Viento Sur
19/8/12
Husson,
Michel.
Economista francés. Se desempeña como administrador en el INSEE (Instituto
Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos) y es investigador jefe del
grupo "Empleo" en el IRES (Instituto de Estudios Económicos y
Sociales, vinculado al movimiento sindical). Ha sido miembro del Comité Central
de la Liga Comunista Revolucionaria. Sus libros más recientes son Le grand
bluff capitaliste (2001) y Les casseurs de l’Etat social (2003). E-mail:
hussonet@free.fr; sitio en Internet: http://hussonet.free.fr /.
En el momento en que se está redactando
este artículo, dos grandes crisis sacuden al capitalismo y hunden a las Bolsas:
crisis de la deuda soberana en Europa, suspense sobre el techo
de la deuda en los Estados Unidos. Es probable que los gobiernos afectados
consigan recuperarse del golpe, justo al borde del abismo. Pero estas tensiones
extremas muestran que la crisis, tres años después de su estallido, está lejos
de haber terminado y que su factura, después de haber sido transmitida a los
presupuestos públicos, se presenta hoy a los pueblos. La intención de este
artículo es repasar la trayectoria reciente del capitalismo y examinar sus
implicaciones en el período abierto por la crisis.
Y durante este tiempo, la tasa de
ganancia...
Todo parece, en cambio, ir bien, si
consideramos el beneficio como barómetro del capitalismo. La tasa marginal, o
dicho de otra manera la parte de los beneficios en el valor añadido, vuelve a
recuperarse. En los Estados Unidos, donde antes se había hundido,1 casi ha retomado hoy su valor
anterior a la crisis. En la zona euro la caída fue más tardía, y la recuperación
es menos rápida: la tasa marginal se encuentra hoy al nivel de hace diez años,
y se ha perdido por tanto el aumento de la última década, al menos por ahora
(gráfico 1). Pero los beneficios están orientados al alza.
Es éste uno de los rasgos más
sorprendentes de la coyuntura: mientras se impone la austeridad, el paro sigue
estando muy elevado y los salarios son congelados o incluso recortados, la
primera preocupación de los grandes grupos y de los bancos ha sido la de volver
a distribuir dividendos y bonus.
El crecimiento ofrece indicaciones
bastante dispares. El crecimiento del PIB es un indicador útil para apreciar la
buena salud del capitalismo (otra cosa es el bienestar). Aunque, a fin de
cuentas, la tasa de ganancia es el verdadero criterio, su restablecimiento tras
la crisis difícilmente se prolongará si los mercados no acuden a la cita. Desde
ese punto de vista, la gran cuestión es saber si se llegará a salir del agujero
de la recesión. A priori podrían imaginarse tres escenarios:
recuperación de la tendencia anterior a la crisis, pérdida duradera o incluso
pérdida creciente.
Los primeros datos disponibles muestran
que muchos países se encuentran en el caso de una pérdida duradera2. En el primer trimestre de 2011,
algunos no han recuperado todavía el nivel alcanzado por el PIB antes de la
crisis: es el caso de Japón, Reino Unido, España e Italia. Los Estados Unidos,
Alemania y Suecia justo acaban de hacerlo, y Francia no está muy lejos. Pero
recuperar el nivel del PIB de antes de la crisis no significa que la pérdida
quede borrada. Este esquema de la coyuntura permite señalar las grandes
tendencias.
Europa estalla.Si Francia, Suecia y Alemania han salido del agujero, no ocurre así en
otros muchos países: España, Grecia, Irlanda, Islandia, Italia, Portugal, Reino
Unido, que se han descolgado de forma duradera o se esfuerzan por recuperarse.
Los viejos países capitalistas están a
la cola.Los Estados Unidos, por ahora, han
recuperado su ritmo de crecimiento anterior a la crisis. La Unión Europea,
tomada en su conjunto, lo hace con más dificultad y no ha superado el bache.
Japón está lejos de ello, y su PIB vuelve a bajar tras la catástrofe nuclear.
En cambio, continúa el crecimiento de los dos grandes países emergentes (China
e India) y la crisis prácticamente no les ha afectado. Otros países (Brasil,
Corea, Rusia) han sufrido un descuelgue más marcado.
El paro se incrusta.Los Estados Unidos y Europa presentan el mismo perfil. El crecimiento
vuelve a subir, pero la tasa de desempleo no desciende del nivel al que le ha
llevado la crisis (gráfico 2).
La factura está por pagar. La pérdida de crecimiento parece por tanto irremediable. Esto
quiere decir que, aunque las economías estadounidense y europea recuperen su
anterior ritmo de crucero, lo que se ha “dejado de ganar” no se recuperará.
Podemos evaluar su importe como la diferencia entre el PIB observado y el que
se habría obtenido prolongando su tendencia anterior a la crisis. La diferencia
así medida alcanza el 8% en la zona euro y el 6% en los Estados Unidos. El PIB
de los Estados Unidos es de unos 15.000 millardos [miles de millones] de US$, y
el de la zona euro de 9.400 millardos de euros (unos 12.000 millardos de US$).
En definitiva, en ambos casos, lo que se ha dejado de ganar es unos 900
millardos de US$ (750 millardos de euros).
Esta pérdida de PIB se encuentra bajo
la forma de crecimiento de la deuda pública. En la zona euro, ha aumentado en
980 millardos de euros entre 2008 y 2010. En ese mismo período, en los Estados
Unidos ha aumentado aún más, 3.200 millardos de US$.
De forma simplificada, el relato es el
siguiente: la “pérdida de PIB” amenaza con ocasionar el hundimiento de la
montaña de deuda. Para limitar los desgastes, los estados han tomado a su cargo
esto que se ha dejado de ganar. Su problema ahora es saber cómo gestionar
esta deuda, intentando por supuesto traspasar la factura a la inmensa mayoría
de sus ciudadanos. Pero este proyecto choca con todo tipo obstáculos, y esta
situación incierta va a pesar de forma duradera, haciendo aún más improbable la
vuelta al crecimiento de antaño. Si no se hace nada para denunciar la deuda, su
acumulación amenaza con tener que dedicar tanto tiempo a reabsorberla como el
que ha hecho falta para constituirla. Y el crecimiento será frenado, en la
misma proporción en que antes de la crisis había sido artificialmente
impulsado. Pero hay razones más fundamentales para tener la hipótesis de un
crecimiento reducido en los dos grandes polos de la economía capitalista:
el modelo Estados Unidosno puede funcionar como antes, y la zona
euro está sumergida en una crisis estructural duradera.
Los límites del modelo
Estados Unidos
Toda la lógica del modelo
Estados Unidos se resume en el gráfico 3, que permite comprender por
qué este modelo acaba de tropezar con sus límites. El gráfico compara dos
curvas. La primera es la tasa de ahorro de las economías domésticas (en
porcentaje de su renta disponible): ha bajado en forma tendencial desde
comienzos de los años 1980 hasta el estallido de la crisis. Esto quiere decir
que, durante todo un período (un cuarto de siglo), las economías domésticas (en
término medio) han consumido una parte creciente de su renta.
Una evolución tan destacada no tiene
equivalente fuera de los Estados Unidos. Encubre dos mecanismos que las
distintas categorías sociales utilizan en proporciones diferentes. El primero
es el efecto riqueza: como mi patrimonio financiero o inmobiliario se
revaloriza, tengo menos necesidad de ahorrar, y puedo consumir por tanto una
mayor proporción de mi renta. El segundo es el sobreendeudamiento: mi renta se
estanca, pero me endeudo para poder seguir consumiendo. ¡Algunas familias ricas
llegaban a endeudarse para poder seguir jugando en Bolsa! Este fenómeno ha
contribuido de manera importante al crecimiento del PIB, empujado por este
aumento de consumo3. Pero este modelo no lo habría
podido adaptar cualquier país. Conduce en efecto a una degradación del saldo
comercial, reflejado en la segunda curva.
Empujada por el consumo doméstico, la
demanda interior tiende a aumentar más rápidamente que la producción nacional,
y la diferencia se cubre por medio de un aumento de importaciones que ahonda el
déficit comercial. Este modelo sólo puede funcionar en la medida en que la
financiación de este déficit se imponga al resto del mundo. Por eso las dos
curvas del gráfico citado (tasa de ahorro y saldo comercial) están en fase
durante todo el período 1980-2006.
Esta correlación no es fruto del azar,
sino que es resultado de una igualdad contable fundamental, que podría
denominarse la “regla de equilibrio de los saldos”4, que se escribe así: Ahorro
privado+Saldo presupuestario=Saldo comercial.
El ahorro privado es la suma del ahorro
de las empresas y de las economías domésticas. El primero es por lo general
negativo (las empresas se endeudan) y el segundo positivo (globalmente las
economías domésticas ahorran más de lo que se endeudan), pero la suma de ambos
puede ser positiva o negativa. En cuanto al saldo presupuestario, por lo
general es deficitario. La ecuación expresa el hecho de que el saldo comercial
es igual a la suma del ahorro privado y del saldo presupuestario. Si es
negativo, significa que entradas de capitales asegurarán el equilibrio de la
balanza de pagos. Dicho de otra manera, el ahorro del resto del mundo viene a
cubrir la necesidad de ahorro del país citado. En caso de excedente comercial,
ocurre lo contrario: el país (Estado+economías domésticas+empresas) dispone de
un ahorro sobrante que puede exportar en forma de salidas de capitales,
contrapartida de su excedente comercial.
El descenso de la tasa de ahorro
doméstico en los Estados Unidos va acompañado por tanto de un aumento del saldo
comercial. Los otros elementos a considerar (endeudamiento de las empresas y
déficit presupuestario) juegan un papel relativamente secundario. Pero también
se puede descubrir su huella en el gráfico 3. Durante la década 1990, se puede
ver cómo la tasa de ahorro de las economías domésticas continúa su descenso,
pero el déficit comercial tiende a estabilizarse. La razón es sencilla: en este
período, el saldo presupuestario mejoró considerablemente. Pasó de un déficit
de -5% del PIB en 1992 a un excedente de 2,6% en 2000, antes de hundirse de
nuevo con el estallido de la burbuja Internet, los regalos fiscales de Bush y
los gastos militares. Con la crisis y los planes de relanzamiento, se hunde en
el abismo, porque el déficit presupuestario es hoy día del orden de un 10% del
PIB.
La relación contable utilizada es
verificable siempre, aunque no dice nada sobre las modalidades de su
realización. No hay un factor al que los otros se ajusten: cada uno retroactúa
sobre los demás. Pero lo más importante es que el ajuste no es compatible con
cualquier tasa de crecimiento. En el caso de los Estados Unidos, la realización
de este equilibrio sólo puede hacerse a una tasa de crecimiento inferior a su
nivel anterior a la crisis.
Se puede sin embargo señalar (siguiendo
el gráfico 3) el inicio de un círculo virtuoso en el período reciente. Tras la
entrada en crisis, la tasa de ahorro de las economías domésticas dejó de bajar;
incluso ganó 4 puntos del PIB. El efecto sobre el saldo comercial fue inmediato
y prácticamente del mismo orden. A primera vista parece una buena cosa, porque
implica un menor recurso de la economía de los Estados Unidos a los capitales
extranjeros. Pero la contradicción es la siguiente: dado que el descenso de la
tasa de ahorro ha sido uno de los motores del crecimiento en los Estados
Unidos, el hecho de que aumente significa que ya no se puede contar con este
impulso.
Hay que tener en cuenta además la
profundización del déficit presupuestario. Su amplitud (alrededor del 10% del
PIB) no tiene equivalente en el último medio siglo, y no es por tanto de
extrañar que la política presupuestaria sea hoy día el principal escollo
político entre demócratas y republicanos. Se cae aquí en una nueva
contradicción: la necesidad de ahorro, ya provenga del sector privado o del
déficit público, cada vez tendrá más dificultades para ser cubierta por
entradas de capitales.
El punto de equilibrio se encuentra en
un nivel de crecimiento reducido, con su lote de problemas políticos y sociales
ligados sobre todo a que la colocación de la tasa
de desempleo en un nivel histórico, descienda muy lentamente. E incluso ha vuelto a aumentar,
pasando del 8,8% en marzo al 9,2% en junio. Si tenemos en cuenta a los
demandantes de empleo desanimados y a las y los asalariados a tiempo parcial en
busca de un empleo a tiempo completo, el paro afecta hoy a un trabajador de
cada seis.
Sólo hay dos vía que permiten aflojar
este sistema de tensiones. La primera consistiría en favorecer el crecimiento
de las exportaciones estadounidenses, lo que permitiría obtener un suplemento
de crecimiento sin ahondar el déficit comercial. Este objetivo podría ser
alcanzado por medio de un esfuerzo de inversión y de innovación, pero en la
coyuntura actual la inversión es poco dinámica y las empresas transnacionales,
de hacer algo, privilegian la inversión en el extranjero. Sólo quedaría la baja
continua del dólar para hacer más competitivos a los productos de los Estados
Unidos. Pero esta tendencia amenaza con alcanzar su límite y suscitar dudas
sobre el curso del dólar y conducir a una rarefacción de las finanzas
exteriores necesarias para cubrir los déficits. Esta vía está llena, por tanto,
de incertidumbres fundamentales.
En fin, otra solución podría pasar por
un cambio sustancial en el reparto de las rentas. Desde comienzos de los años
1980, el suplemento de renta aportado por el crecimiento ha sido captado por
una fracción muy reducida de la población. Así, entre 1982 y 2007, la renta
media ha aumentado en 18.900 US$. ¡Pero el 10% de los más ricos ha acaparado el
81% de este suplemento de renta!5. Un menor crecimiento podría
resultar admisible si estuviera mejor repartido, haciendo que el salario
evolucione con la productividad del trabajo. En lo inmediato, una reforma
fiscal radical permitiría reducir el déficit haciendo contribuir más a los beneficiarios
de este cuarto de siglo de desigualdades. Pero la relación de fuerzas sociales,
está claro, no es suficiente para imponer esta solución. En estas condiciones,
lo más probable es que los Estados Unidos intenten imponer al resto del mundo
la perennidad de su prosperidad. Aunque parece una tarea imposible, que puede
tropezar con la ralentización de los capitales dispuestos a financiar el
déficit exterior de los Estados Unidos. China y una buena parte de los países
emergentes van a ver además cómo se reducen sus excedentes, a medida que sus
economías vayan recentrándose en su mercado interior y se
intensifiquen los intercambios que mantienen entre ellos.
La crisis de la gestión burguesa en
Europa
Por lógica, la crisis debería
beneficiar políticamente a los críticos al capitalismo. Pero, por desgracia, la
realidad es muy diferente: la izquierda radical no progresa realmente, la
socialdemocracia y la derecha se alternan a merced de las elecciones, mientras
la derecha nacionalista logra marcar tantos en bastantes sitios. Hay que
comprender las raíces de esta situación que tienen que ver con la naturaleza
sistémica de la crisis, que se combina en Europa con las contradicciones
específicas de una construcción truncada.
Se puede hablar de un efecto boomerang
del modo neoliberal de construcción de Europa y de la elección de la moneda
única. Se concebía ésta como un instrumento de disciplina salarial: ante la
imposibilidad de utilizar el tipo de cambio, el salario se convertía en la
única variable de ajuste para permitir la cohabitación de diversas economías
nacionales en una misma zona monetaria. Pero este sistema no era coherente e
incluía dos vías de escape. Decir moneda única equivale a decir convergencia
nominal de los tipos de interés, en este caso hacia abajo. El efecto perverso
fue entonces el siguiente: un país que controla mal sus precios se beneficia de
un tipo de interés real aún más débil, y esto favorece el desarrollo de un
crecimiento basado en el endeudamiento. Además, la moneda única por definición
elimina el efecto retorno de un déficit comercial sobre la economía de un país.
España se benefició de estos dos efectos y registró un fuerte crecimiento, que
llevó a una espectacular reducción del paro. Pero ese crecimiento se basaba en un
boom inmobiliario y en un déficit comercial impresionante.
Todo esto podía funcionar mal que bien,
pero llegó la crisis para mostrar de forma brutal las incoherencias del modelo
neoliberal europeo. Más allá del bricolaje del día a día, Europa está en una encrucijada
de caminos: o dar un paso adelante hacia un federalismo que permita en lo
inmediato mutualizar las deudas, o el estallido de la zona euro. Como las
burguesías europeas no están dispuestas a asumir ni una salida ni la otra, el
resultado es una crisis muy profunda, tanto más porque no se puede hablar
ciertamente de una burguesía europea unificada, ya que no existe ni capital
europeo ni Estado europeo.
Para simplificar, hay que distinguir
cuatro “actores”: los grandes grupos transnacionales, los bancos, las finanzas
y los representantes gubernamentales de las clases dominantes. En toda una
serie de cuestiones, por supuesto, hay un acuerdo profundo, cuando se trata de
los intereses esenciales de clase: en la coyuntura actual, la perspectiva común
consiste en dar vuelta la situación aprovechándose de la crisis para aplicar
una terapia de choque. La crisis es la ocasión para ir más lejos todavía en la
regresión social: reducción de gastos públicos, congelación de salarios,
contrarreforma de las pensiones, etcétera.
Pero esta comunidad de intereses no
evita que esté sometida a contradicciones internas, que la crisis acentúa.
Estas contradicciones pueden ser analizadas siguiendo dos ejes que oponen, por
una parte, a los estados y los capitales, y por otra, al sector financiero con
las demás fracciones del capitalismo. Desde el punto de vista de las clases
dominantes, la situación actual está caracterizada por una incapacidad
creciente para gestionar estas contradicciones.
La crisis de las deudas soberanas es
reveladora de la primera contradicción. El capital en general ya no se preocupa
de la coyuntura en tal o cual país, porque su preocupación dominante está en su
rentabilidad y sus cuotas de mercado. Ahora bien, ni los mercados ni las
cadenas de producción vinculan a los grupos transnacionales con un territorio
particular, aunque si tienen dificultades se vuelven hacia su Estado de
referencia. En el capitalismo mundializado, el papel del Estado se reduce cada
vez más a asegurar las condiciones generales de la rentabilidad. Así, Carlos
Ghosn, el PDG [Presidente Director General]de Renault, declaraba a Financial
Times (2 de junio de 2010) que “Renault ya no es un constructor
francés”, aunque matizó en seguida la declaración recordando que “Renault es
francés, Renault tiene su base en Francia”(Europe 1, 13 de junio de
2010)6. Y en efecto, el Estado francés es
quien ha adelantado a sus constructores de automóviles los fondos necesarios
cuando estaban pasando un momento difícil. Ya no estamos en el capitalismo
mundial descrito hace casi un siglo por Bujarin7, cuando se podían superponer
estados y capitales.
La gran novedad es que el horizonte de
los grupos transnacionales es mundial y no se limita al espacio nacional, ni al
espacio europeo. Bujarin hablaba en aquella época de un “proteccionismo
superior”que en su opinión era “la fórmula estatal de la política económica de
los cárteles”. Las cosas han cambiado y no se le puede reprochar no haber
sabido anticipar las transformaciones del capitalismo. No ocurre lo mismo con
los partidarios de la “desmundialización” que proponen un proteccionismo
comercial, como si la mundialización productiva no existiera. Esta situación
nueva crea una asimetría profunda: los estados están al servicio de “sus”
capitales, pero éstos se han liberado de la necesidad de un mercado interior
dinámico. Durante este tiempo, los estados deben a pesar de todo seguir
gestionando las relaciones de clase dentro de cada país. A los estados en
particular corresponde hoy día la responsabilidad de hacer pagar la crisis a
sus ciudadanos.
La segunda contradicción opone al
sector financiero, los bancos y los estados. Se expresa hoy día con una fuerza
particular, porque el sector financiero especula contra las deudas soberanas y
de rebote amenaza a los bancos con la quiebra, ya que éstos poseen una gran
parte de estas deudas. Los contornos de estos tres actores (bancos, finanzas,
estados) son imprecisos y sobre todo muy opacos. Estos conflictos de intereses
están en el origen de una situación extremadamente inestable. Los debates en el
seno de las burguesías europeas expresan esta crisis profunda de la
“gobernabilidad” burguesa, que proviene del temor, o del pánico, ante las
posibles repercusiones de una suspensión de pagos de la deuda griega. Los
gobiernos navegan entre estos dos objetivos: hacer pagar la factura de la
crisis a sus pueblos, pero también impedir la quiebra de sus bancos.
Se corre un riesgo en dos tiempos. La
inevitable suspensión de la deuda griega amenaza a los bancos con pérdidas que
además les cuesta valorar. Hoy día, una buena parte de los economistas de banca
trabajan internamente en stress tests más realistas que las
simulaciones oficiales que sólo sirven para entretener a la galería. Los
resultados son tan inquietantes que cierto número de bancos han preferido
anticipar el choque aceptando una reestructuración dirigida de la deuda griega,
hasta el próximo vencimiento. Pero otro punto de vista, defendido por el Banco
Común Europeo, rechaza por completo esta perspectiva. Su temor es la extensión
a otros países fragilizados, con riesgos muy superiores a la deuda griega. La
posición dogmática está destinada a ganar tiempo, para “tranquilizar a los
mercados financieros”, esperando que la situación en los países con
dificultades pueda mejorar.
Una cosa es segura: nadie cree ni
siquiera por un momento en la posibilidad de que Grecia pueda pagar su deuda.
Lo subraya el editorialista de Bloomberg8:
Aunque Grecia obtuviera un nuevo plan de salvamento y su economía
volviera a recuperarse, el gobierno debería obtener un excedente primario –sin
contar el servicio de la deuda– del 5% del PIB durante al menos tres décadas
para poder restablecer el nivel de la deuda al máximo del 60% del PIB
autorizado por las reglas de la zona euro. Esta proeza fiscal sería muy rara,
incluso durante cinco años, y aún más en el caso de Grecia.9
El último plan de salvamento apenas ha
modificado esta constatación.
El callejón sin salida
socialdemócrata
En un primer momento, al menos, la
crisis dio una nueva juventud a las temáticas social-demócratas: keynesianismo,
regulación de las finanzas, los bancos y el capitalismo en general, vuelta a la
intervención del Estado, papel del Estado social en la amortiguación de la recesión,
llamamiento a una mayor justicia en el reparto de las rentas y en la
fiscalidad, etcétera. La crisis parecía abrir un pasillo a la
social-democracia, y es importante saber por qué su espacio político no se ha
ampliado, si no se ha reducido.
Los discursos sólo comprometen a
quienes los escuchan, y el presidente francés es muy capaz de sostener
opiniones cuasi-altermundialistas. Hace falta que los actos sigan a
las palabras, y por supuesto no ha ocurrido así.
La socialdemocracia europea también ha estado
sometida a stress tests y no ha superado muy bien la prueba.
El prototipo es Papandreu, el Primer Ministro socialista griego, que ha
afrontado la crisis de una manera lamentable. Habría podido mantener un pulso
diciendo: “Grecia no puede pagar, por tanto tenemos que discutir”. Eso
es lo que hizo la Argentina suspendiendo su deuda en 2001 y obteniendo una
renegociación de la misma. Pero Papandreu, por el contrario, se ha literalmente
dormido y ha aceptado sin discutir todas las exigencias de la “troika” (BCE,
FMI, Unión Europea).
Papandreu no es un caso aislado. Está
Zapatero y también, por ejemplo, los diputados europeos que, junto a los Verdes
y los liberales, acaban de aprobar un informe de la diputada socialista
francesa Pervenche Berès10. Entre las recomendaciones que
incluye se puede extraer este florilegio: el informe pide
… que se adapten medidas para superar la actual falta de competitividad
por medio de reformas estructurales (...), se felicita del comienzo del
semestre europeo de coordinación de las políticas económicas (...), pide el
desmantelamiento de las barreras comerciales (...), subraya la necesidad de
apertura de los mercados públicos sobre una base transparente y recíproca.
Hay que citar todo. Así, según el
informe,
la competencia fiscal es aceptable en la medida que no ponga en peligro
la capacidad de los Estados miembros para percibir los ingresos que razonablemente
puedan esperar y recuerda que hay que concebir soluciones para reducir al
máximo la concurrencia fiscal perjudicial.
Este nuevo concepto de “competencia
fiscal”perjudicial seguramente hará época.
La amenaza de pobreza que afecta en
particular a las mujeres, queda bien señalada; pero curiosamente la conclusión
es un llamamiento a las “organizaciones no gubernamentales existentes”. Frente
a los recortes en los presupuestos sociales, el informe se limita a escribir
que “también podría ser deseable salvaguardar los servicios del sector público
y mantener por tanto los niveles existentes de protección social” aunque,
evidentemente, sea “necesario consolidar las finanzas públicas”.
El empleo del condicional (“podría
ser deseable”) lo resume todo. Se encuentran algunas pistas interesantes,
aunque se avanzan con conmovedora timidez; así, el informe ejerce una terrible
presión sobre la Comisión pidiéndole que “reflexione sobre un futuro sistema de
euro-obligaciones”.
En Francia, los dos principales
candidatos a la candidatura [presidencial] del PS se alinean en el tema de la
austeridad. François Hollande lo hace de forma muy clara:
hay que reequilibrar nuestras cuentas públicas a partir de 2013 (...).
No lo digo para ceder a ninguna presión de los mercados o de las agencias de
calificación, sino porque es la condición para que nuestro país recobre la
confianza en sí mismo.
Martine Aubry le pisa los talones y se
compromete también a los “3% en 2013, porque es la regla actual”.11 Esta terrible fórmula
(“porque es la regla actual”) lo dice todo y ofrece la clave del callejón sin
salida en que se encuentra la socialdemocracia. Se puede resumir así: cualquier
programa auténticamente social-demócrata implicaría un grado elevado de
enfrentamiento con la burguesía, que la socialdemocracia no está dispuesta a
asumir.
Las políticas económicas y sociales
contra la crisis no se elaboran en un salón, a base de modelos y teoría. Existe
por ejemplo una escuela llamada post-keynesiana12 que demuestra que un reparto
de las rentas más favorable a los asalariados, seguido de un menor poder de los
accionistas, tendría efectos positivos en el crecimiento y en el empleo. Aunque
estas aportaciones son muy útiles para señalar correctamente las causas de la
crisis actual, subestiman su naturaleza sistémica. En particular, dejan de lado
la creciente distancia entre las necesidades sociales y los criterios del
capitalismo, incluso si estuviera liberado de las finanzas.
La realidad actual es que cualquier
salida progresista a la crisis supondría un enfrentamiento directo con la
lógica del capital, y por tanto un nivel muy elevado de conflictividad. Los
ejemplos que se acaban de citar muestran en el fondo que sin ir más allá de un
umbral mínimo de radicalidad que se niegan a franquear, los programas
socialdemócratas apenas se distinguen en forma muy marginal de la lógica
neoliberal.
Un horizonte atascado
Cualquier recesión crea tensiones y
contradicciones que se manifiestan en la orientación de la política económica
dirigida a reanudar el crecimiento. Esto es particularmente cierto en el caso
de la reciente “gran recesión”, que es también el síntoma de una crisis
sistémica: el capitalismo ya no puede funcionar como antes. El retorno al business
as usual [lo mismo de siempre]o al capitalismo regulado de los
“treinta gloriosos” es imposible.
El período abierto por la crisis se
caracteriza por profundas incertidumbres. En su proyecto para salir de ella a
su manera, el capitalismo se enfrenta a los siguientes obstáculos, bautizados
en un artículo anterior13 como “dilemas”:
1. Dilema del reparto: el restablecimiento del
beneficio se opone a la recuperación del crecimiento y tiende a reproducir un
reparto desigual de las riquezas, que es una de las causas profundas de la
crisis.
2. Dilema presupuestario: la
reabsorción de los déficits públicos implica una reducción de los gastos
públicos que, además de sus efectos sociales, agrava las tendencias
recesionistas. “La austeridad presupuestaria amenaza con desacelerar más la
recuperación”, indica un reciente informe de la ONU.14
3. Dilema europeo: el triple rechazo –a
mutualizar las deudas públicas, a exigir una contribución real a los bancos y a
meter en cintura al sector financiero– no permite excluir un estallido de la
zona euro, seguido de suspensiones de pagos en cadenas.
4. Dilema de la mundialización: la
reabsorción de los desequilibrios sólo puede hacerse al precio de una
ralentización del crecimiento mundial. El citado informa de la ONU señala que
“la recuperación mundial ha sido frenada por las economías desarrolladas” y
subraya el riesgo de un “reequilibramiento no coordinado de la economía mundial”.
Estos cuatro dilemas están
estrechamente imbricados. Muestran una “regulación caótica” del capitalismo,
incapaz de esbozar en forma duradera una trayectoria de salida de la crisis
compatible con intereses profundamente contradictorios. Sólo las movilizaciones
sociales pueden impedir que el capitalismo intente salir de este impasse
profundizando todavía más la regresión social y forzando hasta el extremo las
tensiones entre países. Pero es necesario que estas movilizaciones se apoyen en
perspectivas alternativas. Como éstas implican un grado elevado de
enfrentamiento, la tarea histórica hoy día es realizar la unidad de las fuerzas
de la izquierda radical en torno a un programa que tienda un puente entre la
resistencia a la austeridad y objetivos de ruptura con la lógica de un sistema
a la deriva.
Tanto
el artículo como su traducción han sido tomados del sitio de la revista Viento Sur, editada en el Estado
Español.
1 Ver: “La baisse de la
profitabilité des entreprises a précedé la crisis financière” [El descenso de
la rentabilidad de las empresas ha precedido a la crisis financiera], note
hussonet nº 8, setiembre 2009.
2 Para más detalles,
ver: “Pertes de PIB et facture de crise” [Pérdidas de PIB y factura de
crisis], note hussonet nº 35, julio 2011.
3 Para un análisis más
detallado del modelo US, ver Michel Husson, “États Unis: la fin d’un modèle”
[Estados Unidos, el fin de un modelo], La Bréche, nº 3, 2008, y
“Chine-USA. Les lendemains incertains de la crise” [China-USA. Los inciertos
días siguientes de la crisis], Nouveaux Cahiers Socialistes, nº 2,
Montreal, 2009.
4 Ver: “Les limites
(comptables) du modèle US” [Los límites (contables) del modelo EE.UU.], note
hussonet nº 36, junio 2011.
5 Fuente: When
Incomes Grows, Who gains?, Economic Policy Institute.
6 Citado por Claude
Jacquin en un destacable artículo: “Crise industrielle: de quoi parle-t-on?” [Crisis industrial:
de qué se está hablando], Les Temps Nouveaux, nº 3, 2011.
7 Nicolas
Bujarin, La economía mundial y el imperialismo, 1917.
8 Bloomberg, 29 de junio de
2011.
9 Ver : “Pertes de PIB
et facture de crise” [Pérdidas de PIB y factura de crisis], note
hussonet nº 35, julio 2011.
10 Informe sobre la
crisis financiera, económica y social: recomendaciones sobre las medidas e
iniciativas a adoptar.
11 Laurent Maudiut,
“Adieu Keynes! Vive Raymond Barre!” [¡Adios Keynes! ¡Viva Raymond
Barre!], Mediapart, 19 de julio de 2011.
12 Porque se sitúa en la
línea de autores como Michal Kalecki, Joan Robinson o Luigi Pasinetti.
13 Michel Husson, “La
nouvelle phase de la crise” [La nueva fase de la crisis], ContreTemps,
nº 9, 2011.
14 Situación y
perspectivas de la economía mundial, ONU, 2011.
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