The ANNALS of the American Academy of
Political and Social Science 2007
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El neoliberalismo se ha convertido en
un discurso hegemónico con efectos omnipresentes en las maneras de pensar y las
prácticas político-econó micas hasta el punto de que ahora forma parte del
sentido común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo. ¿Cómo
logró el neoliberalismo una condición tan augusta, y qué representa? En este
artículo, el autor afirma que el neoliberalismo es sobre todo un proyecto para
restaurar la dominación de clase de sectores que vieron sus fortunas amenazadas
por el ascenso de los esfuerzos socialdemócratas en las secuelas de la Segunda
Guerra Mundial. Aunque el neoliberalismo ha tenido una efectividad limitada
como una máquina para el crecimiento económico, ha logrado canalizar riqueza de
las clases subordinadas a las dominantes y de los países más pobres a los más
ricos. Este proceso ha involucrado el desmantelamiento de instituciones y
narrativas que impulsaban medidas distributivas más igualitarias en la era
precedente.
El neoliberalismo es una teoría de
prácticas políticas económicas que proponen que el bienestar humano puede ser
logrado mejor mediante la maximización de las libertades empresariales dentro
de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada,
libertad individual, mercados sin trabas, y libre comercio. El papel del Estado
es crear y preservar un marco institucional apropiado para tales prácticas. El
Estado tiene que preocuparse, por ejemplo, de la calidad y la integridad del
dinero. También debe establecer funciones militares, de defensa, policía y
judiciales requeridas para asegurar los derechos de propiedad privada y apoyar
mercados de libre funcionamiento. Además, si no existen mercados (en áreas como
la educación, la atención sanitaria, o la contaminación del medioambiente)
deben ser creados, si es necesario mediante la acción estatal. Pero el Estado
no debe aventurarse más allá de esas tareas. El intervencionismo del Estado en
los mercados (una vez creados) debe limitarse a lo básico porque el Estado no
puede posiblemente poseer suficiente información como para anticiparse a señales
del mercado (precios) y porque poderosos intereses inevitablemente deformarán e
influenciarán las intervenciones del Estado (particularmente en las
democracias) para su propio beneficio.
Por una variedad de razones, las
prácticas reales del neoliberalismo discrepan frecuentemente de este modelo.
Sin embargo, ha habido por doquier un cambio enfático, dirigido ostensiblemente
por las revoluciones de Thatcher/Reagan en Gran Bretaña y EE.UU., en las
prácticas político-econó micas y en el pensamiento desde los años setenta.
Estado tras Estado, los nuevos que emergieron del colapso de la Unión Soviética
a socialdemocracias y Estados de bienestar de antiguo estilo tales como Nueva
Zelanda y Suecia, han abrazado, a veces voluntariamente y a veces como reacción
a presiones coercitivas, alguna versión de la teoría neoliberal y han ajustado
por lo menos algunas de sus políticas y prácticas correspondientement e.
Sudáfrica post-apartheid adoptó rápidamente el marco liberal e incluso China
contemporánea parece orientarse en esa dirección. Además, propugnadores de la
mentalidad neoliberal ocupan ahora posiciones de considerable influencia en la
educación (universidades y muchos think-tanks), en los medios, en las salas de los consejos de las corporaciones y de
las instituciones financieras, en instituciones estatales clave (departamentos
del tesoro, bancos centrales), y también en aquellas instituciones
internacionales como ser el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la
Organización Mundial de Comercio (OMC) que regulan las finanzas y el comercio
globales. El neoliberalismo, en breve, se ha convertido en hegemónico como un
modo de discurso y tiene efectos omnipresentes en las maneras de pensar y las
prácticas político-econó micas hasta el punto en que se ha incorporado al sentido
común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo.
La neoliberalizació n se ha
extendido, en efecto, por el mundo como una vasta marea de reforma
institucional y ajuste discursivo. Aunque abundante evidencia muestra su
desarrollo geográfico irregular, ningún sitio puede pretender una inmunidad
total (con la excepción de unos pocos Estados como ser Norcorea.) Además, las
reglas de enfrentamiento establecidas a través de la OMC (que rigen el comercio
internacional) y por el FMI (que rigen las finanzas internacionales) amplifican
el neoliberalismo como un conjunto de reglas internacionales. Todos los Estados
que se afilian a la OMC y al FMI (¿y cuál puede permitirse no hacerlo?) aceptan
acatar (a pesar de un “período de gracia” para permitir un ajuste tranquilo)
esas reglas o enfrentar severos castigos.
La creación de este sistema
neoliberal ha involucrado mucha destrucción, no sólo de previos marcos y
poderes institucionales (tales como la supuesta soberanía previa del Estado
sobre los asuntos políticos-econó micos) sino también de divisiones laborales,
de relaciones sociales, provisiones de seguridad social, mezclas tecnológicas,
modos de vida, apego a la tierra, costumbres sentimentales, formas de pensar,
etc. Se justifica una cierta evaluación de los aspectos positivos y negativos
de esta revolución neoliberal. En lo que sigue, por ello, esbozaré en algunos
argumentos preliminares cómo comprender y evaluar esta transformació n en el
modo en el que trabaja el capitalismo global. Esto requiere que arrostremos las
fuerzas, intereses, y agentes subyacentes que han impulsado esta revolución
neoliberal con tan implacable intensidad. Para usar la retórica neoliberal
contra ella misma, podemos preguntar razonablemente:
¿Qué intereses particulares llevan a
que el Estado adopte una posición neoliberal y en qué forma han utilizado esos
intereses el neoliberalismo para beneficiarse en lugar de beneficiar, como
pretenden, a todos, por doquier?
La “naturalización” del
neoliberalismo
Para que algún sistema de pensamiento
llegue a ser dominante, requiere la articulación de conceptos fundamentales que
se arraiguen tan profundamente en entendimientos de sentido común que lleguen a
ser tomados por dados e indiscutibles. Para que esto suceda, no sirve cualquier
concepto viejo. Hay que construir un aparato conceptual que atraiga casi
naturalmente a nuestras intuiciones e instintos, a nuestros valores y a
nuestros deseos, así como a las posibilidades que parecen ser inherentes al
mundo social que habitamos. Los personajes fundadores del pensamiento
neoliberal tomaron por sacrosantos los ideales políticos de la libertad
individual – así como los valores centrales de la civilización. Al hacerlo,
eligieron sabiamente y bien, porque son ciertamente conceptos convincentes y
muy atractivos. Esos valores fueron amenazados, arguyeron, no solo por el
fascismo, las dictaduras, y el comunismo, sino también por todas las formas de
intervención estatal que sustituyeron los juicios colectivos por los de
individuos dejados en libertad de elegir. Luego concluyeron que sin “el poder
diseminado y la iniciativa asociada con (la propiedad privada y el mercado
competitivo) es difícil imaginar una sociedad en la que la libertad pueda ser
preservada efectivamente.” (1)
Dejando de lado la pregunta de si la
parte final del argumento resulta necesariamente de la primera, no puede caber
duda de que los conceptos de libertad individual son poderosos por sí mismos,
incluso más allá de aquellos terrenos en los que la tradición liberal ha tenido
una fuerte presencia histórica. Semejantes ideales dieron fuerza a los
movimientos disidentes en Europa Oriental y en la Unión Soviética antes del fin
de la guerra fría así como a los estudiantes en la plaza Tiananmen. El
movimiento estudiantil que recorrió el mundo en 1968 – de París y Chicago a
Bangkok y la Ciudad de México – fue animado en parte por la búsqueda de más
libertades de expresión y de decisión individual. Esos ideales han demostrado
una y otra vez que constituyen una poderosa fuerza histórica por el cambio.
No es sorprendente, por lo tanto, que
los llamados por la libertad rodeen retóricamente a EE.UU. a cada vuelta y que
pueblen todo tipo de manifiestos políticos contemporáneos. Eso ha valido
particularmente para EE.UU. en los últimos años. En el primer aniversario de
los ataques conocidos ahora como 11-S, el presidente Bush escribió un artículo
editorial para el New York Times en el que extrajo ideas de un documento de Estrategia Nacional de EE.UU.
publicado poco después. “Un mundo en paz de creciente libertad,” escribió,
incluso mientras su gabinete se preparaba para lanza la guerra contra Iraq,
“sirve a largo plazo a los estadounidenses, refleja ideales perdurables y une a
los aliados de EE.UU.” “La humanidad,” concluyó, “tiene en sus manos la
oportunidad de ofrecer el triunfo de la libertad sobre sus enemigos de
siempre,” y “EE.UU. abraza sus responsabilidades de dirigir en esta gran
misión.” De modo aún más enfático, proclamó más adelante que “la libertad es el
regalo del Todopoderoso a cada hombre y mujer en este mundo” y “como la mayor
potencia del mundo [EE.UU. tiene] una obligación de ayudar a la extensión de la
libertad.” (2)
De modo que cuando todas las demás
razones para lanzarse a una guerra preventiva contra Iraq resultaron ser falaces
o por lo menos deficientes, el gobierno de Bush apeló crecientemente a la idea
de que la libertad conferida a Iraq era intrínsicamente una justificación
adecuada para la guerra. ¿Pero qué clase de libertad estaba prevista en este
caso, ya que, como señaló seriamente hace mucho tiempo el crítico cultural
Matthew Arnold: “La libertad es un excelente caballo para cabalgar, pero para
cabalgar a alguna parte, (3) ¿Hacia qué destino, entonces, se esperaba que el
pueblo iraquí cabalgara sobre el caballo de la libertad que le fue conferido de
modo tan desinteresado por la fuerza de las armas?
La respuesta de EE.UU. fue dada el 19
de septiembre de 2003, cuando Paul Bremer, jefe de la Autoridad Provisional de
la Coalición , promulgó cuatro órdenes que incluían “la plena privatización de
empresas públicas, plenos derechos de propiedad de empresas iraquíes para
firmas extranjeras, repatriación total de los beneficios extranjeros… la
apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, el tratamiento nacional
para compañías extranjeras y… la eliminación de casi todas las barreras
comerciales.” (4) Las órdenes debían ser aplicadas a todas las áreas de la
economía, incluyendo a los servicios públicos, los medios de información, la
manufactura, los servicios, los transportes, las finanzas, y la construcción.
Sólo exceptuaron el petróleo.
También fue instituido un sistema
tributario regresivo favorecido por los conservadores, llamado un impuesto de
tipo único. El derecho de huelga fue ilegalizado y los sindicados prohibidos en
sectores clave. Un miembro iraquí de la Autoridad Provisional de la Coalición
protestó contra la imposición forzada del “fundamentalismo de libre mercado,”
describiéndolo como “una lógica defectuosa que ignora la historia.” (5) Sin
embargo, el gobierno iraquí interino nombrado a fines de junio de 2004 no
obtuvo ningún poder para cambiar o escribir nuevas leyes – sólo pudo confirmar
los decretos que ya habían sido promulgados.
Lo que evidentemente trataba de
imponer EE.UU. a Iraq era un aparato estatal neoliberal hecho y derecho cuya
misión fundamental era y es facilitar las condiciones para una acumulación
rentable de capital para todos, iraquíes y extranjeros por igual. Se esperaba,
en breve, que los iraquíes cabalgaran su caballo de la libertad directamente al
corral del neoliberalismo. Según la teoría neoliberal, los decretos de Bremer
son necesarios y suficientes para la creación de riqueza y por lo tanto para el
bienestar mejorado del pueblo iraquí. Constituyen el fundamento apropiado para
un adecuado estado de derecho, la libertad individual, y el gobierno
democrático. La insurrección que siguió puede ser interpretada en parte como
resistencia iraquí a ser presionados hacia el abrazo del fundamentalismo de
libre mercado contra su libre voluntad. Es útil recordar, sin embargo, que el
primer gran experimento en la formación de un Estado neoliberal fue Chile
después del golpe de Augusto Pinochet, casi exactamente treinta años antes de
la promulgación de los decretos de Bremer, en el “pequeño 11 de septiembre” de
1973. El golpe, contra el gobierno socialdemócrata, democráticamente elegido e
izquierdista, de Salvador Allende, fue fuertemente respaldado por la CIA y
apoyado por el Secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger. Reprimió
violentamente a todos los movimientos sociales y organizaciones políticas a la
izquierda del centro y desmanteló todas las formas de organizaciones populares,
como ser centros comunitarios de salud en vecindarios pobres. El mercado
laboral fue “liberado” de restricciones reguladoras o institucionales – el
poder sindical, por ejemplo. Pero, en 1973, las políticas de sustitución de
importación que habían dominado anteriormente en los intentos latinoamericanos
de regeneración económica, y que habían tenido un cierto éxito en Brasil
después del golpe de 1964, se habían desprestigiado. Con la economía mundial en
medio de una seria recesión, se necesitaba evidentemente algo nuevo. Un grupo
de economistas de EE.UU. conocido como “los Chicago boys,” por su apego a las
teorías neoliberales de Milton Friedman, que entonces enseñaba en la
Universidad de Chicago, fueron llamados para ayudar a reconstruir la economía
chilena. Lo hicieron siguiendo líneas de libre mercado, privatizando activos
públicos, abriendo recursos naturales a la explotación privada, y facilitando
inversiones extranjeras directas y el libre comercio. Garantizaron el derecho
de las compañías extranjeras a repatriar beneficios de sus operaciones chilenas.
Favorecieron el crecimiento basado en las exportaciones por sobre la
sustitución de importaciones. La subsiguiente reanimación de la economía
chilena en términos de crecimiento, acumulación de capital, y altas tasas de
rentabilidad para las inversiones extranjeras suministró evidencia sobre la
cual se pudo modelar las políticas neoliberales más abiertas tanto en Gran
Bretaña (bajo Thatcher) y EE.UU. (bajo Reagan). No fue por primera vez en que
un brutal experimento en destrucción creativa realizado en la periferia se
convirtió en modelo para la formulación de políticas en el centro. (6)
Que dos reestructuraciones obviamente
similares del aparato estatal hayan ocurrido en tiempos tan diferentes en
partes bastante diferentes del mundo bajo la influencia coercitiva de EE.UU.
podría ser tomado como indicativo de que el sombrío alcance del poder imperial
de EE.UU. podría encontrarse tras la rápida proliferación de formas de Estado
neoliberal en todo el mundo a partir de mediados de los años setenta. Pero el
poder y la temeridad de EE.UU. no constituyen toda la historia. No fue, después
de todo, EE.UU., quien obligó a Margaret Thatcher a emprender el camino
neoliberal en 1979. Y a comienzos de los años ochenta, Thatcher fue una
propugnadora mucho más consecuente del neoliberalismo que lo que llegó alguna
vez a ser Reagan. Ni fue EE.UU. el que obligó a China en 1978 a seguir el
camino que con el tiempo la llevó a acercarse más y más al abrazo del
neoliberalismo. Sería difícil atribuir los avances hacia el neoliberalismo en
India y Suecia en 1992 al alcance imperial de EE.UU. El disparejo desarrollo
geográfico del neoliberalismo en la escena mundial ha sido un proceso muy
complejo que involucró múltiples determinaciones y más que un poco de caos y
confusión. ¿Por qué, entonces, ocurrió el giro neoliberal, y cuáles fueron las
fuerzas que lo hicieron avanzar hasta el punto en que ahora se ha convertido en
un sistema hegemónico dentro del capitalismo global?
¿A qué se debe el giro neoliberal?
Hacia fines de los años sesenta, el
capitalismo global iba cayendo en una situación caótica. Una recesión
importante ocurrió a comienzos de 1973 – la primera desde la gran crisis de los
años treinta. El embargo del petróleo y el aumento de los precios del crudo que
sobrevinieron posteriormente durante ese año después de la guerra árabe-israelí
exacerbaron problemas críticos. El capitalismo arraigado del período de
posguerra, con su fuerte énfasis en un pacto difícil entre el capital y el
trabajo realizado gracias a la mediación de un Estado intervencionista que
prestó mucha atención a lo social (es decir a los programas de asistencia) y a
los salarios individuales, ya no funcionaba. El acuerdo de Bretton Woods
establecido para regular el comercio y las finanzas internacionales fue
finalmente abandonado en 1973 a favor de tasas de cambio flotantes.
Ese sistema había producido altas
tasas de crecimiento en los países capitalistas avanzados y generado algunos
beneficios indirectos – de modo más obvio en Japón pero también diferentemente
a través de Sudamérica y algunos otros países del Sudeste Asiático – durante la
“edad dorada” del capitalismo en los años cincuenta y a comienzos de los
sesenta. Al llegar la década siguiente, sin embargo, los sistemas previamente
existentes estaban agotados y se necesitaba urgentemente una nueva alternativa
para reiniciar el proceso de la acumulación de capital. (7) Cómo y por qué el
neoliberalismo emergió victorioso como respuesta a ese dilema es una historia
compleja. En retrospectiva, puede parecer como si el neoliberalismo hubiera
sido inevitable, pero en esos días nadie sabía o comprendía realmente con
alguna certeza qué clase de reacción daría resultados y cómo.
El mundo trastabilló hacia el
neoliberalismo a través de una serie de virajes y movimientos caóticos que
terminaron por converger en el así llamado “Consenso de Washington” en los años
noventa. El disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo, y su aplicación
parcial y asimétrica de un país a otro, testimonia de su carácter vacilante y
de las maneras complejas en las que fuerzas políticas, tradiciones históricas,
y configuraciones institucionales existentes influyeron todas en por qué y cómo
el proceso ocurrió realmente en el terreno.
Existe, sin embargo, un elemento
dentro de esta transición que merece una atención coordinada. La crisis de la
acumulación de capital de los años setenta afectó a todos a través de la
combinación de creciente desempleo e inflación acelerada. El descontento se
generalizaba, y la combinación de movimientos sociales laborales y urbanos en
gran parte del mundo capitalista avanzado auguraba una alternativa socialista
para el compromiso social entre capital y trabajo, que había cimentado la
acumulación de capital de un modo tan exitoso en el período de posguerra. Los
partidos comunistas y socialistas ganaban terreno en gran parte de Europa, e
incluso en EE.UU. las fuerzas populares agitaban por amplias reformas e
intervenciones estatales en todo, desde la protección del entorno a la
seguridad en el trabajo y la salud y la protección del consumidor contra los
abusos corporativos. Esto representaba una clara amenaza política para las
clases gobernantes por doquier, tanto en los países capitalistas avanzados,
como Italia y Francia, así como en numerosos países en desarrollo, como México
y Argentina.
Más allá de los cambios políticos, la
amenaza económica a la posición de las clases gobernantes se hacía palpable.
Una condición del acuerdo de posguerra en casi todos los países fue la
restricción del poder económico de las clases altas y que el trabajo recibiera
una parte mucho mayor de la torta económica. En EE.UU., por ejemplo, la parte
del ingreso nacional recibida por el 1% superior de los asalariados cayó de un
máximo previo a la guerra de un 16% a menos de un 8% a fines de la Segunda
Guerra Mundial y se quedó cerca de ese nivel durante casi tres décadas.
Mientras el crecimiento era fuerte semejantes limitaciones parecían carecer de
importancia, pero cuando el crecimiento se derrumbó en los años setenta, y las
tasas de interés pasaron a ser negativas y los dividendos y beneficios se
redujeron, las clases dirigentes se sintieron amenazadas. Tenían que actuar
decisivamente si querían proteger su poder contra la aniquilación política y
económica.
El golpe de estado en Chile y la toma
del poder por los militares en Argentina, fomentados y dirigidos internamente
en ambos casos por las elites dirigentes con apoyo de EE.UU., suministraron una
especie de solución. Pero el experimento chileno con el neoliberalismo demostró
que los beneficios de la acumulación de capital resucitada fueron presentados
de un modo altamente sesgado. Al país y a sus elites dirigentes junto con los
inversionistas extranjeros les fue bastante bien mientras a la gente en general
le iba mal. Con el pasar del tiempo, esto ha sido un efecto tan persistente de
las políticas neoliberales como para que sea considerado como un componente
estructural de todo el proyecto. Dumenil y Levy han llegado a argumentar que el
neoliberalismo fue desde su propio comienzo un esfuerzo por restaurar el poder
de clase a las capas más ricas de la población. Mostraron como desde mediados
de los años ochenta, la parte del 1% superior de los devengadores de ingresos
en EE.UU.
aumentó rápidamente para llegar a un 15% a fines del siglo. Otros datos
muestran que el 0,1% superior de los devengadores de ingresos aumentaron su
parte del ingreso nacional de un 2% en 1978 a más de un
6% en 1999. Otra medida más muestra que la ratio de la compensación media de
trabajadores a los salarios de responsables ejecutivos máximos aumentó de sólo
un poco más de treinta a uno en 1970 a más de
cuatrocientos a uno en 2000. Es casi seguro que, con los recortes de impuestos
del gobierno de Bush, la concentración de ingresos y de riqueza en los niveles
superiores de la sociedad sigue su ritmo. (8)
Y EE.UU. no se encuentra solo: el 1%
superior de los devengadores de ingresos en Gran Bretaña duplicó su parte del
ingreso nacional de un 6,5% a un 13% durante los últimos veinte años. Si
miramos más lejos, vemos extraordinarias concentraciones de riqueza y poder
dentro de una pequeña oligarquía después de la aplicación de la terapia de
choque neoliberal en Rusia y un aumento asombroso en las desigualdades de los
ingresos y de la riqueza en China al adoptar prácticas neoliberales. Aunque hay
excepciones a esta tendencia – varios países del este y del sudeste de Asia han
contenido las desigualdades en los ingresos dentro de modestos límites, así
como Francia y los países escandinavos – la evidencia sugiere que el giro
neoliberal se asocia de alguna manera y en un cierto grado con intentos de
restaurar o reconstruir el poder de las clases altas. Podemos, por lo tanto,
examinar la historia del neoliberalismo sea como un proyecto utopista que
provee un patrón teórico para la reorganizació n del capitalismo internacional
o como un ardid político que apunta a reestablecer las condiciones para la
acumulación de capital y la restauración del poder de clase. A continuación,
argumentaré que el último de estos objetivos es el que ha dominado. El
neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalizació n de la
acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase.
Como consecuencia, el utopismo teórico del argumento neoliberal ha funcionado
más como un sistema de justificación y legitimación. Los principios del
neoliberalismo son rápidamente abandonados cada vez que entran en conflicto con
el proyecto de clase.
El neoliberalismo no ha demostrado su
efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha
logrado restaurar el poder de clase
Hacia la restauración del poder de
clase
Si hubo movimientos para restaurar el
poder de clase dentro del capitalismo global, ¿cómo fueron implementados y por
quién? La respuesta a esa pregunta en países como Chile y Argentina fue simple:
un rápido, brutal golpe de estado, seguro de sí mismo, respaldado por las
clases altas. y la subsiguiente feroz represión contra todas las solidaridades
creadas dentro de los movimientos sociales sindicales y urbanos que habían
amenazado tanto su poder. En otros sitios, como en Gran Bretaña y México en
1976, fue necesario el amable espoleo de un Fondo Monetario Internacional, que
todavía no era un feroz neoliberal, para empujar a los países hacia prácticas –
aunque de ninguna manera un compromiso político – de recortar gastos sociales y
programas de asistencia para reestablecer la probidad fiscal. En Gran Bretaña,
por supuesto, Margaret Thatcher empuñó más tarde con tanta más furia
el garrote neoliberal en 1979 y lo blandió con gran efecto, a pesar de que
nunca logró superar por completo la oposición dentro de su propio partido y
nunca pudo cuestionar efectivamente temas centrales del Estado de bienestar
como el Servicio Nacional de Salud. Es interesante que recién en 2004 el
gobierno laborista haya atrevido a introducir una estructura de pagos en la
educación superior. El proceso de neoliberalizació n fue entrecortado,
irregular desde el punto de vista geográfico, y fuertemente influenciado por
estructuras de clase y otras fuerzas sociales que se mueven a favor o contra
sus propuestas centrales dentro de formaciones estatales particulares e incluso
dentro de sectores en particular, por ejemplo, la salud o la educación. (9)
Es informativo considerar más de
cerca cómo el proceso se desarrolló en EE.UU., ya que este caso fue cardinal
como influencia en otras y más recientes transformaciones. Varias líneas del
poder se entrecruzaron para crear una transición que culminó a mediados de los
años noventa con la toma del poder por el Partido Republicano. Ese logro
representó de hecho un “Contrato con EE.UU.” neoliberal como programa para
acción en el interior. Antes de ese desenlace dramático, sin embargo, se dieron
muchos pasos, que se basaban y reforzaban mutuamente. Para comenzar, en 1970 o
algo así, hubo un creciente sentimiento entre las clases altas de EE.UU. de que
el clima contrario a los negocios y antiimperialista que había emergido hacia
fines de los años sesenta había ido demasiado lejos. En un célebre memorando, Lewis
Powell (a punto de ser elevado a la Corte Suprema por Richard Nixon) instó en
1971 a la Cámara de Comercio de EE.UU. a montar una campaña colectiva para
demostrar que lo que era bueno para los negocios era bueno para EE.UU. Poco
después, fue formada una tenebrosa pero influyente Mesa Redonda Empresarial que
todavía existe y que juega un importante papel estratégico en la política del
Partido Republicano. Comités corporativos de acción política, legalizados bajo
las leyes de financiamiento de las campañas electorales post Watergate de 1974,
proliferaron como un reguero de pólvora. Con actividades protegidas bajo la
Primera Enmienda como una forma de libertad de expresión por una decisión de la
Corte Suprema de 1976, comenzó la captura sistemática del Partido Republicano
como instrumento de clase del poder corporativo y financiero colectivo (más que
particular o individual). Pero el Partido Republicano necesitaba una base
popular, y lograrlo fue más problemático. La incorporación de líderes de la
derecha cristiana, presentada como mayoría moral, junto con la Mesa Redonda
Empresarial, suministraron la solución a ese problema. Un gran segmento de la
clase trabajadora resentida, insegura, y en su mayor parte blanca, fue
persuadido para que votara regularmente contra sus propios intereses materiales
por motivos culturales (antiliberales, antinegros, antifeministas y antigays),
nacionalistas y religiosos. A mediados
de los años noventa, el Partido Republicano había perdido casi todos sus
elementos liberales y se había convertido en una máquina derechista homogénea
que conecta los recursos financieros del gran capital corporativo con una base
populista, la
Mayoría Moral,
que era particularmente fuerte en el sur de EE.UU. (10)
El segundo elemento en la transición
de EE.UU. tuvo que ver con la disciplina fiscal. La recesión de 1973 a 1975
disminuyó los ingresos tributarios a todos los niveles en una época de
creciente demanda de gastos sociales. Aparecieron déficits por doquier como un
problema crucial. Había que hacer algo respecto a la crisis fiscal del Estado;
la restauración de la disciplina monetaria era esencial. Esa convicción otorgó
poder a las instituciones financieras que controlaban las líneas de crédito del
gobierno. En 1975, se negaron a refinanciar la deuda de Nueva York y llevaron a
esa ciudad al borde de la bancarrota. Una poderosa cabala de banqueros de unió
al Estado para reforzar el control sobre la ciudad. Eso significó refrenar las
aspiraciones de los sindicatos municipales, despidos en el empleo público,
congelación de salarios, recortes en las provisiones sociales (educación, salud
pública y servicios de transporte), y la imposición de pagos por los usuarios
(los gastos de matrícula fueron introducida por primera vez en el sistema de la
Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). El rescate trajo consigo la
construcción de nuevas instituciones que tenían prioridad en los ingresos de
impuestos de la ciudad a fin de pagar a los poseedores de bonos, lo que quedaba
iba al presupuesto de la ciudad para servicios esenciales. La indignidad final
fue un requerimiento de que los sindicatos municipales invirtieran sus fondos
de pensión en bonos de la ciudad. Esto aseguró que los sindicatos moderaran sus
reivindicaciones para evitar el peligro de perder sus fondos de pensión debido
a la bancarrota de la ciudad.
Acciones semejantes representaban un
golpe de estado de las instituciones financieras contra el gobierno
democráticamente elegido de la ciudad de Nueva York, y fueron tan efectivas
como la toma del poder militar que había ocurrido anteriormente en Chile. Gran
parte de la infraestructura social de la ciudad fue destruida, y los
fundamentos físicos (por ejemplo, el sistema de tránsito) se deterioraron
considerablemente por falta de inversión o incluso mantenimiento. La
administració n de la crisis fiscal de Nueva York allanó el camino para
prácticas neoliberales tanto en el interior bajo Ronald Reagan
como internacionalmente a través del Fondo Monetario Internacional durante
todos los años ochenta. Estableció el principio de que, en el evento de un
conflicto entre la integridad de las instituciones financieras y los poseedores
de bonos por una parte y el bienestar de los ciudadanos por la otra, los
primeros tuvieran la preferencia. Dejó en claro el punto de vista de que el
papel del gobierno es crear un buen clima para los negocios en lugar de velar
por las necesidades y el bienestar de la población en general. En medio de una
crisis fiscal generalizada hubo redistribuciones fiscales en beneficio de las
clases altas.
Queda por ver si todos los agentes
involucrados en la producción de este compromiso en Nueva York lo vieron en la
época como una táctica para la restauración del poder de las clases altas. La
necesidad de mantener la disciplina fiscal es un asunto de profunda
preocupación en sí mismo y no tiene que conducir a la restitución de la
dominación de clase. Es poco probable, por lo tanto, que Felix Rohatyn, el
banquero mercantil de importancia crucial en el acuerdo entre la ciudad, el
Estado, y las instituciones financieras, haya pensado en la reimposición del
poder de clase. Pero ese objetivo fue probablemente importante en los
pensamientos de los banqueros de inversiones. Fue casi con seguridad el
objetivo del Secretario del Tesoro de aquel entonces, William Simon, quien
habiendo observado con aprobación el progreso de los eventos en Chile,
se negó a ayudar a Nueva York y declaró abiertamente que quería que la ciudad
sufriera tanto que ninguna otra ciudad en la nación se volviera a atrever a
aceptar otra vez obligaciones sociales similares. (11)
El tercer elemento en la transición
de EE.UU. conllevaba un ataque ideológico contra los medios de información y
las instituciones educacionales. Proliferaron los “think tanks” independientes
financiados por acaudalados individuos y donantes corporativos – ante todo la
Heritage Foundation – para preparar una acometida ideológica orientada a
persuadir al público del sentido común de las propuestas neoliberales. Una
inundación de documentos y propuestas políticas y un verdadero ejército de
lugartenientes bien pagados, entrenados para promover ideas neoliberales, en
combinación con la adquisición corporativa de canales mediáticos transformaron
efectivamente el clima discursivo en EE.UU. a mediados de los años ochenta. Proclamaron
estruendosamente el proyecto de “sacar al gobierno de por sobre las espaldas de
la gente” y de reducir el gobierno hasta que pudiera ser “ahogado en una
bañera”. A este respecto, los promotores del nuevo evangelio encontraron una
audiencia dispuesta en el ala del movimiento de 1968 cuyo objetivo era lograr
más libertad individual del poder estatal y de las manipulaciones del capital
monopolista. El argumento libertario a favor del neoliberalismo resultó ser una
poderosa fuerza a favor del cambio. Hasta el punto que el capital se reorganizó
para abrir un espacio para el empresariado individual y desvió sus esfuerzos
para satisfacer innumerables mercados nicho, particularmente los definidos por
la liberación sexual, que fueron generados por un consumismo cada vez más
individualizado, para que los hechos correspondieran a la teoría.
Este cebo del empresariado y del
consumismo individualizados fue respaldado por el garrote blandido por el
Estado y las instituciones financieras contra la otra ala del movimiento de
1968 cuyos miembros habían buscado justicia social mediante la negociación
colectiva y las solidaridades sociales. La destrucción por Reagan de los
controladores aéreos (PATCO) en 1980 y la derrota por Margaret Thatcher de los
mineros británicos en 1984 fueron momentos cruciales en el giro global hacia el
neoliberalismo. El ataque contra instituciones, como sindicatos y
organizaciones de derechos asistenciales, que trataban de proteger y favorecer
los intereses de la clase trabajadora fue amplio y profundo. Los salvajes
recortes en los gastos sociales y del Estado de bienestar, y el paso de toda
responsabilidad por su bienestar a los individuos y sus familias avanzaron a
paso acelerado. Pero esas prácticas no se detuvieron en las fronteras nacionales,
y no podían hacerlo. Después de 1980, EE.UU., ya comprometido firmemente con la
liberalizació n y claramente respaldado por Gran Bretaña, trató, mediante una
mezcla de liderazgo, persuasión – los departamentos de economía de las
universidades de investigación de EE.UU. jugaron un papel importante en la
capacitación de muchos de los economistas de todo el mundo en los principios
neoliberales – y la coerción para exportar la neoliberalizació n por todas
partes. La purga de economistas keynesianos y su reemplazo por monetaristas
neoliberales en el Fondo Monetario Internacional en 1982 transformó el FMI
dominado por EE.UU. en un agente de primera clase de la neoliberalizació n
mediante sus programas de ajuste estructural impuestos a cualquier Estado (y hubo
muchos en los años ochenta y noventa) que requería su ayuda en el repago de la
deuda. El Consenso de Washington, que fue forjado en los años noventa, y las
reglas de negociación fijadas bajo la Organización Mundial de Comercio en 1998,
confirmaron el giro global hacia las prácticas neoliberales. (12)
El nuevo concordato internacional
también dependía de la reanimación y de la reconfiguració n de la tradición
imperial de EE.UU. Esa tradición había sido forjada en Centroamérica en los años veinte,
como una forma de dominación sin colonias. Repúblicas independientes podían ser
mantenidas bajo la dominación de EE.UU., y actuar efectivamente, en el mejor de
los casos, como testaferros de los intereses de EE.UU. a través del apoyo de
hombres fuertes – como Somoza en Nicaragua, el Shah en Irán, y Pinochet en
Chile – y un séquito de seguidores respaldados por la ayuda militar y
financiera. Se disponía de ayuda clandestina para promover el ascenso al poder
de dirigentes semejantes, pero al llegar los años setenta se hizo evidente que
se necesitaba algo más: la apertura de mercados, nuevos espacios para
inversiones, y que se abrieran campos en los que los poderes financieros
pudieran operar con seguridad. Esto implicaba una integración mucho más
estrecha de la economía global, con una arquitectura financiera bien definida.
La creación de nuevas prácticas institucionales, tales como las que fueron
fijadas por el FMI y la OMC , suministró vehículos convenientes a través de los
cuales se podía ejercer el poder financiero y de mercado. El modelo necesitaba
la colaboración entre las principales potencias capitalistas y el Grupo de
Siete (G7), llevando a Europa y Japón a alinearse con EE.UU. para conformar el
sistema financiero y comercial global de maneras que obligara efectivamente a
todas las naciones a someterse. “Naciones proscritas,” definidas como las que
no se ajustaban a esas reglas globales, podían entonces ser encaradas mediante
sanciones o la fuerza coercitiva o incluso militar si resultaba necesario. De
esta manera, las estrategias imperialistas neoliberales de EE.UU. fueron
articuladas a través de una red global de relaciones de poder, uno de los
efectos de la cual fue permitir que las clases altas de EE.UU. hicieran pagar
tributos financieros y dispusieran de rentas del resto del mundo como un medio
para aumentar su control ya hegemónico. (13)
Neoliberalismo como destrucción
creativa
¿Cómo resolvió la neoliberalizació n
los problemas del debilitamiento de la acumulación de capital? Sus
antecedentes reales en el estímulo del crecimiento económico son pésimos. Las
tasas de crecimiento agregado eran de unos 3,5% en los años sesenta e incluso
durante los atribulados años setenta cayeron a sólo un 2,4%. Las tasas subsiguientes de crecimiento
global de 1,4% y de 1,1% para los años ochenta y noventa, y una tasa que apenas
llega a 1% desde 2000, indican que el neoliberalismo ha fracasado ampliamente
en el estímulo del crecimiento global. (14) Incluso si excluimos de este
cálculo los efectos catastróficos del colapso de la economía rusa y de algunas
centroeuropeas después del tratamiento de terapia neoliberal de los años
noventa, el rendimiento económico global desde el punto de vista de la
restauración de las condiciones de acumulación general de capital ha sido débil.
A pesar de su retórica sobre la cura
de economías enfermas, ni Gran Bretaña ni EE.UU. lograron un elevado
rendimiento económico en los años ochenta. Esa década perteneció a Japón, a los
“tigres” del Este Asiático, y a Alemania Occidental como motores de la economía
global. Esos países fueron tuvieron mucho éxito, pero sus sistemas
institucionales radicalmente diferentes dificultan la identificació n de sus
logros con el neoliberalismo. El Bundesbank (Banco Central) alemán había tomado
una fuerte línea monetarista (concordante con el neoliberalismo) durante más de
dos décadas, un hecho que sugiere que no existe una conexión necesaria entre el
monetarismo per se y la búsqueda de la restauración del poder de clase. En
Alemania Occidental, los sindicatos siguieron siendo fuertes y los niveles de
salario se mantuvieron relativamente elevados junto a la construcción de un
Estado de bienestar progresista. Uno de los efectos de esta combinación fue que
se estimuló una alta tasa de innovación tecnológica que
mantuvo a Alemania Occidental en las primeras filas en el terreno de la
competencia internacional. La producción impulsada por la exportación hizo
avanzar al país como líder global. En Japón, los sindicatos independientes eran
débiles o inexistentes, pero la inversión estatal en el cambio tecnológico y
organizativo y la estrecha relación entre las corporaciones y las instituciones
financieras (un sistema que también demostró ser acertado en Alemania
Occidental) generó un sorprendente desempeño impulsado por la exportación, en
gran parte a costas de otras economías capitalistas como ser el Reino Unido y
EE.UU. Un tal crecimiento, como lo hubo en los años ochenta (y la tasa de
crecimiento agregado en el mundo fue incluso más baja que la de los atribulados
años setenta) no dependió por lo tanto, de la neoliberalizació n. Muchos
Estados europeos, por ello, se resistieron a las reformas neoliberales y
encontraron cada vez más modos de preservar gran parte de su patrimonio
socialdemócrata mientras se movían, en algunos casos con bastante éxito, hacia
el modelo alemán occidental. En Asia, el modelo japonés implantado bajo
sistemas autoritarios de gobierno en Corea del Sur, Taiwán y Singapur, demostró
que era viable y concordante con una razonable igualdad de distribución. Recién
en los años noventa, la neoliberalizació n comenzó a producir frutos tanto en
EE.UU. como en Gran Bretaña. Esto sucedió en medio de un prolongado período de
deflación en Japón, y un relativo estancamiento en la recién unificada
Alemania. Queda por ver si la recesión japonesa ocurrió como simple resultado
de presiones competitivas o si fue ingeniada por agentes financieros en EE.UU.
para postrar la economía japonesa.
De modo que ¿por qué entonces ante
estos antecedentes desiguales si no pésimos, tantos fueron persuadidos de que
la neoliberalizació n es una solución exitosa? Además y más allá de la
corriente persistente de propaganda que emana de los think tanks neoliberales y
recarga los medios de información, se destacan dos razones materiales. Primero,
la neoliberalizació n ha sido acompañada por una creciente volatilidad dentro
del capitalismo global. El que el éxito se materializara en algún sitio
oscureció la realidad de que el neoliberalismo fracasaba en general. Episodios
periódicos de crecimiento se entremezclaron con fases de destrucción creativa,
registradas usualmente como severas crisis financieras. Argentina fue abierta
al capital extranjero y a la privatización en los años noventa y durante varios
años fue la favorita de Wall Street, sólo para derrumbarse hacia el desastre
cuando el capital internacional se retiró a fines de la década. El colapso
financiero y la devastación social fueron rápidamente seguidos por una
prolongada crisis política. La turbulencia financiera cundió por todo el mundo
en desarrollo y en algunos casos, como en Brasil y México, repetidas olas de
ajuste estructural y austeridad llevaron a la parálisis económica.
Por otra parte, el neoliberalismo ha
sido un inmenso éxito desde el punto de vista de las clases altas. Ha restaurado
la posición de clase de las elites gobernantes, como en EE.UU. y Gran Bretaña,
o creado condiciones para la formación de la clase capitalista, como en China,
India, Rusia, y otros sitios. Incluso países que sufrieron ampliamente por la
neoliberalizació n han presenciado el masivo reordenamiento interno de las
estructuras de clase. La ola de privatización que llegó a México con el
gobierno de Salinas de Gortari en 1992, generó concentraciones de riqueza sin precedentes en
las manos de unos pocos (Carlos Slim, por ejemplo, que se hizo cargo del
sistema telefónico estatal y se convirtió instantáneamente en multimillonario)
.
Con medios dominados por los
intereses de la clase alta, podía propagarse el mito de que ciertos sectores
fracasaron porque no fueron suficientemente competitivos, preparando así la
escena para aún más reformas neoliberales. Se necesitaba más desigualdad social
para alentar el riesgo y la innovación empresariales, y éstas, por su parte,
confieren ventajas competitivas y estimulan el crecimiento. Si las condiciones
entre las clases bajas se deterioraban, era porque no mejoraban su propio
capital humano mediante la educación, la adquisición de una ética protestante
de trabajo, y su sumisión a la disciplina y flexibilidad laboral por defectos
personales, culturales y políticos. En un mundo spenceriano, decía el
argumento, sólo los más aptos debían y podían sobrevivir. Los problemas
sistémicos fueron camuflados bajo una tempestad de pronunciamientos ideológicos
y una plétora de crisis localizadas. Si el principal efecto del neoliberalismo
ha sido redistributivo en lugar de generativo, había que encontrar modos de
transferir activos y canalizar la riqueza y los ingresos sea de la masa de la
población hacia las clases altas o de países vulnerables a los más ricos. En
otro sitio presento un informe sobre estos procesos bajo la rúbrica de
acumulación por desposeimiento. (15) Con eso, quiero decir la continuación y
proliferación de prácticas de acumulación que Marx había designado como “primitivas”
u “originales” durante el ascenso del capitalismo. Estas incluyen (1) la
conmodificació n y privatización de la tierra y la expulsión forzada de
poblaciones campesinas (como recientemente en México e India); (2) la
conversión de diversas formas de derechos de propiedad (común, colectiva,
estatal ,etc.) en derechos exclusivamente de propiedad privada; (3) la
supresión de derechos a las áreas públicas; (4) la conmodificació n del poder
laboral y la supresión de formas alternativas (indígenas) de producción y
consumo; (5) procesos coloniales, neocoloniales, e imperiales, de apropiación
de activos (incluyendo los recursos naturales); (6) la monetización de los
intercambios y de la tributación, particularmente de tierras; (7) la trata de
esclavos (que continúa, particularmente en la industria del sexo); y (8) la
usura, la deuda nacional y. lo más devastador de todo, el uso del sistema
crediticio como un medio radical de acumulación primitiva.
El Estado, con su monopolio de la
violencia y de las definiciones de la legalidad, juega un rol crucial en el
respaldo y la promoción de estos procesos. A esta lista de mecanismos, podemos
agregar ahora una armadía de técnicas adicionales, tales como la extracción de
rentas de patentes y derechos de propiedad intelectual y la disminución o
cancelación de varias formas de propiedad comunitaria – tales como pensiones
estatales, vacaciones pagas, acceso a la educación y a la atención sanitaria –
conquistadas en una generación o más de luchas socialdemócratas. La propuesta de
privatizar todos los derechos a la pensión estatal (aplicada por primera vez en
Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet) es, por ejemplo, uno de los
objetivos predilectos de los neoliberales en EE.UU.
En los casos de China y Rusia, podría
ser razonable referirse a recientes acontecimientos en términos “primitivos” y
“originales”, pero las prácticas que restauraron el poder a elites capitalistas
en EE.UU. y otros sitios son mejor descritas como un proceso continuo de
acumulación mediante el desposeimiento que creció rápidamente bajo el
neoliberalismo. A continuación, aíslo cuatro elementos principales.
1 . Privatización
La corporatizacion, conmodificació n,
y privatización de activos públicos anteriormente públicos han sido
características emblemáticas del proyecto neoliberal. Su principal objetivo ha
sido abrir nuevos campos para la acumulación de capital en terrenos que
anteriormente eran considerados como fuera de límites para los cálculos de
rentabilidad. Servicios públicos de todo tipo (agua, telecomunicaciones,
transporte), suministro de asistencia social (viviendas sociales, educación,
atención sanitaria, pensiones), instituciones públicas (tales como
universidades, laboratorios de investigación, prisiones), e incluso la guerra
(como lo ilustra el “ejército” de contratistas privados que operan junto a las
fuerzas armadas en Iraq) han sido todos privatizados en algún grado en todo el
mundo capitalista.
Derechos de propiedad privada
establecidos a través del así llamado acuerdo ADPIC (Aspectos de los Derechos
de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio) dentro de la OMC ,
define como propiedad privada a materiales genéticos, plasmas de semillas, y a
todo tipo de otros productos. Entonces se pueden extraer rentas por su uso de
poblaciones cuyas prácticas han jugado un papel crucial en el desarrollo de
esos materiales genéticos. La biopiratería es rampante, y el pillaje de las
reservas de recursos genéticos del mundo ha avanzado en beneficio de unas pocas
grandes compañías farmacéuticas. La escalada del agotamiento de los bienes
comunes medioambientales del globo (tierra, aire, agua) y la proliferación de
las degradaciones del hábitat que imposibilitan todo lo que no sean modos de
requerimiento intensivo de capital para la producción agrícola han resultado
asimismo de la conmodificació n de la naturaleza en todas sus formas.
La conmodificació n (a través del
turismo) de las formas culturales, historias, y de la creatividad intelectual,
involucra desposeimientos generalizados (la industria de la música es
tristemente célebre por la apropiación y explotación de la cultura y la
creatividad de base). Como en el pasado, el poder del Estado es utilizado
frecuentemente para imponer esos procesos incluso contra la voluntad popular.
El retroceso de los marcos reguladores diseñados para proteger a las fuerzas
laborales y al entorno contra la degradación ha conllevado la pérdida de
derechos. La reversión hacia el dominio privado de los derechos de propiedad
común conquistados durante años de duras luchas de clase (el derecho a una
pensión estatal, a la asistencia, a atención sanitaria nacional) ha sido una de
las políticas de desposeimiento más atroces proseguidas en nombre de la
ortodoxia neoliberal.
El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalizació n
de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de
clase
La corporatizació n, conmodificació
n, y privatización de lo que hasta ahora eran activos públicos han sido
características insignes del proyecto neoliberal. Todos estos procesos
equivalen a una transferencia de activos de los campos público y popular a los
dominios privados y de privilegios de clase. La privatización, argumentó
Arundhati Roy respecto al caso indio, involucra “la transferencia de activos
públicos productivos del Estado a compañías privadas. Los activos productivos
incluyen recursos naturales: tierra, bosques, agua, aire. Estos son los activos
que el Estado mantiene en fideicomiso para el pueblo que representa.. .
Arrancárselos y venderlos como valores a compañías privadas es un proceso de
bárbaro desposeimiento en una escala que no tiene paralelo en la historia.”
(16)
2. Financialización
La poderosa ola financiera que
comenzó después de 1980 ha estado marcada por su estilo especulativo y
predatorio. El volumen diario de transacciones financieras en los mercados
internacionales, que era de 2.300 millones de dólares en 1983, había aumentado
a 130.000 millones de dólares en 2001. Este volumen anual de 40 billones de
dólares en 2001 se compara con el cálculo de 800.000 millones de dólares que
serían necesarios para apoyar el comercio internacional y los flujos de
inversiones productivas. (17) La desregulación permitió que el sistema
financiero se convirtiera en uno de los centros principales de actividad de
redistribució n mediante la especulación, la depredación, el fraude, y el robo.
Las promociones de acciones; estafas Ponzi; destrucción de productos financieros estructurados mediante la
inflación: liquidación de activos mediante fusiones y adquisiciones; y la
promoción de incumbencias de deuda que redujo a poblaciones enteras, incluso en
los países capitalistas avanzados, a la esclavitud por deudas – para no hablar
del fraude corporativo y el desposeimiento de activos, tales como el robo de
fondos de pensiones y su aniquilamiento por colapsos de acciones y de
corporaciones mediante manipulaciones crediticias y bursátiles – son todas
características del sistema financiero capitalista.
El énfasis en los valores de
acciones, que surgieron después de juntar los intereses de propietarios y
administradores de capital mediante la remuneración de estos últimos con
opciones en acciones, condujo, como sabemos ahora, a manipulaciones en el
mercado que crearon inmensa riqueza para unos pocos a costas de los muchos. El
espectacular colapso de Enron fue emblemático para un proceso general que privó
a muchos de su subsistencia y derechos a pensión. Más allá de eso, también
debemos considerar los robos especulativos realizados por fondos de alto riesgo
y otros importantes instrumentos del capital financiero que formaron la
verdadera vanguardia de la acumulación por desposeimiento en la escena global,
incluso aunque supuestamente conferían el beneficio positivo para la clase
capitalista de “repartir los riesgos.”
3. La administración y la
manipulación de crisis
Más allá de la espuma especulativa y
a menudo fraudulenta que caracteriza gran parte de la manipulación financiera
neoliberal, se halla un proceso más profundo que involucra accionar la trampa
de la deuda como un medio primordial de acumulación por desposeimiento. La
creación, administració n y manipulación de crisis en la escena mundial se ha
convertido en el fino arte de la redistribució n deliberada de riqueza de los
países pobres a los ricos. Al aumentar repentinamente las tasas de interés en
1979, Paul Volcker, en aquel entonces presidente de la Reserva Federal de
EE.UU. subió la proporción de beneficios extranjeros que los países prestatarios
tenían que invertir en los pagos por intereses por deudas. Forzados a la
bancarrota, países como México tuvieron que aceptar el ajuste estructural.
Mientras proclamaba su papel como un noble líder que organiza rescates para
mantener la estabilidad y la dirección de la acumulación global de capital,
EE.UU. también pudo abrir la puerta para el saqueo de la economía mexicana
mediante el despliegue de su poder financiero superior bajo condiciones de
crisis local. El complejo Tesoro de EE.UU./Wall Street/FMI se convirtió en
experto en hacerlo por doquier. El sucesor de Volker, Alan Greenspan, recurrió
varias veces en los años noventa a tácticas similares. Las crisis de la deuda
en países individuales, poco común en los años sesenta, se hizo frecuente durante
los años ochenta y noventa. Casi ningún país en desarrollo dejó de ser afectado
y en algunos casos, como en Latinoamérica, tales crisis fueron suficientemente
frecuentes como para ser consideradas endémicas. Esas crisis de la deuda fueron
orquestadas, administradas y controladas tanto para racionalizar el sistema
como para redistribuir activos durante los años ochenta y noventa. Wade y
Veneroso capturaron la esencia de esa tendencia cuando escribieron sobre la
crisis asiática de 1997 y 1998 – provocada inicialmente por la operación de
fondos de alto riesgo basados en EE.UU.:
Las crisis financieras siempre han causado transferencias de propiedad y
poder a los que mantienen intactos sus propios activos y están en la posición
de crear crédito, y la crisis asiática no es una excepción... no cabe duda de
que las corporaciones occidentales y japonesas son los grandes ganadores... La
combinación de masivas devaluaciones impulsó a la liberalizació n financiera, y
la recuperación facilitada por el FMI incluso podría precipitar la mayor
transferencia de activos de propietarios nacionales a extranjeros en tiempos de
paz de los últimos cincuenta años en cualquier parte del mundo, eclipsando las
transferencias de propietarios nacionales a estadounidenses en Latinoamérica en
los años ochenta o en México después de 1994. Se recuerda la declaración
atribuida a Andrew Mellon: “En una depresión los activos vuelven a sus
legítimos dueños.” (18)
La analogía con la creación
deliberada de desempleo para producir una fuente de mano de obra excedente mal
remunerada, conveniente para la acumulación ulterior, es exacta. Valiosos
activos pierden su uso y su valor. Yacen inertes y durmientes hasta que
capitalistas en posesión de liquidez deciden apoderarse de ellos e insuflarles
nueva vida. El peligro, sin embargo, es que las crisis pueden descontrolarse y
generalizarse, o que surgirán revueltas contra el sistema que las crea. Una de
las funciones primordiales de las intervenciones estatales y de las
instituciones internacionales es orquestar crisis y devaluaciones de manera que
permitan que ocurra la acumulación por desposeimiento sin provocar un colapso
general o una revuelta popular. El programa de ajuste estructural administrado
por el complejo Wall Street/Tesoro/ FMI se ocupa de la primera función. Es tarea del aparato
comprador estatal neoliberal (respaldado por la ayuda militar de las potencias
imperialistas) asegurar que no ocurran insurrecciones en el país que ha sido
atracado. Sin embargo, emergieron señales de revuelta popular, primero con el
levantamiento zapatista en México en 1994, y después con el descontento
generalizado que informó a los movimientos contra la globalización como el que
culminó en Seattle en 1999.
4. Redistribuciones estatales
El Estado, una vez que se ha
convertido en un conjunto neoliberal de instituciones, se convierte en un
agente primordial de las políticas redistribuidoras, invirtiendo el flujo de
las clases altas hacia las bajas que había sido implementado durante la era
precedente socialdemócrata.
Lo hace en primer lugar mediante
esquemas de privatización y recortes en los gastos gubernamentales que debían
apoyar el salario social. Incluso si la privatización parece ser beneficiosa
para las clases bajas, los efectos a largo plazo pueden ser negativos. A
primera vista, por ejemplo, el programa de Thatcher para la privatización de
las viviendas sociales en Gran Bretaña pareció ser un regalo a las clases bajas
cuyos miembros ahora podían pasar de ser arrendatarios a ser propietarios a un
coste relativamente bajo, obtener el control de un activo valioso, y aumentar
su riqueza. Pero una vez que fue completada la transferencia, entró en juego la
especulación con la vivienda, particularmente en ubicaciones centrales de
primera, terminando por sobornar u obligar a las poblaciones a partir a la
periferia en las ciudades como Londres, y convirtiendo a lo que eran barrios de
viviendas de clase trabajadora en centros de intenso aburguesamiento. La
pérdida de viviendas asequibles en áreas centrales resultó en la falta de
viviendas para muchos y en viajes extremadamente largos para los que tenían
trabajos mal remunerados de servicio. La privatización de los ejidos (derechos
de propiedad común de la tierra bajo la constitución mexicana) en México, que
se convirtió en un componente central del programa neoliberal establecido
durante los años noventa, tuvo efectos análogos en el campesinado mexicano,
obligando a muchos habitantes rurales a irse a las ciudades en busca de
trabajo. El Estado chino creó toda una serie de medidas draconianas mediante la
cual activos fueron conferidos a una pequeña elite en detrimento de las masas.
El Estado neoliberal también busca
redistribuciones mediante una serie de otras medidas como ser revisiones en el
código tributario para beneficiar a los rendimientos de inversiones en lugar de
ingresos y salarios, la promoción de elementos regresivos en el código
tributario (como ser impuestos a la venta), el desplazamiento de gastos estatales
y el libre acceso para todos mediante tarifas de usuarios (por ejemplo en la
educación superior), y la provisión de una vasta gama de subsidios y beneficios
tributarios a las corporaciones. Los programas de asistencia que ahora existen
en EE.UU. en los ámbitos federal, estatal y local, equivalen a una vasta
reorientación de los dineros públicos para beneficiar a las corporaciones
(directamente como en el caso de subsidios a la agroindustria e indirectamente
como en el caso del sector militar-industrial) , de un modo
muy parecido a como opera la deducción de los impuestos de la tasa de interés
hipotecario en EE.UU., como un masivo subsidio para los propietarios de casas
de altos ingresos y para la construcción industrial.
El aumento de la vigilancia y del
mantenimiento del orden y, en el caso de EE.UU., el encarcelamiento de
elementos recalcitrantes en la población, indican un rol más siniestro de
intenso control social. En los países en desarrollo, donde la oposición al
neoliberalismo y a la acumulación por desposeimiento puede ser más fuerte, el
papel del Estado neoliberal asume rápidamente el de represión activa incluso
hasta el punto de la guerra de baja intensidad contra
movimientos opositores (muchos de los cuales pueden ahora ser convenientemente
calificados de terroristas para obtener la ayuda militar y el apoyo de EE.UU.)
tales como los zapatistas en México o los campesinos sin tierras en Brasil.
En efecto, informó Roy: “La economía
rural de India, que sostiene a setecientos millones de personas, está siendo
agarrotada. Agricultores que producen demasiado están necesitados, agricultores
que producen demasiado poco están necesitados, y los jornaleros agrícolas sin tierra
están sin trabajo porque grandes propietarios y haciendas despiden a sus
trabajadores. Todos atestan las ciudades en busca de empleo.” (19) En China, se
calcula que por lo menos la mitad de 1.000 millones de personas tendrá que ser
absorbida por la urbanización durante los próximos diez años si se quiere
evitar el caos y la revuelta en el campo. No se sabe lo que esos itinerantes
harán en las ciudades, aunque los amplios planes de infraestructura física que
están siendo implementados logren llegar a absorber en algo los excedentes
laborales liberados por la acumulación primitiva.
Las tácticas redistribuidoras del
neoliberalismo son amplias, sofisticadas, frecuentemente marcadas por
estratagemas ideológicos, pero devastadoras para la dignidad y el bienestar
social de poblaciones y territorios vulnerables. La ola de neoliberalizació n
por destrucción creativa que ha recorrido el globo no tiene paralelo en la
historia del capitalismo. Con razón ha generado resistencia y una búsqueda de
alternativas viables.
Alternativas
El neoliberalismo ha generado un
conjunto de movimientos opositores tanto dentro como fuera de su radio de
acción, muchos de los cuales son radicalmente diferentes de los movimientos
basados en los trabajadores que dominaron antes de 1980. Digo muchos, pero no
todos. Los movimientos tradicionales basados en los trabajadores no están de
ninguna manera muertos, ni siquiera en los países capitalistas avanzados en los
que han sido muy debilitados por el ataque neoliberal. En Corea del Sur y Sudáfrica,
vigorosos movimientos sindicales aparecieron durante los años ochenta, y en
gran parte de Latinoamérica florecen los partidos de la clase obrera. En
Indonesia, un putativo movimiento sindical de gran importancia potencial lucha
por ser escuchado. El potencial de malestar laboral es inmenso aunque
impredecible.
Y no es evidente tampoco que la masa
de la clase trabajadora en EE.UU., que durante la última generación votó
consistentemente contra sus propios intereses materiales por motivos de
nacionalismo cultural, religión, y oposición a múltiples movimientos sociales,
permanecerá para siempre bloqueada en una política semejante por las
maquinaciones por igual de republicanos y demócratas. No hay motivos para
excluir en el futuro la resurgencia de una política basada en los trabajadores
con una fuerte agenda antineoliberal. Pero las luchas contra la acumulación por
desposeimiento están fomentando líneas bastante diferentes de lucha social y
política. En parte debido a las condiciones peculiares que dan origen a esos
movimientos, su orientación política y modos de organización se diferencian
fuertemente de los que son típicos en la política socialdemócrata. La rebelión
zapatista, por ejemplo, no buscó la toma del poder estatal o la realización de
una revolución política. En su lugar postuló una política inclusiva para
trabajar a través del conjunto de la sociedad civil en una búsqueda abierta y
fluida de alternativas que consideraran las necesidades específicas de
diferentes grupos sociales y les permitiera mejorar su suerte. Desde el punto
de vista organizativo, tendió a evitar el vanguardismo y se negó a adoptar la
forma de un partido político. En su lugar prefirió seguir siendo un movimiento
social dentro del Estado, intentando formar un bloque de poder político en el
que las culturas indígenas fueran centrales en lugar de ser periféricas. Con
ello trató de lograr algo similar a una revolución pasiva dentro de la lógica
territorial del poder estatal.
El efecto de tales movimientos ha
sido transferir el terreno de la organización política lejos de los partidos
políticos y de las organizaciones sindicales tradicionales hacia una dinámica
política menos enfocada de acción social a través de todo el espectro de la
sociedad civil. Pero lo que perdieron en enfoque lo ganaron en relevancia.
Sacaron sus fuerzas del arraigo en los trabajos diarios de la vida y lucha de
todos los días, pero al hacerlo a menudo les fue difícil salirse de lo local y
de lo particular para comprender la macropolítica de lo que fue y es la acumulación
neoliberal por desposeimiento. La variedad de tales luchas fue y es simplemente
sorprendente. Es difícil llegar a imaginar conexiones entre ellas. Fueron y son
parte de una mezcla volátil de movimientos de protesta que recorrieron el mundo
y ocuparon crecientemente los titulares durante y después de los años ochenta.
(20)
Esos movimientos y revueltas fueron a
veces aplastados con una violencia feroz, en la mayor parte por poderes
estatales que actuaban en nombre del orden y la estabilidad. En otros sitios
produjeron violencia entre etnias y guerras civiles cuando la acumulación por
desposeimiento condujo a intensas rivalidades sociales y políticas en un mundo
dominado por tácticas de dividir para gobernar por parte de fuerzas
capitalistas. Los Estados clientes apoyados militarmente o en algunos casos con
fuerzas especiales entrenadas por las principales potencias (encabezadas por
EE.UU., y Gran Bretaña y Francia con un rol menor) lideraron en un sistema de
represiones y liquidaciones para bloquear implacablemente los movimientos
activistas que cuestionaban la acumulación por desposeimiento.
Los propios movimientos han producido
una abundancia de ideas respecto a alternativas. Algunos tratan de
desvincularse total o parcialmente de los poderes abrumadores del
neoliberalismo y del neoconservadurismo. Otros buscan justicia social y
medioambiental globales mediante la reforma o disolución de poderosas
instituciones tales como el FMI y la OMC , y el Banco Mundial. Otras destacan
una recuperación de los bienes comunes, mostrando con ello profundas
continuidades con luchas de hace tiempo, así como con luchas libradas a lo
largo de la amarga historia del colonialismo y el imperialismo. Algunas
conciben una multitud en movimiento, o un movimiento dentro de la sociedad
civil global, para enfrentar a los poderes dispersos y descentrados del orden
neoliberal, mientras otros buscan de un modo más modesto experimentos locales
con nuevos sistemas de producción y consumo animados por diferentes tipos de
relaciones sociales y prácticas ecológicas. También existen las que confían en
estructuras más convencionales de partidos políticos con el objetivo de obtener
el poder del Estado como un paso hacia la reforma global del orden económico.
Muchas de estas diversas corrientes se juntan ahora en el Foro Social Mundial
en un intento de definir su misión compartida y edificar una estructura
organizativa capaz de enfrentar las numerosas variantes del neoliberalismo y
del neoconservadurismo. Hay mucho que admirar y para inspirar en esto. (21)
Aunque ha sido efectivamente
disfrazado, hemos vivido toda una generación de lucha de clases sofisticada por
parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por
edificar, la dominación de clase.
Pero ¿qué tipo de conclusiones pueden
ser extraídas de un análisis del tipo que hemos estructurado? Para comenzar,
toda la historia del compromiso socialdemócrata y el subsiguiente giro hacia el
neoliberalismo indica el papel crucial jugado por la lucha de clases para
limitar o restaurar el poder de clase. Aunque ha sido efectivamente disfrazado,
hemos vivido toda una generación de lucha de clases sofisticada por parte de
las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por edificar, la
dominación de clase. Esto ocurrió durante décadas en las que muchos
progresistas fueron teóricamente persuadidos de que la clase era una categoría
falta de significado y en las que las instituciones desde las que se había
librado la lucha hasta entonces por cuenta de las clases trabajadores
estuvieron bajo un ataque feroz. La primera lección que debemos aprender, por
lo tanto, es que si algo parece lucha de clase y actúa como lucha de clase,
tenemos que llamarla por lo que es. La masa de la población tiene que
resignarse a la trayectoria histórica y geográfica definida por el abrumador
poder de clase o responder en términos de clase.
Decirlo de esta manera no es
deshacernos en nostalgia por alguna era dorada en la que el proletariado estaba
en movimiento. Tampoco significa necesariamente (si alguna vez debiera haberlo
hecho) que podamos apelar a alguna simple concepción del proletariado como el
agente primordial (para no decir exclusivo) de la transformació n histórica. No
existe un campo proletario de fantasía utópica marxiana a la que podamos
apelar. Señalar la necesidad e inevitabilidad de la lucha de clase no es decir
que la forma en la que la clase está constituida es determinada o incluso
determinable anticipadamente. Los movimientos de clase se hacen a sí mismos,
aunque no bajo condiciones de su propia elección. Y el análisis muestra que
esas condiciones están actualmente bifurcadas en movimientos alrededor de la
reproducción expandida – en la que la explotación del trabajo salariado y las
condiciones que definen el salario social son temas centrales – y los
movimientos alrededor de la acumulación por desposeimiento – en los que todo
desde las formas clásicas de acumulación primitiva mediante prácticas
destructoras de culturas, historias, y entornos, hasta las depredaciones
producidas por las formas contemporáneas del capital financiero constituye el
centro de resistencia. El encuentro del vínculo orgánico entre esas diferentes
corrientes de clase es una tarea teórica y práctica urgente. El análisis
también muestra que esto tiene que ocurrir en una trayectoria histórico-geográ
fica de acumulación de capital que se basa en una creciente conectividad a
través del espacio y del tiempo, pero marcada por acontecimientos geográficos
disparejos cada vez más profundos. Esta desigualdad debe ser entendida como
algo que es activamente producido y sostenido por procesos de acumulación de
capital, no importa cuán importantes puedan ser las señales de residuos de
configuraciones pasadas establecidas en el paisaje y en el mundo social. El
análisis también destaca contradicciones explotables dentro de la agenda
neoliberal. La brecha entre lo retórico (por el beneficio común) y la
realización (por el beneficio de una pequeña clase gobernante) aumenta en el
espacio y el tiempo, y los movimientos sociales han hecho mucho por
concentrarse en esa brecha. La idea de que el mercado tenga que ver con una
competencia honrada es negada cada vez más por la realidad del extraordinario
monopolio, centralizació n e internacionalizació n por parte de los poderes
corporativos y financieros. El alarmante aumento en las desigualdades de clase
y regionales tanto dentro de los Estados (como en China, Rusia, India, México,
y en Sudáfrica) así como a escala internacional, posa un serio problema
política que ya no puede ser ocultado como algo transitorio en el camino al
mundo neoliberal perfeccionado. El énfasis neoliberal en los derechos del
individuo y el creciente uso autoritario del poder estatal para sostener el
sistema se convierten en un punto álgido de discusión. Mientras más se reconoce
que el neoliberalismo es un proyecto fracasado, si no insincero y utópico, que
oculta la restauración del poder de clase, más se crea la base para un
resurgimiento de movimientos de masas que expresen reivindicaciones políticas
igualitarias, buscando justicia económica, comercio justo, y mayor seguridad y
democratizació n económica.
Pero la naturaleza profundamente
antidemocrática del neoliberalismo debería seguramente ser el principal centro
de la lucha política. Instituciones con enorme influencia, como ser la Reserva
Federal de EE.UU., están fuera de cualquier control democrático.
Internacionalmente, la falta de una responsabilizació n elemental, para no
hablar de control democrático, sobre instituciones como el FMI, la OMC , y el
Banco Mundial, para no hablar del gran poder privado de las instituciones
financieras, convierten en una burla cualquier preocupación verosímil por la
democratizació n. Volver a presentar exigencias de gobierno democrático e
igualdad y justicia económica, política y cultural no es sugerir algún
retorno a un pasado dorado ya que los significados tienen que ser reinventados
en cada instancia para encarar condiciones y potencialidades contemporáneas. El
significado de la democracia en la Atenas de la antigüedad tiene poco que ver
con los significados que le tenemos que conferir en la actualidad en
circunstancias tan diversas como las prevalecientes en Sao Paulo,
Johannesburgo, Shangai, Manila, San Francisco, Leeds, Estocolmo, y Lagos. Pero
a través de todo el globo, de China, Brasil, Argentina, Taiwán, y Corea a
Sudáfrica, Irán, India, y Egipto, y más allá de las naciones en apuros de
Europa oriental hasta los centros del capitalismo contemporáneo, grupos y
movimientos sociales se unen a reformas que expresan valores democráticos. Es
un punto esencial de muchas de las luchas que emergen actualmente.
Mientras mejor reconozcan los
movimientos más claramente opositores que su objetivo central tiene que ser
enfrentar el poder de clase que ha sido tan efectivamente restaurado bajo la
neoliberalizació n, mejor será la probabilidad de que tengan coherencia.
Arrancar la máscara neoliberal y denunciar su retórica seductiva, utilizada tan
apropiadamente para justificar y legitimar la restauración de ese poder, tendrá
un papel importante en las luchas contemporáneas. A los neoliberales les costó
muchos años establecer y realizar su marcha por las instituciones del
capitalismo contemporáneo. La lucha que viene no será menor cuando presionamos
en la dirección opuesta.
Notas
1. Vea el sitio en la Red : http://www.montpele rin.org/mpsabou.cfm .
2. G. W. Bush, “Securing
Freedom’s Triumph,” New York Times, 11 de septiembre de 2002, p. A33. The
National Security Strategy of the UnitedState of America can be found
on the Web site www.whitehouse. gov nsc/nss. See also G. W. Bush, “President
Addresses the Nation in Prime Time Press Conference,” 13 de abril,
2004, http://www.whitehou
se.gov/news/ releases/ 2004/0420040413- 20.html
3. Matthew Arnold es citado
en Robin Williams, Culture and Society, 1780-1850 (London: Chatto and Windus,
1958), 118.
4. Antonia Juhasz, “Ambitions of Empire: The Bush Administration Economic Plan for Iraq (and
Beyond),” Left Turn Magazine 12 (February/March 2004): 27-32.
5. Thomas Crampton, “Iraqi
Official Urges Caution on Imposing Free Market,” New York Times, 14 de octubre
de 2003, p. C5.
6. Juan Gabriel Valdez,
Pinochet’s Economists: The Chicago School in Chile (New York:
Cambridge University Press, 1995).
7. Philip Armstrong, Andre
Glynn, and John Harrison, Capitalism since World War II: The Making and
Breaking of the Long Boom (Oxford, UK: Basil Blackwell, 1991).
8. Gerard Dumenil and
Dominique Levy, “Neoliberal Dynamics: A New Phase?” (Manuscript, 2004), 4. Vea
también: Task Force on Inequality and American Democracy, American Democracy in
an Age of Rising Inequality (Washington, DC: American
Political Science Association, 2004), 3.
9. Daniel Yergin and Joseph
Stanislaw, The Commanding Heights: The Battle between Government and Marketplace That Is Remaking
the Modern World (New York: Simon & Schuster, 1998).
10. Thomas Byrne Edsall, The New Politics of Inequality (New York: Norton, 1984); Jamie Court,
Corporateering: How Corporate Power Steals Your Personal Freedom (New York: Tarcher
Putnam, 2003); y Thomas Frank, What’s the Matter with Kansas: How Conservatives
Won the Heart of America (New York, Metropolitan Books, 2004).
11. William K. Tabb, The Long Default: New York City and the Urban Fiscal Crisis (New York, Monthly
Review Press, 1982); y Roger E. Alcaly and David Mermelstein, The Fiscal Crisis
of American Cities (New York, Vintage, 1977).
12. Joseph Stiglitz,
Globalization and Its Discontents (New York: Norton, 2002).
13. David Harvey, The New
Imperialism (Oxford, Oxford University Press, 2003).
14. World Commission on the Social Dimension of Globalization, A Fair Globalization: Creating
Opportunities for All (Geneva, Switzerland: International Labor Office, 2004).
15. Harvey, The
New Imperialism, chap. 4.
16. Arundhati Roy, Power
Politics (Cambridge, MA: South End Press, 2001).
17. Peter Dicken, Global Shift: Reshaping the Global Economic Map in the 21st Century, 4th ed. (New
York: Guilford, 2003), chap. 13.
18. Robert Wade and Frank
Veneroso, “The Asian Crisis: The High Debt Model versus the Wall Street-
Treasury-IMF Complex,” New Left Review 228 (1998): 3-23.
19. Roy, Power
Politics.
20. Barry K. Gills, ed., Globalization and the Politics of Resistance (New York: Palgrave, 2001); Ton Mertes,
ed., A Movement of Movements (London: Verso, 2004); Walden Bello,
Deglobalization: Ideas for a New World Economy (London: Zed Books, 2002); Ponna Wignaraja, ed., New Social Movements in the South:
Empowering the People (London: Zed Books, 1993); and Jeremy Brecher, Tim
Costello, and Brendan Smith, Globalization from Below: The Power of Solidarity
(Cambridge, MA: South End Press, 2000).
21. Mertes, A Movement of
Movements; and Walden Bello, Deglobalization: Ideas for a New World Economy
(London, Zed Books, 2002).
David Harvey es profesor
distinguido en el Centro de Postgrado de la Universidad de la City University of New York. Es
autor de varios libros, entre ellos: “A Brief History of Neoliberalism,”
“ The New Imperialism,” “Spaces of Hope,” “
The Limits to Capital,” y “The Condition of
Postmodernity.”
Fuente: www.rebelion. org , 8/4/08.
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