J. Marcos y M. Ángeles Fernández
Otramérica
22/6/12
Frente a la postura de gobiernos y
Naciones Unidas que continúan su camino por la senda de la acumulación, las
voces críticas como las del sociólogo venezolano Edgardo Lander insisten en que
el crecimiento sin fin es una imposibilidad, además de responder al patrón de
dominación.
Parque do Flamengo. Cúpula dos
Povos. Tienda 22. De fondo suenan las arengas de una campaña contra el poder
de las transnacionales. Los gritos colorean cada debate en la Cúpula
dos Povos (Cumbre de los Pueblos), el envite alternativo al escaparate que
comparten los gobiernos, Naciones Unidas y las transnacionales. Encontramos
a Edgardo Lander en cuidadosa actitud de escucha. No nos oye
llegar. Es la viva imagen del aprendizaje sempiterno. Vinculado de forma
directa con los Foros Sociales Mundiales, Edgardo es la
quintaesencia del activista comprometido, el hombre que entiende
que otros mundos son posibles y no cesa en su empeño. El sociólogo
venezolano comparte con Otramérica la más sutil de todas las batallas
que ha emprendido: detener el desarrollo.
Acaba de publicar como coautor el
libro de reflexiones Más allá del desarrollo, en el que pones de
manifiesto las carencias teóricas existentes a la hora de plantear alternativas
al desarrollo y al extractivismo. ¿Cómo contempla las transición al modelo
postextractivista sin esa plataforma de partida?
No hay una sola ruta. Desde el punto
de vista de la construcción y la imaginación de alternativas es importante ver
la complejidad del conjunto. No sirve un patrón reproductivo particular. No
existe una definición única del modelo productivo postextractivista, que será
la construcción de muchas prácticas y experiencias sociales. Son procesos que
tienen que ver con transformaciones culturales, hegemónicas, de prácticas
sociales, con articulaciones entre movimientos, con un conjunto variado de
factores.
¿Es más aguda la crisis de ideas o
crisis de las voluntades?
No es sólo una carencia teórica sino
también una carencia de las limitaciones de las relaciones de poder, pues hay
muchas cosas que podrían obviamente hacerse. Hay una inmensa cantidad de
elementos de los que podríamos prescindir. Por ejemplo, la monstruosa industria
militar actual no es indispensable para la vida. Tampoco los millones de
toneladas que se gastan en papel por la publicidad y la propaganda.
Los estados muestran cada día signos
de agotamiento, mientras la separación con sus pueblos se agranda. ¿Están
preparados para posibilitarnos la metamorfosis hacia un patrón
postdesarrollista?
No podemos esperar a que un estado
nos reoriente hacia otras políticas, pues la propia organización de la
estructura estatal está montada sobre unos patrones productivos y sobre una
lógica de producción. No son los estados los que pueden reorientar la política,
lo que no quiere decir que lo que ocurra en los estados sea de poca
importancia. Todo lo contrario. Por eso es vital presionar sobre los estados.
Pero uno de los problemas en América Latina es que la gente tiene demasiadas
expectativas de que con un cambio de gobierno se genera esa capacidad para
cambiar el rumbo.
La Cúpula dos Povos pretende devolver
a la Madre Naturaleza sus derechos. En ese caso, Estados como los de Bolivia y
Ecuador parten de una posición aventajada en tanto en cuanto sus Constituciones
reconocen los derechos de la Tierra. ¿Son la alternativa más viable?
Ni siquiera en los casos de Bolivia y
Ecuador se encuentra de forma hegemónica la exigencia de la lógica del ‘Buen
Vivir’. Está presente en sus sociedades pero igualmente están presentes otras
muchas tendencias, no solamente de la derecha sino también de organizaciones
sindicales, que están exigiendo un mejor empleo, la inserción de sectores
excluidos, la demanda de justicia y de gasto público en educación y salud. Son
medidas que requieren alguna fuente de financiación que, ahora mismo, es el
extractivismo.
Los alimentos representan el campo de
acción donde las otras alternativas aparecen más definidas. ¿Qué retos plantea
la soberanía alimentaria?
Hoy es muy clara la existencia de dos
patrones relacionados con los alimentos: el corporativo, llamado también Monsanto [en
referencia a la multinacional del mismo nombre], que es la apuesta por los
transgénicos, los agrotóxicos y los agroquímicos, las grandes cantidades de
energía en la producción, el monocultivo y la producción absolutamente distante
del lugar de consumo, lo que implica gran utilización de energía, petróleo
fundamentalmente, para llevar los alimentos desde el punto de origen a su lugar
de consumo. Es un patrón productivo insostenible y absolutamente irracional.
Pero la mayor parte de los alimentos que consumimos hoy, aunque parezca
mentira, son producción familiar, campesina, local o regional. Así que hay una
inmensa cantidad de gasto energético, de destrucción ambiental y de consumo de
agua y de agrotóxicos, de contaminación, que podría evitarse.
En la relación del ser humano con la
naturaleza, la visión hegemónica no tardaría en objetar sus respuestas con la
elección de la libertad frente a la dependencia.
Una de las cosas que hace la lógica
de la modernidad y la confianza en el progreso es la pretensión de desprenderse
del reino de la necesidad para llegar al reino de la libertad. Esto significa
que la realidad del individuo consiste en liberarse de la llamada naturaleza y
de la comunidad. Pero es realmente en ese momento cuando sucede la destrucción
total. Hasta hace relativamente poco los alimentos eran muy variados
regionalmente, la gente comía diferentes productos en según qué lugares, y
dependiendo de las temporadas. Pero ahora ya no dependemos de los ciclos de la
naturaleza; los hemos dominado. Esto implica que en el patrón de consumo hemos
incorporado enormes cantidades de energía. Es una lógica que pretende dominarlo
todo, que hace que la vida sea cada vez menos sostenible. Un proceso de
desglobalización, con una producción más local, más regional, más orientada
hacia el consumo cercano, es una condición indispensable como política
alternativa.
Los gobiernos reunidos bajo el amparo
de Naciones Unidas en Río+20 venden empero la economía verde como solución.
¿Qué implica su oferta?
La economía verde es el intento de
construir un nuevo patrón de acumulación global que implica muchas cosas,
empezando por la relegitimación del capitalismo. Ahora resulta que todas las
empresas son verdes y buenas, que todas tienen conciencia corporativa. En la
absoluta desproporción que hay entre la economía real y esta hipertrofia del
sector financiero; éste no tiene dónde invertir y es entonces cuando se produce
la búsqueda de escenarios de inversión. Después, ya veremos a ver qué pasa. Lo
de ‘economía verde’ suena muy bonito pero perderemos la batalla vital si no
logramos derrotar la idea de que es una salida a la crisis, cuando en realidad
no es sino una profundización en la lógica de la mercantilización de la vida
que está amenazando el futuro del planeta. Hay que desmontar el mito de la
economía verde y demostrar que es una recomposición del patrón de producción y
del patrón de dominación. Lo que plantean ahora es no solamente más de lo mismo
sino su profundización. La mercantilización de la naturaleza es la continuación
del proceso destructivo. Antes tenían precio los árboles, ahora la tiene la
capacidad de retención de CO2 que tiene el bosque. La solución
que han encontrado está en la naturaleza y en todos sus servicios (el aire, el
agua, la diversidad biológica...). Si asignamos un precio a todo eso y lo
convertimos en bonos de Bolsa, podremos seguir así por lo menos veinte años
más. Lo virtual se cuantifica en una lógica de bonos que se compran y se venden
y, gracias al mercado de carbón, los países que más contaminan compran derecho
a contaminar. No solamente ocurre en el aire sino en los territorios donde
viven pueblos campesinos e indígenas, que son los que están más directamente
afectados por esta lógica de privatización de los comunes. El punto de vista
liberal defiende la visión de que si no cuidamos las cosas es porque no son de
nadie, por lo que hay que dar a cada uno un pedacito para que cada uno cuide su
parte. Pero las empresas no funcionan con esa lógica: si son las dueñas sacan
hasta la última gota y después se van a otra parte. Está cada vez más claro que
este mecanismo no funciona, que aumentan las emanaciones de gas por parte de las
empresas involucradas en el mercado de carbón.
Fuiste igualmente testigo de la
primera Cumbre de la Tierra, celebrada en este mismo escenario en 1992. Veinte
años después, ¿qué ha fallado?
Se cometió el gravísimo error de no
haber denunciado el desarrollo sostenible como lo que es: una trampa, una
lógica de defender el desarrollo con adjetivaciones. Veinte años después, cada
uno de los problemas ambientales que se identificaron están peor, con la sola
excepción de la capa de ozono, donde el Protocolo de Montreal y las reducciones
de las emisiones de gases carbonados han logrado aminorar el efecto, también
porque se encontró la solución tecnológica. El resto de campos ha empeorado:
pérdida de biodiversidad, derretimiento de casquetes polares, de glaciales, deforestación,
desertificación... Vivimos en un planeta limitado y el crecimiento sin fin es
una radical imposibilidad. Hemos utilizado la capacidad de recreación de vida
del planeta más allá de su capacidad de reproducción; estamos consumiendo la
capacidad de las futuras generaciones y, además, en condiciones de
extraordinaria desigualdad.
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