Introducción
Diariamente se nos
muestra, a través de los análisis de los especialistas, que la realidad china
es hoy una parte determinante de la situación internacional. Como principal país
exportador del mundo, como segunda economía del planeta, China forma parte ya
de casi todas las disquisiciones sobre el futuro de la economía y política
mundiales[1].
Dos aspectos nítidos
se recortan de las diferentes discusiones al respecto. Uno, acerca del recambio
en la hegemonía mundial, es decir, sobre el ascenso chino como la contracara
necesaria de la declinación estadounidense, lo que retrotraería la esfera internacional
a 1945, momento del último recambio hegemónico, cuando los Estados Unidos
dejaron atrás, definitivamente, a un mundo europeo, encabezado -por lo menos
hasta la Primera Guerra
Mundial- por el Reino Unido[2].
El segundo aspecto, en tanto, nos remite a las ventajosas circunstancias que
generaría el ascenso chino para los exportadores de materias primas, hecho que
devolvería protagonismo, entre otras, a las economías sudamericanas y entre
ellas, desde ya, a Argentina, dando así vuelta la página a décadas de
ostracismo[3].
En las líneas que
siguen no pretenderemos zanjar ninguna de estas dos cuestiones. Simplemente,
valiéndonos de algunos números ordenados, trataremos de encuadrarlas, de
contextualizarlas. Para ello nos haremos de una síntesis estadística del
comercio internacional, plenamente ilustrativa del mundo de la posguerra.
1.
El
comercio mundial y las interpretaciones del desarrollo
El comercio
internacional ha jugado un papel importante a la hora de comprender el desarrollo
capitalista. Basta reconocer, al respecto, que ha sido el capitalismo el que ha
terminado por constituir eso que se denomina el mercado mundial, en su fase
imperialista. Fue ese momento en el que podríamos aseverar que el mercado
mundial quedó soldado.
Tradicionalmente
encontramos dos grandes posiciones respecto del mercado mundial y el papel que
jugaría el comercio internacional en el proceso de desarrollo. La primera
posición ha sido la del liberalismo. Producto del temprano ascenso inglés,
asociada a Adam Smith y David Ricardo, esta posición hace del mercado mundial,
por escala y diferencia de factores, la máquina de crecimiento por antonomasia.
Para los liberales, no hay posibilidades reales de crecimiento, de evolución
sin asistir a una adhesión irrestricta al mercado internacional . En la periferia estas posiciones fueron sustentadas
por las burguesías locales, sobre todo cuando en esas geografías se atravesó
por un período de ascenso, como lo fue el momento de predomino industrial
inglés en el marco de las consolidaciones nacionales en América Latina. La Argentina ha sido un
lugar privilegiado para la perduración de estas ideas. (Castro, 2013). A esta
posición la hemos denominado circulacionista porque enfatiza la determinación
de la circulación por sobre todas las cosas. El credo de librecambio o libre-comercio
es la referencia inevitable del liberalismo.
Una segunda posición
en el campo burgués es la desarrollista. Hunde sus raíces en la consolidación
de la experiencia estadounidense y, sobre todo, la alemana, ya que esta última
tipifica como pocas el desarrollo capitalista en las naciones centrales.
Mientras que estas experiencias se llevaron a cabo en la segunda mitad del
siglo XIX, sus homólogos de la periferia lo encaran luego de la crisis de los
años treinta del siglo siguiente. Es decir, su alumbramiento, llevado a cabo
por necesidad, fue eminentemente tardío, en el contexto de aquello que
describimos como el despliegue del mercado mundial soldado, y que desde una
perspectiva marxista se correspondería con el imperialismo[4].
Los planteos desarrollistas los hemos definido como estructuralistas, como
estructuralistas a-históricos. No abjuran del mercado mundial aun cuando
reconocen las desventajas posicionales de una cristalización del mercado
mundial a través de la división internacional del trabajo. La crisis del treinta,
al respecto, ha sido una verdadera maestra. En América Latina, Prebisch en la CEPAL y la escuela de la
dependencia constituyen diversos momentos de respuestas intelectuales al
esfuerzo por industrializar nuestros países. Con el paso del tiempo, estas interpretaciones
se fueron radicalizando, siendo la experiencia brasileña durante los años
sesenta la que más lejos avanzó en la misma impugnación del desarrollismo como
vía de escape al subdesarrollo capitalista (Marini, 1974). Pero en esencia, el
desarrollismo es la concepción estática del proceso de desarrollo, más allá del
planteo formal de origen de diversificación de la estructura productiva.
1.1 Un antiguo trabajo y algunas necesarias
reflexiones
A comienzos de los años noventa
hicimos una aproximación al estudio del desarrollo del sistema mundial
valiéndonos, precisamente, de una síntesis estadística del comercio mundial (Gejo,
1995). De ella extrajimos las principales tendencias del comercio internacional
que fueron leídas en clave antisistémica[5].
Sugerimos, en aquel momento, el peso decisivo, determinante, de la geografía a
través de la concentración y la regionalización de los flujos de mercancías,
enfrentando, así, a las posiciones prevalecientes, las liberales.
Esa explicación del
comercio internacional fue precedida, por su parte, por una descripción
histórica esquemática de la evolución del sistema económico-político mundial[6].
Confrontábamos de esta forma con la
‘teoría’ manifiesta de aquel momento: la globalización. Fue una temprana
impugnación de ella, recurriendo a una geografización básica, comenzando por
reducir los alcances de la presunta nueva era o, por lo menos, diluyendo su
especificidad al incluirla dentro de un movimiento más amplio que se
desenvolvía desde principio del siglo pasado. Así, el sistema mundial se
remontará en sus orígenes a la mitad del siglo XIX, y desde allí se
desarrollará en tres movimientos: el primero hasta la Primera Guerra Mundial; el
segundo, desde allí hasta la crisis de los años setenta; y el tercero desde esa
crisis hasta la actualidad (primeros momentos de los años noventa). Cada etapa
se articulaba con la hegemonía de una potencia, exceptuando la última. La
primera etapa (1850-1914) se correspondía con la hegemonía británica. La
segunda etapa (1914-1970) reflejaba el dominio estadounidense, sin cortapisas
en la esfera occidental. Por último, desde los años setenta en adelante,
señalábamos la existencia de una tripolaridad, imperante a partir de las tres
geografías industrializadas históricas del hemisferio norte: EE.UU., Europa
Occidental y el Japón. Alrededor de esta última economía ubicábamos a la
periferia industrial asiática compuesta por un puñado de estados nacionales de
fuerte crecimiento en los últimos años (desde los años sesenta), que emergía a
la par del despliegue nipón de posguerra. Esta descripción, con particular
apego a este último aspecto, estaba orientada a reflejar el carácter
estratégico del giro ‘neoliberal’ de las burguesías latinoamericanas desde los
años setenta[7].
2.
La
cambiante geografía del comercio desde la Segunda Guerra Mundial
https://drive.google.com/file/d/0B2Imn7ASU6_iV0NiQ19WUVA4Q0k/view?usp=sharing
Los liberales, sobre
todo, se han apropiado del comercio mundial como un ejemplar modo de dar
asidero a sus argumentaciones, y en lo últimos treinta años, en eso que suele
denominarse globalización, han hecho pesar expresamente los dictados de su
credo mercantil clásico. Precisamente por ello, más allá de las lógicas
limitaciones que surgen de un análisis estrictamente apegado a las exportaciones,
esta síntesis estadística nos permitirá elucidar sobre ese par de cuestiones
que hemos definido como primordiales: el recambio hegemónico y las consecuentes
modificaciones para las materias primas en el comercio mundial[8].
Cuadro 1. Exportaciones mundiales de mercancías por
regiones y países seleccionados (1948 – 2011)
1948
|
1953
|
1963
|
1973
|
1983
|
1993
|
2003
|
2011
|
|
Mundo (en
miles de millones de dólares)
|
58
|
84
|
157
|
579
|
1838
|
3670
|
7342
|
17.816
|
Mundo (%)
|
100,0
|
100,0
|
100,0
|
100,0
|
100,0
|
100,0
|
100,0
|
100.0
|
América
del Norte
|
28.5
|
25.5
|
20.0
|
17.6
|
16.8
|
18.2
|
15.4
|
12.8
|
Estados
Unidos
|
21.7
|
18,8
|
14,9
|
12,3
|
11,2
|
12,7
|
9,9
|
8.3
|
México
|
1.0
|
0.7
|
06
|
0.4
|
1.4
|
1.4
|
2.2
|
2.0
|
Centroamérica
y Sudamérica
|
11.3
|
9.7
|
6.4
|
4.3
|
4.4
|
3.0
|
2.8
|
4.2
|
Brasil
|
2,0
|
1,8
|
0,9
|
1,1
|
1,2
|
1,1
|
1,0
|
1.4
|
Argentina
|
2,8
|
1,3
|
0,9
|
0,6
|
0,4
|
0,4
|
0,4
|
0.5
|
Europa
Occidental
|
31.0
|
34.9
|
41.0
|
44.8
|
39.0
|
43.7
|
46,1
|
37.1
|
Alemania
|
1.4
|
5.3
|
9.3
|
11.6
|
9.2
|
10.3
|
10.2
|
8.3
|
Francia
|
3.4
|
4.8
|
5.2
|
6.3
|
5.2
|
6.0
|
5.3
|
3.3
|
Italia
|
1.8
|
1.8
|
3.2
|
3.8
|
5.0
|
4.9
|
4.1
|
2.9
|
Reino Unido
|
11.3
|
9.0
|
7.8
|
5.1
|
4.0
|
4.6
|
4.1
|
2.7
|
Europa C/O, Estados Bálticos, (CEI) +
|
6.0
|
8.2
|
11.0
|
8.9
|
9.5
|
2.9
|
2.7
|
4.3
|
África
|
7,3
|
6,5
|
5,7
|
4,8
|
4,5
|
2,5
|
2,4
|
3.3
|
Sudáfrica
|
2,0
|
1,7
|
1,5
|
1,0
|
1,0
|
0,7
|
0,5
|
0.5
|
Oriente
Medio
|
2,0
|
2,7
|
3,2
|
4,1
|
6,8
|
3,4
|
4,1
|
7.0
|
13,6
|
13,1
|
12,4
|
14,9
|
19,1
|
26,1
|
26,1
|
31.1
|
|
0,9
|
1,2
|
1,3
|
1,0
|
1,2
|
2,5
|
6,0
|
10.7
|
|
Japón
|
0,4
|
1,5
|
3,5
|
6,4
|
8,0
|
9,9
|
6,4
|
4.6
|
2,2
|
1,3
|
1,0
|
0,5
|
0,5
|
0,6
|
0,8
|
1.7
|
|
3,7
|
3,2
|
2,4
|
2,1
|
1,4
|
1,5
|
1,2
|
1.7
|
|
PRI *
|
3,0
|
2,7
|
2,4
|
3,4
|
5,8
|
9,7
|
9,4
|
9.8
|
GATT/OMC
|
60,4
|
68,7
|
72,8
|
81,8
|
76,5
|
89,5
|
94,3
|
93.8
|
Fuente:
Elaboración propia en base a datos de la
OMC
+
Comunidad de Estados Independientes (según OMC): Armenia, Azerbaiyán,
Bielorrusia, Rusia, Georgia, Kazajstán, Moldavia, Kirguistán, Tayikistán,
Turkmenistán, Ucrania, Uzbekistán.
*Países de Reciente industrialización: Corea del Sur, Singapur,
Taiwán, Hong Kong, Malasia, Indonesia.
Durante la década de los 90, estos países del sudeste asiático, han sido
catalogados bajo esta caracterización. Esta misma referencia se hace cuando se
habla de México y Brasil en la década del 70.
Una lectura somera
del cuadro[9]
de marras nos permite extraer las siguientes conclusiones:
El tema de la declinación
de los Estados Unidos es una cuestión de larga data si se hace caso a las cifras
allí volcadas. La posición relativa de las exportaciones estadounidenses
retrocede a lo largo de casi todo el período: con un máximo de 21,7%, en 1948,
y un mínimo de 8,3% para el último registro anual[10].
Aun cuando hablamos de retroceso relativo, es innegable que la cuantía de las
cifras involucradas es apabullante. La dilución exportadora estadounidense,
entonces, bien podría dar pábulo a la mentada idea de la multipolaridad, posición
que hoy encontramos tan difundida como aceptada, aunque nosotros no la
compartimos[11].
Está claro también el
ascenso europeo occidental, que partiendo de la perdidosa situación de la
inmediata posguerra alcanza un pico de 43,7% en 1973 y luego otro en 2003. Es
remarcable la caída relativa del último interregno (2003-2011), en plena
coincidencia con la precipitación de la crisis de la Eurozona , que ahora,
precisamente, atravesamos. (Halevi, 2013) Es manifiesto que la recomposición
europea ha estado acompañada por la confirmación de la hegemonía regional
alemana, plenamente alcanzada en 1973 y luego sostenida, y la concomitante
debacle de la economía británica, que inicia el período con un registro de 11,3%
y lo termina con un desolador 2,7%[12].
Con menor dramatismo, también se confirman las declinaciones francesa e
italiana, sobre todo en las últimas dos décadas.
El contexto de las
regiones desarrolladas se completa con Asia. Allí se observa, claramente, el
portentoso despliegue exportador que la coloca como la gran ganadora de este
período, con ribetes marcados en los últimos treinta años. Esta vasta región
comienza el período con una participación de 13,6% y lo finaliza en su techo,
con un 31.1% de las exportaciones mundiales.
La región asiática
en su interior nos muestra diferencias importantes, relevantes para comprender
el cariz de los acontecimientos internacionales. La economía japonesa se empina
comercialmente hacia 1973, siguiendo los trazos de la experiencia germana en
Europa occidental, pero no detiene allí su marcha sino hasta 1993. Este desfasaje
respecto de la racha germana es importante realzarlo. Su prolongación en el
tiempo está basada en la proyección comercial secundaria de los países de
reciente industrialización de la región –las seis potencias comerciales o
Tigres-, que emergerán con fuerza luego de 1973, pasando de 3,4% a 9,7% de las
exportaciones mundiales en 1993, registro que es prácticamente su techo.
Finalmente, a este tren en veloz marcha le sucede China, que estuvo
virtualmente estancado durante cuarenta años, e inicia un despegue en 1983 y
que alcanza definitivamente vuelo a partir de 1993; China no detendrá su avance
hasta el final del período, que lo corona obteniendo la primacía comercial
mundial. Vale aclarar que entre 1993 y 2011, en apenas una década y media, la
economía china pasa de representar 2,5% a 10.7% de las exportaciones mundiales.
Estamos, pues, frente a un salto colosal por su magnitud, por su entidad, por
sus consecuencias. Tomado desde su base de 1973 (1%), implica más que una
decuplicación de la participación comercial relativa de China en el mercado
mundial, una performance asombrosa, de la que se desprenden todas las
manifestaciones que ha generado la irrupción de este gigante asiático.
La situación
asiática no puede completarse si uno dejara afuera a aquellos subespacios de
histórica ligazón al imperio ultramarino inglés. Tanto la India como Australia y Nueva
Zelanda, los grandes protagonistas de 1948 (casi un 6 % del comercio mundial),
siendo entonces más del 40 % de la participación relativa de la región,
terminan en 2011 con un escaso 3,4 % de
las exportaciones mundiales, un poco más
que el 10 % de la representación comercial regional. En el caso de la India , con un rebote desde
1993, nos hallamos bajo el signo del desplazamiento de tipo chino, claro que
acotado, muy acotado. En el de Australia, estamos frente a un caso notorio de
falta de respuesta comercial activa, producto de una inserción primaria en un
contexto de profunda imbricación industrial, como es el momento actual en general
y el de Asia en particular[13].
Los espacios
periféricos netos son tres: Centroamérica y Sudamérica, África y Medio Oriente.
Los desarrollos comerciales no dejan lugar a dudas. De una participación comercial
conjunta que superaba el 20% en 1948 han quedado reducidos a poco más del 14 %;
con algunas características que terminan por diseñar un cuadro de situación
preocupante. Tanto Centroamérica y Sudamérica como África sufren verdaderos
derrumbes de sus posiciones comerciales: de una participación de casi 20 % en
1948 caen a 5,2 % en 2003. Es decir, una reducción a la cuarta parte de su
participación de 1948. Sin embargo, en el interregno 2003 – 2011 queda
establecido el repunte de las materias primas en el comercio mundial, el avance
alcanza a casi un 60% en términos relativos, y ha tenido por principales
factores explicativos tanto a la demanda china como una probable canalización
especulativa del comercio de estos bienes.
La región restante,
la petrolera por antonomasia, en cambio, duplica sus registros (de 2,0 a 4,1 %) entre 1948 y
2003. Esta disimilitud durante este periodo de los trayectos está basada en el
carácter estratégico de la materia prima sujeto de la inserción comercial meso-oriental.
De la misma manera que en los casos anteriores, en la última década, la participación
de medio oriente se ha incrementado registrando en 2011 su mayor participación
en todo el periodo contemplado. Dicha materia prima encaja en el modelo de
recursos hegemónico de la economía estadounidense y también en el de las
necesidades de abastecimiento energético de las nuevas locomotoras industriales
orientales.[14]
3. Hacia una interpretación etapista
En un intento de
organizar la maraña numérica-estadística, trataremos ahora de ofrecer una interpretación
de conjunto, estructural, sistémica.
Se pueden subdividir
estos sesenta años de evolución del comercio mundial en tres grandes momentos.
El primero, característico, clásico, iría entre 1948 y 1973. Conocido como los “Treinta gloriosos”, corresponde a la respuesta a la debacle
de la segunda Guerra mundial. Es una etapa de crecimiento acelerado en las
regiones centrales, que alcanzan una especie de coordinación. Podríamos decir
que Estados unidos arrastra a Europa Occidental y al Japón. Es un momento de
despliegue de las empresas transnacionales, de integración liminar europea a
partir del tándem franco-alemán y del espectacular despegue nipón. Es el orden
de Bretton Woods; es el imperio del dólar.
Esta
primera etapa (1948-1973) culmina con la inconvertibilidad del dólar (1971) y
la llamada crisis del petróleo. Este interregno de crisis abarca casi toda la
década del setenta, y representa el inestable equilibrio alcanzado entre las
regiones centrales al haber perdido Estados Unidos su ostensible liderazgo de
antaño. La respuesta estadounidense será la devaluación, el emisionismo, la
financierización y la desindustrialización. La respuesta política estratégica
quedará hacia el final de la década a cargo de la dupla Thatcher-Reagan, la
base política internacional de eso que se ha dado en llamar, luego, “neoliberalismo”[15] .
Una de
las principales manifestaciones del período 1973-1993 será la aceleración de
las vías de construcción regional, sobre todo, desde ya, en las regiones
centrales. Estos “regionalismos” se observan en la tendencia a la
profundización de integración europea (inclusión de la Europa meridional); la
prefiguración del área de libre comercio de América del Norte; y la asociación
ente el capitalismo japonés y los llamados “Tigres”, verdaderos ganadores de
este período. Este momento muestra, al mismo tiempo, la caída abisal de las
periferias primarias; todas sin excepción se hunden en sus participaciones
comerciales[16].
Finalmente,
tenemos el período que va desde 1993 hasta la actualidad. Habitualmente a este
momento se lo conoce como el de la “globalización”. La pretensión de esta
denominación es la apología sistémica; la realidad, por el contrario, indicará
que es la escenificación de la agudización de las contradicciones que arrastra
el sistema desde los años setenta. Se
constatan la declinación estadounidense, tras el fracasado intento de
relanzamiento de los ochenta; las insalvables contradicciones de la Eurozona , con una
Alemania reconfigurando su expansión en clave euro-oriental[17], mediante un dispositivo
de división del trabajo que erosiona a la anterior predisposición a dar cabida,
relativamente, a Europa meridional (Halevi, 2013); y el definitivo despliegue
chino en Asia; en esa Asia ascendente mundialmente, pero que empieza a padecer
los éxitos de su reciente historia (Halevi y Lucarelli, 2013; Economist
Intelligence Unit, 2013)[18].
A modo de conclusiones
Las
cifras del comercio internacional muestran, claramente, la preeminencia del
factor político. El inicio del recorrido estaba todavía muy apegado al desvanecido
mundo inglés. Los radicales cambios acaecidos luego, en forma casi abrupta,
distan de poder explicarse por desarrollos automáticos de carácter económico.
El mundo “estadounidense” que sobrevino, cargado de materialidad histórica, fue
un producto de las colosales fuerzas desatadas por el choque de la Segunda Guerra Mundial.
En este
sentido, el actual hipotético cambio de hegemonía al que asistimos no puede
analizarse en prospectiva sin la presencia activa de ese factor determinante.
El denominado ascenso pacífico chino no es tal. Este desarrollo, por su
vertiginosidad, está absolutamente supeditado al conjunto sistémico del que ha emergido
Es el último eslabón de una compleja trama regional que, más allá de sus
peculiaridades, es una directa consecuencia del agotamiento del virtuoso cuadro
de posguerra. Las sucesivas oleadas de deslocalización industrial en las
economías centrales (América del Norte, Europa occidental y el propio Japón) han
sido el punto de apoyo de su desbordante crecimiento comercial de los últimos
treinta años. China es la plena expresión de todo ello, partiendo, claro está,
de sus propias condiciones materiales: un gran desnivel de desarrollo respecto
de las economías centrales, siendo un país de tamaño continental con una
reserva de fuerza de trabajo barata de magnitud impar.
La
respuesta política estadounidense se ha hecho esperar un poco, pero finalmente
ha quedado al descubierto. Tras haber ejercido presión sobre los flancos de
abastecimiento de China, con su larga campaña en Medio Oriente y Asia Central
durante los noventa y la década pasada, sobre todo, ahora produce un recambio
de su estrategia de sitio o cercamiento, ya no orientada exclusivamente hacia
los recursos, sino hacia el mercado regional, el que debe oficiar de sostén de
la segunda vuelta del desarrollo chino.
Estos
hechos, el cerco y la variación de él hacia una variante más agresiva, imponen
la necesidad de poseer una buena dosis de realismo a la hora de analizar el
futuro de la transición hegemónica, sujeta, sin lugar a dudas, a respuestas
políticas rotundas, es decir, que encarnen materialidades plenas, incluyendo,
por lo tanto, el choque de Estados[19]. Y además minimiza las
elementales discusiones sobre el porvenir de las materia primas, al que son
afectos, por vocación, los liberales.
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[1] China es hoy el principal exportador del mundo,
superando la barrera del 10 % de las exportaciones mundiales, y, además, su
economía alcanza ya el segundo lugar por tamaño, quedando tan sólo por detrás
de la de los EE.UU. Pero lo más notable ha sido su fulminante desarrollo, es
que “ha crecido 9,9 % anual promedio en los últimos treinta y tres años, el
período más largo, a la tasa más alta, del capitalismo desde la Revolución Industrial
(1780-1840). Se ha expandido trece veces desde 1978, mientras que se ha
duplicado cada ocho años el ingreso real per cápita de su población”
(Castro, 2013: 4). Esta referencia al
inusitado movimiento y transformación del antiguo coloso de Oriente es lo que
causa asombro y hasta perplejidad. Más aún, algunos análisis –por no decir
muchos- virtualmente desconocían el ascenso chino hasta hace una década atrás.
Debe recordarse al respecto que unos veinte años atrás todavía los entendidos
establecían una línea de confrontación básica entre los EE.UU. y el Japón, y el
por entonces pesimismo estadounidense era azuzado por la supuesta
invencibilidad del modelo nacional-empresarial nipón. (Thurow, 1992)
[2] Una de las descripciones más fidedignas de la
transición del mundo inglés al mundo estadounidense la podemos hallar en el
trabajo de Albert Demangeon (1956). Este geógrafo francés, escribiendo sobre la
crisis del treinta en plena crisis, durante el desarrollo de aquellos
acontecimientos, retrató como pocos la situación de saturación del mercado
mundial, la decadencia británica ostensible, la fortaleza estadounidense y el
ascenso alemán en Europa, destinado este último a confrontar, inevitablemente,
con el capitalismo norteamericano, definiendo la puja intereuropea hacia manos
no europeas
[3] Los liberales han sido los permanentes ensalzadores de
las virtudes del mercado mundial como demiurgo de la prosperidad de la economía
nacional, y razones no les faltan. Es que han quedado encandilados por la etapa
de consolidación nacional tan peculiar –por su vértigo-, abierta en la segunda
mitad del siglo XIX. A partir de esta experiencia, los liberales en su más
amplia acepción –hecho que involucraría también a los desarrollistas, la otra
corriente interpretativa burguesa- han estado siempre dispuestos a creer en la
reedición de aquella historia “virtuosa”. Lo hicieron en el contexto de la
“globalización” (“neoliberalismo”) y lo vuelven a hacer en la inmediata
pos-globalización (“neodesarrollismo”). Es decir, la irrupción china ha vuelto
a generar expectativas en la “ruta de la seda” criolla.
[4] El desarrollo del concepto de imperialismo se debe a
Lenin (1973) a comienzos del siglo XX. Su elucidación se gesta en el marco de la Primera Guerra
Mundial para mostrar el ingreso del capitalismo a una nueva etapa. Una etapa
convulsiva, en la que las contradicciones engendradas por el desarrollo del
capitalismo planteaban un horizonte de enfrentamientos políticos estatales, de
los que la Primera Guerra
Mundial era el prólogo de una época de grandes matanzas.
[5] Ahora aquí corresponde fijar algunas posiciones sobre
un hecho central, sobre una cuestión crucial para la conceptualización de la
evolución del Sistema Mundial. Nos referimos al concepto de imperialismo. No es
una casualidad su reposición en las discusiones sobre la realidad internacional
durante los últimos diez años. Uno de los hitos de este regreso ha sido la
aparición de la obra "El nuevo imperialismo" de David Harvey hacia el
año 2003. La acción política directa de los EE.UU. en los Balcanes, Medio
Oriente y Asia Central reflotó la presencia del concepto desarrollado por
Lenin. La ligazón de este concepto al de la acumulación por desposesión, este
último entendido como un mecanismo de ajuste geográfico para superar los
obstáculos a la acumulación de capital en una etapa de impasse, otorgó una base
argumental a los intentos de explicar la pertinaz ofensiva del capital sobre el
trabajo y la periferia como una forma de fugar hacia adelante frente a una
crisis de proporciones del capitalismo.
Es por ello que a continuación
formularemos algunos apuntes sobre el imperialismo como concepto vivo, y como
tal operativo, para elucidar la cuestión de la evolución del Sistema Mundial.
El concepto de imperialismo expresa acabadamente, a nuestro entender, una
síntesis geográfica. Su punto de partida es un proceso de concentración, de
concentración de capital (monopolio), es decir, un índice elocuente de
densidad, de densificación. Este es el origen del imperialismo, un fenómeno
material pleno. El segundo elemento de juicio provisto por Lenin es la
caracterización social del imperialismo: esta concentración de capital es,
cualitativamente, la conjunción del capital industrial con el capital
bancario, dando lugar al capital financiero. Esta forma que adquiere el proceso
da señales del salto cualitativo que ha adquirido la concentración de capital.
Una nueva manifestación material contundente. Hasta aquí, estas dos
manifestaciones concurren para ilustrar sobre la construcción de un sitio, de
una realidad material. El tercer elemento que Lenin pone en juego es la
exportación de capital. La realidad material cobra impactante movimiento,
partiendo de su identificación como un proceso de exceso de capital fijado
territorialmente, de sobreacumulación. Frente a este exceso se
ve obligado a echar lastre. Frente a una alta concentración, ella se ve
compelida a expeler capital, transfiriendo a otros sitios de menor
concentración, de menor densidad de capital, de menor composición orgánica de
capital, parte de ese exceso de capital. Por último, a este recorrido abierto
por una concentración de capital, su consolidación específica (como capital
financiero) y el proceso de transferencia de capital excedente a áreas de menor
densidad, le sigue una ineludible puja por el control de los espacios de
capitalización rezagada. La lucha por el establecimiento de áreas de influencia
abre los espacios para el desarrollo en escala de la politización de la
territorialidad. La geopolítica es, desde este punto de referencia, una
necesaria consecuencia de la manifestación del imperialismo.
Llegados a este punto podemos
avanzar en una reapropiación del imperialismo como un proceso efectivo de la
construcción material de la realidad mundial. El imperialismo puede ser
entendido como un proceso de diferenciación material de carácter sistémico,
originado e impulsado por las sobreacumulaciones concretas, establecidas
(geográficas) de capital. Con él, con su existencia, todos los procesos de
acumulación de capital estarán sobredeterminados por su dinámica, por su
desbordada impronta. Y podríamos, entonces, permitirnos ahora una
reinterpretación de aquellas ‘Fases de desarrollo’ con las que describimos el
proceso de conformación del Sistema Mundial. Frente a la supuesta ruptura de lo
que se denomina globalización, la utilización geográfica o geohistórica, para
ceñirnos al lenguaje de Giovanni Arrighi (1999 - 2001) del imperialismo nos
permite ahora reconfigurar al capitalismo como geografía. En este marco, el del
imperialismo, habríamos atravesado tres momentos definidos en la conformación
del sistema mundial. Un primer momento, se correspondería con la fase clásica
de constitución del imperialismo, una etapa regida por la hegemonía británica y
la apertura en las regiones
complementarias de la periferia mundial de ciclos primarios exportadores. Un
caso ostensible, significativo, es el de Argentina, en Sudamérica. Esta es una
etapa tradicional, con industrialización en el centro y crecimiento de la
oferta de materias primas en la periferia. La Primera Guerra Mundial es un
momento de clivaje. Se asistió, por entonces, a una transición de treinta años,
materializada, finalmente, por la Segunda
Guerra Mundial. Con ella, la suerte británica estará echada y
la hegemonía estadounidense asegurada, con las limitaciones revolucionarias
euroasiáticas (la URSS ,
primero, y luego, China). La segunda fase, ya abierta en 1914, pero
consolidada, configurada definitivamente, en 1945, articulará “virtuosamente” a
los tres espacios centrales históricos del capitalismo (Norteamérica, Europa
Occidental y Japón) (Brenner, 2009). Además habrá una extensión hacia la
periferia de la industrialización, camino ya inducido por la Primera Guerra Mundial y la
crisis de los años treinta. Nos referimos, sobre todo, a la periferia inmediata
de la potencia rectora, a América latina. Esta industrialización periférica ha
sido plenamente funcional al desborde y las necesidades de los capitalismos
centrales, cuya figura descollante es EE.UU. Este es el momento de los “Treinta
gloriosos”, es la etapa de la rápida reconstitución de los capitalismos
centrales, imperialistas, derrotados en la contienda de 1939-1945. Por último,
nos encontramos con la última fase, lo que habitualmente se ha denominado
globalización, y que abarcaría desde los años setenta hasta la actualidad, o
por lo menos hasta 2008, año de la crisis financiera desatada en las geografías
centrales del capitalismo. Esta etapa, en realidad, desde una visión más
integral, debería ubicarse en sus inicios con el desmoronamiento de la URSS y su subsistema
periférico asociado a ella en Europa Oriental. Habitualmente se señala a la
crisis del petróleo (1973 a
1975) o, aún más determinante, la declaración de la inconvertibilidad del dólar
en 1971. Es una etapa de agudas contradicciones, regada de hechos políticos de
magnitud considerable (revoluciones, contrarrevoluciones y guerras). En
términos estructurales, este momento
está signado por la respuesta estratégica del imperialismo estadounidense a su
sensible declinación relativa frente al imperialismo europeo (alemán) y el asiático
(Japón). Esta respuesta se ha basado en una sistemática disociación ente la
oferta y la demanda imperialista. Un fenómeno inédito en la historia del
capitalismo imperialista, si nos referimos al núcleo de producción
manufacturera. Esta relocalización industrial, que se sustanció básicamente, en
la periferia asiática, encontró un acicate definitivo con la restauración
capitalista en China (a fines de los setenta) y la caída del Muro (a fines de
los ochenta). El segundo movimiento lo constituyeron las regionalizaciones en
curso desde los años setenta y que afectaron a las periferias de los tres
centros históricos, imperialistas. La tercera acción, decisiva también, fue el abierto asedio militar de la periferia
euroasiática, ejerciendo presión sobre los flancos del vasto espacio de la ex
URSS, primero, y luego sobre la periferia china. Estas tres acciones han estado
articuladas, por lo menos temporalmente. El resultado de ellas ha sobrevenido
en la actual situación de crisis económico-política abierta desde 2007 y 2008, a la par que se
tensan las relaciones geopolíticas producto del ascenso chino, entendido este
último como una expresión casi epifenoménica de la crisis sistémica de arrastre
de casi cuatro décadas.
[6] La descripción esquemática histórica producía una gran
síntesis geográfica, que precisamente por su carácter abreviado recurría a un
forzoso desbrozamiento de detalles y circunstancias. Era una aproximación
macro-histórica, sujeta, por lo tanto, a una constante revisión, sobre todo
cuando se sale del plano de la gran abstracción. Existen, por ejemplo, dos
consideraciones por hacer sobre su desarrollo. Por el momento en que fue
realizado, casi sobre la disolución de la URSS , la lectura mundial colocaba a la geografía
euro-oriental casi como una fantasmagoría. Este hecho da una idea de la
sobre-simplificación del análisis y sus, paralelamente, límites de sus utilidad
más allá de haber generado un gran marco para la comprensión de ciertos
movimientos de la realidad mundial; ante todo, de aquellos que pretendíamos
comprender, los fenómenos de la circulación material internacional. El otro
aspecto a remarcar es la utilización de un término, transnacionalización, para
describir la evolución de casi todo el siglo XX; a la sazón, desde 1914 hasta
el momento en que se escribieron esas líneas, alrededor de comienzos de los
años noventa. Este término, transnacionalización, pretendió, ante todo,
quitarle la radicalidad histórica a la por entonces lozanía conceptual de la
globalización. Es decir, más allá de las lógicas limitaciones que el término transnacionalización en sí mismo
posee, resultó una manera operativa de darle continuidad a una lectura
macro-histórica no condescendiente con la imposición maciza del cambio sistémico
pretendidamente propuesto y previsto por la globalización.
[7] Para el caso argentino, este giro “neoliberal” es estratégico; es una
opción de largo plazo a pesar de ciertas variaciones, propias de la linealidad
histórica concreta. La experiencia de Martínez de Hoz en los setenta, por ejemplo,
es plenamente refrendada por la larga vida de la convertibilidad de Domingo
Cavallo durante los años noventa. Sobre
estas continuidades pragmáticas subyace un verdadero enfoque histórico de largo
plazo común, que marca los límites del desenvolvimiento industrial por los que
atravesó la región en los cuarenta años previos a la crisis de los años
setenta. Debe anotarse, empero, que la experiencia argentina no ha contado como
México con una “salida” maquiladora, o como Brasil, con un mercado interior potencial
de dimensiones considerables.
[8] Por si hiciera falta aclarar, reiteramos que los
estudios de circulación, que son muy importantes, no se desarrollan desde una
lógica liberal. Por el contrario, desde una perspectiva estructuralista,
estructuralista-histórica, la circulación deviene como un producto de las
estructuras. O lo que es lo mismo pero sucinto, los flujos provienen y se
explican desde los stocks. Al respecto, Albert Demangeon, refiriéndose a la
crisis de los años 30, afirmaba: “La prueba para los EEUU es dura. Su
formidable utillaje industrial condujo a la saturación del mercado
norteamericano en el momento en el que el mismo mercado universal estallaba de
plétora. En este estado de cosas, incluso si la libertad de cambios dominara en
todas partes ahora sería incapaz de resolver la crisis. En este mercado
entorpecido no bastaría con una ventilación. Es toda la organización de la
producción lo que se debe reestablecer.” (1956: 41).
[9] [9] Haremos un breve
repaso por los jalones anuales que presiden el cuadro base. Precisamente por la
brevedad y lo provisorio del relato, debe tomarse con recaudos la siguiente
enumeración de acontecimientos históricos.
El comienzo,
1948, es un año punto de partida luego de la debacle de la Segunda Guerra Mundial, llevada a cabo entre septiembre de 1939, con la
invasión de Polonia por parte de Alemania, y agosto de 1945, momento este
último de la rendición incondicional del Japón, a pocas horas de haber sufrido
dos bombardeos atómicos estadounidenses sobre las ciudades de Hiroshima y
Nagasaki. El año 1948 podría ser considerado el primer momento de
estabilización certero, por lo menos en Europa Occidental.
El segundo
registro temporal, el de 1953, ya nos ubica en plena posguerra, regida ésta por
los acontecimientos de la llamada Guerra Fría. Y nos traslada de Europa a
Oriente, al noreste de Asia, a la península coreana. Este año, tras casi tres
años de batalla, estará finalizando la Guerra de Corea. En ella se produjo el
enfrentamiento entre EE.UU. y China en el marco del conflicto interno coreano. La Revolución
China del año 1949 se encontró frente al segundo hecho
externo de envergadura. El primero había sido la constitución del régimen de
China nacionalista o Taiwán en la isla de Formosa. Ahora, a partir de 1950, se
llevará a cabo la guerra en la península coreana, de la que resultarán dos
estados, Corea del Norte (estado comunista) y Corea del Sur (estado
capitalista). El conflicto coreano debe ser entendido como un verdadero
parteaguas internacional, con evidentes, con elocuentes consecuencias para Asia
pero también para el mundo todo, incluso para la lejana Latinoamérica.
El año de 1963
nos remite, nuevamente, al contexto asiático. Se está desarrollando, ahora, el
conflicto de Vietnam, en la ex Indochina francesa. Se asistirá, como en Corea,
a una guerra de unificación de un espacio político único mediante la
confrontación del Norte (comunista) con el Sur (capitalista). El primero
asistido, fundamentalmente, por la Unión
Soviética (URSS) y el segundo sostenido por EE.UU. Una
conflagración de más de una década, que puede extenderse a más de dos si se
tiene en cuenta la guerra de la independencia de los vietnamitas frente a los
franceses. Es un momento de recuperación de la economía internacional, con una
modalidad que se conocerá en el tiempo como el “keynesianismo militar”, esto
es, la prolongación de la estructura emergida desde la Segunda Guerra como la columna
vertebral de la economía norteamericana (Cypher, 2007; Beinstein, 2013).
El año 1973 ya
nos remite, en tanto, al contexto de crisis prevaleciente desde fines de los
años sesenta. Está caracterizado por la “crisis del petróleo”, precedida por la
declaración de la inconvertibilidad del dólar en 1971. Este registro anual para
muchos actores significa el fin del ciclo de expansión de la posguerra y
prepara la reacción conservadora de la segunda mitad de la década a cargo de
las formaciones políticas derechistas de EE.UU. y Gran Bretaña (los partidos
republicano y conservador en ese orden).
El próximo hito,
el de 1983, ya nos lleva a la década del “neoliberalismo” central. Una larga
década donde se asientan los programas de derecha que se esparcirán
planetariamente en los noventa al socaire del hundimiento del sistema
socialista en Europa Oriental. Este decenio de los ochenta también estará
marcado por la crisis de la deuda periférica asentada en América Latina, a
partir del episodio liminar de la crisis mexicana en la segunda mitad del año
1982, más precisamente durante el mes de agosto.
Tras el año 1993
se encuentran ya los acontecimientos de magnitud mundial sin precedentes,
acaecidos en Europa Oriental, que se procesaron ente 1989 y 1993, desde la
caída del Muro de Berlín a la disolución de la Unión Soviética.
El siguiente
año, 2003, nos lleva, tras la crisis de la burbuja tecnológica y la experiencia
de la invasión de Afganistán por parte de una coalición militar occidental
encabezada por los EE.UU., a la intervención en Medio Oriente a través de la
ocupación de Iraq. Este ciclo de intervención se había abierto con la
desintegración de Yugoslavia. Esta última acción aludida en los Balcanes es el
precedente inmediato de la ofensiva en Medio Oriente. Atrás ha quedado, en
1997, la crisis asiática, jalón de la conjunción de crisis que han recorrido la
periferia mundial.
Finalmente, el
año 2011, como último dato. Quedan en él la crisis 2007-2008 y todas sus
manifestaciones. En gran medida registra el fondo de la década perdida europea
y el ascenso de los precios de las materias primas, fenómeno concomitante del
vertiginoso avance de la economía china, así como también, probablemente, de
una nueva ronda de la especulación desatada, característica esencial de la
economía “casino”, una de las imágenes desarrolladas para esclarecer sobre el
cariz del capitalismo “neoliberal”.
[10] Sólo encontramos una
respuesta positiva relativa para el registro de 1993. Es indudable, a pesar de
que nos manejamos con una elemental aproximación circulacionista, que bien
podría estar influido este dato por la política devaluatoria del dólar impuesta
desde el Acuerdo del Plaza, en 1985, y que se sostuvo, tendencialmente, durante
casi una década. (Arrighi, 2007)
[11] Aquí tenemos que hacer un par de digresiones. La
primera, sobre la evolución descendente de los números estadounidenses. Ello es
un hecho incontrastable, pero habría que contextualizar esa caída –como tal
inobjetable- en la articulación del desarrollo estadounidense de cuño
transnacional, proyectando su poder en un despliegue geográfico que ha rebasado
en mucho su encierro nacional existente hasta 1914. La Segunda Guerra
Mundial será la partera de la nueva etapa el capitalismo estadounidense,
graficado por una geografía extendida euroasiática para dar cuenta de su
reproducción ampliada. La segunda digresión, culminación de la primera, en
tanto producto acabado de ella, indicaría el rápido cierre de la unipolaridad
noventista estadounidense y la instalación de una idea que ha tenido mucho
recorrido en los últimos años, la de la aparición de varios poderes geográficos
por oposición al período de la “globalización”. Esta idea está preñada con dos
planteos discutibles. El primero, aparte de dar por cierto el fin de la
“unipolaridad”, nos plantearía que la multipolaridad dotaría de estabilidad al
sistema mundial frente a las osadías irrestrictas de los estadounidenses
durante los largos noventa. El segundo, vuelve a dar bríos a las ideas
progresivas de desarrollo capitalista nacional autónomo. Tanto en un caso como
en el otro es evidente que cometen transgresiones históricas muy fuertes, tanto
como para permitirnos una sana y morigeradora duda sobre ellas.
[12] Es evidente que la política
thatcherista tampoco rindió sus frutos, y tras un breve resuello en 1993 el
Reino Unido continuó su derrotero desindustrializador; las cifras así lo
atestiguan.
[13] Esta caracterización sobre el perfil primario
exportador australiano y sus desavenencias actuales se puede observar en el
artículo de Rhiannon Hoyle (2013) “Anglo
American: el carbón en Australia está en situación crítica”.
[14] Un caso paradigmático del
carácter estratégico del petróleo lo señala el anclaje del comercio de esta
materia prima al dólar como una forma de transitar más allá del orden de
Bretton Woods, y la ligazón de este amarre a la sucesión de guerras regionales
en los últimos años. (Moreno, 2013)
[15] El “neoliberalismo” ha
consistido, en gruesos trazos, en un doble movimiento compuesto
deflacionario-inflacionario. El primer movimiento se orientó hacia los
salarios; el segundo hacia los activos. De conjunto estas dos tendencias han
quedado enlazadas complementariamente entre la acumulación por desposesión
(Harvey) y la sucesión de ciclos especulativos (burbujas) basados en diferentes
activos (Krugman, 2003).
[16] Es sintomático que estos años ochenta fueran “la década perdida”
para los latinoamericanos y el tiempo del desmoronamiento del “socialismo
realmente existente” en Europa oriental.
[17] Nos referimos a Polonia,
Hungría, República Checa, Turquía que están resultando plenamente funcionales a
un movimiento de emplazamiento del capital industrial alemán. En este sentido,
si tomamos en cuenta las tasas de crecimiento de exportaciones que han tenido
estas economías en el periodo 1990 – 2011, hay muestras claras de cómo Alemania
ha encontrado en su área ampliada la posibilidad de transferir sus contradicciones
hacia parte de las naciones que otrora fueran el área de influencia soviética.
Teniendo presente que la tasa de crecimiento de exportaciones mundial en el
periodo contemplado es de 530,4%, la de los países mencionados se encuentra muy
por encima de ésta: República Checa 1361, 3; Polonia: 1307, 7; Hungría: 1120, 0
y Turquía: 1038, 5. En contrapartida, tanto Alemania (349,6), como EEUU (376,
0), o Japón (286,2) se encuentran muy por debajo del total
mundial. Los datos de Reino Unido
(257,0), Francia (275,2), refuerzan la idea del fracaso de las estrategias de
rescate esgrimidas durante los 80 y el limitado alcance de la eurozona
“originaria” como estrategia para llevar adelante la puja imperialista.
(Elaboración estadística propia en base a datos de la OMC ).
[18] La crisis de 1997 no ha sido
un hecho circunstancial y su influencia tuvo alcance mundial. Y en la región
está claro que implicó el fuerte retroceso relativo posterior de las
exportaciones japonesas y el límite de la expansión comercial de los Tigres.
[19] “El Ejército de Estados Unidos ha entrado en un periodo de cambio
histórico después de más de una década de guerra tras los atentados terroristas
del 11 de septiembre de 2001. Concluimos la guerra en Irak; estamos
implementando una transición y una retirada efectiva de Afganistán, y en la
lucha contra el terrorismo debilitamos seriamente el liderazgo de Al Qaeda.
Como resultado de estos esfuerzos y de la realidad de
las limitaciones presupuestarias, Estados Unidos ha desarrollado una nueva
estrategia de defensa para el siglo XXI, que hace hincapié en la agilidad, la
tecnología y la proyección de fuerza. Hemos comenzado a concentrarnos en los
desafíos y las oportunidades del futuro, y resulta evidente que muchos de ellos
se sitúan en Asia.
Después de todo, el centro global de gravedad está
virando hacia la región de Asia-Pacífico, vinculando más estrechamente aún la
prosperidad y la seguridad futuras de Estados Unidos a esta región de rápido
crecimiento. Al mismo tiempo, un creciente gasto militar, desafíos a la
seguridad marítima, amenazas no tradicionales que van desde la piratería hasta
el terrorismo y la destrucción generada por los desastres naturales, hacen que
el contexto de seguridad de la región sea más complejo. Por estas razones, el
Departamento de Defensa de Estados Unidos está llevando a cabo un reequilibrio
del interés y la postura estratégicos de Estados Unidos frente a la región de
Asia-Pacífico”.
(Panetta, 2013)
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