puede tener que organizarse a través de intercambios mercantiles regulados
por el Estado, de modo que se incremente de una forma smithiana el poder de
los trabajadores y se disminuya el del capital, y no mediante la propiedad y
el control de los medios de producción por parte de aquel. El problema con el
término socialismo es que ha sido maltratado de tantas formas diferentes que
se halla, pues, muy desacreditado. Si me preguntas cuál sería un término
mejor, no tengo ni idea, creo que tenemos que buscar uno.
Tú eres muy bueno encontrando nuevas expresiones,
así que deberías ofrecernos alguna sugerencia.
De acuerdo, me pongo a buscar uno.
Sí, tienes que trabajar para encontrar un
sustituto para el término «socialista » que lo despoje de su identificació n
histórica con el Estado y lo acerque más a la idea de una mayor igualdad y
respeto muto. ¡Así, que te dejo la tarea a ti!
Notas:
1 Véase, respectivamente, G. Arrighi, «The
Political Economy of Rhodesia», NLR 1/39 (septiembre- octubre de 1966); C.
Leys, European Politics in Southern Rhodesia , Oxford, 1959; y G. Arrighi,
«Labour Supplies in Historical Perspective. A Study of the Proletarianization
of the African Peasantry in Rhodesia », en G. Arrighi y John Saul, Essays on
the Political Economy of Africa, Nueva York, 1973.
3 Véase, en inglés, G. Arrighi, «Towards a Theory
of Capitalist Crisis», NLR 1/111 (septiembre octubre de 1978); primero
publicado en Rassegna Comunista 2, 3, 4 y 7, Milán (1972-1973).
4 Véase G. Arrighi y Fortunata Piselli,
«Capitalist Development in Hostile Environments: Feuds, Class Struggles and
Migrations in a Peripheral Region of Southern Italy», Review ( Fernand
Braudel Center ) X, 4 (1987).
5 G . Arrighi, The Long Twentieth Century ,
Londres, 1994 [ed. cast.: El largo siglo XX . Dinero y poder en los orígenes
de nuestra época , Madrid, Akal, 1999].
6 Coescrito por ambos en 1999, Chaos and
Governance in the Modern World System parece respetar el tipo de estructura
que tú habías planeado inicialmente para The Long Twentieth Century.
6 Beverly J. Silver, Forces of Labour. Workers'
Movements and Globalization Since 1870, Cambridge , 2003 [ed. cast.: Fuerzas
de trabajo. Los movimientos obreros y la globalización desde 1870, Madrid,
Akal, 2005].
7 G . Arrighi y B. Silver, Chaos and Governance
in the Modern World System, Minneapolis 1999 [ed. cast.: Caos y orden en el
sistema-mundo moderno, Madrid, Akal, 2001].
8 G . Arrighi, «Marxist Century, American
Century. The Making and Remaking of the World Labour Movement», NLR 1/179
(enero-febrero de 1990) [ed. cast.: «Siglo marxista, siglo americano. La
formación y remodelación del movimiento obrero mundial», NLR 0 (2000)].
9 G . Arrighi, «World Income Inequalities and the
Future of Socialism», NLR 1/189 (septiembre- octubre de 1991).
10 G . Arrighi, Adam Smith in Beijing , Londres,
Verso, 2007 [ed. cast.: Adam Smith en Pekín , Madrid , Akal, 2007].
11 G . Arrighi, Takeshi Hamashita y
Mark Selden (eds.), The Resurgence of East Asia . 500, 150 and 50 Year
Perspectives, Londres, 2003.
http://ddooss. org/articulos/ entrevistas/ Giovanni_ Arrighi. htm |
lunes, 27 de agosto de 2012
Entrevista al economista Giovanni Arrighi "El desarrollo capitalista no se fundamenta necesariamente sobre la proletarización total" - David Harvey
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