viernes, 10 de abril de 2015

LA CUESTIÓN CHINA. Algunas hipótesis sobre el sistema mundial - Omar Gejo

Introducción
Diariamente se nos muestra, a través de los análisis de los especialistas, que la realidad china es hoy una parte determinante de la situación internacional. Como principal país exportador del mundo, como segunda economía del planeta, China forma parte ya de casi todas las disquisiciones sobre el futuro de la economía y política mundiales[1].
Dos aspectos nítidos se recortan de las diferentes discusiones al respecto. Uno, acerca del recambio en la hegemonía mundial, es decir, sobre el ascenso chino como la contracara necesaria de la declinación estadounidense, lo que retrotraería la esfera internacional a 1945, momento del último recambio hegemónico, cuando los Estados Unidos dejaron atrás, definitivamente, a un mundo europeo, encabezado -por lo menos hasta la Primera Guerra Mundial- por el Reino Unido[2]. El segundo aspecto, en tanto, nos remite a las ventajosas circunstancias que generaría el ascenso chino para los exportadores de materias primas, hecho que devolvería protagonismo, entre otras, a las economías sudamericanas y entre ellas, desde ya, a Argentina, dando así vuelta la página a décadas de ostracismo[3].
En las líneas que siguen no pretenderemos zanjar ninguna de estas dos cuestiones. Simplemente, valiéndonos de algunos números ordenados, trataremos de encuadrarlas, de contextualizarlas. Para ello nos haremos de una síntesis estadística del comercio internacional, plenamente ilustrativa del mundo de la posguerra.
1.                El comercio mundial y las interpretaciones del desarrollo
El comercio internacional ha jugado un papel importante a la hora de comprender el desarrollo capitalista. Basta reconocer, al respecto, que ha sido el capitalismo el que ha terminado por constituir eso que se denomina el mercado mundial, en su fase imperialista. Fue ese momento en el que podríamos aseverar que el mercado mundial quedó soldado.
Tradicionalmente encontramos dos grandes posiciones respecto del mercado mundial y el papel que jugaría el comercio internacional en el proceso de desarrollo. La primera posición ha sido la del liberalismo. Producto del temprano ascenso inglés, asociada a Adam Smith y David Ricardo, esta posición hace del mercado mundial, por escala y diferencia de factores, la máquina de crecimiento por antonomasia. Para los liberales, no hay posibilidades reales de crecimiento, de evolución sin asistir a una adhesión irrestricta al mercado internacional . En la periferia estas posiciones fueron sustentadas por las burguesías locales, sobre todo cuando en esas geografías se atravesó por un período de ascenso, como lo fue el momento de predomino industrial inglés en el marco de las consolidaciones nacionales en América Latina. La Argentina ha sido un lugar privilegiado para la perduración de estas ideas. (Castro, 2013). A esta posición la hemos denominado circulacionista porque enfatiza la determinación de la circulación por sobre todas las cosas. El credo de librecambio o libre-comercio es la referencia inevitable del liberalismo.
Una segunda posición en el campo burgués es la desarrollista. Hunde sus raíces en la consolidación de la experiencia estadounidense y, sobre todo, la alemana, ya que esta última tipifica como pocas el desarrollo capitalista en las naciones centrales. Mientras que estas experiencias se llevaron a cabo en la segunda mitad del siglo XIX, sus homólogos de la periferia lo encaran luego de la crisis de los años treinta del siglo siguiente. Es decir, su alumbramiento, llevado a cabo por necesidad, fue eminentemente tardío, en el contexto de aquello que describimos como el despliegue del mercado mundial soldado, y que desde una perspectiva marxista se correspondería con el imperialismo[4]. Los planteos desarrollistas los hemos definido como estructuralistas, como estructuralistas a-históricos. No abjuran del mercado mundial aun cuando reconocen las desventajas posicionales de una cristalización del mercado mundial a través de la división internacional del trabajo. La crisis del treinta, al respecto, ha sido una verdadera maestra. En América Latina, Prebisch en la CEPAL y la escuela de la dependencia constituyen diversos momentos de respuestas intelectuales al esfuerzo por industrializar nuestros países. Con el paso del tiempo, estas interpretaciones se fueron radicalizando, siendo la experiencia brasileña durante los años sesenta la que más lejos avanzó en la misma impugnación del desarrollismo como vía de escape al subdesarrollo capitalista (Marini, 1974). Pero en esencia, el desarrollismo es la concepción estática del proceso de desarrollo, más allá del planteo formal de origen de diversificación de la estructura productiva.
1.1 Un antiguo trabajo y algunas necesarias reflexiones
A comienzos de los años noventa hicimos una aproximación al estudio del desarrollo del sistema mundial valiéndonos, precisamente, de una síntesis estadística del comercio mundial (Gejo, 1995). De ella extrajimos las principales tendencias del comercio internacional que fueron leídas en clave antisistémica[5]. Sugerimos, en aquel momento, el peso decisivo, determinante, de la geografía a través de la concentración y la regionalización de los flujos de mercancías, enfrentando, así, a las posiciones prevalecientes, las liberales.
Esa explicación del comercio internacional fue precedida, por su parte, por una descripción histórica esquemática de la evolución del sistema económico-político mundial[6].  Confrontábamos de esta forma con la ‘teoría’ manifiesta de aquel momento: la globalización. Fue una temprana impugnación de ella, recurriendo a una geografización básica, comenzando por reducir los alcances de la presunta nueva era o, por lo menos, diluyendo su especificidad al incluirla dentro de un movimiento más amplio que se desenvolvía desde principio del siglo pasado. Así, el sistema mundial se remontará en sus orígenes a la mitad del siglo XIX, y desde allí se desarrollará en tres movimientos: el primero hasta la Primera Guerra Mundial; el segundo, desde allí hasta la crisis de los años setenta; y el tercero desde esa crisis hasta la actualidad (primeros momentos de los años noventa). Cada etapa se articulaba con la hegemonía de una potencia, exceptuando la última. La primera etapa (1850-1914) se correspondía con la hegemonía británica. La segunda etapa (1914-1970) reflejaba el dominio estadounidense, sin cortapisas en la esfera occidental. Por último, desde los años setenta en adelante, señalábamos la existencia de una tripolaridad, imperante a partir de las tres geografías industrializadas históricas del hemisferio norte: EE.UU., Europa Occidental y el Japón. Alrededor de esta última economía ubicábamos a la periferia industrial asiática compuesta por un puñado de estados nacionales de fuerte crecimiento en los últimos años (desde los años sesenta), que emergía a la par del despliegue nipón de posguerra. Esta descripción, con particular apego a este último aspecto, estaba orientada a reflejar el carácter estratégico del giro ‘neoliberal’ de las burguesías latinoamericanas desde los años setenta[7].
2.                La cambiante geografía del comercio desde la Segunda Guerra Mundial
https://drive.google.com/file/d/0B2Imn7ASU6_iV0NiQ19WUVA4Q0k/view?usp=sharing
Los liberales, sobre todo, se han apropiado del comercio mundial como un ejemplar modo de dar asidero a sus argumentaciones, y en lo últimos treinta años, en eso que suele denominarse globalización, han hecho pesar expresamente los dictados de su credo mercantil clásico. Precisamente por ello, más allá de las lógicas limitaciones que surgen de un análisis estrictamente apegado a las exportaciones, esta síntesis estadística nos permitirá elucidar sobre ese par de cuestiones que hemos definido como primordiales: el recambio hegemónico y las consecuentes modificaciones para las materias primas en el comercio mundial[8].  
Cuadro 1. Exportaciones mundiales de mercancías por regiones y países seleccionados (1948 – 2011)


1948
1953
1963
1973
1983
1993
2003

2011
Mundo (en miles de millones de dólares)
58
84
157
579
1838
3670
7342

17.816
Mundo (%)
100,0
100,0
100,0
100,0
100,0
100,0
100,0

100.0
América del Norte
28.5
25.5
20.0
17.6
16.8
18.2
15.4

12.8
Estados Unidos
21.7
18,8
14,9
12,3
11,2
12,7
9,9

8.3
México 
1.0
0.7
06
0.4
1.4
1.4
2.2

2.0
Centroamérica y Sudamérica  
11.3
9.7
6.4
4.3
4.4
3.0
2.8

4.2
Brasil 
2,0
1,8
0,9
1,1
1,2
1,1
1,0

1.4
Argentina
2,8
1,3
0,9
0,6
0,4
0,4
0,4

0.5
Europa Occidental
31.0
34.9
41.0
44.8
39.0
43.7
46,1

37.1
Alemania
1.4
5.3
9.3
11.6
9.2
10.3
10.2

8.3
Francia
3.4
4.8
5.2
6.3
5.2
6.0
5.3
3.3
Italia
1.8
1.8
3.2
3.8
5.0
4.9
4.1
2.9
Reino Unido
11.3
9.0
7.8
5.1
4.0
4.6
4.1
2.7
Europa  C/O, Estados Bálticos,  (CEI) +
6.0
8.2
11.0
8.9
9.5
2.9

2.7

4.3
África
7,3
6,5
5,7
4,8
4,5
2,5
2,4
3.3
Sudáfrica
2,0
1,7
1,5
1,0
1,0
0,7
0,5

0.5
Oriente Medio
2,0
2,7
3,2
4,1
6,8
3,4
4,1

7.0
Asia
13,6
13,1
12,4
14,9
19,1
26,1
26,1
31.1
China
0,9
1,2
1,3
1,0
1,2
2,5
6,0
10.7
Japón
0,4
1,5
3,5
6,4
8,0
9,9
6,4
4.6
India
2,2
1,3
1,0
0,5
0,5
0,6
0,8
1.7
Australia y Nueva Zelanda
3,7
3,2
2,4
2,1
1,4
1,5
1,2
1.7
PRI *
3,0
2,7
2,4
3,4
5,8
9,7
9,4
9.8
GATT/OMC
60,4
68,7
72,8
81,8
76,5
89,5
94,3
93.8
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la OMC
+ Comunidad de Estados Independientes (según OMC): Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Rusia, Georgia, Kazajstán, Moldavia, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania, Uzbekistán.
*Países de Reciente industrialización: Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Hong Kong, Malasia, Indonesia.  Durante la década de los 90, estos países del sudeste asiático, han sido catalogados bajo esta caracterización. Esta misma referencia se hace cuando se habla de México y Brasil en la década del 70.

Una lectura somera del cuadro[9] de marras nos permite extraer las siguientes conclusiones:
El tema de la declinación de los Estados Unidos es una cuestión de larga data si se hace caso a las cifras allí volcadas. La posición relativa de las exportaciones estadounidenses retrocede a lo largo de casi todo el período: con un máximo de 21,7%, en 1948, y un mínimo de 8,3% para el último registro anual[10]. Aun cuando hablamos de retroceso relativo, es innegable que la cuantía de las cifras involucradas es apabullante. La dilución exportadora estadounidense, entonces, bien podría dar pábulo a la mentada idea de la multipolaridad, posición que hoy encontramos tan difundida como aceptada, aunque nosotros no la compartimos[11].
Está claro también el ascenso europeo occidental, que partiendo de la perdidosa situación de la inmediata posguerra alcanza un pico de 43,7% en 1973 y luego otro en 2003. Es remarcable la caída relativa del último interregno (2003-2011), en plena coincidencia con la precipitación de la crisis de la Eurozona, que ahora, precisamente, atravesamos. (Halevi, 2013) Es manifiesto que la recomposición europea ha estado acompañada por la confirmación de la hegemonía regional alemana, plenamente alcanzada en 1973 y luego sostenida, y la concomitante debacle de la economía británica, que inicia el período con un registro de 11,3% y lo termina con un desolador 2,7%[12]. Con menor dramatismo, también se confirman las declinaciones francesa e italiana, sobre todo en las últimas dos décadas.
El contexto de las regiones desarrolladas se completa con Asia. Allí se observa, claramente, el portentoso despliegue exportador que la coloca como la gran ganadora de este período, con ribetes marcados en los últimos treinta años. Esta vasta región comienza el período con una participación de 13,6% y lo finaliza en su techo, con un 31.1% de las exportaciones mundiales.
La región asiática en su interior nos muestra diferencias importantes, relevantes para comprender el cariz de los acontecimientos internacionales. La economía japonesa se empina comercialmente hacia 1973, siguiendo los trazos de la experiencia germana en Europa occidental, pero no detiene allí su marcha sino hasta 1993. Este desfasaje respecto de la racha germana es importante realzarlo. Su prolongación en el tiempo está basada en la proyección comercial secundaria de los países de reciente industrialización de la región –las seis potencias comerciales o Tigres-, que emergerán con fuerza luego de 1973, pasando de 3,4% a 9,7% de las exportaciones mundiales en 1993, registro que es prácticamente su techo. Finalmente, a este tren en veloz marcha le sucede China, que estuvo virtualmente estancado durante cuarenta años, e inicia un despegue en 1983 y que alcanza definitivamente vuelo a partir de 1993; China no detendrá su avance hasta el final del período, que lo corona obteniendo la primacía comercial mundial. Vale aclarar que entre 1993 y 2011, en apenas una década y media, la economía china pasa de representar 2,5% a 10.7% de las exportaciones mundiales. Estamos, pues, frente a un salto colosal por su magnitud, por su entidad, por sus consecuencias. Tomado desde su base de 1973 (1%), implica más que una decuplicación de la participación comercial relativa de China en el mercado mundial, una performance asombrosa, de la que se desprenden todas las manifestaciones que ha generado la irrupción de este gigante asiático.
La situación asiática no puede completarse si uno dejara afuera a aquellos subespacios de histórica ligazón al imperio ultramarino inglés. Tanto la India como Australia y Nueva Zelanda, los grandes protagonistas de 1948 (casi un 6 % del comercio mundial), siendo entonces más del 40 % de la participación relativa de la región, terminan en 2011 con un  escaso 3,4 % de las exportaciones mundiales,  un poco más que el 10 % de la representación comercial regional. En el caso de la India, con un rebote desde 1993, nos hallamos bajo el signo del desplazamiento de tipo chino, claro que acotado, muy acotado. En el de Australia, estamos frente a un caso notorio de falta de respuesta comercial activa, producto de una inserción primaria en un contexto de profunda imbricación industrial, como es el momento actual en general y el de Asia en particular[13].
Los espacios periféricos netos son tres: Centroamérica y Sudamérica, África y Medio Oriente. Los desarrollos comerciales no dejan lugar a dudas. De una participación comercial conjunta que superaba el 20% en 1948 han quedado reducidos a poco más del 14 %; con algunas características que terminan por diseñar un cuadro de situación preocupante. Tanto Centroamérica y Sudamérica como África sufren verdaderos derrumbes de sus posiciones comerciales: de una participación de casi 20 % en 1948 caen a 5,2 % en 2003. Es decir, una reducción a la cuarta parte de su participación de 1948. Sin embargo, en el interregno 2003 – 2011 queda establecido el repunte de las materias primas en el comercio mundial, el avance alcanza a casi un 60% en términos relativos, y ha tenido por principales factores explicativos tanto a la demanda china como una probable canalización especulativa del comercio de estos bienes.
La región restante, la petrolera por antonomasia, en cambio, duplica sus registros (de 2,0 a 4,1 %) entre 1948 y 2003. Esta disimilitud durante este periodo de los trayectos está basada en el carácter estratégico de la materia prima sujeto de la inserción comercial meso-oriental. De la misma manera que en los casos anteriores, en la última década, la participación de medio oriente se ha incrementado registrando en 2011 su mayor participación en todo el periodo contemplado. Dicha materia prima encaja en el modelo de recursos hegemónico de la economía estadounidense y también en el de las necesidades de abastecimiento energético de las nuevas locomotoras industriales orientales.[14]  
3.  Hacia una interpretación etapista
En un intento de organizar la maraña numérica-estadística, trataremos ahora de ofrecer una interpretación de conjunto, estructural, sistémica. 
Se pueden subdividir estos sesenta años de evolución del comercio mundial en tres grandes momentos. El primero, característico, clásico, iría entre 1948 y 1973. Conocido como  los  “Treinta gloriosos”, corresponde a la respuesta a la debacle de la segunda Guerra mundial. Es una etapa de crecimiento acelerado en las regiones centrales, que alcanzan una especie de coordinación. Podríamos decir que Estados unidos arrastra a Europa Occidental y al Japón. Es un momento de despliegue de las empresas transnacionales, de integración liminar europea a partir del tándem franco-alemán y del espectacular despegue nipón. Es el orden de Bretton Woods; es el imperio del dólar.
Esta primera etapa (1948-1973) culmina con la inconvertibilidad del dólar (1971) y la llamada crisis del petróleo. Este interregno de crisis abarca casi toda la década del setenta, y representa el inestable equilibrio alcanzado entre las regiones centrales al haber perdido Estados Unidos su ostensible liderazgo de antaño. La respuesta estadounidense será la devaluación, el emisionismo, la financierización y la desindustrialización. La respuesta política estratégica quedará hacia el final de la década a cargo de la dupla Thatcher-Reagan, la base política internacional de eso que se ha dado en llamar, luego, “neoliberalismo”[15] .
Una de las principales manifestaciones del período 1973-1993 será la aceleración de las vías de construcción regional, sobre todo, desde ya, en las regiones centrales. Estos “regionalismos” se observan en la tendencia a la profundización de integración europea (inclusión de la Europa meridional); la prefiguración del área de libre comercio de América del Norte; y la asociación ente el capitalismo japonés y los llamados “Tigres”, verdaderos ganadores de este período. Este momento muestra, al mismo tiempo, la caída abisal de las periferias primarias; todas sin excepción se hunden en sus participaciones comerciales[16].
Finalmente, tenemos el período que va desde 1993 hasta la actualidad. Habitualmente a este momento se lo conoce como el de la “globalización”. La pretensión de esta denominación es la apología sistémica; la realidad, por el contrario, indicará que es la escenificación de la agudización de las contradicciones que arrastra el sistema desde los años setenta.  Se constatan la declinación estadounidense, tras el fracasado intento de relanzamiento de los ochenta; las insalvables contradicciones de la Eurozona, con una Alemania reconfigurando su expansión en clave euro-oriental[17], mediante un dispositivo de división del trabajo que erosiona a la anterior predisposición a dar cabida, relativamente, a Europa meridional (Halevi, 2013); y el definitivo despliegue chino en Asia; en esa Asia ascendente mundialmente, pero que empieza a padecer los éxitos de su reciente historia (Halevi y Lucarelli, 2013; Economist Intelligence Unit, 2013)[18].
A modo de conclusiones
Las cifras del comercio internacional muestran, claramente, la preeminencia del factor político. El inicio del recorrido estaba todavía muy apegado al desvanecido mundo inglés. Los radicales cambios acaecidos luego, en forma casi abrupta, distan de poder explicarse por desarrollos automáticos de carácter económico. El mundo “estadounidense” que sobrevino, cargado de materialidad histórica, fue un producto de las colosales fuerzas desatadas por el choque de la Segunda Guerra Mundial.
En este sentido, el actual hipotético cambio de hegemonía al que asistimos no puede analizarse en prospectiva sin la presencia activa de ese factor determinante. El denominado ascenso pacífico chino no es tal. Este desarrollo, por su vertiginosidad, está absolutamente supeditado al conjunto sistémico del que ha emergido Es el último eslabón de una compleja trama regional que, más allá de sus peculiaridades, es una directa consecuencia del agotamiento del virtuoso cuadro de posguerra. Las sucesivas oleadas de deslocalización industrial en las economías centrales (América del Norte, Europa occidental y el propio Japón) han sido el punto de apoyo de su desbordante crecimiento comercial de los últimos treinta años. China es la plena expresión de todo ello, partiendo, claro está, de sus propias condiciones materiales: un gran desnivel de desarrollo respecto de las economías centrales, siendo un país de tamaño continental con una reserva de fuerza de trabajo barata de magnitud impar.
La respuesta política estadounidense se ha hecho esperar un poco, pero finalmente ha quedado al descubierto. Tras haber ejercido presión sobre los flancos de abastecimiento de China, con su larga campaña en Medio Oriente y Asia Central durante los noventa y la década pasada, sobre todo, ahora produce un recambio de su estrategia de sitio o cercamiento, ya no orientada exclusivamente hacia los recursos, sino hacia el mercado regional, el que debe oficiar de sostén de la segunda vuelta del desarrollo chino.
Estos hechos, el cerco y la variación de él hacia una variante más agresiva, imponen la necesidad de poseer una buena dosis de realismo a la hora de analizar el futuro de la transición hegemónica, sujeta, sin lugar a dudas, a respuestas políticas rotundas, es decir, que encarnen materialidades plenas, incluyendo, por lo tanto, el choque de Estados[19]. Y además minimiza las elementales discusiones sobre el porvenir de las materia primas, al que son afectos, por vocación, los liberales.
 Bibliografía
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[1] China es hoy el principal exportador del mundo, superando la barrera del 10 % de las exportaciones mundiales, y, además, su economía alcanza ya el segundo lugar por tamaño, quedando tan sólo por detrás de la de los EE.UU. Pero lo más notable ha sido su fulminante desarrollo, es que “ha crecido 9,9 % anual promedio en los últimos treinta y tres años, el período más largo, a la tasa más alta, del capitalismo desde la Revolución Industrial (1780-1840). Se ha expandido trece veces desde 1978, mientras que se ha duplicado cada ocho años el ingreso real per cápita de su población” (Castro,  2013: 4). Esta referencia al inusitado movimiento y transformación del antiguo coloso de Oriente es lo que causa asombro y hasta perplejidad. Más aún, algunos análisis –por no decir muchos- virtualmente desconocían el ascenso chino hasta hace una década atrás. Debe recordarse al respecto que unos veinte años atrás todavía los entendidos establecían una línea de confrontación básica entre los EE.UU. y el Japón, y el por entonces pesimismo estadounidense era azuzado por la supuesta invencibilidad del modelo nacional-empresarial nipón. (Thurow, 1992)
[2] Una de las descripciones más fidedignas de la transición del mundo inglés al mundo estadounidense la podemos hallar en el trabajo de Albert Demangeon (1956). Este geógrafo francés, escribiendo sobre la crisis del treinta en plena crisis, durante el desarrollo de aquellos acontecimientos, retrató como pocos la situación de saturación del mercado mundial, la decadencia británica ostensible, la fortaleza estadounidense y el ascenso alemán en Europa, destinado este último a confrontar, inevitablemente, con el capitalismo norteamericano, definiendo la puja intereuropea hacia manos no europeas

[3] Los liberales han sido los permanentes ensalzadores de las virtudes del mercado mundial como demiurgo de la prosperidad de la economía nacional, y razones no les faltan. Es que han quedado encandilados por la etapa de consolidación nacional tan peculiar –por su vértigo-, abierta en la segunda mitad del siglo XIX. A partir de esta experiencia, los liberales en su más amplia acepción –hecho que involucraría también a los desarrollistas, la otra corriente interpretativa burguesa- han estado siempre dispuestos a creer en la reedición de aquella historia “virtuosa”. Lo hicieron en el contexto de la “globalización” (“neoliberalismo”) y lo vuelven a hacer en la inmediata pos-globalización (“neodesarrollismo”). Es decir, la irrupción china ha vuelto a generar expectativas en la “ruta de la seda” criolla.

[4] El desarrollo del concepto de imperialismo se debe a Lenin (1973) a comienzos del siglo XX. Su elucidación se gesta en el marco de la Primera Guerra Mundial para mostrar el ingreso del capitalismo a una nueva etapa. Una etapa convulsiva, en la que las contradicciones engendradas por el desarrollo del capitalismo planteaban un horizonte de enfrentamientos políticos estatales, de los que la Primera Guerra Mundial era el prólogo de una época de grandes matanzas.

[5] Ahora aquí corresponde fijar algunas posiciones sobre un hecho central, sobre una cuestión crucial para la conceptualización de la evolución del Sistema Mundial. Nos referimos al concepto de imperialismo. No es una casualidad su reposición en las discusiones sobre la realidad internacional durante los últimos diez años. Uno de los hitos de este regreso ha sido la aparición de la obra "El nuevo imperialismo" de David Harvey hacia el año 2003. La acción política directa de los EE.UU. en los Balcanes, Medio Oriente y Asia Central reflotó la presencia del concepto desarrollado por Lenin. La ligazón de este concepto al de la acumulación por desposesión, este último entendido como un mecanismo de ajuste geográfico para superar los obstáculos a la acumulación de capital en una etapa de impasse, otorgó una base argumental a los intentos de explicar la pertinaz ofensiva del capital sobre el trabajo y la periferia como una forma de fugar hacia adelante frente a una crisis de proporciones del capitalismo.
Es por ello que a continuación formularemos algunos apuntes sobre el imperialismo como concepto vivo, y como tal operativo, para elucidar la cuestión de la evolución del Sistema Mundial. El concepto de imperialismo expresa acabadamente, a nuestro entender, una síntesis geográfica. Su punto de partida es un proceso de concentración, de concentración de capital  (monopolio), es decir, un índice elocuente de densidad, de densificación. Este es el origen del imperialismo, un fenómeno material pleno. El segundo elemento de juicio provisto por Lenin es la caracterización social del imperialismo: esta concentración de capital es, cualitativamente,  la conjunción del capital industrial con el capital bancario, dando lugar al capital financiero. Esta forma que adquiere el proceso da señales del salto cualitativo que ha adquirido la concentración de capital. Una nueva manifestación material contundente. Hasta aquí, estas dos manifestaciones concurren para ilustrar sobre la construcción de un sitio, de una realidad material. El tercer elemento que Lenin pone en juego es la exportación de capital. La realidad material cobra impactante movimiento, partiendo de su identificación como un proceso de exceso de capital fijado territorialmente, de sobreacumulación. Frente a este exceso se ve obligado a echar lastre. Frente a una alta concentración, ella se ve compelida a expeler capital, transfiriendo a otros sitios de menor concentración, de menor densidad de capital, de menor composición orgánica de capital, parte de ese exceso de capital. Por último, a este recorrido abierto por una concentración de capital, su consolidación específica (como capital financiero) y el proceso de transferencia de capital excedente a áreas de menor densidad, le sigue una ineludible puja por el control de los espacios de capitalización rezagada. La lucha por el establecimiento de áreas de influencia abre los espacios para el desarrollo en escala de la politización de la territorialidad. La geopolítica es, desde este punto de referencia, una necesaria consecuencia de la manifestación del imperialismo.
Llegados a este punto podemos avanzar en una reapropiación del imperialismo como un proceso efectivo de la construcción material de la realidad mundial. El imperialismo puede ser entendido como un proceso de diferenciación material de carácter sistémico, originado e impulsado por las sobreacumulaciones concretas, establecidas (geográficas) de capital. Con él, con su existencia, todos los procesos de acumulación de capital estarán sobredeterminados por su dinámica, por su desbordada impronta. Y podríamos, entonces, permitirnos ahora una reinterpretación de aquellas ‘Fases de desarrollo’ con las que describimos el proceso de conformación del Sistema Mundial. Frente a la supuesta ruptura de lo que se denomina globalización, la utilización geográfica o geohistórica, para ceñirnos al lenguaje de Giovanni Arrighi (1999 - 2001) del imperialismo nos permite ahora reconfigurar al capitalismo como geografía. En este marco, el del imperialismo, habríamos atravesado tres momentos definidos en la conformación del sistema mundial. Un primer momento, se correspondería con la fase clásica de constitución del imperialismo, una etapa regida por la hegemonía británica y la apertura  en las regiones complementarias de la periferia mundial de ciclos primarios exportadores. Un caso ostensible, significativo, es el de Argentina, en Sudamérica. Esta es una etapa tradicional, con industrialización en el centro y crecimiento de la oferta de materias primas en la periferia. La Primera Guerra Mundial es un momento de clivaje. Se asistió, por entonces, a una transición de treinta años, materializada, finalmente, por la Segunda Guerra Mundial. Con ella, la suerte británica estará echada y la hegemonía estadounidense asegurada, con las limitaciones revolucionarias euroasiáticas (la URSS, primero, y luego, China). La segunda fase, ya abierta en 1914, pero consolidada, configurada definitivamente, en 1945, articulará “virtuosamente” a los tres espacios centrales históricos del capitalismo (Norteamérica, Europa Occidental y Japón) (Brenner, 2009). Además habrá una extensión hacia la periferia de la industrialización, camino ya inducido por la Primera Guerra Mundial y la crisis de los años treinta. Nos referimos, sobre todo, a la periferia inmediata de la potencia rectora, a América latina. Esta industrialización periférica ha sido plenamente funcional al desborde y las necesidades de los capitalismos centrales, cuya figura descollante es EE.UU. Este es el momento de los “Treinta gloriosos”, es la etapa de la rápida reconstitución de los capitalismos centrales, imperialistas, derrotados en la contienda de 1939-1945. Por último, nos encontramos con la última fase, lo que habitualmente se ha denominado globalización, y que abarcaría desde los años setenta hasta la actualidad, o por lo menos hasta 2008, año de la crisis financiera desatada en las geografías centrales del capitalismo. Esta etapa, en realidad, desde una visión más integral, debería ubicarse en sus inicios con el desmoronamiento de la URSS y su subsistema periférico asociado a ella en Europa Oriental. Habitualmente se señala a la crisis del petróleo (1973 a 1975) o, aún más determinante, la declaración de la inconvertibilidad del dólar en 1971. Es una etapa de agudas contradicciones, regada de hechos políticos de magnitud considerable (revoluciones, contrarrevoluciones y guerras). En términos estructurales, este momento está signado por la respuesta estratégica del imperialismo estadounidense a su sensible declinación relativa frente al imperialismo europeo (alemán) y el asiático (Japón). Esta respuesta se ha basado en una sistemática disociación ente la oferta y la demanda imperialista. Un fenómeno inédito en la historia del capitalismo imperialista, si nos referimos al núcleo de producción manufacturera. Esta relocalización industrial, que se sustanció básicamente, en la periferia asiática, encontró un acicate definitivo con la restauración capitalista en China (a fines de los setenta) y la caída del Muro (a fines de los ochenta). El segundo movimiento lo constituyeron las regionalizaciones en curso desde los años setenta y que afectaron a las periferias de los tres centros históricos, imperialistas. La tercera acción, decisiva también,  fue el abierto asedio militar de la periferia euroasiática, ejerciendo presión sobre los flancos del vasto espacio de la ex URSS, primero, y luego sobre la periferia china. Estas tres acciones han estado articuladas, por lo menos temporalmente. El resultado de ellas ha sobrevenido en la actual situación de crisis económico-política abierta desde 2007 y 2008, a la par que se tensan las relaciones geopolíticas producto del ascenso chino, entendido este último como una expresión casi epifenoménica de la crisis sistémica de arrastre de casi cuatro décadas.
[6] La descripción esquemática histórica producía una gran síntesis geográfica, que precisamente por su carácter abreviado recurría a un forzoso desbrozamiento de detalles y circunstancias. Era una aproximación macro-histórica, sujeta, por lo tanto, a una constante revisión, sobre todo cuando se sale del plano de la gran abstracción. Existen, por ejemplo, dos consideraciones por hacer sobre su desarrollo. Por el momento en que fue realizado, casi sobre la disolución de la URSS, la lectura mundial colocaba a la geografía euro-oriental casi como una fantasmagoría. Este hecho da una idea de la sobre-simplificación del análisis y sus, paralelamente, límites de sus utilidad más allá de haber generado un gran marco para la comprensión de ciertos movimientos de la realidad mundial; ante todo, de aquellos que pretendíamos comprender, los fenómenos de la circulación material internacional. El otro aspecto a remarcar es la utilización de un término, transnacionalización, para describir la evolución de casi todo el siglo XX; a la sazón, desde 1914 hasta el momento en que se escribieron esas líneas, alrededor de comienzos de los años noventa. Este término, transnacionalización, pretendió, ante todo, quitarle la radicalidad histórica a la por entonces lozanía conceptual de la globalización. Es decir, más allá de las lógicas limitaciones que el  término transnacionalización en sí mismo posee, resultó una manera operativa de darle continuidad a una lectura macro-histórica no condescendiente con la imposición maciza del cambio sistémico pretendidamente propuesto y previsto por la globalización.

[7] Para el caso argentino, este giro “neoliberal” es estratégico; es una opción de largo plazo a pesar de ciertas variaciones, propias de la linealidad histórica concreta. La experiencia de Martínez de Hoz en los setenta, por ejemplo, es plenamente refrendada por la larga vida de la convertibilidad de Domingo Cavallo durante los años noventa.  Sobre estas continuidades pragmáticas subyace un verdadero enfoque histórico de largo plazo común, que marca los límites del desenvolvimiento industrial por los que atravesó la región en los cuarenta años previos a la crisis de los años setenta. Debe anotarse, empero, que la experiencia argentina no ha contado como México con una “salida” maquiladora, o como Brasil, con un mercado interior potencial de dimensiones considerables.

[8] Por si hiciera falta aclarar, reiteramos que los estudios de circulación, que son muy importantes, no se desarrollan desde una lógica liberal. Por el contrario, desde una perspectiva estructuralista, estructuralista-histórica, la circulación deviene como un producto de las estructuras. O lo que es lo mismo pero sucinto, los flujos provienen y se explican desde los stocks. Al respecto, Albert Demangeon, refiriéndose a la crisis de los años 30, afirmaba: “La prueba para los EEUU es dura. Su formidable utillaje industrial condujo a la saturación del mercado norteamericano en el momento en el que el mismo mercado universal estallaba de plétora. En este estado de cosas, incluso si la libertad de cambios dominara en todas partes ahora sería incapaz de resolver la crisis. En este mercado entorpecido no bastaría con una ventilación. Es toda la organización de la producción lo que se debe reestablecer.” (1956: 41).

[9] [9] Haremos un breve repaso por los jalones anuales que presiden el cuadro base. Precisamente por la brevedad y lo provisorio del relato, debe tomarse con recaudos la siguiente enumeración de acontecimientos históricos.
El comienzo, 1948, es un año punto de partida luego de la debacle de la Segunda Guerra Mundial, llevada  a cabo entre septiembre de 1939, con la invasión de Polonia por parte de Alemania, y agosto de 1945, momento este último de la rendición incondicional del Japón, a pocas horas de haber sufrido dos bombardeos atómicos estadounidenses sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. El año 1948 podría ser considerado el primer momento de estabilización certero, por lo menos en Europa Occidental.
El segundo registro temporal, el de 1953, ya nos ubica en plena posguerra, regida ésta por los acontecimientos de la llamada Guerra Fría. Y nos traslada de Europa a Oriente, al noreste de Asia, a la península coreana. Este año, tras casi tres años de batalla, estará finalizando la Guerra de Corea. En ella se produjo el enfrentamiento entre EE.UU. y China en el marco del conflicto interno coreano. La Revolución China del año 1949 se encontró frente al segundo hecho externo de envergadura. El primero había sido la constitución del régimen de China nacionalista o Taiwán en la isla de Formosa. Ahora, a partir de 1950, se llevará a cabo la guerra en la península coreana, de la que resultarán dos estados, Corea del Norte (estado comunista) y Corea del Sur (estado capitalista). El conflicto coreano debe ser entendido como un verdadero parteaguas internacional, con evidentes, con elocuentes consecuencias para Asia pero también para el mundo todo, incluso para la lejana Latinoamérica.
El año de 1963 nos remite, nuevamente, al contexto asiático. Se está desarrollando, ahora, el conflicto de Vietnam, en la ex Indochina francesa. Se asistirá, como en Corea, a una guerra de unificación de un espacio político único mediante la confrontación del Norte (comunista) con el Sur (capitalista). El primero asistido, fundamentalmente, por la Unión Soviética (URSS) y el segundo sostenido por EE.UU. Una conflagración de más de una década, que puede extenderse a más de dos si se tiene en cuenta la guerra de la independencia de los vietnamitas frente a los franceses. Es un momento de recuperación de la economía internacional, con una modalidad que se conocerá en el tiempo como el “keynesianismo militar”, esto es, la prolongación de la estructura emergida desde la Segunda Guerra como la columna vertebral de la economía norteamericana (Cypher, 2007; Beinstein, 2013).
El año 1973 ya nos remite, en tanto, al contexto de crisis prevaleciente desde fines de los años sesenta. Está caracterizado por la “crisis del petróleo”, precedida por la declaración de la inconvertibilidad del dólar en 1971. Este registro anual para muchos actores significa el fin del ciclo de expansión de la posguerra y prepara la reacción conservadora de la segunda mitad de la década a cargo de las formaciones políticas derechistas de EE.UU. y Gran Bretaña (los partidos republicano y conservador en ese orden).
El próximo hito, el de 1983, ya nos lleva a la década del “neoliberalismo” central. Una larga década donde se asientan los programas de derecha que se esparcirán planetariamente en los noventa al socaire del hundimiento del sistema socialista en Europa Oriental. Este decenio de los ochenta también estará marcado por la crisis de la deuda periférica asentada en América Latina, a partir del episodio liminar de la crisis mexicana en la segunda mitad del año 1982, más precisamente durante el mes de agosto.
Tras el año 1993 se encuentran ya los acontecimientos de magnitud mundial sin precedentes, acaecidos en Europa Oriental, que se procesaron ente 1989 y 1993, desde la caída del Muro de Berlín a la disolución de la Unión Soviética.
El siguiente año, 2003, nos lleva, tras la crisis de la burbuja tecnológica y la experiencia de la invasión de Afganistán por parte de una coalición militar occidental encabezada por los EE.UU., a la intervención en Medio Oriente a través de la ocupación de Iraq. Este ciclo de intervención se había abierto con la desintegración de Yugoslavia. Esta última acción aludida en los Balcanes es el precedente inmediato de la ofensiva en Medio Oriente. Atrás ha quedado, en 1997, la crisis asiática, jalón de la conjunción de crisis que han recorrido la periferia mundial.
Finalmente, el año 2011, como último dato. Quedan en él la crisis 2007-2008 y todas sus manifestaciones. En gran medida registra el fondo de la década perdida europea y el ascenso de los precios de las materias primas, fenómeno concomitante del vertiginoso avance de la economía china, así como también, probablemente, de una nueva ronda de la especulación desatada, característica esencial de la economía “casino”, una de las imágenes desarrolladas para esclarecer sobre el cariz del capitalismo “neoliberal”.

[10] Sólo encontramos una respuesta positiva relativa para el registro de 1993. Es indudable, a pesar de que nos manejamos con una elemental aproximación circulacionista, que bien podría estar influido este dato por la política devaluatoria del dólar impuesta desde el Acuerdo del Plaza, en 1985, y que se sostuvo, tendencialmente, durante casi una década. (Arrighi, 2007)
[11] Aquí tenemos que hacer un par de digresiones. La primera, sobre la evolución descendente de los números estadounidenses. Ello es un hecho incontrastable, pero habría que contextualizar esa caída –como tal inobjetable- en la articulación del desarrollo estadounidense de cuño transnacional, proyectando su poder en un despliegue geográfico que ha rebasado en mucho su encierro nacional existente hasta 1914. La Segunda Guerra Mundial será la partera de la nueva etapa el capitalismo estadounidense, graficado por una geografía extendida euroasiática para dar cuenta de su reproducción ampliada. La segunda digresión, culminación de la primera, en tanto producto acabado de ella, indicaría el rápido cierre de la unipolaridad noventista estadounidense y la instalación de una idea que ha tenido mucho recorrido en los últimos años, la de la aparición de varios poderes geográficos por oposición al período de la “globalización”. Esta idea está preñada con dos planteos discutibles. El primero, aparte de dar por cierto el fin de la “unipolaridad”, nos plantearía que la multipolaridad dotaría de estabilidad al sistema mundial frente a las osadías irrestrictas de los estadounidenses durante los largos noventa. El segundo, vuelve a dar bríos a las ideas progresivas de desarrollo capitalista nacional autónomo. Tanto en un caso como en el otro es evidente que cometen transgresiones históricas muy fuertes, tanto como para permitirnos una sana y morigeradora duda sobre ellas.
[12] Es evidente que la política thatcherista tampoco rindió sus frutos, y tras un breve resuello en 1993 el Reino Unido continuó su derrotero desindustrializador; las cifras así lo atestiguan.

[13]  Esta caracterización sobre el perfil primario exportador australiano y sus desavenencias actuales se puede observar en el artículo de Rhiannon Hoyle (2013) “Anglo American: el carbón en Australia está en situación crítica”.

[14] Un caso paradigmático del carácter estratégico del petróleo lo señala el anclaje del comercio de esta materia prima al dólar como una forma de transitar más allá del orden de Bretton Woods, y la ligazón de este amarre a la sucesión de guerras regionales en los últimos años. (Moreno, 2013)
[15] El “neoliberalismo” ha consistido, en gruesos trazos, en un doble movimiento compuesto deflacionario-inflacionario. El primer movimiento se orientó hacia los salarios; el segundo hacia los activos. De conjunto estas dos tendencias han quedado enlazadas complementariamente entre la acumulación por desposesión (Harvey) y la sucesión de ciclos especulativos (burbujas) basados en diferentes activos (Krugman, 2003).

[16] Es sintomático que  estos años ochenta fueran “la década perdida” para los latinoamericanos y el tiempo del desmoronamiento del “socialismo realmente existente” en Europa oriental.

[17] Nos referimos a Polonia, Hungría, República Checa, Turquía que están resultando plenamente funcionales a un movimiento de emplazamiento del capital industrial alemán. En este sentido, si tomamos en cuenta las tasas de crecimiento de exportaciones que han tenido estas economías en el periodo 1990 – 2011, hay muestras claras de cómo Alemania ha encontrado en su área ampliada la posibilidad de transferir sus contradicciones hacia parte de las naciones que otrora fueran el área de influencia soviética. Teniendo presente que la tasa de crecimiento de exportaciones mundial en el periodo contemplado es de 530,4%, la de los países mencionados se encuentra muy por encima de ésta: República Checa 1361, 3; Polonia: 1307, 7; Hungría: 1120, 0 y Turquía: 1038, 5. En contrapartida, tanto Alemania (349,6), como EEUU (376, 0),  o Japón (286,2)  se encuentran muy por debajo del total mundial.  Los datos de Reino Unido (257,0), Francia (275,2), refuerzan la idea del fracaso de las estrategias de rescate esgrimidas durante los 80 y el limitado alcance de la eurozona “originaria” como estrategia para llevar adelante la puja imperialista. (Elaboración estadística propia en base a datos de la OMC).

[18] La crisis de 1997 no ha sido un hecho circunstancial y su influencia tuvo alcance mundial. Y en la región está claro que implicó el fuerte retroceso relativo posterior de las exportaciones japonesas y el límite de la expansión comercial de los Tigres.

[19] El Ejército de Estados Unidos ha entrado en un periodo de cambio histórico después de más de una década de guerra tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Concluimos la guerra en Irak; estamos implementando una transición y una retirada efectiva de Afganistán, y en la lucha contra el terrorismo debilitamos seriamente el liderazgo de Al Qaeda.
Como resultado de estos esfuerzos y de la realidad de las limitaciones presupuestarias, Estados Unidos ha desarrollado una nueva estrategia de defensa para el siglo XXI, que hace hincapié en la agilidad, la tecnología y la proyección de fuerza. Hemos comenzado a concentrarnos en los desafíos y las oportunidades del futuro, y resulta evidente que muchos de ellos se sitúan en Asia.
Después de todo, el centro global de gravedad está virando hacia la región de Asia-Pacífico, vinculando más estrechamente aún la prosperidad y la seguridad futuras de Estados Unidos a esta región de rápido crecimiento. Al mismo tiempo, un creciente gasto militar, desafíos a la seguridad marítima, amenazas no tradicionales que van desde la piratería hasta el terrorismo y la destrucción generada por los desastres naturales, hacen que el contexto de seguridad de la región sea más complejo. Por estas razones, el Departamento de Defensa de Estados Unidos está llevando a cabo un reequilibrio del interés y la postura estratégicos de Estados Unidos frente a la región de Asia-Pacífico”. (Panetta, 2013)


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