El reconocido economista chileno José Gabriel Palma, senior lecturer de la Facultad de Economía de la Universidad de Cambridge del Reino Unido y docente de la Universidad de Santiago y la Universidad de Valparaíso, dialogó con El Economista sobre la coyuntura latinoamericana y la falta de transformación productiva en el contexto global más benévolo de las últimas décadas.
Hace dos años me comentaba que, desde el punto de vista económico, “había un triunfalismo injustificado en la región”. ¿Hoy se está viendo que ese sentimiento triunfalista no tenía bases sólidas?
Desgraciadamente así fue. Si uno mira a Latinoamérica en el ciclo que comenzó con la política expansiva de la Fed después del 9/11, hay poco o nada que mostrar más allá de una expansión primarioexportadora y de servicios de baja tecnología. Como se sabe, este ciclo se caracterizó por una combinación de factores externos muy positiva: altos precios de las commodities y fácil acceso al financiamiento externo. Junto a ello, el crecimiento de China aportaba el componente fundamental de demanda efectiva. De haberse aprovechado bien estas condiciones externas, la región podría haber sustentado un proceso de transformación económica basado en un fuerte impulso a la inversión, mayor diversificación productiva y gran absorción tecnológica. En cambio, ahora que este ciclo se evapora, queda en evidencia lo mal que se aprovechó esta oportunidad que, con surte, ocurre una vez por generación. El crecimiento promedio de América Latina entre el 2002 y el 2014 fue apenas de 3,5%, y cinco sextos de eso tenían su origen en la expansión del consumo. La inversión promedio de America Latina durante este período no llegó siquiera al 20% del PIB. Qué manera de desperdiciar una situación tan favorable, y quizás única por muchos años.
¿Qué faltó?
Primero faltó aquello que sobra en Asia: ambición. Después, faltó una ideología que sustente dicha ambición, pues como nos decía Gramsci este tipo de batallas se ganan o pierden en dicha dimensión. En América Latina la autocomplacencia neoliberal contagió a más sectores políticos de lo que uno se imaginaría. Miren a Brasil y Chile. Si uno observa a Latinoamérica desde las reformas de los ’90 nota un boom primario-exportador, un desarrollo de servicios (retail, finanzas, turismo, etcétera) y una gran desindustrialización. Nunca se hizo un esfuerzo de verdad por diversificar el aparato productivo, industrializar las exportaciones o dar un nuevo estímulo a las manufacturas. No hubo tendencias endógenas para diversificarse y, por lo tanto, la inversión, tanto privada como pública, fue muy baja. Esta última década dio la gran oportunidad para hacer algo diferente, pero se desperdició. Es nuestra gran década perdida. Chile, mi país, pudo haber industrializado el cobre, la madera y los salmones, al estilo nórdico, pero poco se hizo en dicha dirección. No hubo política comercial ni industrial, ni una macro keynesiana procrecimiento. El Estado neoliberal tiene menos imaginación que la selección chilena de fútbol antes de Bielsa. Las corporaciones extranjeras, mientras tanto, sextuplicaron la repatriación de sus utilidades y dividendos, en su mayor parte proveniente de actividades mineras –de US$ 30 mil millones en la década pre-2002 a US$ 180 mil millones en la posterior (equivalente a un cuarto de las exportaciones de esa década; ambas cifras en dólares actuales)–. Esto es, año a año sacaban de Chile más que el PIB de Bolivia. Y todo eso por molestarse en producir cobre concentrado (con un contenido de metal de tan sólo un 30%, resultado de una flotación rudimentaria del mineral bruto pulverizado), la astilla de madera y el salmón de tres kilos. De hecho, las grandes mineras privadas se apropiaron en al menos siete de esos diez años de excedentes del mismo orden de magnitud que el total de sus inversiones precedentes, recuperando el total de sus inversiones siete veces en este período –sin considerar los excedentes anteriores y posteriores–. ¡Qué generosidad la de los chilenos! Para enviarlo al Guinness Book of Records. El teatro del absurdo llevado a la realidad. Este seudo-modernismo neoliberal nos recuerda Adorno, el filósofo alemán: “Hoy en día, el recurso a la modernidad, no importa de qué tipo, con tal que sea suficientemente arcaico, se ha convertido en universal”. Mientras tanto, lo poco que quedaba en Chile, casi todo gracias a la muy estatal Codelco, se consumía. Sólo en los cuatro años del último Gobierno el consumo subió del 71% del PIB al 76%. De hecho, la expansión del consumo fue tal que las importaciones crecieron cuatro veces más rápido que las exportaciones. Buen ejemplo de economía populista en piloto automático, en la que las fallas de mercado, y todos los privilegios, se reproducían bajo el motto: “Teme al 1%, honra al mercado”. Ahora, que se acaba el ciclo, uno mira para atrás y casi lo único que ve son multinacionales contentas, traders, rentistas y especuladores felices, y hogares endeudados. Según el último informe de Forbes, en la última década en términos relativos no hubo ninguna región en el mundo donde se crearan tantos nuevos millonarios, centa-millonarios y billonarios como en América Latina. Brasil, Chile, Argentina y la Venezuela bolivariana donde más. En Brasil, con su economía estancada, el Partido de los Trabajadores creaba en 2013 un millonario en dólares de este tipo (esto es, con más de US$ 30 millones, excluyendo su residencia principal) cada 27 minutos. Si bien esa década fue una oportunidad perdida para la diversificación productiva, la cual brilla por su ausencia, no lo fue para el bolsillo de tantos. Realmente hay que sacarles el sombrero a nuestros neo-liberales criollos: su ideología se ha transformado en la tecnología de poder más sofisticada de la historia. En Chile el 1% más rico se puede llevar hoy día más del 30% del ingreso en una democracia de “centroizquierda”.
¿Por qué está tan seguro de que esta oportunidad no volverá a aparecer?
Si algo nos enseña la historia económica es que este tipo de bonanzas sólo ocurren, con suerte, una vez por generación, y son siempre transitorias – y siempre durante ellos prima la manía de pensar lo contrario–. Y si uno mira la economía internacional, no hay nada que indique lo contrario. Mucho desastre y mercados financieros tan líquidos y autodestructivos como antes del 2007.
¿China no podría proveer capitales?
Si bien China tiene su agenda propia, competitiva con la de Estados Unidos y los organismos internacionales de Washington, y una gran necesidad de asegurarse un acceso fácil a commodities, también tiene sus propias fragilidades financieras y necesidad de reorientar su crecimiento hacia adentro. Buena parte de sus finanzas deberá usarse para enfrentar ambos desafíos. Lo primero tiene su origen en que su stock de crédito saltó de US$ 9 billones al estallar la crisis del 2007, a US$23 billones en 2012, monto equivalentes al 220% del PIB. En otras palabras, China replicó todo el stock de crédito del sistema financiero norteamericano en tan sólo cinco años. Lo más problemático fue lo que ocurrió en el sistema bancario “informal”, un sector que opera prácticamente sin regulación; éste acumuló casi US$ 6 billones de activos. Y para hacer eso copió las peores prácticas estadounidense, aquellas que llevaron a la crisis de las “hipotecas basura”. Lo segundo, se debe a que las perspectivas externas para China son negativas: Estados Unidos se desacelera, la Europa mediterránea da susto, la continental estancada, y Japón se da vuelta en lo mismo. Mientras tanto, el nivel de deuda mundial continúa creciendo a pesar de que la filosofía económica seguida desde la crisis fue dar tiempo para el deleveraging. En lugar de eso, la deuda mundial creció en US$57 billones desde el 2008, llevándola al 286% del PIB mundial. ¿Alguien realmente cree que eso es pagable sólo porque proliferan los fondos buitres y los jueces Griesa?
Por tanto, tampoco descarta una crisis financiera en China.
Si China tuviera un sistema financiero como el del resto del mundo, ya estaría en crisis. Eso no lo duda nadie. El buen dato es que los chinos no tiran la toalla tan fácilmente como otros. Pero en economía también existe la ley de gravedad, por lo que la probabilidad de un hardlanding no es baja.
¿Cómo está viendo la economía argentina?
Si bien tiene su especificidad muy concreta, al igual que el resto de América Latina el panorama es muy poco alentador. En 2014 la región apenas creció 1,1%, con Argentina y Brasil estancados y Venezuela en caída libre; Chile apenas creció 1,8%. En ese sentido, lo que pasa en la Argentina es reflejo de un problema regional (con muy pocas excepciones). Quien se haga cargo del Gobierno en diciembre recibirá una herencia económica muy complicada. Una economía estancada, pocas reservas, un diferencial de bonos soberanos (EMBI+) mayor a 700 puntos básicos (cuatro a cinco veces el chileno, peruano, colombiano o uruguayo), primas por canje de riesgo soberano de incumplimiento de crédito a cinco años mayor a 2,700 puntos básicos, una transferencia neta de recursos al exterior alta, una inversión privada muy baja, una inversión extranjera directa que desaparece, una inflación reprimida, un balance fiscal ya tan negativo como el brasilero y el problema con los fondos buitres, que es político, difícil de resolver. No sé por dónde se va a tomar el hilo para desenredar la madeja. Y es difícil que los precios de los commodities ayuden, y menos el resto de la región o la economía mundial. El gran desafío que le queda a este gobierno es que la situación deje de agravarse.
A favor, el país tiene un bajo nivel de deuda externa en moneda extranjera y un más que interesante stock de dólares, que actualmente no están en el circuito económico, que podrían reingresar y financiar la transición.
Sin duda, pero la deuda externa bruta, US$ 150 mil millones, no deja de ser importante; pues si bien es sólo la mitad de la de Brasil o México, y similar a la chilena, es el doble que sus exportaciones de bienes. Y los capitales de argentinos en el exterior, que son de un gran volumen, no será fácil tentarlos de vuelta, menos si los mercados financieros internacionales siguen dando rendimientos altísimos creando burbuja tras burbuja (la última basada en grande fusiones de empresas, pagando precios ridículos). Estos mercados están tan desvinculados al desastre de la economía real que recuerdan a Nerón tocando la cítara mientras Roma ardía.
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