miércoles, 25 de marzo de 2015
América Latina en la dinámica de la guerra global - Jorge Beinstein
Guerra global
Todo al mismo tiempo: al promediar el mes de marzo de 2015 Estados Unidos acaba de
dar un salto cualitativo de claro perfil belicista en sus acciones contra Venezuela, también
desarrolla ejercicios militares en países limítrofes con Rusia en la llamada operación
“Atlantic Resolve”, algunas de esas operaciones son realizadas a unos cien kilómetros de
San Petersburgoi
, además se intensifican las informaciones acerca de una nueva ofensiva
del gobierno de Kiev contra la región de Donbassii, aumenta la circulación de naves de
guerra de la OTAN en el Mar Negro, continúan las viejas guerras imperiales en Irak y
Afganistan a las que se agregó luego la ofensiva contra Siria (pasando por Libia)... y
mucho más...
Evidentemente el Imperio está lanzado en una catastrófica fuga militar hacia adelante
extendiendo sus operaciones hacia todos los continentes, nos encontramos en plena
guerra global. Ni los grandes medios de comunicación, ni los más importantes dirigentes
internacionales han registrado públicamente el hecho, todos hablan como si viviéramos en
tiempos de paz, solo en unos pocos casos aparecen algunos de ellos advirtiendo sobre el
peligro de guerra mundial o regional. Una excepción reciente es la del Papa Francisco
cuando afirmó que actualmente nos encontramos ante una “una tercera guerra mundial”
que él describe como desarrollándose “por partes” aunque sin señalar a los contendientes
y haciendo vagas referencias a “la codicia” y a “intereses espurios” con el lenguaje entre
confuso y jesuítico que lo caracterizaiii
.
Cada mes agrega algún indicador anunciando la proximidad de una nueva recesión global
mucho más fuerte y extendida que la de 2009. El capitalismo empezando por su polo
imperialista se ha ido convirtiendo velozmente en un sistema de saqueo donde la
reproducción de fuerzas productivas queda completamente subordinada a la lógica del
parasitismo. Las elites imperiales y sus lumpenburguesías satélites “necesitan”
superexplotar hasta el exterminio recursos naturales y mercados periféricos para
sostener las tasas de ganancia de su decadente sistema productivo-financiero.
Las tendencias globales hacia la decadencia económica se expresan de múltiples
maneras en el día a día entre ellas la volatilidad de los precios de las materias primas, por
ejemplo el petróleo, llave maestra de la economía mundial, cuyo estancamiento extractivo
(que no ha conseguido ser superado por el show mediático en torno del “milagroso”
petróleo de esquisto) se combina con desaceleraciones de la demanda internacional
como ocurre actualmente sumadas a golpes especulativos y geopolíticos que convierten a
los mercados en espacios inestables donde las maniobras de corto plazo imponen la
incertidumbre.
El cortoplacismo especulativo hegemónico engendra paquetes tecnológicos depredadores
como la minería a cielo abierto, la fractura hidráulica o la agricultura en base a
transgénicos acompañados por operaciones políticas y comunicacionales que degradan,
desarticulan sistemas sociales buscando convertirlos en espacios indefensos ante los
saqueos.
El optimismo económico de la época del auge neoliberal ha dado paso al pesimismo del
“estancamiento secular” pregonado ahora por los grandes expertos del sistemaiv. Ellos
indican que la salvación del capitalismo no llegará desde la economía condenada a sufrir
recesiones o crecimientos insignificantes, mejor no hablar demasiado de esos tristes
temas. Entonces la guerra asciende al primer plano, las acciones militares ocupan el
centro del terreno, cada día nos ofrece alguna batalla, alguna masacre protagonizada por
tropas regulares o mercenarios, algún bombardeo, alguna amenaza de ataque en Europa
del Este, Asia, África o América Latina. Los medios de comunicación nos apabullan con
esas noticias sin embargo nadie habla de guerra global.
Todo ocurre como si la dinámica de la guerra se hubiera autonomizado pero empleando
un discurso embrollado, difícil de entender. Pero así como los superpoderes de los
hombres de negocios de los años 1990 no eran independientes sino compartidos al
interior de una compleja trama de poderes (políticos, mediáticos, militares,etc.) que en
términos generales suele denominarse como “clase dominante” también la aparente
autonomía de lo militar nos dificulta ver a las redes mafiosas de intereses donde se
desdibujan las fronteras entre sus componentes. Las elites de la era neoliberal han
sufrido cambios decisivos, han experimentado mutaciones que las han convertido en
clases completamente degeneradas que cada vez más solo pueden acudir a la fuerza
bruta, a la lógica de la guerra. No se trata entonces que la componente militar se
autonomiza sino más bien que las elites imperialistas se militarizan, ya no seducen con
ofertas de consumo más alugunas dosis de violencia, ahora solo propagan el miedo,
amenazan con sus armas o las utilizan.
Progresismos latinoamericanos
Dentro de ese contexto global debemos evaluar a los progresismos latinoamericanosv
que
se instalaron sobre la base de las crisis de gobernabilidad de los regímenes neoliberales.
Los buenos precios internacionales de las materias primas durante la década pasada
sumado a políticas de contención social de los pobres les permitieron recomponer la
gobernabilidad de los sistemas existentes. En algunos de esos casos se desarrollaron
ampliaciones o renovaciones de las elites capitalistas y en casi todos ellos prosperaron
las clases medias. Los gobiernos progresistas se ilusionaron suponiendo que las mejoras
económicas les permitirían ganar políticamente a dichos sectores pero como era
previsible ocurrió lo contrario, las capas medias se derechizaban mientras ascendían,
miraban con desprecio a los de abajo y asumían como propios los delirios más
reaccionarios de sus burguesías. La explicación es sencilla, en la medida en que son
preservados (y aún fortalecidos) los fundamentos del sistema y en que sus núcleos
decisivos radicalizan su elitismo depredador siguiendo la ruta trazada por los Estados
Unidos (y “Occidente” en general) se produce un encadenamiento de subculturas
neofascistas que va desde arriba hacia abajo, desde el centro hacia las burguesías
periféricas y desde estas hacia sus capas medias. En Venezuela, Brasil o Argentina las
clases medias mejoraban su nivel de vida y al mismo tiempo volcaban sus votos hacia los
candidatos de la derecha vieja o renovada.
Se estableció un forcejeo interminable entre gobiernos progresistas que hacían
gobernables a los capitalismos locales y derechas salvajes ansiosas por realizar grandes
robos y aplastar a los pobres. El progresismo confrontando políticamente con esa derecha
calificada de “irresponsable”, cuyos fundamentos económicos respetaba, chantajeaba a
quienes desde la izquierda criticaban su sometimiento a las reglas de juego del
capitalismo utilizando al cuco reaccionario (“nosotros o la bestia”), acusándolos de hacerle
el juego a la derecha. En realidad el progresismo es un gran juego favorable al sistema y
en última instancia a la derecha siempre en condiciones de retornar al gobierno gracias a
la moderación, a la “astucia” aparentemente estúpida de los progresistas que a veces
consiguen cooptar izquierdas claudicantes cuya obsesión por “no hacerle el juego a la
derecha” (y de paso integrarse al sistema) es completamente funcional a la reproducción
del país burgués y en consecuencia a esa detestable derecha.
Ahora el juego se va agotando, los progresismos gobernantes con distintos ritmos y
variados discursos acosados por el enfriamiento económico global y por el creciente
intervencionismo de los Estados Unidos van perdiendo espacio político, en varios casos
sus dificultades fiscales los empujan a ajustar gastos públicos (y de ninguna manera a
reducir las súper ganancias de los grupos económicos más concentrados), a aceptar las
devastaciones de la megaminería o a adoptar medidas que facilitan la concentración de
ingresos. En Brasil el segundo gobierno de Dilma puso a un neoliberal puro y duro al
comando de la política económica, acorralado por una derecha ascendente, una
economía oscilando entre el estancamiento y la recesión y una intervención
norteamericana cada vez más activa. En Uruguay el nuevo gobierno de Tabaré Vazquez
muestra un rostro claramente conservador y en Chile la presidencia Bachelet no necesita
correrse demasiado a la derecha, luego de su demagogia rosada electoral se afirma como
continuidad del gobierno anterior y en consecuencia, pasada la confusión inicial, heredará
también la hostilidad de importantes franjas de izquierda y de los movimientos sociales.
En Argentina el núcleo duro agro-minero exportador-financiero y los grupos industriales
exportadores más concentrados son más prósperos que nunca mientras la ingerencia
norteamericana se amplifica conduciendo el juego de títeres políticos hacia una ruptura
ultraderechista. En Venezuela la eterna transición hacia un socialismo que nunca termina
de llegar no ha conseguido superar al capitalismo aunque caotiza su funcionamiento
forjando de ese modo el escenario de una gran tragedia. Por el momento solo Bolivia
parece salvarse de la avalancha, afirmándose en la mayor mutación social de su historia
moderna sin superar los marcos del subdesarrollo capitalista pero recomponiendolo
integrando a las masas sumergidas, multiplicando por mil lo que había hecho el
peronismo en Argentina entre 1945 y 1955 (de todos modos ello no la libera del cambio de
contexto regional-global).
En América Latina asistimos a un proceso de crisis muy profundo donde convergen
progresismos declinantes con neoliberalismos integralmente degradados como en
Colombia o México conformando un panorama común de perdida de legitimidad del poder
político, avances de grupos económicos saqueadores y activismo imperialista cada vez
más fuerte.
A este panorama sombrío es necesario incorporar elementos esperanzadores sin los
cuales no podríamos empezar a entender lo que está ocurriendo. Por debajo de las
jugarretas políticas, los negocios rápidos y las histerias fascistas aparecen las protestas
populares multitudinarias, la persistencia de izquierdas no cooptadas por el sistema (más
allá de sus perfiles más o menos moderados o radicales), la presencia de insurgencias
incipientes o poderosas (como en Colombia).
Ni los cantos de sirena progresistas ni la represión neoliberal han podido hacer
desaparecer o marginalizar completamente a esos fantasmas. Realidad latinoamericana
que preocupa a los estrategas del Imperio que temen que lo que ellos consideran como
su inevitable arremetida contra la región pueda desatar el infierno de la insurgencia
continental, en ese caso el paraíso de los grandes negocios podría convertirse en un
tembladeral donde se hundiría el conjunto del sistema.
Geopolítica del Imperio, integraciones y colonizaciones
La estrategia de los Estados Unidos aparece articulada en torno de tres grandes ejes; el
transatlantico y el transpacífico apuntando en una gigantesco juego de pinzas contra la
convergencia ruso-china centro motor de la integración euroasática. Y luego el
latinoamericano destinado a la recolonización de la región.
Los Estados Unidos intentan convertir a la masa continental asiática y su ampliación rusoeuropea
en un espacio desarticulado, con grandes zonas caóticas, objeto de saqueo y
superexplotación.
Los recursos naturales pero también laborales de esos territorios conforman su centro
principal de atención, en la elipse estratégica que cubre el Golfo Pérsico y la Cuenca del
Mar Caspio extendiéndose hacia Rusia se encuentra el 80 % de las reservas globales de
gas y el 60 % de las de petróleo y en China habitan algo más de 230 millones de obreros
industriales (aproximadamente un tercio del total mundial).
América Latina aparece como el patio trasero a recolonizar, allí se encuentran por ejemplo
las reservas petroleras de Venezuela (las primeras del mundo, 20 % del total global),
cerca del 80 % de las reservas mundiales de litio (en un triángulo territorial extendido por
el norte de Chile y Argentina y el sur de Bolivia) imprescindible en la futura industria del
automóvil eléctrico, la reservas de gas y petróleo de esquisto del sur argentino, las
fabulosas reservas de agua dulce del acuífero guaraní entre Brasil, Paraguay y Argentina.
Una de las ofensivas fuertes del Imperio en la década pasada fue la tentativa de
conformación del ALCA, zona de libre comercio e inversiones que significaba la anexión
económica de la región por parte de los Estados Unidos. El proyecto fracasó, el ascenso
del progresismo latinoamericano sumado a la emergencia de potencias no occidentales,
sobre todo China y al empantanamiento estadounidense en su guerra asiática fueron
factores decisivos que en distinta medida debilitaron la arremetida imperial.
Pero a partir de la llegada de Obama a la presidencia los Estados Unidos desataron una
ofensiva flexible de reconquista de América Latina: se puso en marcha una compleja
mezcla de presiones, negociaciones, desestabilizaciones y golpes de estado. Los golpes
blandos exitosos en Honduras y Paraguay, las tentativas de desestabilización en Ecuador,
Argentina, Brasil y sobre todo en Venezuela (donde se va perfilando una intervención
militar), pero también la tentativa en curso de extinción negociada de la guerrilla
colombiana y la domesticación de Cuba forman parte de esa estrategia de recolonización.
La misma es implementada a través de una sucesión de tanteos suaves y duros tendiente
a desarticular las resistencias estatales y los procesos de integración regional (Unasur,
Celac, Alba) y extraregionales periféricos (BRICS, acuerdos con China y Rusia, etc.) pero
también a bloquear, corromper o disolver las resistencias sociales y las alternativas
políticas más avanzadas en curso o potenciales. Intentando llevar adelante una dinámica
de desarticulación pero buscando evitar que la misma genere rebeliones propagándose
como un reguero de pólvora en una región actualmente muy interrelacionada.
Saben muy bien que en muchos países de la región el remplazo de gobiernos
”progresistas” por otros abiertamente proimperialistas significa el encumbramiento de
camarillas enloquecidas que a corto plazo causarían situaciones de caos que podrían
desatar insurgencias peligrosas. Algunos estrategas del Imperio creen poder neutralizar
ese peligro con el propio caos, desarrollando “guerras de cuarta generación” instalando
distintas formas de violencia social desestructurante combinadas con destrucciones
mediatico-culturales y represiones selectivas, en ese sentido el modelo mexicano es para
ellos (por ahora) un paradigma interesante.
Por ejemplo temen que un escenario de caos fascista en Venezuela derive en una guerra
popular que les obligaría a intervenir directamente en un conflicto prolongado que sumado
a sus guerras asiáticas lo conduciría a una sobre extensión estratégica ingobernable. Es
por ello que consideran imprescindible obtener el apaciguamiento de la guerrilla
colombiana potencial aliada estratégica de una posible resistencia popular venezolana.
El panorama es completado con el proceso de integración colonial de los países de la
llamada Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile). A ello se suman los
tratados de libre comercio de manera individual con países de América Central y otros
como Chile o Colombia y el viejo tratado entre Estados Unidos, Canadá y México.
Integración colonial y desarticulación, manipulación del caos y fortalecimiento de polos
represivos, Capriles más Peña Nieto, Ollanta Humala más Santos más bandas narcomafiosas...
todo ello dentro de un contexto global de decadencia sistémica donde el viejo
orden unipolar declina sin ser remplazado por un nuevo orden multipolar. Tentativa de de
control imperialista de América Latina sumergida en el desorden del capitalismo mundial.
El cerebro del imperio no logra superar los achaques de su cuerpo envejecido y enfermo,
los delirios se reproducen, las fugas hacia adelante se multiplican, evidentemente nos
encontramos en un momento histórico decisivo.
i Finian Cunningham, "NATO’s Shadow of Nazi Operation Barbarossa", Strategic Culture Foundation,
13.03.2015
ii Colonel Cassad, "Ukraine: Reprise de la guerre au printemps?", http://lesakerfrancophone.net/ le 13 mars
2015
iii "El papa Francisco advirtió que vivimos una tercera guerra mundial combatida 'por partes' ",
http://www.lanacion.com.ar, 13 de septiembre de 2014
iv Laurence H Summers, "Reflections on the ‘New Secular Stagnation Hypothesis’" y Robert J Gordon, "The
turtle’s progress: Secular stagnation meets the headwinds" en "Secular Stagnation: Facts, Causes, and
Cures", CEPR Press, 2014.
v Utilizo el termino “progresista” en el sentido más amplio, desde gobiernos que se proclaman socialistas o
prosocialistas como en Venezuela o Bolivia hasta otros de corte neoliberal-progresista como los de
Uruguay o Brasil.
Cinco navieras mueven el mundo
El tráfico global de contenedores gana con el fin del auge de las materias primas
Este artículo no se hubiera podido elaborar sin el transporte marítimo. El teclado con el que se escribió está fabricado en China y, más que posiblemente, llegó a España en barco. La mayoría de las cosas que cualquier persona utiliza a lo largo del día han pasado por un carguero antes de llegar a los usuarios. Y esto es posible gracias a decenas de millones de cajas de acero resistente a la corrosión: los contenedores estandarizados.
Desde su introducción en los años cincuenta del siglo pasado, pocos inventos han cambiado el mundo de forma tan rápida y decisiva. "Cuando pensamos en tecnologías que han cambiado el mundo", declaró el premio Nobel de Economía Paul Krugman en una conferencia en la Universidad de Michigan en 2009, "nos gusta pensar en cosas como Internet... pero si intentamos averiguar qué es lo que ha pasado con el comercio mundial, el contenedor es un candidato muy serio".
En esta industria del contenedor que ha revolucionado el sector naviero mandan cinco grandes empresas. La italiana MSC, la danesa Maersk, la francesa CMA CGM, la taiwanesa Evergreen y la china Cosco poseen más de una cuarta parte de los barcos y un 43,2% del tonelaje. El origen de la consolidación del mercado de los contenedores fue la carrera para ganar cuota de mercado ante la expansión de la producción manufacturera en Asia, primero en Japón y, después, especialmente, en China. La explosión de las industrias asiáticas generó enormes cantidades de productos y una carrera para transportarlos. El alza de los precios del petróleo también impulsó la construcción de navíos más eficientes energéticamente.
El resultado de esa carrera fue que, de 2004 a 2012, el tonelaje de la flota global creció a una media de 6,4% al año, según la firma de análisis Clarkson's. Muchos de esos nuevos barcos se construyeron en astilleros chinos. "Desde 2005, aproximadamente, China duplicó la capacidad de construir barcos del mercado", indica Jeremy Penn, consejero delegado del Baltic Exchange.
No solo se construyeron más barcos; se construyeron cada vez mayores. El mayor navío de contenedores del mundo, el MSC Oscar, tiene 395 metros de largo (el equivalente a 14 canchas de baloncesto) y puede llevar en contenedores casi 160 millones de pares de zapatos. El anterior poseedor del título de gigante de los mares, el CSCL Globe, solo lo había ostentado durante un mes y medio.
El objetivo de los megabarcos es generar economías de escala. "Cuanto mayor es el tamaño, menores los costes por contenedor", apunta Marcos Eduardo Hansen, director de Maersk Line para España y Portugal.
El auge de los megabarcos también se extendió a las cargas a granel. En 2008, la minera brasileña Vale do Rio Doce ordenó 35 barcos de 395 metros de largo capaces de transportar 400.000 toneladas de mineral de hierro —cada barco lleva siete tanques del tamaño de una pista de tenis cada uno— desde Brasil a China. El objetivo: disputarle a Australia el título de suministrador a la industria siderúrgica china.
Pero, en una prueba de lo arriesgado que puede llegar a ser el sector, las autoridades chinas se negaron a aceptar barcos tan grandes en sus puertos. Cuando al final la empresa brasileña y el país asiático llegaron a un acuerdo —que implicaba la compra de 14 barcos por parte de la china Cosco— la rentabilidad de toda la operación ya era dudosa por el fin del boom de las materias primas.
El índice Baltic Dry —que combina las principales cargas, tamaños y rutas— es la referencia del mercado de transporte a granel. En 2003, el índice, que se había mantenido relativamente estable desde su creación, empezó a fluctuar espectacularmente. El 30 de junio de 2008 marcó su récord histórico de 11.793 puntos. Pero ni la demanda de materias primas era inagotable ni la economía china iba a seguir creciendo al mismo ritmo. A finales del año pasado, la burbuja se vino abajo definitiva y estrepitosamente. El Baltic Dry está en mínimos históricos desde su creación.
Y, con el fin de la burbuja, empiezan las primeras bajas. Solo en febrero, tres empresas dedicadas a la carga de graneles suspendieron pagos. "En algún momento la demanda se va a recuperar", apunta Tamvakis. "Pero hasta que llegue ese momento, hay empresas que lo van a pasar muy mal. Las empresas que no se hayan endeudado mucho y tengan dinero en efectivo —es un sector que funciona con dinero en efectivo— podrán aguantar. No es tan difícil: durante el boom hay muchas navieras que acumularon mucho dinero".
"Tradicionalmente, el sector naviero tiene bajos márgenes de beneficio y requiere grandes cantidades de capital", afirma Julian Smith, líder global de infraestructuras de PWC. "Es por eso que siempre ha estado muy fragmentado y con pocas navieras cotizadas". Los navieros, tradicionalmente griegos, noruegos o japoneses, registran sus flotas bajo banderas de conveniencia como las de Panamá, Liberia o Islas Marshall. "Un sector celoso de sus secretos", como apuntó la periodista Rose George en su libro Noventa por ciento de todo. La crisis en Europa y el bajón en el crecimiento chino ha puesto a las grandes compañías de contenedores en un brete. ¿Cómo llenar los megabarcos? En los tiempos del boom chino, ya era de por sí difícil obtener cargas para los trayectos de vuelta. Las empresas ofrecen fletes a precios tan bajos que, según Rose George, "a las empresas pesqueras escocesas les salía más barato meter bacalao en contenedores refrigerados para filetearlos en China que hacerlo en Escocia". Para Hansen, la tecnología está aumentando las posibilidades del sector. "Hace 10 años los contenedores no transportaban cargas a granel. Ahora, por ejemplo, pueden llevar grano, o líquidos".
Otra opción —similar a la llevada a cabo por las grandes compañías aéreas— son las alianzas. En diciembre de 2011, seis grandes compañías anunciaron su intención de crear una ruta común entre Asia y Europa. Pero no siempre funciona: el año pasado, las autoridades de competencia chinas bloquearon la creación de una alianza entre las tres grandes del sector en Europa (Maersk, MSC y CMA CGM) para el mercado asiático.
Cuando las alianzas no son posibles, la consolidación sigue de la forma más convencional: fusiones y adquisiciones. En diciembre, la alemana Hapag Lloyd y la chilena Compañía Sudamericana de Vapores (CSAV) se fusionaron para crear la que será la cuarta compañía del mundo. Tres meses más tarde, la también alemana Hamburg-Süd cerró un acuerdo para hacerse con la igualmente chilena Compañía Chilena de Navegación Interoceánica (CCNI) por cerca de 160 millones de dólares.
Una cosa está clara: dado que la vida útil de un barco está entre los 25 y los 30 años, las infraestructuras globales tendrán que seguir adaptándose a la nueva era. Los dos mayores canales del mundo se han puesto manos a la obra: el Gobierno egipcio está invirtiendo más de 7.000 millones de euros en ensanchar 37 kilómetros del canal de Suez y construir otros 35. Panamá, por su parte, lleva invertidos más de 5.000 millones de euros (más del 10% del PIB) en construir un segundo juego de esclusas que permita acoger barcos más grandes.
Hay mucho en juego. Los peajes del canal de Suez representaron en el último año fiscal 5.300 millones de dólares (4.750 millones de euros) para la economía egipcia, un 2% del PIB del país árabe. Egipto cree que una vez la ampliación esté construida podrá incrementar sus ingresos a más de 13.000 millones. En el caso del canal de Panamá, la importancia es aún mayor: solo los peajes aportaron 1.910 millones de dólares, un 4,5% del PIB del país centroamericano.
No solo las infraestructuras en canales son importantes: El puerto de Róterdam, el mayor de Europa, ha invertido 2.900 millones de euros en ampliar sus terminales. La mayoría del nuevo complejo Maasvlakte 2 (Llanura del Mosa) está dedicado a contenedores.
Aunque según la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD, en sus siglas en inglés), de los 9.600 millones de toneladas de productos que se desplazaron por mar en 2013, solo un 12,8% lo hicieron en contenedores, el valor de lo que contenían representa más de la mitad de lo transportado.
"Son los cimientos de la globalización", opina por teléfono Jean-Paul Rodrigue, profesor de la Universidad de Hofstra (Nueva York, EE UU) y autor del libro Geografía del transporte. "Es el sostén del comercio internacional y toda la industria global está influida, de alguna manera, por éste sector".
La visibilidad de la industria del transporte marítimo es mucho más reducida que su importancia. "La verdad es que a la gente, por norma general, no le interesa saber cómo vienen las cosas", apunta Michael Tamvakis, profesor de Economía y Finanzas de las Materias Primas de la City University de Londres (Reino Unido). Un estudio de IHS Global indica que en 2007 la industria de navegación valía 432.000 millones de dólares (un 0,5% del PIB del planeta) y daba trabajo, directa o indirectamente, a 13,5 millones de personas. La ampliación del puerto de Róterdam da una imagen de lo que van a ser los nuevos tiempos. Hay una terminal dedicada al desembarco de etanol. Y el terreno ganado al mar está flanqueado por decenas de generadores eólicos.
El auge de las energías renovables y la necesidad de reducir gases de efecto invernadero están cambiando el sector. Los petroleros, que antes reinaban en los mares, van perdiendo importancia. "Los cargamentos de petróleo y gas representaban el 55% del total transportado a granel en 1970", apunta Paul Levelton, director global de Grupo de Infraestructuras y Proyectos de Puertos de KPMG. "Hoy es prácticamente el 30%". Los dos factores principales para esta reducción es la relativa caída del consumo de petróleo en los países desarrollados —gracias a una mayor eficiencia energética— y por la creciente autonomía petrolera estadounidense gracias al gas de esquisto.
Pero no son los únicos factores. el auge del gas natural licuado (GNL) también ha permitido diversificar las opciones energéticas. "En 2003, Japón tuvo que parar varias de sus centrales nucleares a la vez por mantenimiento, y creció la demanda de petróleo", apunta Penn. "En 2011, tras el maremoto y el accidente de Fukushima, pasó lo mismo, pero ésta vez recurrieron al gas". El pasado mes de octubre se puso en marcha en el puerto lituano de Klaipeda una terminal flotante de GNL, que permite a los países bálticos dejar de depender en un 90% del gas ruso. Simbólicamente, la nueva terminal recibe el nombre de Independencia.
El nuevo modelo energético no solo tiene un efecto en la demanda de petroleros. El viernes pasado, China anunció que reduciría en 160 millones de toneladas en cinco años su consumo de carbón para reducir sus emisiones contaminantes. Malas noticias para los transportistas a granel. Pero para Jean-Paul Rodrigue, el efecto de todos éstos cambios a medio plazo será "marginal": "El petróleo seguirá siendo muy importante", afirma.
En todo caso, el progreso del sector sigue. "Se ha hablado mucho de frenazo y de depresión, pero el comercio mundial no se ha dejado de expandir", comenta Penn. "Con el tiempo, la oferta se adaptará a la demanda. Aunque si pudiera decir exactamente cuándo sería un hombre rico", ríe.
Los autos ‘Made in USA’ contienen cada vez más partes importadas
James R. Hagerty y Jeff Bennett
25/03/15
25/03/15
THREE RIVERS, Michigan—La producción de automóviles en Estados Unidos se está acercando a los niveles más altos de la historia gracias a la demanda interna y a un aumento constante de exportaciones. Sin embargo estos autos están hechos cada vez más con partes hechas en México, China y otros países.
EE.UU. importó un número record de US$138.000 millones en autopartes el año pasado, equivalente a US$12.135 del contenido de cada coche ligero construido. Más que los U$89.000 millones, equivalente a US$10.536 por vehículo de 2008, el primero de dos años desastrosos en la industria automovilística. En 1990 las importaciones de autopartes fueron de sólo US$31.700 millones.
La tendencia ensombrece el celebrado retorno de una de las principales industrias del país. Mientras se acelera el flujo de partes hechas en países baratos, los salarios iniciales se alejan de los generosos paquetes de compensaciones que por décadas convirtieron a los trabajos en factorías de autos en una presa buscada dentro de la manufactura estadounidense.
En una fábrica de partes de American Axle & Manufacturing Holdings Inc. en Three Rivers, algunos nuevos empleados reciben el mínimo de US$10 la hora, el equivalente a lo que pagan en el Wal-Mart local. John Childers, de 38 años, un repositor en una línea de ensamblaje, dice que aprecia el trabajo, pero que lo pasa mal tratando de sobrevivir con el dinero que él y su prometida ganan en la planta.
“Somos clase baja,” dice. “Seamos honestos”.
México fue el mayor proveedor de autopartes a los EE.UU. el año pasado, con 34% de las importaciones, seguido por China con 13%. Las importaciones de China se han más que duplicado desde 2008. Las de México han aumentado 86%.
El Ford Escape tenía 55% de contenido estadounidense y canadiense en el modelo 2015, menos del 90% que contenían los modelos de 2010, según datos del gobierno. El Honda Accord hecho en EE.UU. bajó de 75% a 70%.
“Nunca hemos producido tantos autos en EE.UU. pero nunca hemos hecho tan pocas de sus partes”, dice Sean McAlinden, economista jefe en el Center for Automotive Research.
La industria produjo 11,37 millones de vehículos livianos en EE.UU. en 2014, una de las más altas producciones desde el récord de 12,59 millones de 1999, según wardsauto.com
Las exportaciones de autos hechos en EE.UU. llegaron a más de 2 millones por primera vez en 2014, según datos de la industria. Sin embargo, el crecimiento de importaciones de autopartes ha dejado a EE.UU. con un creciente déficit en el intercambio total de autos y partes, que el año pasado llegó a US$168.300 millones, frente a US$156.200 millones en 2013.
El traslado de la producción de partes a otros países ha encogido una industria que ha sido desde hace mucho tiempo la mayor fuente de trabajos manufactureros del país.
En 2014, el número de empleos en productoras de partes de autos rondaban la media de 537.000 puestos, con una baja de 36% desde el año 2000. En productoras de autos completos, el empleo cayó 32% durante ese mismo periodo, a pesar del reciente boom de producción, un declive debido en parte a mejoras en productividad, incluida la automación.
Ayudados por monedas más débiles y otros factores, otros países están ajustando su dominio sobre grandes áreas de la industria de autopartes, como los componentes pequeños y baratos que son fáciles de enviar. Entre las partes más aptas para ser importadas están las conexiones eléctricas, bolsas de aire e inyectores de gasolina. Las transmisiones, motores y asientos son más probablemente fabricados en EE.UU.
Para sobrevivir en un mercado crecientemente global, las grandes productoras estadounidenses de partes se han instalado en el extranjero. American Axle de Detroit, por ejemplo, tiene plantas en México, Brasil, Reino Unido, Polonia, India, China y Tailandia. Sólo un 30% de los 12.820 empleados de la empresa están en EE.UU.
Los salarios de los trabajadores estadounidenses en la industria de autopartes son más bajos que en las fábricas de autos, aunque ambos tienden a la baja. En 2014, el salario medio por hora para trabajadores en los sectores de producción y otros puestos sin funciones de supervisión en las firmas autopartistas era de US$19,91, 23% menos que hace una década en términos constantes. Eso se asemeja al descenso de 22% —a US$27,83 la hora— en las fábricas automotrices, según la Oficina de Estadísticas Laborales (BLS, por sus siglas en inglés).
Kevin Hobbs, presidente de la sede local de la United Auto Workers, el sindicato que representa a empleados de la planta de American Axle, donde los salarios comienzan en US$10 por hora, dijo que a sus miembros se les hace difícil cubrir sus necesidades de vida básicas. La única consolación es que el seguro médico es excelente.
Wal-Mart Stores Inc. anunció recientemente su plan de incrementar los salarios de los trabajadores de EE.UU. hasta al menos $10 por hora el año que viene. Con los salarios en la industria del comercio en aumento, dijo Hobbs, “va a ser difícil atraer a gente a un ambiente de manufactura.”
Un portavoz de American Axle dijo que el plan de prestaciones de la empresa es mejor que el de otros empleadores de la región.
Childers y su prometida, Chrystal Varty, trabajan el turno de noche en la planta. Empleados desde hace dos años, él gana US$11,50 manteniendo la línea llena de partes; Varty lleva casi un año en su trabajo y gana US$11 la hora manejando un montacargas.
Con horas extra, pagos extraordinarios y participación en las ganancias, tienen unos ingresos combinados de US$55.0000 al año, suficientemente bajos como para recibir cupones de comida del gobierno federal. Les es duro proveer para ellos y sus 5 hijos de matrimonios anteriores, en parte porque muchos de sus ingresos los utilizan para reparar su casa de tres habitaciones, donde parte del suelo se está pudriendo.
La UAW volverá a negociar con American Axle en 2017, y Cindy Estrada, una vicepresidenta del sindicato, dice que los salarios de entrada tienen que aumentar.
Para la mayor parte del sector, sin embargo, hay poco lo que la UAW podría hacer. Antes parte integral de la manufactura de autos estadounidense, el sindicato ha perdido su fuerza, especialmente en el sur, donde las empresas de autos asiáticos y europeos tienen plantas de manufactura con plantillas sin sindicalizar.
Denise Barnett ha trabajado durante 9 años en la planta de Selma, Alabama de la empresa sin sindicato Lear Corp, organizando cajas de espuma que se utiliza en la producción de asientos de autos en la cercana planta de ensamblaje de Hyundai Motors Co. A principios de mes, le dieron un aumento de sueldo de 92 centavos para llegar a un total de US$12,25 la hora.
Aun con el aumento, a los 38 años, Barnett, madre soltera de dos niños, trabaja muchas horas extra. “Llego a casa a tiempo de llevar a mis hijos al autobús del colegio”, dice, haciendo saber que además tiene que pagar a alguien para que los cuide. “Realmente estoy perdiendo por ambas bandas”.
Thomas DiDonato, el director de recursos humanos de Lear, dice que la empresa paga salarios competitivos, otorga aumentos asiduamente y tiene una tasa de rotación de personal de menos del 2%.
“Si nuestros empleados no pudiesen pagar sus cuentas lo demostrarían con su falta de satisfacción y con sus pies, al irse y encontrar trabajo en otro lugar”, dijo.
Miradas Pos- Desarrollistas - Claudio Katz
El pos-desarrollismo expone acertadas críticas y
participa en intensas resistencias contra el extractivismo. Pero algunas
variantes objetan el propio concepto de desarrollo, olvidando que el retraso
económico no es un relato sino una dura realidad, que distingue a Latinoamérica
de los países centrales.
Las propuestas localistas permiten iniciativas comunitarias, pero no enmiendan las falencias del capitalismo. Tampoco doblegan la agenda extractivista que comparten gobiernos muy disimiles. Con criterios puramente ambientalista no se puede distinguir a los modelos neoliberales, neo-desarrollista y redistributivos.
Los proyectos eco-socialistas concilian protección ambiental con crecimiento e igualitarismo, evitando el endiosamiento de la naturaleza. El rechazo pos-moderno del desarrollo obstruye, en cambio, esos objetivos y contradice su aceptación de otras metas generales. Tampoco clarifica los intereses sociales subyacentes en los distintos esquemas en disputa. Las rebeliones populares necesitan sustentos teóricos comprometidos con juicios para comprender la realidad.
Las propuestas localistas permiten iniciativas comunitarias, pero no enmiendan las falencias del capitalismo. Tampoco doblegan la agenda extractivista que comparten gobiernos muy disimiles. Con criterios puramente ambientalista no se puede distinguir a los modelos neoliberales, neo-desarrollista y redistributivos.
Los proyectos eco-socialistas concilian protección ambiental con crecimiento e igualitarismo, evitando el endiosamiento de la naturaleza. El rechazo pos-moderno del desarrollo obstruye, en cambio, esos objetivos y contradice su aceptación de otras metas generales. Tampoco clarifica los intereses sociales subyacentes en los distintos esquemas en disputa. Las rebeliones populares necesitan sustentos teóricos comprometidos con juicios para comprender la realidad.
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Diversos exponentes del pensamiento radical
han formulado en los últimos años críticas contundentes al desarrollismo. Estos
cuestionamientos objetan el extractivismo y los modelos de crecimiento a
cualquier precio. Destacan especialmente los efectos devastadores de la
agro-exportación y la minería a cielo abierto que impera en América Latina.
Ambas actividades constituyen el pilar de un curso económico regresivo
implantado a mitad de los 80 .
Ese patrón de acumulación refuerza la condición dependiente de la región y su inserción periférica (o semiperiférica) en la división internacional del trabajo. Consolida la desposesión de las mayorías populares, refuerza el desempleo y favorece a las empresas que lucran con la precarización del empleo.
La depredación del medio ambiente suscita incontables conflictos sociales. Los adversarios del desarrollismo participan activamente en la resistencia popular contra el saqueo del subsuelo, la desertificación, la extinción de las selvas y la desaparición de los bosques. Aportan detalladas denuncias de las consecuencias de esa demolición.
Las movilizaciones para preservar los recursos naturales originaron gran parte de las movilizaciones populares del último quinquenio. Un tercio de estas acciones estuvieron relacionadas con esa problemática y sólo en el 2012 se computaron 184 confrontaciones de ese tipo en la región. Cinco protestas alcanzaron dimensiones transfronterizas (Svampa 2013; Bruckmann, 2012).
Las críticas al extractivismo han sido planteadas desde enfoques ideológicos muy variados. Algunos teóricos cuestionan ese atropello con miradas reformistas promoviendo mayores regulaciones del estado. Otros observan el deterioro del medio ambiente desde perspectivas marxistas, como un efecto de la competencia por beneficios surgidos de la explotación. Un tercer conglomerado de autores postula ideas pos-desarrollistas .
Ese patrón de acumulación refuerza la condición dependiente de la región y su inserción periférica (o semiperiférica) en la división internacional del trabajo. Consolida la desposesión de las mayorías populares, refuerza el desempleo y favorece a las empresas que lucran con la precarización del empleo.
La depredación del medio ambiente suscita incontables conflictos sociales. Los adversarios del desarrollismo participan activamente en la resistencia popular contra el saqueo del subsuelo, la desertificación, la extinción de las selvas y la desaparición de los bosques. Aportan detalladas denuncias de las consecuencias de esa demolición.
Las movilizaciones para preservar los recursos naturales originaron gran parte de las movilizaciones populares del último quinquenio. Un tercio de estas acciones estuvieron relacionadas con esa problemática y sólo en el 2012 se computaron 184 confrontaciones de ese tipo en la región. Cinco protestas alcanzaron dimensiones transfronterizas (Svampa 2013; Bruckmann, 2012).
Las críticas al extractivismo han sido planteadas desde enfoques ideológicos muy variados. Algunos teóricos cuestionan ese atropello con miradas reformistas promoviendo mayores regulaciones del estado. Otros observan el deterioro del medio ambiente desde perspectivas marxistas, como un efecto de la competencia por beneficios surgidos de la explotación. Un tercer conglomerado de autores postula ideas pos-desarrollistas .
OBJECIONES AL DESARROLLO
El genérico término de
pos-desarrollo es utilizado por muchos participantes de la batalla contra el
extractivismo. Identifican ese concepto con un proyecto alternativo al modelo
actual de acumulación a costa de la naturaleza.
Pero desde principios de los años 90 esa noción también presenta otra acepción, como cuestionamiento a todas las nociones de desarrollo. Arturo Escobar sintetiza esta visión, postulando una influyente caracterización del escenario latinoamericano.
En sus escritos polemiza con los fundamentos “euro-céntricos” del desarrollo y remarca la atadura de ese concepto al restrictivo universo de las teorías modernas. Estima que los desarrollistas no registran la existencia de otras trayectorias de convivencia humana y propone una “de-construcción del desarrollo”.
Esa labor permitiría sustituir los razonamientos dependientes del pensamiento occidental por enfoques centrados en la revalorización de las culturas vernáculas. Resalta la inutilidad de las viejas preguntas sobre el subdesarrollo de la periferia y promueve indagar las distintas formas en que Asia, África y América Latina fueron representadas como regiones atrasadas.
Escobar alienta ese viraje analítico mediante un rechazo de las preocupaciones tradicionales por el progreso y el avance de las fuerzas productivas. Considera más provechoso evaluar los discursos y las representaciones que emergen de las resistencias sociales. Convoca a estudiar esas protestas como prácticas del saber y como actos de subversión de los conocimientos.
La mirada de Escobar no retoma los cuestionamientos tradicionales a cierto tipo de desarrollo. Objeta la propia idea de desenvolvimiento económico y social, a partir de una impugnación de las cosmovisiones totalizadoras. Estima que obstruyen la percepción de las diferencias y la clarificación de los problemas.
Para superar estas adversidades considera necesario abandonar el viejo apego a una sola perspectiva analítica. Aboga por la multiplicidad de enfoques y polemiza con el desconocimiento marxista de esa variedad. Estima que la simbiosis de esa teoría con la modernidad le ha quitado capacidad interpretativa y atribuye ese empobrecimiento a la preeminencia asignada a la búsqueda de cierta verdad (Escobar, 2005: 17-30).
Otros autores aplican un enfoque semejante a la problemática de la dependencia. Afirman que esa noción padece ataduras al proyecto modernista y genera funcionalismo y mecanicismo. Critican el deslumbramiento con las creencias modernizadoras y con las expectativas de progreso ancladas en el devenir de ciertas leyes sociales (Munck 1999).
Pero desde principios de los años 90 esa noción también presenta otra acepción, como cuestionamiento a todas las nociones de desarrollo. Arturo Escobar sintetiza esta visión, postulando una influyente caracterización del escenario latinoamericano.
En sus escritos polemiza con los fundamentos “euro-céntricos” del desarrollo y remarca la atadura de ese concepto al restrictivo universo de las teorías modernas. Estima que los desarrollistas no registran la existencia de otras trayectorias de convivencia humana y propone una “de-construcción del desarrollo”.
Esa labor permitiría sustituir los razonamientos dependientes del pensamiento occidental por enfoques centrados en la revalorización de las culturas vernáculas. Resalta la inutilidad de las viejas preguntas sobre el subdesarrollo de la periferia y promueve indagar las distintas formas en que Asia, África y América Latina fueron representadas como regiones atrasadas.
Escobar alienta ese viraje analítico mediante un rechazo de las preocupaciones tradicionales por el progreso y el avance de las fuerzas productivas. Considera más provechoso evaluar los discursos y las representaciones que emergen de las resistencias sociales. Convoca a estudiar esas protestas como prácticas del saber y como actos de subversión de los conocimientos.
La mirada de Escobar no retoma los cuestionamientos tradicionales a cierto tipo de desarrollo. Objeta la propia idea de desenvolvimiento económico y social, a partir de una impugnación de las cosmovisiones totalizadoras. Estima que obstruyen la percepción de las diferencias y la clarificación de los problemas.
Para superar estas adversidades considera necesario abandonar el viejo apego a una sola perspectiva analítica. Aboga por la multiplicidad de enfoques y polemiza con el desconocimiento marxista de esa variedad. Estima que la simbiosis de esa teoría con la modernidad le ha quitado capacidad interpretativa y atribuye ese empobrecimiento a la preeminencia asignada a la búsqueda de cierta verdad (Escobar, 2005: 17-30).
Otros autores aplican un enfoque semejante a la problemática de la dependencia. Afirman que esa noción padece ataduras al proyecto modernista y genera funcionalismo y mecanicismo. Critican el deslumbramiento con las creencias modernizadoras y con las expectativas de progreso ancladas en el devenir de ciertas leyes sociales (Munck 1999).
LA REALIDAD DEL SUBDESARROLLO
Escobar constata el retraso
estructural de América Latina pero cuestiona la necesidad de su desarrollo.
Esta contradicción deriva de su peculiar caracterización de las carencias
socio-económicas de la región.
Reconoce la diferencia cualitativa que separa a toda la zona de las economías avanzadas, pero sustituye la mirada habitual de esa brecha -como una fractura entre el centro y la periferia- por un contraste entre dos tipos de modernidades. Contrapone la variante plena y dominante de ese modelo en los países centrales, con la forma colonial y subordinada que imperó en la región (Escobar, 2013).
Con ese enfoque enfatiza más las desventuras culturales, políticas e ideológicas de América Latina, que su inserción dependiente en el capitalismo mundial. Relativiza el impacto del subdesarrollo económico y pierde de vista las consecuencias de la exacción de recursos, el vaciamiento de riquezas, las transferencias de valor y la especialización productiva en exportaciones primarias. Esta desposesión determinó una escala de atraso semejante al padecido por otras zonas periféricas del planeta.
Escobar rechaza las convocatorias usuales al desarrollo de América Latina. Considera que esos llamados recrean la “invención del subdesarrollo” que construyeron los colonialistas y repiten los colonizados (Escobar, 2010a).
Pero esa visión conduce a presentar el status objetivo del atraso latinoamericano como un simple imaginario, difundido por los poderosos y convalidado por los subordinados. Olvida que el subdesarrollo no es una creencia, un mito o un discurso, sino una terrible realidad de hambre, baja escolaridad y pobreza.
Este desconocimiento conduce a evadir el grave problema que afronta una región relegada. Durante siglos los principales intelectuales latinoamericanos constataron ese atraso. No priorizaron la temática del desarrollo por atadura a un relato emanado de Occidente, sino por las duras vivencias experimentadas en todos los países.
Escobar elude este dato. Se limita a evaluar discursos, sin conectar esos enunciados con el drama rector del subdesarrollo. Por eso divorcia la exposición verbal del problema de sus manifestaciones materiales directas, omitiendo las falencias específicas de América Latina.
La región no sólo necesita -como todas las sociedades del planeta- encontrar un camino de desenvolvimiento que preserve el medio ambiente. También debe incrementar la satisfacción general de las necesidades básicas y reducir -con desarrollo- la distancia que la separa de las economías avanzadas. Frenar el desastre ecológico es una meta de primer orden tanto para Haití como para Suiza, pero erradicar el atraso no es tarea común a ambos países.
Escobar denuncia acertadamente las consecuencias destructivas del capitalismo contemporáneo. Pero esa constatación no alcanza para evaluar el impacto diferenciado de ese deterioro en el centro y la periferia del sistema. Tampoco permite deducir los cursos de acción necesarios para remediar esa demolición.
Al igual que el resto de la periferia, América Latina debe combinar las protecciones ambientales con la aceleración del crecimiento. Si el subdesarrollo es visto como un mero relato de la modernidad, no hay forma de encontrar propuestas que sinteticen las salvaguardas ecológicas con la superación del retraso económico.
Reconoce la diferencia cualitativa que separa a toda la zona de las economías avanzadas, pero sustituye la mirada habitual de esa brecha -como una fractura entre el centro y la periferia- por un contraste entre dos tipos de modernidades. Contrapone la variante plena y dominante de ese modelo en los países centrales, con la forma colonial y subordinada que imperó en la región (Escobar, 2013).
Con ese enfoque enfatiza más las desventuras culturales, políticas e ideológicas de América Latina, que su inserción dependiente en el capitalismo mundial. Relativiza el impacto del subdesarrollo económico y pierde de vista las consecuencias de la exacción de recursos, el vaciamiento de riquezas, las transferencias de valor y la especialización productiva en exportaciones primarias. Esta desposesión determinó una escala de atraso semejante al padecido por otras zonas periféricas del planeta.
Escobar rechaza las convocatorias usuales al desarrollo de América Latina. Considera que esos llamados recrean la “invención del subdesarrollo” que construyeron los colonialistas y repiten los colonizados (Escobar, 2010a).
Pero esa visión conduce a presentar el status objetivo del atraso latinoamericano como un simple imaginario, difundido por los poderosos y convalidado por los subordinados. Olvida que el subdesarrollo no es una creencia, un mito o un discurso, sino una terrible realidad de hambre, baja escolaridad y pobreza.
Este desconocimiento conduce a evadir el grave problema que afronta una región relegada. Durante siglos los principales intelectuales latinoamericanos constataron ese atraso. No priorizaron la temática del desarrollo por atadura a un relato emanado de Occidente, sino por las duras vivencias experimentadas en todos los países.
Escobar elude este dato. Se limita a evaluar discursos, sin conectar esos enunciados con el drama rector del subdesarrollo. Por eso divorcia la exposición verbal del problema de sus manifestaciones materiales directas, omitiendo las falencias específicas de América Latina.
La región no sólo necesita -como todas las sociedades del planeta- encontrar un camino de desenvolvimiento que preserve el medio ambiente. También debe incrementar la satisfacción general de las necesidades básicas y reducir -con desarrollo- la distancia que la separa de las economías avanzadas. Frenar el desastre ecológico es una meta de primer orden tanto para Haití como para Suiza, pero erradicar el atraso no es tarea común a ambos países.
Escobar denuncia acertadamente las consecuencias destructivas del capitalismo contemporáneo. Pero esa constatación no alcanza para evaluar el impacto diferenciado de ese deterioro en el centro y la periferia del sistema. Tampoco permite deducir los cursos de acción necesarios para remediar esa demolición.
Al igual que el resto de la periferia, América Latina debe combinar las protecciones ambientales con la aceleración del crecimiento. Si el subdesarrollo es visto como un mero relato de la modernidad, no hay forma de encontrar propuestas que sinteticen las salvaguardas ecológicas con la superación del retraso económico.
INSUFICIENCIAS DEL LOCALISMO
Escobar prioriza las iniciativas
locales y comunitarias. Descree de los proyectos totalizadores y se inclina por
trabajos en ámbitos más restringidos. Su rechazo del desarrollo coincide con el
disgusto por las propuestas de gran porte que formulan los estados nacionales y
los organismos regionales.
Su enfoque pondera las experiencias ensayadas en el terreno local por los movimientos sociales y las ONGs. Remarca las ventajas que genera ese plano de intervención, en contraposición a los grandes proyectos que demandan las distintas clases sociales (Escobar, 2005: 17-30).
Su rescate de la acción comunitaria contribuye a rehabilitar los principios de la solidaridad y la cooperación. Pero los emprendimientos que se encaran con esos valores, sólo conquistan mayor relevancia cuando logran desbordar el ámbito inmediato. Si estas iniciativas no se inscriben en proyectos estratégicos de transformación social, pierden fuerza y consistencia.
La acotada perspectiva localista no permite gestar las iniciativas requeridas para resolver los grandes problemas de la región. Estos temas involucran acciones en vastos terrenos como la energía, las finanzas o la industrialización, que no pueden implementarse sólo a escala local.
La visión comunitaria es afín al viejo utopismo cooperativista. En su formato clásico esa visión promueve la progresiva disolución de las relaciones de explotación, al cabo de una prolongada expansión de empresas auto-gestionadas.
Ese tipo de emprendimientos permite efectivamente prefigurar un futuro igualitario, pero sólo aporta algunas semillas dispersas de ese porvenir. Un florecimiento significativo de la economía solidaria exige superar las reglas de la rivalidad y del lucro que rigen bajo el capitalismo. La experiencia ha demostrado que una sociedad equitativa no puede construirse en torno a islotes cerrados en los poros del sistema actual. Escobar se distancia explícitamente de los planteos neo-ludistas y cuestiona las actitudes que romantizan la esfera local. Pero su concepción tiene grandes parentescos con esas utopías. Confirma esa proximidad cuando defiende la centralidad de las experiencias comunitarias, como principal camino de transformación social. Destaca que sólo allí se forjan los universos culturales que permitirían avanzar hacia el empoderamiento político (Escobar, 2005: 17-30).
Pero omite trazar un balance histórico de esos emprendimientos. Varios siglos de experiencias ilustran la imposibilidad de erradicar el capitalismo a través de una acumulación de ensayos locales. Ninguna de esas modalidades desafió la continuidad actual del sistema de competencia, beneficio y explotación.
En numerosos países se registraron momentos de gran expansión de las comunas agrarias, los kibutzim, las cooperativas industriales y las fábricas auto-gestionadas. Pero en ningún caso se verificó la esperada trayectoria hacia el cambio de sociedad. Este giro puede ser preparado, forjando universos culturales alternativos y ampliando la fuerza política de los oprimidos. Pero requiere una conquista del poder político, que es habitualmente objetada o rehuida por los teóricos del localismo.
La formulación más conocida de esa concepción –postulada por Holloway- convoca explícitamente a soslayar el manejo de la estructura estatal, para “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Considera que esa captura recrearía las desventuras actuales, sustituyendo a un gobernante por otro en la administración del mismo estado (Holloway, 2002: 122-143).
Pero la continuidad que denuncia obedece a la preservación de los intereses capitalistas por parte de las elites, que se suceden en el manejo del estado. Si esas clases y capas privilegiadas son desalojadas del poder y sustituidas por representantes de los oprimidos es posible construir otro estado y comenzar la construcción de otra sociedad.
Restringir la acción político-social al plano local eludiendo la conquista del gobierno y el manejo del estado conduce a perpetuar el capitalismo. Un camino opuesto de emancipación exige iniciar una larga transición hacia formas de gestión igualitaristas, que permitirían la paulatina extinción de las estructuras estatales actuales.
En horizontes temporales previsibles el localismo no puede reemplazar al estado, como referente de las demandas populares y como centro de la acción política. Cualquiera sea la multiplicación de contrapoderes alternativos resulta imposible desenvolver una lucha social efectiva ignorando a esa institución. El localismo desconoce ese dato y no formula estrategias pos-capitalistas adaptadas a las singularidades de América Latina .
Su enfoque pondera las experiencias ensayadas en el terreno local por los movimientos sociales y las ONGs. Remarca las ventajas que genera ese plano de intervención, en contraposición a los grandes proyectos que demandan las distintas clases sociales (Escobar, 2005: 17-30).
Su rescate de la acción comunitaria contribuye a rehabilitar los principios de la solidaridad y la cooperación. Pero los emprendimientos que se encaran con esos valores, sólo conquistan mayor relevancia cuando logran desbordar el ámbito inmediato. Si estas iniciativas no se inscriben en proyectos estratégicos de transformación social, pierden fuerza y consistencia.
La acotada perspectiva localista no permite gestar las iniciativas requeridas para resolver los grandes problemas de la región. Estos temas involucran acciones en vastos terrenos como la energía, las finanzas o la industrialización, que no pueden implementarse sólo a escala local.
La visión comunitaria es afín al viejo utopismo cooperativista. En su formato clásico esa visión promueve la progresiva disolución de las relaciones de explotación, al cabo de una prolongada expansión de empresas auto-gestionadas.
Ese tipo de emprendimientos permite efectivamente prefigurar un futuro igualitario, pero sólo aporta algunas semillas dispersas de ese porvenir. Un florecimiento significativo de la economía solidaria exige superar las reglas de la rivalidad y del lucro que rigen bajo el capitalismo. La experiencia ha demostrado que una sociedad equitativa no puede construirse en torno a islotes cerrados en los poros del sistema actual. Escobar se distancia explícitamente de los planteos neo-ludistas y cuestiona las actitudes que romantizan la esfera local. Pero su concepción tiene grandes parentescos con esas utopías. Confirma esa proximidad cuando defiende la centralidad de las experiencias comunitarias, como principal camino de transformación social. Destaca que sólo allí se forjan los universos culturales que permitirían avanzar hacia el empoderamiento político (Escobar, 2005: 17-30).
Pero omite trazar un balance histórico de esos emprendimientos. Varios siglos de experiencias ilustran la imposibilidad de erradicar el capitalismo a través de una acumulación de ensayos locales. Ninguna de esas modalidades desafió la continuidad actual del sistema de competencia, beneficio y explotación.
En numerosos países se registraron momentos de gran expansión de las comunas agrarias, los kibutzim, las cooperativas industriales y las fábricas auto-gestionadas. Pero en ningún caso se verificó la esperada trayectoria hacia el cambio de sociedad. Este giro puede ser preparado, forjando universos culturales alternativos y ampliando la fuerza política de los oprimidos. Pero requiere una conquista del poder político, que es habitualmente objetada o rehuida por los teóricos del localismo.
La formulación más conocida de esa concepción –postulada por Holloway- convoca explícitamente a soslayar el manejo de la estructura estatal, para “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Considera que esa captura recrearía las desventuras actuales, sustituyendo a un gobernante por otro en la administración del mismo estado (Holloway, 2002: 122-143).
Pero la continuidad que denuncia obedece a la preservación de los intereses capitalistas por parte de las elites, que se suceden en el manejo del estado. Si esas clases y capas privilegiadas son desalojadas del poder y sustituidas por representantes de los oprimidos es posible construir otro estado y comenzar la construcción de otra sociedad.
Restringir la acción político-social al plano local eludiendo la conquista del gobierno y el manejo del estado conduce a perpetuar el capitalismo. Un camino opuesto de emancipación exige iniciar una larga transición hacia formas de gestión igualitaristas, que permitirían la paulatina extinción de las estructuras estatales actuales.
En horizontes temporales previsibles el localismo no puede reemplazar al estado, como referente de las demandas populares y como centro de la acción política. Cualquiera sea la multiplicación de contrapoderes alternativos resulta imposible desenvolver una lucha social efectiva ignorando a esa institución. El localismo desconoce ese dato y no formula estrategias pos-capitalistas adaptadas a las singularidades de América Latina .
EL BARÓMETRO EXTRACTIVO
La existencia de un amplio
abanico de gobiernos progresistas puso a prueba en la última década la
consistencia de las tesis localistas. Se crearon escenarios transformadores que
desbordaron el radio comunitario. Pero la mayor dificultad se registró con el
extractivismo como criterio de evaluación de esas administraciones.
Este último rasgo es compartido por distintos gobiernos latinoamericanos. Es una característica común de administraciones derechistas, centro-izquierdistas y radicales. Todos se han amoldado a la reinserción internacional de la región como abastecedora de insumos básicos. ¿Corresponde por lo tanto situarlos en un casillero compartido de extractivismo?
Algunos partidarios del pos-desarrollismo tienden a resaltar esa uniformidad, en sus cuestionamientos frontales a los presidentes que avalan el proyecto primarizador (Dávalos, 2013).
Escobar se inclina por una postura intermedia. Rechaza la opción desarrollista de todas las administraciones, pero declara su simpatía con la propuesta del Buen Vivir que promueve Correa y con las políticas generales que implementan Maduro, Mujica y Kirchner (Escobar, 2013, 2010a).
Esta ambivalencia confirma la dificultad para elaborar respuestas políticas, a partir de razonamientos exclusivamente centrados en la problemática del medio ambiente.
Esa dimensión constituye un importante elemento del contexto regional, pero no determina el perfil adoptado por cada gobierno. Para caracterizar esa fisonomía hay que considerar el sustento social, los intereses de clase y las alianzas geopolíticas privilegiadas por cada administración. Esos factores son más influyentes que la orientación seguida en el manejo de las materias primas.
La simple caracterización de los gobiernos en función de sus afinidades con la agenda extractivista genera múltiples inconsistencias. La centralidad común que tienen las exportaciones básicas no torna equivalentes a los presidentes neoliberales de Perú o México, neo-desarrollistas de Argentina, radicales de Bolivia o Venezuela y revolucionarios de Cuba.
Los sistemas político-económicos que impusieron los derechistas Uribe y Santos se ubican en las antípodas del reformismo radical que han liderado Chávez y Maduro, a pesar de la incidencia semejante que tiene la extracción de combustible en Colombia y Venezuela. El contrapunto es mucho más drástico entre Alan García y Ollanta Humala con Fidel y Raúl Castro, a pesar de la relevancia común de ciertas actividades mineras en Perú (oro) y Cuba (níquel).
Las categorías de neo-liberalismo o neo-desarrollismo se refieren a orientaciones económico-políticas mucho más abarcadoras que la gravitación alcanzada por el petróleo o los distintos metales en cada país.
En nuestras caracterizaciones de los gobiernos derechistas, centro-izquierdistas y radicales hemos asignando primacía analítica a las relaciones con las clases dominantes, el imperialismo y las masas populares. Este criterio permite entender por qué razón Chávez y Evo han sido mandatarios contrapuestos a Piñera y Uribe, a pesar de ejecutar orientaciones parcialmente semejantes en el manejo del petróleo o la minería (Katz, 2008: 39-64).
El barómetro extractivo dificulta ese esclarecimiento. No brinda elementos para distinguir las posturas de derecha, centro e izquierda o las conductas de elitismo, populismo y movilización antiimperialista.
Nuestro enfoque se apoya en fundamentos marxistas para interpretar las tendencias de cada gobierno. Con esa mirada evaluamos no sólo la preeminencia de métodos extractivistas para la explotación de los recursos naturales, sino también el destino asignado al excedente obtenido en esas actividades.
Este último rasgo es compartido por distintos gobiernos latinoamericanos. Es una característica común de administraciones derechistas, centro-izquierdistas y radicales. Todos se han amoldado a la reinserción internacional de la región como abastecedora de insumos básicos. ¿Corresponde por lo tanto situarlos en un casillero compartido de extractivismo?
Algunos partidarios del pos-desarrollismo tienden a resaltar esa uniformidad, en sus cuestionamientos frontales a los presidentes que avalan el proyecto primarizador (Dávalos, 2013).
Escobar se inclina por una postura intermedia. Rechaza la opción desarrollista de todas las administraciones, pero declara su simpatía con la propuesta del Buen Vivir que promueve Correa y con las políticas generales que implementan Maduro, Mujica y Kirchner (Escobar, 2013, 2010a).
Esta ambivalencia confirma la dificultad para elaborar respuestas políticas, a partir de razonamientos exclusivamente centrados en la problemática del medio ambiente.
Esa dimensión constituye un importante elemento del contexto regional, pero no determina el perfil adoptado por cada gobierno. Para caracterizar esa fisonomía hay que considerar el sustento social, los intereses de clase y las alianzas geopolíticas privilegiadas por cada administración. Esos factores son más influyentes que la orientación seguida en el manejo de las materias primas.
La simple caracterización de los gobiernos en función de sus afinidades con la agenda extractivista genera múltiples inconsistencias. La centralidad común que tienen las exportaciones básicas no torna equivalentes a los presidentes neoliberales de Perú o México, neo-desarrollistas de Argentina, radicales de Bolivia o Venezuela y revolucionarios de Cuba.
Los sistemas político-económicos que impusieron los derechistas Uribe y Santos se ubican en las antípodas del reformismo radical que han liderado Chávez y Maduro, a pesar de la incidencia semejante que tiene la extracción de combustible en Colombia y Venezuela. El contrapunto es mucho más drástico entre Alan García y Ollanta Humala con Fidel y Raúl Castro, a pesar de la relevancia común de ciertas actividades mineras en Perú (oro) y Cuba (níquel).
Las categorías de neo-liberalismo o neo-desarrollismo se refieren a orientaciones económico-políticas mucho más abarcadoras que la gravitación alcanzada por el petróleo o los distintos metales en cada país.
En nuestras caracterizaciones de los gobiernos derechistas, centro-izquierdistas y radicales hemos asignando primacía analítica a las relaciones con las clases dominantes, el imperialismo y las masas populares. Este criterio permite entender por qué razón Chávez y Evo han sido mandatarios contrapuestos a Piñera y Uribe, a pesar de ejecutar orientaciones parcialmente semejantes en el manejo del petróleo o la minería (Katz, 2008: 39-64).
El barómetro extractivo dificulta ese esclarecimiento. No brinda elementos para distinguir las posturas de derecha, centro e izquierda o las conductas de elitismo, populismo y movilización antiimperialista.
Nuestro enfoque se apoya en fundamentos marxistas para interpretar las tendencias de cada gobierno. Con esa mirada evaluamos no sólo la preeminencia de métodos extractivistas para la explotación de los recursos naturales, sino también el destino asignado al excedente obtenido en esas actividades.
VARIEDAD DE GOBIERNOS
El generalizado extractivismo que
impera en América Latina apunta en cada país propósitos específicos. Las
administraciones neoliberales convalidan la tajada obtenida por los bancos, las
empresas transnacionales y los capitalistas locales de la agro-minería. Los
mandatarios neo-desarrollistas equilibran ese destino con subvenciones a la
burguesía industrial e inversiones en el mercado interno. Los gobiernos
nacionalistas radicales restringen esos beneficios, para intentar mejoras
sociales con políticas de redistribución del ingreso.
Entre los neoliberales la explotación de los recursos naturales está plenamente amoldada al libre-comercio, la desregulación financiera y las privatizaciones. Cualquier resistencia popular a la depredación del medio ambiente es respondida con brutalidad policíaco-militar.
Perú ofrece el retrato más contundente de esa reacción. El mega-proyecto minero de Conga en Cajamarca genera desde 1993 una gran destrucción de la naturaleza, que enriquece a los concesionarios del emprendimiento aurífero más grande de Sudamérica. Los campesinos se han movilizado contra una explotación a cielo abierto que destruye la provisión de agua. Libran una encarnizada batalla contra el proyecto de ampliar la mina. Esa extensión aniquilaría cuatro lagunas y dejaría un pálido reservorio artificial, manejado por empresas que obtendrían 15 mil millones de dólares de utilidades.
Al cabo de veinte años de saqueo del subsuelo la explotación de Conga no ha generado ningún beneficio social. El 53 % de los habitantes de la región subsiste en condiciones de pobreza. La lucha contra ese atropello ya dejó varios muertos. El líder de la resistencia se encuentra actualmente apresado, a pesar del enorme caudal de votos que recibió en su presentación para cargos electivos (Noriega, 2014; Gudynas, 2012a).
En el modelo neo-desarrollista ensayado en Argentina, el extractivismo se concentra en la soja. La expansión de ese cultivo se consuma podando bosques, fumigando superficies, desplazando la ganadería y destruyendo la agricultura diversificada.
El intento oficial de incrementar la apropiación estatal de la renta sojera -mediante mayores impuestos- provocó un gran conflicto con el agro-negocio en el 2008. El gobierno perdió esa batalla y también la fuente de recursos para su intento de reindustrialización. Por esta razón, una vez agotada la recuperación pos-2001, se apagaron los motores del desarrollo.
Ese fracaso coincidió, además, con el afianzamiento de políticas destructivas del medio ambiente en el terreno de la minería y el petróleo. Pero es importante registrar la fallida pretensión industrial-neo-desarrollista del modelo argentino, para comprender sus significativas diferencias con el esquema neoliberal peruano (Katz, 2014).
Esta misma distinción podría extenderse a Ecuador, que implementa un curso más parecido a la Argentina que a Perú. Su versión neo-desarrollista no apunta a recrear el peso de la industria, pero sí a estabilizar un proceso de acumulación capitalista.
A diferencia de Argentina la problemática del medio ambiente ha sido central bajo el gobierno de Correa. Un gran conflicto persiste con los movimientos sociales en torno al manejo de los recursos naturales. Esa confrontación se ha dirimido a partir de la decisión oficial de extraer el petróleo del Parque Nacional de Yasuní, que concentra un ambiente de extraordinaria biodiversidad.
La intención inicial de preservar esa riqueza bajo tierra con proyectos internacionales de protección ambiental quedó atrás. El gobierno confronta con todos los opositores a la extracción del crudo, combinando lenguaje autoritario con argumentos conservadores .
La severidad de estos mensajes retrata la decisión oficial de utilizar los recursos petroleros para reforzar la estabilización del modelo capitalista. Intenta consolidar ese esquema con mayor eficiencia estatal y asistencia social. La reducción de la pobreza, las mejoras en la infraestructura, el perfeccionamiento del sistema impositivo pretenden cimentar un modelo, que incluye acuerdos de libre-comercio con la Unión Europea y financiamiento internacional con monitoreo del FMI (Borja, 2014).
Frente al esquema neoliberal y su contraparte neo-desarrollista, existe una tercera orientación más redistributiva. Venezuela implementa ese esquema utilizando el petróleo para financiar las misiones, incrementar el consumo y reducir la desigualdad social.
El contraste de estas políticas con los gobiernos precedentes (copeyanos y adecos) es mayúsculo, a pesar de la continuidad que se verifica en la preeminencia de la petroeconomía. El chavismo también ha realizado un intento diversificación productiva que no prosperó por la respuesta desinversora de los capitalistas y por los límites del gobierno para confrontar con ese rechazo.
Un modelo semejante de recuperación estatal prioritaria de la renta de los hidrocarburos para solventar mejoras sociales se ha implementado en Bolivia. En este caso el esquema se estabilizó, sin remover la estructura improductiva y el elevado subdesarrollo del país.
El predominio de inversiones en sectores primarios en el Altiplano es tan visible como los compromisos suscriptos con grandes empresas transnacionales. Pero el criterio de evaluación puramente extractivista no esclarece por qué razón el esquema político, económico y social de Bolivia y Venezuela difiere del curso imperante en otros países.
Entre los neoliberales la explotación de los recursos naturales está plenamente amoldada al libre-comercio, la desregulación financiera y las privatizaciones. Cualquier resistencia popular a la depredación del medio ambiente es respondida con brutalidad policíaco-militar.
Perú ofrece el retrato más contundente de esa reacción. El mega-proyecto minero de Conga en Cajamarca genera desde 1993 una gran destrucción de la naturaleza, que enriquece a los concesionarios del emprendimiento aurífero más grande de Sudamérica. Los campesinos se han movilizado contra una explotación a cielo abierto que destruye la provisión de agua. Libran una encarnizada batalla contra el proyecto de ampliar la mina. Esa extensión aniquilaría cuatro lagunas y dejaría un pálido reservorio artificial, manejado por empresas que obtendrían 15 mil millones de dólares de utilidades.
Al cabo de veinte años de saqueo del subsuelo la explotación de Conga no ha generado ningún beneficio social. El 53 % de los habitantes de la región subsiste en condiciones de pobreza. La lucha contra ese atropello ya dejó varios muertos. El líder de la resistencia se encuentra actualmente apresado, a pesar del enorme caudal de votos que recibió en su presentación para cargos electivos (Noriega, 2014; Gudynas, 2012a).
En el modelo neo-desarrollista ensayado en Argentina, el extractivismo se concentra en la soja. La expansión de ese cultivo se consuma podando bosques, fumigando superficies, desplazando la ganadería y destruyendo la agricultura diversificada.
El intento oficial de incrementar la apropiación estatal de la renta sojera -mediante mayores impuestos- provocó un gran conflicto con el agro-negocio en el 2008. El gobierno perdió esa batalla y también la fuente de recursos para su intento de reindustrialización. Por esta razón, una vez agotada la recuperación pos-2001, se apagaron los motores del desarrollo.
Ese fracaso coincidió, además, con el afianzamiento de políticas destructivas del medio ambiente en el terreno de la minería y el petróleo. Pero es importante registrar la fallida pretensión industrial-neo-desarrollista del modelo argentino, para comprender sus significativas diferencias con el esquema neoliberal peruano (Katz, 2014).
Esta misma distinción podría extenderse a Ecuador, que implementa un curso más parecido a la Argentina que a Perú. Su versión neo-desarrollista no apunta a recrear el peso de la industria, pero sí a estabilizar un proceso de acumulación capitalista.
A diferencia de Argentina la problemática del medio ambiente ha sido central bajo el gobierno de Correa. Un gran conflicto persiste con los movimientos sociales en torno al manejo de los recursos naturales. Esa confrontación se ha dirimido a partir de la decisión oficial de extraer el petróleo del Parque Nacional de Yasuní, que concentra un ambiente de extraordinaria biodiversidad.
La intención inicial de preservar esa riqueza bajo tierra con proyectos internacionales de protección ambiental quedó atrás. El gobierno confronta con todos los opositores a la extracción del crudo, combinando lenguaje autoritario con argumentos conservadores .
La severidad de estos mensajes retrata la decisión oficial de utilizar los recursos petroleros para reforzar la estabilización del modelo capitalista. Intenta consolidar ese esquema con mayor eficiencia estatal y asistencia social. La reducción de la pobreza, las mejoras en la infraestructura, el perfeccionamiento del sistema impositivo pretenden cimentar un modelo, que incluye acuerdos de libre-comercio con la Unión Europea y financiamiento internacional con monitoreo del FMI (Borja, 2014).
Frente al esquema neoliberal y su contraparte neo-desarrollista, existe una tercera orientación más redistributiva. Venezuela implementa ese esquema utilizando el petróleo para financiar las misiones, incrementar el consumo y reducir la desigualdad social.
El contraste de estas políticas con los gobiernos precedentes (copeyanos y adecos) es mayúsculo, a pesar de la continuidad que se verifica en la preeminencia de la petroeconomía. El chavismo también ha realizado un intento diversificación productiva que no prosperó por la respuesta desinversora de los capitalistas y por los límites del gobierno para confrontar con ese rechazo.
Un modelo semejante de recuperación estatal prioritaria de la renta de los hidrocarburos para solventar mejoras sociales se ha implementado en Bolivia. En este caso el esquema se estabilizó, sin remover la estructura improductiva y el elevado subdesarrollo del país.
El predominio de inversiones en sectores primarios en el Altiplano es tan visible como los compromisos suscriptos con grandes empresas transnacionales. Pero el criterio de evaluación puramente extractivista no esclarece por qué razón el esquema político, económico y social de Bolivia y Venezuela difiere del curso imperante en otros países.
INDUSTRIALIZACIÓN Y
ECO-SOCIALISMO
La evaluación del escenario
regional con parámetros exclusivamente centrados en el medio ambiente impide
registrar las prioridades de industrialización. Este objetivo exige ante todo
descartar las estrategias de protección de la naturaleza basadas en la
reducción del crecimiento. Todos los países necesitan con urgencia intensificar
el ritmo de su expansión productiva.
Esa aceleración requiere utilizar parte de los recursos naturales en proyectos de exportación que permitan financiar ese desenvolvimiento. La discusión con el neo-desarrollismo debe girar en torno a los protagonistas y sistemas sociales que permitirían alcanzar ese objetivo.
Muchos autores pos-desarrollistas olvidan esa prioridad en sus críticas a la “ideología productivista de la izquierda”. Esos cuestionamientos deberían ser planteados con mayor cuidado.
Ciertamente existió una tradición soviética de industrialismo taylorista que desconocía los efectos contaminantes del crecimiento intensivo. Pero ese modelo fue anterior al actual reconocimiento del deterioro ambiental y no estuvo motivado por el apetito de la ganancia o la presión competitiva. Esta diferencia cualitativa con el modelo capitalista no es un dato menor. Tampoco es secundario el antecedente que ofrece esa experiencia para los procesos acelerados de industrialización que podrían implementar los países periféricos.
América Latina necesita gestar un modelo productivo para superar sus carencias económico-sociales. Reconoce esta urgencia industrial no implica avalar el extractivismo. Sólo induce a conciliar las políticas de sustentabilidad ambiental con las estrategias de desarrollo. Se debe compatibilizar la protección de la naturaleza con la creación de empleo y con la generación de las divisas requeridas para sostener un modelo de crecimiento.
Para implementar ese esquema hay que establecer distinciones en las formas de procesar los recursos naturales. En este terreno son esclarecedoras las investigaciones de varios autores que han establecido diferencias entre la minería y el extractivismo. Demuestran que dinamitar montañas a cielo abierto o contaminar las napas con cianuro, no es la única forma de obtener minerales (Gudynas, 2013).
Las principales controversias aparecen frente a las concepciones más extremas que ignoran la imperiosa necesidad de la industrialización. Partiendo de ese desconocimiento se limitan a promover iniciativas de economía comunitaria y cuestionan las políticas de desarrollo centralizado y protagonismo de empresas estatizadas.
Estas visiones suelen recaer en imaginarios “Eldoradistas” de endiosamiento de la naturaleza y mistificación del mundo rural. Exaltan la agricultura tradicional y olvidan que cualquier práctica económica necesariamente afecta al medio ambiente.
Estos enfoques ignoran, además, la existencia de alternativas progresistas de crecimiento selectivo, basadas en jerarquizar la producción de los bienes sociales en desmedro de las mercancías prescindibles. Una discriminación de ese tipo permitiría, por ejemplo, sustituir paulatinamente los combustibles no renovables por la energía solar.
Ese viraje podría comenzar reduciendo la fabricación de los productos dañinos y acotando el dispendioso consumismo privado. El puntapié de ese giro podría ser el progresivo reemplazo del automóvil individual por formas de transporte colectivo.
Estas propuestas se inscriben en los enfoques que ha elaborado el eco-socialismo. Varios autores marxistas promueven esa visión, en contraposición a la destrucción capitalista de la naturaleza y a las ingenuas respuestas localistas a esa demolición.
El eco-socialismo ha demostrado cómo podría conciliarse la protección ambiental con el desarrollo, redefiniendo el significado de los bienes, diferenciando los productos necesarios de los superfluos y creando sistemas de información que reemplacen a la publicidad.
Esas iniciativas se enmarcan en una perspectiva de control social de los recursos y selección popular de alternativas de producción y consumo. Suponen avanzar en el establecimiento de formas de planificación democrática a escala global, a medida que madura un horizonte socialista (Lowy, 2009a, 2009b; Tanuro 2014).
Con esta visión anticapitalista resulta posible superar la estéril oposición entre extractivismo y pachamamismo. El eco-socialismo permite resolver esa tensión, combinando propuestas pos-capitalistas de expansión productiva, igualdad social y Buen Vivir (Boron, 2013: 9-14).
Esa aceleración requiere utilizar parte de los recursos naturales en proyectos de exportación que permitan financiar ese desenvolvimiento. La discusión con el neo-desarrollismo debe girar en torno a los protagonistas y sistemas sociales que permitirían alcanzar ese objetivo.
Muchos autores pos-desarrollistas olvidan esa prioridad en sus críticas a la “ideología productivista de la izquierda”. Esos cuestionamientos deberían ser planteados con mayor cuidado.
Ciertamente existió una tradición soviética de industrialismo taylorista que desconocía los efectos contaminantes del crecimiento intensivo. Pero ese modelo fue anterior al actual reconocimiento del deterioro ambiental y no estuvo motivado por el apetito de la ganancia o la presión competitiva. Esta diferencia cualitativa con el modelo capitalista no es un dato menor. Tampoco es secundario el antecedente que ofrece esa experiencia para los procesos acelerados de industrialización que podrían implementar los países periféricos.
América Latina necesita gestar un modelo productivo para superar sus carencias económico-sociales. Reconoce esta urgencia industrial no implica avalar el extractivismo. Sólo induce a conciliar las políticas de sustentabilidad ambiental con las estrategias de desarrollo. Se debe compatibilizar la protección de la naturaleza con la creación de empleo y con la generación de las divisas requeridas para sostener un modelo de crecimiento.
Para implementar ese esquema hay que establecer distinciones en las formas de procesar los recursos naturales. En este terreno son esclarecedoras las investigaciones de varios autores que han establecido diferencias entre la minería y el extractivismo. Demuestran que dinamitar montañas a cielo abierto o contaminar las napas con cianuro, no es la única forma de obtener minerales (Gudynas, 2013).
Las principales controversias aparecen frente a las concepciones más extremas que ignoran la imperiosa necesidad de la industrialización. Partiendo de ese desconocimiento se limitan a promover iniciativas de economía comunitaria y cuestionan las políticas de desarrollo centralizado y protagonismo de empresas estatizadas.
Estas visiones suelen recaer en imaginarios “Eldoradistas” de endiosamiento de la naturaleza y mistificación del mundo rural. Exaltan la agricultura tradicional y olvidan que cualquier práctica económica necesariamente afecta al medio ambiente.
Estos enfoques ignoran, además, la existencia de alternativas progresistas de crecimiento selectivo, basadas en jerarquizar la producción de los bienes sociales en desmedro de las mercancías prescindibles. Una discriminación de ese tipo permitiría, por ejemplo, sustituir paulatinamente los combustibles no renovables por la energía solar.
Ese viraje podría comenzar reduciendo la fabricación de los productos dañinos y acotando el dispendioso consumismo privado. El puntapié de ese giro podría ser el progresivo reemplazo del automóvil individual por formas de transporte colectivo.
Estas propuestas se inscriben en los enfoques que ha elaborado el eco-socialismo. Varios autores marxistas promueven esa visión, en contraposición a la destrucción capitalista de la naturaleza y a las ingenuas respuestas localistas a esa demolición.
El eco-socialismo ha demostrado cómo podría conciliarse la protección ambiental con el desarrollo, redefiniendo el significado de los bienes, diferenciando los productos necesarios de los superfluos y creando sistemas de información que reemplacen a la publicidad.
Esas iniciativas se enmarcan en una perspectiva de control social de los recursos y selección popular de alternativas de producción y consumo. Suponen avanzar en el establecimiento de formas de planificación democrática a escala global, a medida que madura un horizonte socialista (Lowy, 2009a, 2009b; Tanuro 2014).
Con esta visión anticapitalista resulta posible superar la estéril oposición entre extractivismo y pachamamismo. El eco-socialismo permite resolver esa tensión, combinando propuestas pos-capitalistas de expansión productiva, igualdad social y Buen Vivir (Boron, 2013: 9-14).
EL PARENTESCO POSMODERNO
Las tesis localistas y
naturalistas que cuestionan la idea de desarrollo, no postulan el reemplazo de
esa noción por algún principio equivalente. Como descreen de las totalidades,
las comparaciones y los propósitos históricos rechazan la utilidad de los
conceptos rectores.
Pero prescindiendo de nociones orientadoras resulta imposible esclarecer los problemas en debate. Esos fundamentos permiten ordenar el análisis y superar la espontánea percepción de la realidad circundante como un caos incomprensible. Para definir los significados, implicancias y consecuencias del extractivismo hay que adoptar algún patrón analítico y explicitar algún objetivo general.
Lo mismo ocurre con la objetada comparación. Si se declara la inutilidad de ese instrumento para clarificar las controversias, no se entiende cómo podría avanzar la comprensión de los problemas. Su explicación está muy ligada al contraste con procesos semejantes o contrapuestos.
En todas las discusiones del pensamiento social latinoamericano siempre se ha reconocido la gravitación de ciertas metas (como el desarrollo) y la existencia de ciertos impedimentos para alcanzarlas (como la dependencia). Al desconocer estos parámetros, no hay forma de saber cuáles son los obstáculos para alcanzar los objetivos en debate.
Escobar cuestiona estos principios pero curiosamente los utiliza en sus propias reflexiones, cuando incluye nítidas metas de protección del medio ambiente y lucha contra el extractivismo. ¿Estos objetivos no constituyen propósitos, insertos en totalidades con pretensiones históricas? ¿El equilibrio ecológico no implica cierta finalidad? Es evidente que en la defensa de esos proyectos se esgrimen argumentos en base a comparaciones. Escobar no puede sustraerse al uso de los instrumentos que objeta y en los hechos rechaza ciertas metas (como el desarrollo), pero acepta otras (como el equilibrio ambiental).
Por esa razón su crítica conjunta al liberalismo y al marxismo es inconsistente. Señala que ambas corrientes propugnan ciertos propósitos de largo plazo, cuando todas las escuelas de pensamiento (incluyendo la suya) aceptan esas finalidades. Lo importante no es el reconocimiento común de ciertos proyectos generales, sino la visión que cada escuela tiene de esos programas. Liberales y marxistas hablan del desarrollo, pero desde ópticas y propuestas diametralmente opuestas.
Tampoco es cierta la objetada coincidencia de ambas escuelas en torno al mismo ideal moderno de progreso. Polemizan entre sí porque reconocen la existencia del objeto en disputa, pero una teoría postula la defensa acérrima del capitalismo y la otra cuestiona con la misma intensidad a ese sistema.
Escobar intenta colocarse por encima de esas controversias y resalta la inutilidad de ese debate, suponiendo que ofrece otros parámetros para abordarla. Pero no logra sostener esa prescindencia y en los hechos reflexiona en torno al mismo problema.
En sus trabajos cuestiona el apego de liberales y marxistas a nociones totalizadoras y centrales. Pero ignora que el uso de ciertos criterios no está determinado por ataduras a un pensamiento esencialista, sino por la simple definición de prioridades.
Ese tipo de orden es establecido por todos los analistas para definir la importancia de los temas que abordan. Todos recurren a ciertas propiedades, principios o puntos de vista para indagar algún fenómeno, puesto que el desconocimiento de esos pilares impide esa comprensión.
Nadie le atribuye a esos fundamentos un don mágico de clarificación, ni supone que todos los interrogantes pueden ser respondidos con referencias al desarrollo, el progreso o la modernidad. Solamente se acepta la necesidad de puntos de partida, metas y categorías centrales para dilucidar el contenido de los temas en discusión.
Resaltar la importancia del desarrollo no implica adoptar posturas teleológicas, imaginar objetivos inexorables, promover metas extemporáneas o soñar con faros que guíen el desenvolvimiento histórico. El problema es más sencillo y se reduce a dirimir si existen ciertos propósitos (como el desarrollo) que tienen validez y merecen ser alcanzados. Si la respuesta es positiva también debe clarificarse cuáles son las condiciones históricas que favorecen u obstruyen la obtención de esas metas .
Sin este abordaje resulta muy difícil entender cuál es la lógica de los acontecimientos. Los escenarios sujetos a explicaciones quedan sustituidos por algún universo de fuerzas inmanejables y derivaciones azarosas.
En ese contexto no se sabe cómo podrían los individuos y las clases sociales imprimir cierta dirección al devenir de la vida humana. No habría forma de actuar, ni posibilidades de alcanzar las metas de preservación del medio ambiente que ambiciona el pos-desarrollismo.
Estas deficiencias son muy corrientes en todas las visiones posmodernas. Escobar recae en una modalidad de esa perspectiva. Con su enfoque se pueden ensayar descripciones, pero no valoraciones del controvertido problema del desarrollo. Abre un campo para detallados retratos de esos procesos, pero no brinda pistas para desentrañar la dinámica de esos cursos. Su mirada impide evaluar si los modelos en discusión son mejores, peores, viables, imposibles, igualitarios o elitistas.
Ese enfoque elude, además, una caracterización precisa del capitalismo, que es la principal noción en juego para comprender los problemas del desarrollo. Cuando este concepto es situado en un plano semejante a la modernidad, las críticas al neo-desarrollismo y las defensas del medio ambiente pierden consistencia.
Pero prescindiendo de nociones orientadoras resulta imposible esclarecer los problemas en debate. Esos fundamentos permiten ordenar el análisis y superar la espontánea percepción de la realidad circundante como un caos incomprensible. Para definir los significados, implicancias y consecuencias del extractivismo hay que adoptar algún patrón analítico y explicitar algún objetivo general.
Lo mismo ocurre con la objetada comparación. Si se declara la inutilidad de ese instrumento para clarificar las controversias, no se entiende cómo podría avanzar la comprensión de los problemas. Su explicación está muy ligada al contraste con procesos semejantes o contrapuestos.
En todas las discusiones del pensamiento social latinoamericano siempre se ha reconocido la gravitación de ciertas metas (como el desarrollo) y la existencia de ciertos impedimentos para alcanzarlas (como la dependencia). Al desconocer estos parámetros, no hay forma de saber cuáles son los obstáculos para alcanzar los objetivos en debate.
Escobar cuestiona estos principios pero curiosamente los utiliza en sus propias reflexiones, cuando incluye nítidas metas de protección del medio ambiente y lucha contra el extractivismo. ¿Estos objetivos no constituyen propósitos, insertos en totalidades con pretensiones históricas? ¿El equilibrio ecológico no implica cierta finalidad? Es evidente que en la defensa de esos proyectos se esgrimen argumentos en base a comparaciones. Escobar no puede sustraerse al uso de los instrumentos que objeta y en los hechos rechaza ciertas metas (como el desarrollo), pero acepta otras (como el equilibrio ambiental).
Por esa razón su crítica conjunta al liberalismo y al marxismo es inconsistente. Señala que ambas corrientes propugnan ciertos propósitos de largo plazo, cuando todas las escuelas de pensamiento (incluyendo la suya) aceptan esas finalidades. Lo importante no es el reconocimiento común de ciertos proyectos generales, sino la visión que cada escuela tiene de esos programas. Liberales y marxistas hablan del desarrollo, pero desde ópticas y propuestas diametralmente opuestas.
Tampoco es cierta la objetada coincidencia de ambas escuelas en torno al mismo ideal moderno de progreso. Polemizan entre sí porque reconocen la existencia del objeto en disputa, pero una teoría postula la defensa acérrima del capitalismo y la otra cuestiona con la misma intensidad a ese sistema.
Escobar intenta colocarse por encima de esas controversias y resalta la inutilidad de ese debate, suponiendo que ofrece otros parámetros para abordarla. Pero no logra sostener esa prescindencia y en los hechos reflexiona en torno al mismo problema.
En sus trabajos cuestiona el apego de liberales y marxistas a nociones totalizadoras y centrales. Pero ignora que el uso de ciertos criterios no está determinado por ataduras a un pensamiento esencialista, sino por la simple definición de prioridades.
Ese tipo de orden es establecido por todos los analistas para definir la importancia de los temas que abordan. Todos recurren a ciertas propiedades, principios o puntos de vista para indagar algún fenómeno, puesto que el desconocimiento de esos pilares impide esa comprensión.
Nadie le atribuye a esos fundamentos un don mágico de clarificación, ni supone que todos los interrogantes pueden ser respondidos con referencias al desarrollo, el progreso o la modernidad. Solamente se acepta la necesidad de puntos de partida, metas y categorías centrales para dilucidar el contenido de los temas en discusión.
Resaltar la importancia del desarrollo no implica adoptar posturas teleológicas, imaginar objetivos inexorables, promover metas extemporáneas o soñar con faros que guíen el desenvolvimiento histórico. El problema es más sencillo y se reduce a dirimir si existen ciertos propósitos (como el desarrollo) que tienen validez y merecen ser alcanzados. Si la respuesta es positiva también debe clarificarse cuáles son las condiciones históricas que favorecen u obstruyen la obtención de esas metas .
Sin este abordaje resulta muy difícil entender cuál es la lógica de los acontecimientos. Los escenarios sujetos a explicaciones quedan sustituidos por algún universo de fuerzas inmanejables y derivaciones azarosas.
En ese contexto no se sabe cómo podrían los individuos y las clases sociales imprimir cierta dirección al devenir de la vida humana. No habría forma de actuar, ni posibilidades de alcanzar las metas de preservación del medio ambiente que ambiciona el pos-desarrollismo.
Estas deficiencias son muy corrientes en todas las visiones posmodernas. Escobar recae en una modalidad de esa perspectiva. Con su enfoque se pueden ensayar descripciones, pero no valoraciones del controvertido problema del desarrollo. Abre un campo para detallados retratos de esos procesos, pero no brinda pistas para desentrañar la dinámica de esos cursos. Su mirada impide evaluar si los modelos en discusión son mejores, peores, viables, imposibles, igualitarios o elitistas.
Ese enfoque elude, además, una caracterización precisa del capitalismo, que es la principal noción en juego para comprender los problemas del desarrollo. Cuando este concepto es situado en un plano semejante a la modernidad, las críticas al neo-desarrollismo y las defensas del medio ambiente pierden consistencia.
LA EXORBITANCIA DEL DISCURSO
Escobar fundamenta su visión en
una crítica metodológica al sustento materialista de los abordajes marxistas.
Cuestiona la pretensión de indagar el subdesarrollo latinoamericano, cuando
sólo correspondería estudiar cómo fueron concebidos los discursos del
desenvolvimiento de esa región.
En sus escritos subraya la importancia de analizar esas retóricas, en contraposición a los estudios centrados en modos de producción y estructuras sociales. Considera que esta última mirada afronta las mismas adversidades epistemológicas que el paradigma liberal-positivista, focalizado en evaluar mercados y comportamientos individuales (Escobar, 2005: 17-30).
Pero el enfoque que propone conduce a una restrictiva evaluación de discursos afines a las distintas teorías en disputa. No permite indagar los procesos que subyacen en esas contraposiciones. Como supone que ese análisis es imposible o inútil se limita a investigar las formas que presentan las distintas exposiciones sobre el desarrollo.
Con esa mirada todos los cuestionamientos al neoliberalismo o al neo-desarrollismo se reducen a objetar la formulación que adopta una u otra ideología. Se registran divergencias retóricas sin evaluar el contenido social de los programas en conflicto.
Escobar ignora que los problemas del desarrollo involucran algo más que relatos. Esas presentaciones constituyen sólo una dimensión de procesos objetivos impulsados, cuestionados o resistidos por distintas clases sociales, en función de intereses materiales divergentes.
Los sujetos que intervienen colectivamente en estos procesos no adoptan puntos de vista comunes por simple afinidad de discursos. Se agrupan para defender intereses compartidos. Estas coincidencias determinan visiones conservadoras, progresistas o revolucionarias del desarrollo.
El marxismo busca clarificar de qué forma esos enfoques benefician o perjudican a las distintas clases sociales. Evalúa las teorías en debate observando esas ventajas e inconveniencias. Indaga, por ejemplo, cuáles son los nexos de cada visión neoliberal o neo-desarrollista con el agro-negocio, los financistas o los industriales.
También extiende ese enfoque a caracterizaciones de la dependencia, observando la primacía de intereses exportadores, bancarios o fabriles. Con ese criterio el análisis de los textos no se limita al relato en sí mismo, sino que estudia las relaciones sociales predominantes en cada contexto. De esa forma evita oscurecer la comprensión de los fenómenos con simples juegos de lenguaje.
En oposición a este abordaje Escobar postula una visión pos-estructuralista, centrada en el análisis de los sentidos y la significación. Considera conveniente situar todo el estudio del desarrollo en este plano de representaciones y discursos (Escobar, 2005: 17-30).
Pero con esa mirada le asigna al lenguaje funciones que desbordan su esfera de acción. Extiende los principios de esa disciplina a todos los campos del saber, colocando a esos parámetros en un lugar ordenador del análisis social.
Por ese camino recae en la exorbitancia del lenguaje y en la extrapolación de conceptos de la lingüística a esferas ajenas a su ámbito. Olvida que el lenguaje no es un modelo apropiado para estudiar otras variedades de prácticas humanas. Presenta un bajo coeficiente de movilidad histórica, no está sujeto a restricciones materiales y se desenvuelve con ilimitadas posibilidades de inventiva .
El enfoque de Escobar recrea las dificultades del textualismo que evalúa los relatos por sí mismos, sin registrar las pautas que ofrece para comprender la realidad. Al suponer que el discurso pavimenta su propio terreno de interpretación en función de otros significados, trasforma a múltiples disciplinas (economía, política, sociología, historia) en sub-géneros de la literatura.
Las concepciones que instalan el imperio del discurso suponiendo que nada existe fuera del texto, adoptan una modalidad contemporánea de idealismo. Imaginan al mundo como una construcción retórica. Las estructuras económicas o políticas que condicionan el devenir de la sociedad son ignoradas y desaparece la posibilidad de interpretar los procesos sociales. Las explicaciones se diluyen en una concatenación de significantes surgidos de la absolutización del lenguaje (Callinicos, 1999: cap 11; Cinatti, 2003).
En sus escritos subraya la importancia de analizar esas retóricas, en contraposición a los estudios centrados en modos de producción y estructuras sociales. Considera que esta última mirada afronta las mismas adversidades epistemológicas que el paradigma liberal-positivista, focalizado en evaluar mercados y comportamientos individuales (Escobar, 2005: 17-30).
Pero el enfoque que propone conduce a una restrictiva evaluación de discursos afines a las distintas teorías en disputa. No permite indagar los procesos que subyacen en esas contraposiciones. Como supone que ese análisis es imposible o inútil se limita a investigar las formas que presentan las distintas exposiciones sobre el desarrollo.
Con esa mirada todos los cuestionamientos al neoliberalismo o al neo-desarrollismo se reducen a objetar la formulación que adopta una u otra ideología. Se registran divergencias retóricas sin evaluar el contenido social de los programas en conflicto.
Escobar ignora que los problemas del desarrollo involucran algo más que relatos. Esas presentaciones constituyen sólo una dimensión de procesos objetivos impulsados, cuestionados o resistidos por distintas clases sociales, en función de intereses materiales divergentes.
Los sujetos que intervienen colectivamente en estos procesos no adoptan puntos de vista comunes por simple afinidad de discursos. Se agrupan para defender intereses compartidos. Estas coincidencias determinan visiones conservadoras, progresistas o revolucionarias del desarrollo.
El marxismo busca clarificar de qué forma esos enfoques benefician o perjudican a las distintas clases sociales. Evalúa las teorías en debate observando esas ventajas e inconveniencias. Indaga, por ejemplo, cuáles son los nexos de cada visión neoliberal o neo-desarrollista con el agro-negocio, los financistas o los industriales.
También extiende ese enfoque a caracterizaciones de la dependencia, observando la primacía de intereses exportadores, bancarios o fabriles. Con ese criterio el análisis de los textos no se limita al relato en sí mismo, sino que estudia las relaciones sociales predominantes en cada contexto. De esa forma evita oscurecer la comprensión de los fenómenos con simples juegos de lenguaje.
En oposición a este abordaje Escobar postula una visión pos-estructuralista, centrada en el análisis de los sentidos y la significación. Considera conveniente situar todo el estudio del desarrollo en este plano de representaciones y discursos (Escobar, 2005: 17-30).
Pero con esa mirada le asigna al lenguaje funciones que desbordan su esfera de acción. Extiende los principios de esa disciplina a todos los campos del saber, colocando a esos parámetros en un lugar ordenador del análisis social.
Por ese camino recae en la exorbitancia del lenguaje y en la extrapolación de conceptos de la lingüística a esferas ajenas a su ámbito. Olvida que el lenguaje no es un modelo apropiado para estudiar otras variedades de prácticas humanas. Presenta un bajo coeficiente de movilidad histórica, no está sujeto a restricciones materiales y se desenvuelve con ilimitadas posibilidades de inventiva .
El enfoque de Escobar recrea las dificultades del textualismo que evalúa los relatos por sí mismos, sin registrar las pautas que ofrece para comprender la realidad. Al suponer que el discurso pavimenta su propio terreno de interpretación en función de otros significados, trasforma a múltiples disciplinas (economía, política, sociología, historia) en sub-géneros de la literatura.
Las concepciones que instalan el imperio del discurso suponiendo que nada existe fuera del texto, adoptan una modalidad contemporánea de idealismo. Imaginan al mundo como una construcción retórica. Las estructuras económicas o políticas que condicionan el devenir de la sociedad son ignoradas y desaparece la posibilidad de interpretar los procesos sociales. Las explicaciones se diluyen en una concatenación de significantes surgidos de la absolutización del lenguaje (Callinicos, 1999: cap 11; Cinatti, 2003).
REBELDÍAS Y CONOCIMIENTOS
Las miradas que observan todo el
desarrollo como una lectura tienden a eludir los juicios sobre esos procesos.
La evaluación de los aciertos y los desaciertos queda suspendida y ya no
interesa dilucidar cuales son los comportamientos apropiados y las decisiones
correctas para los intereses en disputa. Esta postura es coherente con el
rechazo a la búsqueda de la verdad.
Escobar cuestiona ese objetivo remarcando la inutilidad de proveer una caracterización más precisa de lo real. Resalta la ingenuidad de ese propósito y su dependencia de miradas euro-céntricas, empeñadas en descubrir verdades lógicas como único árbitro del conocimiento. Propone, en cambio, trabajar en las preguntas y las hipótesis, para evitar los conceptos únicos y la subjetividad jerarquizante de la izquierda (Escobar, 2005: 17-30, 2010b).
Pero con ese enfoque atenúa la centralidad de la verdad y la gravitación de la racionalidad para comprender los fenómenos. Desconoce las premisas requeridas para entender la dinámica del desarrollo. Omitiendo la distinción entre lo falso y lo verdadero no hay forma de encarar esa indagación.
La objetada búsqueda de la verdad es un impulso insustituible, para clarificar los procesos históricos que conducen al desarrollo (o su opuesto de subdesarrollo) y a la dependencia (o su contraparte de autonomía).
Al desechar ese objetivo se abandona el estudio de las causas, los determinantes y los resultados de los procesos sociales. La secuencia de acontecimientos que condujo al atraso latinoamericano queda convertida una sucesión de accidentes fortuitos. El análisis de los hechos se diluye en el reino de la contingencia y el azar sustituye al registro de las condiciones, límites y posibilidades del desenvolvimiento histórico (Wood, 1986: cap 4, 5).
Este abandono pos-estructuralista de la clarificación histórica explica la gravitación asignada a la clasificación en desmedro de la interpretación. La aversión a la indagación racional también suscita una creciente tentación a equiparar la comprensión provista por la ciencia con las intuiciones aportadas por cualquier modalidad del saber.
El enfoque de Escobar incurre en estos problemas conceptuales. Estos desaciertos no anulan el aporte de su trabajo. Es un crítico del capitalismo que actúa junto a los movimientos sociales y las comunidades. Sus escritos incluyen acertadas denuncias de la exclusión, la represión y la crueldad que impone la opresión imperial del Tercer Mundo.
Ese posicionamiento lo ubica en el campo de los rebeldes que bregan por la igualdad social. Para alcanzar ese objetivo es necesario afinar las caracterizaciones, las teorías y las propuestas.
17-11-2014
Escobar cuestiona ese objetivo remarcando la inutilidad de proveer una caracterización más precisa de lo real. Resalta la ingenuidad de ese propósito y su dependencia de miradas euro-céntricas, empeñadas en descubrir verdades lógicas como único árbitro del conocimiento. Propone, en cambio, trabajar en las preguntas y las hipótesis, para evitar los conceptos únicos y la subjetividad jerarquizante de la izquierda (Escobar, 2005: 17-30, 2010b).
Pero con ese enfoque atenúa la centralidad de la verdad y la gravitación de la racionalidad para comprender los fenómenos. Desconoce las premisas requeridas para entender la dinámica del desarrollo. Omitiendo la distinción entre lo falso y lo verdadero no hay forma de encarar esa indagación.
La objetada búsqueda de la verdad es un impulso insustituible, para clarificar los procesos históricos que conducen al desarrollo (o su opuesto de subdesarrollo) y a la dependencia (o su contraparte de autonomía).
Al desechar ese objetivo se abandona el estudio de las causas, los determinantes y los resultados de los procesos sociales. La secuencia de acontecimientos que condujo al atraso latinoamericano queda convertida una sucesión de accidentes fortuitos. El análisis de los hechos se diluye en el reino de la contingencia y el azar sustituye al registro de las condiciones, límites y posibilidades del desenvolvimiento histórico (Wood, 1986: cap 4, 5).
Este abandono pos-estructuralista de la clarificación histórica explica la gravitación asignada a la clasificación en desmedro de la interpretación. La aversión a la indagación racional también suscita una creciente tentación a equiparar la comprensión provista por la ciencia con las intuiciones aportadas por cualquier modalidad del saber.
El enfoque de Escobar incurre en estos problemas conceptuales. Estos desaciertos no anulan el aporte de su trabajo. Es un crítico del capitalismo que actúa junto a los movimientos sociales y las comunidades. Sus escritos incluyen acertadas denuncias de la exclusión, la represión y la crueldad que impone la opresión imperial del Tercer Mundo.
Ese posicionamiento lo ubica en el campo de los rebeldes que bregan por la igualdad social. Para alcanzar ese objetivo es necesario afinar las caracterizaciones, las teorías y las propuestas.
17-11-2014
REFERENCIAS
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