Revista Globalización
Febrero de 2011
Desde el inicio de 2009 Ben
Bernanke señalaba que antes del fin de ese año comenzarían a verse síntomas
claros de superación de la crisis y hacia el mes de agosto anunció ¿que lo peor
de la recesión ha quedado atrás? (1). Antes de que estallara la bomba
financiera en septiembre de 2008 Bernanke pronosticaba que dicho estallido
nunca iba a ocurrir, y cuando finalmente ocurrió su nuevo pronóstico era que en
poco tiempo llegaría la recuperación, ahora el Presidente de la Reserva Federal
de los Estados Unidos ha decidido no esperar más y le anuncia al mundo el
comienzo del fin de la pesadilla.
No ha sido el único en hacerlo,
una apabullante campaña mediática ha venido utilizando algunas señales aisladas
para imponer esa idea. Así fue como el renacimiento de la burbuja bursátil
global desde mediados de marzo fue presentada como un síntoma de mejoría
económica general, una nube de ¿expertos? nos explicó que la euforia de la
Bolsa estaba anticipando el fin de la recesión.
En realidad las inyecciones
masivas de dinero de los gobiernos de las grandes potencias económicas
beneficiando principalmente al sistema financiero generaron enormes excedentes
de fondos que, en condiciones de enfriamiento generalizado de la producción y
el consumo, encontraron en los negocios bursátiles un espacio favorable para
rentabilizar sus capitales.
Jugando al alza de los valores de
las acciones empujaban hacia arriba sus precios lo que a su vez incitaba a
invertir más y más dinero en la Bolsa. A esto debemos agregar que el motor de
la euforia bursátil mundial, la bolsa de los Estados Unidos, además del dinero
derivado de los salvatajes locales ha estado recibiendo importantes flujos de
fondos especulativos externos que aprovechando la persistente caída del dólar
se precipitaron a comprar acciones baratas y en alza.
Se repitió así la secuencia
especulativa de fines de los años 1990 y de 2007 pero con una diferencia
decisiva: el contexto de la burbuja actual no es el crecimiento de la economía
sino la recesión (o en el mejor de los casos el estancamiento). Las burbujas
anteriores (bursátiles, inmobiliarias, comerciales, etc.) interactuaban
¿positivamente? con el resto de las actividades económicas; la subas en los
precios de las acciones o de las viviendas alentaban el consumo y la producción
y a su vez estos crecimientos generaban fondos que en buena medida se volcaban
hacia los negocios especulativos produciéndose así una suerte de círculo
virtuoso especulativo-consumista-productivo de carácter global en última
instancia perverso, destinado a mediano plazo al desastre pero que causaba
prosperidad en el corto plazo.
Por el contrario la burbuja
bursátil de 2009 contrasta con bajos niveles de consumo e inversiones
productivas y altos niveles de desocupación. Los excedentes de capitales
bloqueados por una economía productiva declinante consiguen beneficios en la
especulación financiera, lo que se produce entonces gracias a los fabulosos salvatajes
financieros de los gobiernos es un círculo vicioso basado en la especulación
financiera y el crecimiento débil o negativo.
En el caso del gobierno
norteamericano este efecto negativo fue suavizado a través de enormes subsidios
que consiguieron apuntalar algunos consumos y de ese modo desacelerar primero y
más adelante revertir la curva descendente del Producto Bruto Interno. A las
fuertes caídas del último trimestre de 2008 y del primero de 2009 le sucedió un
descenso suave en el segundo trimestre y un crecimiento en el tercero empujado
por los subsidios gubernamentales para la compra de automóviles y viviendas más
los gastos militares, pero detrás de esa efímera recuperación aparece la
expansión desenfrenada del déficit fiscal y del endeudamiento público.
Es evidente que la economía
norteamericana no sale de la trampa de la decadencia, los alivios transitorios,
las tentativas de recuperación, los crecimientos drogados fortalecen,
recomponen los mecanismos parasitarios que la han llevado al desastre actual. Y
el hundimiento del imperio (del centro articulador del mundo capitalista)
arrastra al conjunto del sistema mundial.
Ahora, hacia fines de 2009, nos
encontramos a la espera de una próxima segunda caída recesiva (el año 2010
podría ser el período de dicha catástrofe) seguramente mucho más fuerte que la
desatada en el último trimestre de 2008. Los salvatajes financieros globales de
2008-2009 desaceleraron la caída económica pero generando enormes déficits
fiscales en las potencias centrales que las coloca ante graves amenazas
inflacionarias y de debilitamiento extremo en la capacidad de pago de sus
Estados, cuya generosidad fiscal (hacia las grandes empresas y las
instituciones financieras) no consiguió generar el ansiado despegue de la
inversión y el consumo que anunciaban sus dirigentes.
Según ellos ese prometido golpe de
demanda debería producir la reactivación durable de la economía mundial y en
consecuencia la reducción de los déficits, la anulación del peligro
hiper-inflacionario, etc. Apenas lograron modestas reactivaciones de ciertos
consumos, algunas ilusiones estadísticas (crecimientos del PBI, etc.) y más
parasitismo. El fracaso es evidente, lo que no impide que vuelvan una y otra
vez a aplicar sus inútiles medicinas intervencionistas (en una curiosa
combinación ideológica de neoliberalismo y neokeynesiamo financiero), lo harán
hasta que se les agoten los recursos, prisioneros de la locura general del
sistema. En sus cerebros no entra la realidad del violento cambio de época que
ha convertido en obsoletos sus viejos instrumentos.
Peor aún, no se trata solo de una
¿crisis económica?, otras ¿crisis? están a la vista y en cualquier momento
podrían golpear con fuerza a un sistema global muy frágil, entre ellas debemos
destacar a las crisis energética y alimentaria (que se hicieron presentes
durante el año 2008). O a la degradación del complejo militar-industrial de los
Estados Unidos involucrando al conjunto de aparatos militares de la OTAN
empantanados en las guerras de Irak y Afganistán-Pakistán, sumergido en una
catastrófica crisis de percepción: la sorprendente resistencia de esos pueblos
periféricos desborda su capacidad de comprensión de la realidad, se repite a
niveles mucho más elevados el ¿efecto Vietnam? o el desconcierto de Hitler ante
la avalancha soviética.
También es necesario mencionar a
las crisis urbana y ambiental que junto a la declinación de valores morales y culturales,
de creencias sociales, van ahogando gradualmente a los paradigmas decisivos del
mundo burgués, desordenando, deteriorando a los sistemas políticos, a las
estructuras de innovación productiva, a los mecanismos de manipulación
mediática.
En suma, nos encontramos ante la
apariencia de una convergencia de numerosas ¿crisis?, en realidad se trata de
una única crisis gigantesca, con diversos rostros, de dimensión (planetaria)
nunca antes vista en la historia, su aspecto es el de un gran crepúsculo que
amenaza prolongarse durante un largo período.
1968-2007: la
etapa preparatoria
La crisis actual ha tenido un
largo período de gestación (aproximadamente entre 1968 y 2007), durante el cual
se desarrolló una crisis crónica de sobreproducción que fue acumulando
parasitismo y depredación del ecosistema. El proceso de esas cuatro décadas
puede ser interpretado como una postergación del desastre gracias a la
expansión financiera-militar (centrada en los Estados Unidos), la integración
periférica de mano de obra industrial barata (China, etc.), la depredación
acelerada de recursos naturales (en especial los energéticos no renovables) y
el pillaje financiero de un amplio abanico de países subdesarrollados. También
puede ser visto bajo la forma de una ¿fuga hacia adelante? del sistema
impulsada por sus grandes motores parasitarios.
Ambas visiones deberían ser
integradas utilizando el concepto de ¿capitalismo senil? (2), es decir de un
fenómeno de envejecimiento avanzado del sistema que despliega todo su complejo
instrumental anti-crisis acumulado en una larga historia bisecular pero que sin
embargo no puede impedir el agravamiento de sus enfermedades, su decadencia.
La expansión del parasitismo y la
declinación de la dinámica productiva global constituyen procesos estrechamente
vinculados: desde mediados de los años 1970 las tasas de crecimiento del
Producto Bruto Mundial se movieron de manera irregular en torno de una línea
descendente mientras que la especulación financiera se expandía a un ritmo
vertiginoso.
Si observamos el comportamiento de
las tres economías centrales: los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón,
constataremos que a lo largo de las tres últimas décadas la caída de sus tasas
de crecimiento del capital neto (la tasa de acumulación) contrastó con el
aumento de los beneficios empresarios, la clave del fenómeno está en la creciente
orientación del conjunto de esas economías hacia la especulación financiera
(3). La hipertrofia financiera fue a la vez causa y efecto de la decadencia
productiva; la desaceleración de la llamada ¿economía real? generaba fondos
ociosos que eran derivados hacia la especulación como vía de salida para
rentabilizar el capital, en consecuencia dichas actividades se expandían
absorbiendo capitales disponibles, dominando con su subcultura virtualista del
beneficio inmediato a la totalidad del sistema, degenerándolo, haciéndole
perder dinamismo. Un estudio riguroso del fenómeno demuestra que no existen dos
esferas opuestas una financiera y otra productiva con comportamientos
diferenciados, por el contrario nos encontramos ante un único espacio de
negocios fuertemente interrelacionados, muchas veces con operadores económicos
combinando ambas actividades. Desde el punto de vista macroeconómico no es
posible describir sus trayectorias sin integrarlas en una dinámica capitalista
común apuntando hacia la maximización de los beneficios.
Por su parte el Complejo
Militar-Industrial norteamericano sufrió un golpe muy duro al ser derrotado en
Vietnam a mediados de los años 1970, pero las necesidades estructurales del
capitalismo le dieron nuevo impulso y realizó un enorme salto cuantitativo al
comenzar la década de los 1980 con el mega programa militar del presidente
Reagan. Luego pareció quedar bloqueado al ganar los Estados Unidos la Guerra
Fría a comienzos de los 1990, ¿cómo legitimar aumentos de gastos cuando había
desaparecido el enemigo?, sin embargo al concluir esa década el Imperio había
podido fabricar un extraño ¿enemigo? que permitió una nueva expansión
militarista.
Se trató del ¿terrorismo
internacional?, un contrincante difuso, altamente virtual, justificación de una
prolongada aventura colonial en Eurasia, tratando de controlar la franja
territorial que se extiende desde los Balcanes hasta Pakistán, atravesando
Irak, Irán, los países del Asia Central, en cuyo corazón (alrededor del Golfo
Pérsico y la Cuenca del Mar Caspio) se encuentra cerca del 70 % de los recursos
petroleros del planeta.
La victoria en esa guerra le
habría permitido al Imperio acorralar a Rusia y a China y asegurar la fidelidad
de su gran aliado estratégico: la Unión Europea, consolidando así su hegemonía,
imponiendo condiciones financieras y comerciales muy duras al resto del mundo
ya que la economía imperial declinante necesitaba dosis crecientes de riquezas
externas para sobrevivir.
Como en el pasado se conjugaron
las necesidades ¿internas? propias de la reproducción de la economía
norteamericana (donde los gatos militares cumplen un rol decisivo) con la
necesaria reproducción de la explotación imperialista. En ese sentido no se
trató de un fenómeno nuevo; en los años 1930 los gastos militares les
permitieron a los Estados Unidos salir de la recesión y al mismo tiempo emerger
como la gran superpotencia capitalista después de la Segunda Guerra Mundial,
luego más de cuarenta años de Guerra Fría constituyeron una importante
contribución al crecimiento de su Producto Bruto Interno superando diversas
amenazas recesivas (hacia fines de los años 1940, a comienzos de los años 1980,
etc.). Lo novedoso de la última militarización (a partir del final de la década
de los 1990) estuvo dado por la extrema deformación parasitaria de la sociedad
imperial lo que significó el desarrollo de una etapa radicalmente diferente de
todas las anteriores.
Declinación
del centro del mundo
Es necesario constatar que nos
encontramos ante la declinación del centro del mundo: los Estados Unidos, y que
esa decadencia no se corresponde con el ascenso de ningún otro centro
imperialista mundial de remplazo, las otras grandes potencias (Unión Europea,
Japón, Rusia, China) se encuentran todas embarcadas en el mismo buque global a
la deriva.
Desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial el capitalismo se estructuró en torno de los Estados Unidos, espacio
fundamental de todos los negocios (productivos, financieros, mediáticos, etc.),
su degradación desde comienzos de los años 1970 y su descenso actual expresa un
mal universal, el parasitismo estadounidense no ha sido otra cosa que su
manifestación específica, central, acelerada por la crisis crónica global de
sobreproducción (incluidos los seudo milagros como la expansión china, el
renacimiento ruso o la integración europea).
El parásito norteamericano
consumía por encima de su capacidad productiva porque las economías de Europa,
China, Japón, etc., necesitaban venderle sus bienes y servicios, invertir sus
excedentes financieros. Se trató de una interdependencia cada vez más profunda,
se la llamó ¿globalización? y la propaganda neoliberal la describió como una
suerte de etapa superior del capitalismo, superadora positiva del sistema
vigente entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la crisis de los años 1970.
Fue construida la imagen idílica
de un capitalismo transnacional liberado de la tutela de los grandes estados
nacionales y creciendo indefinidamente en torno de los círculos virtuosos
interrelacionados de la revolución tecnológica, la expansión del consumo y de
las finanzas globales, en realidad lo que se impuso fue un capitalismo global
completamente hegemonizado por los negocios financieros y articulado en torno
de un gran centro imperialista con claros síntomas de decadencia, acumulando
deudas públicas y privadas, externas e internas, cada vez más dependiente de
sus periferias desarrolladas y subdesarrolladas.
Sería un grueso error señalar al
fenómeno parasitario como a un hecho específico, exclusivo de la sociedad
norteamericana, deberíamos entenderlo como un proceso mundial. La
financierización, la proliferación de redes mafiosas y negocios gangsteriles
(como el tráfico de drogas, la prostitución, los saqueos de empresas públicas
periféricas, etc.) atraviesa a todas las elites capitalistas de los países
centrales y produjo una rápida reconversión-degradación de numerosas burguesías
del llamado mundo subdesarrollado transformadas en auténticas lumpen-burguesías
periféricas.
Podría decirse que el caso chino
es la excepción pero no es así, China es una gran exportadora industrial pero
acumula fabulosos excedentes financieros, cumple un rol muy importante en los
negocios especulativos mundiales, sus elites dirigentes son altamente corruptas
y en última instancia su industrialización es completamente funcional a la
reproducción del capitalismo finanancierizado global, especialmente del
desarrollo más reciente de la economía norteamericana suministrándole
mercancías baratas y acumulando a cambio dólares, bonos del tesoro y otros
papeles. De ese modo la elite china participa activamente en la fiesta
parasitaria global, forma parte del restringido club de los ricos del mundo (su
base social de obreros y campesinos forma parte de la masa proletaria universal
de pobres, oprimidos y explotados).
Por otra parte la realidad de la
crisis desmiente las fantasías de los ¿desacoples? nacionales o regionales
respecto del hundimiento de los Estados Unidos, muestra por el contrario la
desesperación de las otras grandes potencias ante la declinación de su espacio
central de negocios.
Lo que estamos presenciando no es
el remplazo de la unipolaridad por alguna forma de multipolaridad eficaz, por
un reparto completo del mundo entre potencias centrales, sino su desplazamiento
paulatino por un proceso de despolarización donde se van abriendo múltiples
espacios en los que los controles imperialistas (norteamericanos, europeos u
otros) se están aflojando, es decir donde la articulación capitalista del mundo
se debilita al ritmo de la crisis. Y los antecedentes históricos (sobre todo si
pensamos en lo que ocurrió a partir de la Primera Guerra Mundial) señalan que
si eso ocurre, si la jerarquía mundial del capitalismo (económica, política,
cultural, militar) entra en crisis entonces irrumpen las condiciones objetivas
y subjetivas para las rebeliones de las víctimas del sistema.
No se trata de un proceso
ordenado, incluye tentativas de redespliegue imperialista, de reconversión
estratégica de los mecanismos de dominación (como el actualmente en curso en
los Estados Unidos bajo la presidencia de Barak Obama), de aprovechamientos por
parte de otras grandes potencias que tratan de apropiarse de espacios donde el
poder imperial norteamericano se ha debilitado, de autonomizaciones periféricas
a veces exitosas y otras muy embrolladas y condenadas al fracaso. Cuando
ciertos gurúes occidentales muestran su preocupación ante el posible desarrollo
de lo que califican como despolarización caótica (4) están expresando un gran
miedo universal, consciente o inconsciente, frente a la perspectiva de la
reaparición del odiado fantasma anticapitalista, varias veces declarado muerto
y exorcizado, pero siempre amenazante.
De las crisis
de sobreproducción a la crisis general de subproducción (agotamiento de la
civilización burguesa)
El desenlace de 2007-2008, inicio
del largo crepúsculo del sistema, no constituyó ninguna sorpresa, estaba
escrito en los avatares de la crisis-controlada de las últimas cuatro décadas.
Más aún, es posible detectar caminos, procesos que a lo largo de cerca de dos
siglos recorren toda la historia del capitalismo industrial desembocando ahora
en su declinación general, gérmenes de parasitismo anunciadores de la futura
decadencia presentes desde el nacimiento del sistema, durante su expansión
juvenil y mucho más en su madurez.
La sucesión de las crisis de
sobreproducción en el capitalismo occidental durante el siglo XIX no marcó un
sencillo encadenamiento de caídas y recuperaciones a niveles cada vez más altos
de desarrollo de fuerzas productivas, luego de cada depresión el sistema se
recomponía pero acumulando en su recorrido masas crecientes de parasitismo.
El cáncer financiero irrumpió
triunfal entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX y obtuvo el control
absoluto del sistema siete u ocho décadas después, pero su desarrollo había
comenzado mucho tiempo antes, financiando a estructuras industriales y
comerciales cada vez más concentradas y a los estados imperialistas donde se
expandían las burocracias civiles y militares. La hegemonía de la ideología del
progreso y del discurso productivista sirvió para ocultar el fenómeno, instaló
la idea de que el capitalismo a la inversa de las civilizaciones anteriores no
acumulaba parasitismo sino fuerzas productivas que al expandirse creaban
problemas de inadaptación superables al interior del sistema mundial, resueltos
a través de procesos de ¿destrucción-creadora?. El parasitismo capitalista a
gran escala cuando se hacía evidente era considerado como una forma de ¿atraso?
o una ¿degeneración? pasajera en la marcha ascendente de la modernidad.
Dicha marea ideológica atrapó
también a buena parte del anticapitalismo (en última instancia ¿progresista?)
de los siglos XIX y XX, convencido de que la corriente imparable del desarrollo
de las fuerzas productivas terminaría por enfrentar al bloqueo de las
relaciones capitalistas de producción, saltando por encima de ellas,
aplastándolas con una avalancha revolucionaria de obreros industriales de los
países ¿más? desarrollados a los que seguirían los llamados ¿países atrasados?.
La ilusión del progreso indefinido (más o menos turbulento) ocultó la
perspectiva de la decadencia, de esa manera dejó a medio camino al pensamiento
crítico, le quitó radicalidad con consecuencias culturales negativas evidentes
para los movimientos de emancipación de los oprimidos del centro y de la
periferia.
Por su parte el militarismo
moderno hunde sus raíces en el siglo XIX occidental, desde las guerras
napoleónicas, llegando a la guerra franco-prusiana hasta irrumpir en la Primera
Guerra Mundial como ¿Complejo Militar-Industrial?. Fue percibido en un comienzo
como un instrumento privilegiado de las estrategias imperialistas y más
adelante como reactivador económico del capitalismo. Solo se veía un aspecto
del problema pero se ignoraba o subestimaba su profunda naturaleza parasitaria,
el hecho de que detrás del monstruo militar al servicio de la reproducción del
sistema se ocultaba un monstruo mucho más poderoso a largo plazo, consumidor
improductivo, multiplicador de desequilibrios, de irracionalidad en el sistema
de poder.
Actualmente el Complejo
Militar-Industrial norteamericano (en torno del cual se reproducen los de sus
socios de la OTAN) gasta en términos reales más de un billón (un millón de
millones) de dólares (5), contribuye de manera creciente al déficit fiscal y
por consiguiente al endeudamiento del Imperio (y a la prosperidad de los
negocios financieros beneficiarios de dicho déficit). Su eficacia militar es
declinante pero su burocracia es cada vez mayor, la corrupción ha penetrado en
todas sus actividades, ya no es el gran generador de empleos como en otras
épocas, el desarrollo de la tecnología industrial-militar ha reducido
significativamente esa función. La época del keynesiamismo militar como eficaz
estrategia anti-crisis pertenece al pasado (6).
Presenciamos en los Estados Unidos
la integración de negocios entre la esfera industrial-militar, las redes
financieras, las grandes empresas energéticas, las camarillas mafiosas, las
¿empresas? de seguridad y otros actividades muy dinámicas conformando el espacio
dominante del sistema de poder imperial.
Tampoco la crisis energética en
torno de la llegada del ¿PeakOil >? (la franja de máxima producción
petrolera mundial a partir de la cual se desarrolla su declinación) debería ser
restringida a la historia de las últimas décadas, es necesario entenderla como
fase declinante del largo ciclo de la explotación moderna de los recursos
naturales no renovables, desde el comienzo del capitalismo industrial que pudo
realizar su despegue y posterior expansión gracias a esos insumos energéticos
abundantes, baratos y fácilmente transportables desarrollando primero el ciclo
del carbón bajo hegemonía inglesa en el siglo XIX y luego el del petróleo bajo
hegemonía norteamericana en el siglo XX.
Ese ciclo energético bisecular
condicionó todo el desarrollo tecnológico del sistema y expresó, fue la
vanguardia de la dinámica depredadora del capitalismo extendida al conjunto de
recursos naturales y del ecosistema en general.
Lo que durante casi dos siglos fue
considerado como una de las grandes proezas de la civilización burguesa, su
aventura industrial y tecnológica, aparece ahora como la madre de todos los
desastres, como una expansión depredadora que pone en peligro la supervivencia
de la especie humana que la había desatado.
En síntesis, el desarrollo de la
civilización burguesa durante los dos últimos siglos (con raíces en un pasado
occidental mucho más prolongado) ha terminado por engendrar un proceso
irreversible de decadencia, la depredación ambiental y la expansión parasitaria,
estrechamente interrelacionadas, están en la base del fenómeno.
La dinámica del desarrollo
económico del capitalismo marcada por una sucesión de crisis de sobreproducción
constituye el motor del proceso depredador-parasitario que conduce
inevitablemente a una crisis prolongada de subproducción. Desde una mirada
superficial se podría concluir que dicha crisis ha sido causada por factores
exógenos al sistema: perturbaciones climáticas, escasez de recursos
energéticos, etc., que bloquean o incluso hacen retroceder al desarrollo de las
fuerzas productivas. Sin embargo una reflexión más rigurosa nos demuestra que
la penuria energética y la degradación ambiental son el resultado de la
dinámica depredadora del capitalismo obligado a crecer indefinidamente para no
perecer, aunque precisamente dicho crecimiento termina por destruir al sistema.
Existe una interrelación
dialéctica perversa entre la expansión de la masa global de ganancias, su
velocidad creciente, la multiplicación de las estructuras burocráticas civiles
y militares de control social, la concentración mundial de ingresos, el ascenso
de la marea parasitaria y la depredación del ecosistema.
Las revoluciones tecnológicas del
capitalismo han sido en apariencia sus tablas de salvación, y lo han sido
durante mucho tiempo incrementando la productividad industrial y agraria, mejorando
las comunicaciones y transportes, etc., pero en el largo plazo histórico, en el
balance de varios siglos constituyen su trampa mortal: terminan por degradar el
desarrollo que han impulsado al estar estructuralmente basadas en la
depredación ambiental, al generar un crecimiento exponencial de masas humanas
súper explotadas y marginadas.
La cultura técnica de la
civilización burguesa se apoya en un doble combate: el del hombre contra la
¿naturaleza? (el contexto ambiental de su vida) convertida en objeto de
explotación, realidad exterior y hostil a la que es necesario dominar, devorar,
y en consecuencia del hombre (burgués) contra el hombre (explotado, dominado)
convertido en objeto manipulable.
El progreso técnico integra así el
proceso de auto destrucción general del capitalismo en la ruta hacia un
horizonte de barbarie, esta idea va mucho más allá del concepto de bloqueo
tecnológico o de ¿limite estructural del sistema tecnológico? tal como fue
formulado por Bertrand Gille (7). No se trata de la incapacidad de sistema
tecnológico de la civilización burguesa para seguir desarrollando fuerzas
productivas sino de su alta capacidad en tanto instrumento de destrucción neta
de fuerzas productivas.
En síntesis, la historia de las
crisis de sobreproducción concluye con una crisis general de subproducción,
como un proceso de destrucción, de decadencia sistémica en el largo plazo. Esto
significa que la superación necesaria del capitalismo no aparece como el paso
indispensable para proseguir ¿la marcha del progreso? sino en primer lugar como
tentativa de supervivencia humana y de su contexto ambiental.
El proceso de decadencia en curso
debe ser visto como la fase descendente de un largo ciclo histórico iniciado
hacia fines del siglo XVIII (8) que contó con dos grandes articuladores hoy
declinantes: el ciclo de la dominación imperialista anglo-norteamericano (etapa
inglesa en el siglo XIX y norteamericana en el siglo XX) y el ciclo del estado
burgués desde su etapa ¿liberal industrial? en el siglo XIX, pasando por su
etapa intervencionista productiva (keynesiana clásica) en buena parte del siglo
XX para llegar a su degradación ?neoliberal? a partir de los años 1970-1980.
En fin, es necesario señalar que
la convergencia de numerosas ¿crisis? mundiales puede indicar la existencia de
una perturbación grave pero no necesariamente el despliegue de un proceso de
decadencia general del sistema. La decadencia aparece como la última etapa de
un largo súper ciclo histórico, su fase declinante, su envejecimiento
irreversible (su senilidad), el agotamiento de sus diversas funciones.
Extremando los reduccionismos tan practicados por las ¿ciencias sociales?
podríamos hablar de ¿ciclos? energético, alimentario, militar, financiero,
productivo, estatal, etc., y así describir en cada caso trayectorias que
despegan en Occidente entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX con
raíces anteriores e involucrando espacios geográficos crecientes hasta asumir
finalmente una dimensión planetaria y luego declinar cada uno de ellos. La coincidencia
histórica de todas esas declinaciones y la fácil detección de densas
interrelaciones entre todos esos ¿ciclos? nos sugieren la existencia de un
único súper ciclo que los incluye a todos. Dicho de otra manera, la hipótesis
es que se trata del ciclo de la civilización burguesa que se expresa a través
de una multiplicidad de ¿aspectos? (productivo, moral, político, militar,
ambiental, etc.).
Nostalgias,
herencias y esperanzas
En la izquierda pululan los
nostálgicos del siglo XX que es presentado como un período de grandes
revoluciones socialistas y antiimperialistas, desde la revolución rusa hasta la
victoria vietnamita pasando por la revolución china, las victorias
anticolonialistas en Asia y África, etc. Frente a esa sucesión de olas
revolucionarias lo que llegó después, en las últimas décadas del siglo XX,
aparece como una desgracia.
Aunque también es posible mirar a
ese ¿periodo maravilloso? como a una sucesión de desilusiones, de tentativas
liberadoras fracasadas. Además las esperanzas (acunadas desde mediados del
siglo XIX) en victorias proletarias en el corazón del mundo burgués, en la
Europa más desarrollada e incluso en la neo-Europa norteamericana: los Estados
Unidos, nunca se concretaron, el peso cultural del capitalismo generando barbaries
fascistas o ¿civilizadas? integraciones keynesianas disipó toda posibilidad de
superación poscapitalista. La última gran crisis del sistema desatada a
comienzos de los años 1970 no produjo un corrimiento hacia la izquierda del
mundo sino todo lo contrario.
Todo ello contribuyó a confirmar
la creencia simplista, demoledora, de que el capital ¿siempre encuentra alguna
salida? (tecnológica, política, militar, etc.) a sus crisis, se trata de un
prejuicio con raíces muy profundas forjado durante mucho tiempo.
Destruir ese mito constituye una
tarea decisiva en el proceso de superación de la decadencia, si ese objetivo no
es logrado la trampa burguesa nos impedirá salir de un mundo que se va
hundiendo en la barbarie, así ocurrió a lo largo de la historia con otras
civilizaciones decadentes que pudieron preservar su hegemonía cultural
degradando, neutralizando una tras otra todas las posibles salidas superadoras.
Sin embargo el hecho de que el
capitalismo haya ingresado en su período de declinación significa entre otras
cosas la aparición de condiciones civilizacionales para la irrupción de
elementos prácticos y teóricos que podrían servir como base para el despegue
(destructivo-creador) del anticapitalismo en tanto fenómeno universal. Para
ello es necesario (urgente) desplegar la crítica radical e integrarla con las
resistencias y los movimientos insurgentes y a partir de allí con el abanico
más amplio de masas populares golpeadas por el sistema.
La clave histórica de ese proceso
necesario es la aparición de un movimiento anticapitalista plural, innovador
(que podríamos denominar en una primera aproximación como humanismo
revolucionario o comunismo radical) consagrado al desarrollo de sujetos
populares revolucionarios, de rupturas, revoluciones, destrucciones de los sistemas
de poder, de opresiones imperialistas, de estructuras de reproducción del
capitalismo. Su despliegue puede ser pensado como un doble fenómeno de
innovación social y de recuperación de memorias, de proyectos de igualdad y
libertad que atravesaron los dos últimos siglos en los países centrales y
periféricos. Complejo proceso universal teórico-práctico de recuperación de
raíces, identidades aplastadas por las modernizaciones capitalistas, de critica
integral, intransigente contra las trampas ideológicas del sistema, sus
diversos fetichismos (de la tecnología, de la auto-realización individualista,
disociadora, del consumo desenfrenado, de la cosificación del ecosistema).
Guerra global prolongada, conquista destructiva (revolucionaria) de los
sistemas de poder es decir renacimiento de la idea de revolución, de ofensiva
liberadora contra los opresores internos y externos, autopraxis emancipadora de
los oprimidos, rechazo combatiente de todas las tentativas de estabilización
del sistema.
La decadencia aparece bajo la
forma de una inmensa totalidad burguesa ineludible, su superación solo es
posible a partir del desarrollo de su negación absoluta, de la irrupción de una
¿totalidad negativa? universal (9) que en las condiciones concretas del siglo
XXI debería presentarse como convergencia de los marginados, oprimidos y
explotados del planeta. No como sujeto solitario o aislado sino como
aglutinador, como espacio insurgente de encuentro de una amplio abanico de
fuerzas sociales rebeldes, como víctima absoluta de todos los males de la
civilización burguesa y en consecuencia como líder histórico de la regeneración
humana (reinstalación-recomposición de la visión de Marx del ¿proletariado?
como sujeto universal emancipador).
Aquí es necesario señalar una
diferencia decisiva entre la situación actual y las condiciones culturales en
las que se apoyó el ciclo de revoluciones que despegó con la Primera Guerra
Mundial. El actual comienzo de crisis dispone de una herencia única que es
posible resumir como la existencia de un gigantesco patrimonio democrático,
igualitario, acumulado a lo largo del siglo XX a través de grandes tentativas
emancipadoras revolucionarias, reformistas, atiimperialistas más o menos
radicales, incluso con objetivos socialistas muchas de ellas. Centenares de
millones de oprimidos y explotados, en todos los continentes, realizaron un
aprendizaje excepcional, obtuvieron victorias, fracasaron, fueron engañados por
usurpadores de todo tipo, recibieron el ejemplo de dirigentes heroicos, etc.
Esta es otra manera de mirar al siglo XX: como una gigantesca escuela de lucha
por la libertad donde lo mejor de la humanidad ha aprendido muchas cosas que
han quedo grabadas en su memoria histórica no como recuerdo pesimista de un
pasado irreversible sino como descubrimiento, como herramienta cultural cargada
definitivamente en su mochila de combate. Hacia 1798, cuando las esperanzas
generadas por la Revolución Francesa agonizaban Kant sostenía con tozudez que
¿un fenómeno como ese no se olvida jamás en la historia humana… es demasiado
grande, demasiado ligado al interés de la humanidad, demasiado esparcido en
virtud de su influencia sobre el mundo, por todas sus partes, para que los
pueblos no lo recuerden en alguna ocasión propicia y no sean incitados por ese
recuerdo a repetir el intento? (10). El siglo XX equivale a decenas de
revoluciones libertarias como la francesa, y mucho más que eso si lo vemos
desde el punto de vista cualitativo.
El patrimonio cultural democrático
disponible ahora por la humanidad oprimida, almacenado en su memoria, al
comenzar la crisis mas grande de la historia del capitalismo es mucho más
vasta, rica, densa que la existente al comenzar la anterior crisis prolongada
del sistema (1914-1945). El poscapitalismo no sólo constituye una necesidad
histórica (determinada por la decadencia de la civilización burguesa) sino una
posibilidad real, tiene una base cultural inmensa nunca antes disponible. La
esperanza, el optimismo histórico aparecen, son visibles a través de las
ruinas, de las estructuras degradadas de un mundo injusto.
Cuatro
aclaraciones son necesarias
Primero, a comienzos del siglo XXI
el sistema global ha ingresado en el período de crecimiento cero, negativo o
muy débil, ello no se debe a la rebelión popular contra el crecimiento alienante
y destructor del medio ambiente sino a la decadencia de la civilización
burguesa. En los años 1970 Joseph Gabel expresaba sus temores ante las
consecuencias del agotamiento de los recursos naturales (era la época de los
shocks petroleros y de la teoría de ¿los límites del crecimiento?) y en
consecuencia de la instalación de sociedades de penuria, de supervivencia,
fundadas en la distribución autoritaria, hiper-elitista de los escasos bienes
disponibles. Gabel señalaba que las utopías igualitarias se basan en la
abundancia de bienes, en el fin de la miseria, etc., opuestas a las
experiencias de las sociedades de supervivencia basadas en la distribución
jerárquica del poder y los bienes (11).
Podríamos imaginar un escenario
siniestro donde luego del desmoronamiento de la cultura del consumismo ante la
evidencia del fin del crecimiento (por lo menos a mediano plazo) el sistema
genere una suerte de reconversión ideológica apoyada en la idea de austeridad
autoritaria, en la instalación de un conformismo profundamente conservador y
ultra elitista apuntalado por un bombardeo mediático gigantesco e
ininterrumpido y por sistemas represivos eficaces, en suma, algo así como un
neofascismo estabilizador. Para realizar exitosamente esa reconversión cultural
el capitalismo necesitaría disponer de una capacidad de control social
universal, de asimilación de sus contradicciones y de un tiempo de desarrollo
que actualmente no son visibles, todo parece indicar que su dinámica cultural,
el inmenso peso de sus intereses inmediatos, las debilidades de sus sistemas de
control social (incluida el arma mediática), su fragmentación, hacen muy poco
probable semejante futuro. Por el contrario la reciente experiencia de los
halcones norteamericanos, la esencia parasitaria de las elites dominantes
mundiales sugiere escenarios turbulentos de redespliegues
militaristas-imperialistas, de rebeliones sociales, etc.
Queda pendiente el tema del
decrecimiento de los recursos naturales disponibles y en consecuencia de las
técnicas productivas y del tipo de bienes producidos. Una metamorfosis social
compleja es posible sobre la base de la decadencia del sistema reinstalando
utopías igualitarias basadas a su vez en la abundancia (punto de partida para
la superación del mercado, para la extensión de la gratuidad, etc.). Obviamente
abundancia de ¿otro tipo?, fraternal, creativa y no consumista-pasiva,
reconciliada con la comunidad y la naturaleza. De esa manera la farsa
capitalista de la ¿abundancia general? (objetivo inalcanzable, contradictorio
con la reproducción del sistema) o la pesadilla de la sociedad de supervivencia
(autoritaria, represiva, elitista) se contrapone a la utopía de la sociedad
igualitaria de abundancia (otros bienes, otras técnicas, otras formas de
relación entre los seres humanos y de estos con su contexto ambiental).
Segundo, ese protagonismo radical
de los oprimidos no tiene porque nacer durante el primer día de la crisis, es
necesario un inmenso proceso de gestación atravesado por rebeliones populares y
reacciones conservadoras, con avances y retrocesos, una larga marcha durante un
período muy denso, turbulento (cuya duración real es impredecible) del que
estamos dando los primeros pasos. Tiempo de recuperación de memorias, de
aprendizajes nuevos, de construcción compleja de una nueva conciencia.
Tercero, la existencia del
patrimonio democrático global antes mencionado podría ser la base histórica de
la superación de las frustraciones socialistas del siglo XX donde la
reproducción de la hegemonía cultural del capitalismo enlazada con muy viejas
tradiciones de sometimiento bloqueaban los procesos de autoemancipación. Los
reducían a movimientos de masas dirigidos por elites radicales, por dirigentes
inevitablemente autoritarios, cuyas victorias derivaban en nuevos mecanismos de
opresión. El despliegue de la historia salta por encima de la disputa sin
solución entre comunistas estatistas y libertarios, los primeros desarrollando
la posibilidad concreta de la revolución pero postergando para un futuro
nebuloso la democracia de base (en consecuencia produciendo al mismo tiempo el
hecho revolucionario y las condiciones de su fracaso) y los segundos ignorando
la existencia de una densa trama cultural negativa penetrando hasta el fondo de
la conciencia popular y entonces la necesidad de complejas transiciones,
desmantelamientos de estructuras y estilos de vida, combinanciones pragmáticas,
plurales entre lo viejo y lo nuevo.
Cuarto, la periferia del
capitalismo, el espacio de los pueblos pobres y marginados del planeta aparece
como el lugar privilegiado para la irrupción de esas fuerzas liberadoras, así
lo va demostrando la realidad, desde la resistencias al Imperio en Irak y
Afganistán hasta la ola popular democratizadora en América Latina que ya
incluye algunos espacios más avanzados donde se postula la superación
socialista del capitalismo. Aunque no deberíamos subestimar sus probables
futuras prolongaciones, interacciones con fenómenos de igual signo en los
países centrales corazón visible de la crisis, allí la concentración de
ingresos, la desocupación, el empobrecimiento a gran escala se extiende al
ritmo de la decadencia del sistema. Cuyas elites aceleran su degeneración
parasitaria lo que plantea el peligro de renovadas aventuras neofascistas e
imperialistas pero también la esperanza en la rebeldía de sus retaguardias
populares internas.
La barbarie ya está en marcha,
pero también lo está la insurgencia de los oprimidos.
- Este texto se basa en las ponencias
presentadas en los seminarios ¿Margen Esquerda-Istvan Meszaros?- USP-Editorial
Boitempo, Sao Paulo 18-21 de agosto de 2009 y ¿Crisi globale, lavoro,
democrazia?, Fondazione Guido Piccini – Facultà di Economia dell Università
degli Studi di Brescia – Brescia, 27-28 novembre 2009
Notas
(1) Fed says worst of recession
over?, BBC News, 12 August 2009
(2) El concepto de capitalismo
senil tal como es utilizado en este texto aparece en los años 1970 en un
trabajo de Roger Dangeville (Roger Dangeville, ¿Marx-Engels. La crise?,
editions 10/18, Paris 1978) y retomado por varios autores en la década actual:
Jorge Beinstein, ¿Capitalismo Senil?, Ediciones Record, Rio de Janeiro, 2001;
Samir Amin , ¿Au delà du capitalisme senile?, Actuel Marx -PUF, Paris 2002.
(3), MIchel Husson, “Crise de la
finance ou crise du capitalisme”, http://hussonet.free.fr/denkntzf.pdf
(4) Richard N. Haass, The Age of
Nonpolarity. What Will Follow U.S. Dominance?, Foreign Affairs , May/June 2008.
(5) Esta cifra se obtiene sumando
al gasto del Departamento
de Defensa los gatos militares de otras áreas de la administración Pública. Chalmers Johnson, Going bankrupt:
The US’s greatest threat ?, Asia Times, 24 Jan 2008.
(6), Scott B.
MacDonald, “End of the guns and butter economy”, Asia Times, October 31, 2007.
(7) Bertrand Gille, “Histoire des techniques”, La Pléiade, Paris, 1978.
(8) Una visión mucho más extendida lo integraría en el mega ciclo de la civilización occidental despegando a comienzos del segundo milenio con las cruzadas y los primeros gérmenes comerciales de capitalismo en Europa, atravesando la conquista de América, hasta llegar a la revolución industrial inglesa, las guerras napoleónicas y la expansión planetaria de la modernidad (imperialista, de raíz occidental, es necesario subrayarlo).
(9) Franz Jakubowsky, “Les superestructures idéologiques dans la conception matérialiste de l'histoire”, Etudes et Documentetion Internationales (EDI), París, 1976.
(10), Emmanuel Kant, “Filosofia de la historia”, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.
(11) Joseph Gabel, “Idéologies II”, éditions anthropos, París, 1978..
(7) Bertrand Gille, “Histoire des techniques”, La Pléiade, Paris, 1978.
(8) Una visión mucho más extendida lo integraría en el mega ciclo de la civilización occidental despegando a comienzos del segundo milenio con las cruzadas y los primeros gérmenes comerciales de capitalismo en Europa, atravesando la conquista de América, hasta llegar a la revolución industrial inglesa, las guerras napoleónicas y la expansión planetaria de la modernidad (imperialista, de raíz occidental, es necesario subrayarlo).
(9) Franz Jakubowsky, “Les superestructures idéologiques dans la conception matérialiste de l'histoire”, Etudes et Documentetion Internationales (EDI), París, 1976.
(10), Emmanuel Kant, “Filosofia de la historia”, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.
(11) Joseph Gabel, “Idéologies II”, éditions anthropos, París, 1978..
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