3/3/16
Hipótesis sobre la génesis de
ciertos acontecimientos recientes en América Latina
La región vive una
coyuntura muy especial: al anunciado cambio de época proclamado con total
acierto por el presidente Rafael Correa hace ya unos cuantos años lo acechan
amenazas de una insólita gravedad. Proliferan las voces que pregonan -con
indisimulada alegría algunos en la izquierda, con alivio otros en la derecha-
el “fin de ciclo progresista”, más una expresión de deseos que un argumento
sólidamente fundado. Pero más allá de esta disyuntiva, es indudable que el gran
impulso ascendente de las luchas sociales y las fuerzas progresistas que desde
finales del siglo pasado conmovieron a la región se ha ralentizado. La derrota
del ALCA en Noviembre del 2005 aparece ahora, en perspectiva histórica, como el
cénit de un proceso que luego iría debilitándose paulatinamente. Sin embargo,
la inercia histórica era tan fuerte que ese auge de masas hizo posible las
victorias de Evo Morales en Bolivia a finales del 2005 y de Rafael Correa en
Ecuador también a fines del 2006. No sólo eso: también hubo un impulso
suficientemente vigoroso como para desbaratar la intentona de golpe y secesión
ensayada en Bolivia en el 2008 y el golpe de estado en Ecuador en Septiembre
del 2010. Pero, posteriormente, ese antiguo vigor fue menguando hasta llegar a
una situación de estancamiento y, en ciertos casos, de abierto retroceso.
El más importante, sin duda, fue el caso de la Argentina : este es el
primer, y hasta ahora único, país gobernado por una coalición progresista que
fue derrotado en una elección presidencial. En su lugar ascendió al poder una
heteróclita fuerza de derecha, que hizo de su subordinación a EEUU y a los
cánones del neoliberalismo el principio rector de todas sus políticas. En Venezuela
el oficialismo sufrió una durísima derrota en las elecciones de la Asamblea Nacional
de Diciembre del pasado año pero el chavismo aún conserva el gobierno. No
obstante, surgen muchas dudas acerca de su estabilidad en el mediano plazo y la
gobernabilidad del orden democrático venezolano ante el abismo que separa un
Ejecutivo acosado por innúmeros problemas de gestión y corrupción y un
Legislativo dominado por una derecha rabiosa y vengativa, y cuya lealtad a las
reglas del juego de la democracia es más que dudosa. Y apenas hace unos días,
la ajustada derrota, pero derrota al fin, sufrida por el gobierno del
presidente Evo Morales en el referendo constitucional viene a completar una
trilogía de fracasos que se torna aún más preocupante si se tiene en cuenta que
hace pocos meses las fuerzas de izquierda en Colombia perdieron la Alcaldía Mayor de
Bogotá y la de otras importantes ciudades. Agréguese a lo anterior la
tambaleante situación del gobierno de Dilma Rousseff en Brasil, cuya
continuidad en el cargo parece cada vez más pender de un delgado hilo, para
comprender la gravedad del momento actual de la política sudamericana.
Autocrítica y debate: la gran ausencia
Una coyuntura como esta, descrita a grandes rasgos dado
que es por todos conocida, exige llevar a cabo un análisis en profundidad de
las causas que la explican. Para ello es necesario ejercer, como punto de
partida, una sana y profunda autocrítica, huyendo de los discursos
autocelebratorios que por demasiado tiempo prosperaron en la región. Quisiera
señalar que hay en nuestros países una resistencia enorme a la autocrítica,
tanto en la izquierda “en el llano”, renuente a examinar las causas de su
ineficacia y de su inoperancia históricas como fuerza política, como en la
“izquierda gobernante”, que se resiste a revisar críticamente lo actuado y a
tratar de entender la génesis de su desventura actual.2 Tal como lo manifestara
en su momento el ex presidente Raúl Alfonsín al autor de estas líneas: “en
nuestros países la autocrítica se desliza velozmente hacia la antropofagia, con
las desastrosas consecuencias que se desprenden de ello”.
En el caso argentino luego de la inesperada (para el
entorno presidencial) derrota del kirchnerismo representado en la candidatura
de Daniel Scioli surgieron algunas voces reclamando que se explicara lo que
parecía ser inexplicable. Pero a tres meses de producida la debacle del 22 de
Noviembre del 2015 ni uno sólo de los dirigentes del Frente para la Victoria , comenzando por
la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, dijo una palabra acerca del
asunto, y eso que muchos cuadros medios del kirchnerismo y algunos analistas
independientes, como el autor de estas líneas, han venido reclamando
insistentemente, y en vano, una autocrítica. La respuesta ha sido el más absoluto
silencio.3 Creo que sin abandonar esta actitud va a ser muy poco probable que
las fuerzas de izquierda y progresistas recuperen el papel protagónico que
supieron tener en el pasado. Estas líneas pretenden hacer un pequeño aporte en
esa dirección
El papel de los medios hegemónicos
Avanzando en esta línea primero que nada quisiera
descartar un tranquilizador argumento utilizado hasta el cansancio en los
últimos tiempos y según el cual la causa de este retroceso obedece a la
perversidad de los medios concentrados que dispararon toda su artillería en
contra de los gobiernos populares y manipularon eficazmente a la opinión
pública. Sin duda que eso fue lo que hicieron, y de una manera brutal. Pero
antes también lo habían hecho: ¿o acaso no ganaron Evo, Correa, el propio
Chávez, Cristina, Lula, en contra de la presión de los medios hegemónicos? ¿Por
qué entonces su prédica no surtió efectos tan deletéreos como los que
demuestran al día de hoy? ¿Qué fue lo que potenció su gravitación? ¿Qué hubo en
el medio?
Repasemos: Una gestión de gobierno, con sus aciertos y
errores4; una campaña electoral, pobre y mal concebida en Argentina, Bolivia y
Venezuela, a contrapelo de los avances registrados en esa materia; la
personalidad de los líderes, siempre sometida a intensas presiones, que pueden
provocar reacciones desafortunadas o extemporáneas; el counseling de “la Embajada ” asesorando a
través de sus redes de ONGs a la oposición en la elaboración del discurso
político, la presentación de los candidatos, la agenda a ser promovida,
etcétera, todo lo cual constituye el marketing
político cuya importancia no hace sino crecer de la mano, como lo subraya una y
otra vez Noam Chomsky, de los avances en los estudios de la psicología del
consumidor; las “campañas sucias” desacreditando a los candidatos progresistas
que si bien jurídicamente quedan en la nada inciden en la opinión de una
porción del electorado; el terrorismo mediático, amedrentando a la población
sobre los males que sobrevendrán ante la insistencia de proseguir marchando por
el “rumbo equivocado” a la vez que se agigantan los problemas actuales y se
ocultan los logros de esos gobiernos; la “guerra económica”, de la cual
Venezuela es la principal si bien no la única víctima, y que genera
desabastecimientos, largas colas de los consumidores para adquirir productos de
primera necesidad y ataques especulativos contra la moneda entre otras
cuestiones; el agotamiento del boom
de las commodities
producido por la persistencia de la crisis general del capitalismo y, por
último, la “fatiga política” de sociedades cada vez más partidarias del cambio
y la renovación de caras, programas, estilos de gobierno.
En suma: no se trata de negar el importantísimo papel
de los medios pero sería un ejercicio de autocomplacencia quedarnos allí y no
ver el cúmulo de otros factores intervinientes, entre ellos nuestros propios
errores, que en el caso argentino fueron de tal gravedad que echaron por la
borda doce años de gobierno y beneficiaron a un político, Mauricio Macri, que
menos de un año antes no tenía chance alguna de salir victorioso en cualquier
contienda electoral que tuviera lugar fuera de la ciudad de Buenos Aires. No
sería exagerado aventurar que en este terreno el error principal –cometido no
sólo en la Argentina
sino en todos los países ya mencionados- fue carecer de una correcta política
de comunicaciones; no haber comprendido los gobiernos populares que la
comunicación política es un arte y una ciencia, que fue cultivada con esmero
por la derecha bajo la asesoría de sus mentores norteamericanos y que nuestras
respuestas fueron meramente instintivas, intuitivas, amateurs en más de un
sentido. No supimos contrarrestar esa ofensiva, ni en los medios ni en las
redes sociales. Estas últimas, sobre todo, podrían haber sido aprovechadas de modo
mucho más eficaz para nuestra causa y no lo fueron. Y sin una adecuada
comunicación política lo mucho y bueno que hicieron estos gobiernos quedó
sepultado bajo una campaña de mentiras, tergiversaciones y descalificaciones
orquestada por los oligopolios mediáticos, manipulando el sentir y la
percepción de grandes sectores de la opinión pública.
Encarar seriamente el desafío del tema comunicacional
es una de las asignaturas pendientes más decisivas que enfrentarán los
gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda en los próximos meses. Hace
tiempo que somos varios los que venimos insistiendo en este tema, sin que hasta
ahora nuestras exhortaciones hayan sido tenidas en cuenta. La realidad actual
nos obliga, en este terreno, a pegar aquel “golpe de timón” –para usar una
expresión acuñada por Hugo Chávez- para elaborar, de conjunto, una estrategia
continental de comunicaciones para librar en mejores condiciones la batalla de
ideas, que es el núcleo fundamental de la batalla política. La derecha tiene una
estrategia continental; nosotros no, y ni siquiera tenemos adecuadas
estrategias comunicacionales a nivel nacional. Esto debe ser remediado sin más
demora.
El cambio cultural y el impacto del
“vulgorepublicanismo”
Dicho lo anterior y descartada la utilidad heurística y
práctica de la unicausalidad mediática queremos llamar la atención a una
segunda cuestión, muy importante y muy poco estudiada: el fenómeno del cambio
cultural que ocurrió en los países latinoamericanos en los últimos quince años
y que modificó en gran medida el entramado de valores, actitudes y creencias de
las clases y capas populares. Esta es una dimensión que desgraciadamente no ha
sido hasta ahora tenida en cuenta en los análisis de la izquierda y del
progresismo, más centrados en torno a los componentes más crematísticos de la
lucha de clases: salarios, ingresos, ganancias, plusvalías, desempleo,
inflación. Estas dimensiones económicas son cruciales, pero desgraciadamente no
son las únicas que cuentan porque todos los procesos vinculados a ellas están
mediados por la ideología, el lenguaje y la cultura.
A partir de esa premisa quisiera sugerir que hay un
elemento novedoso en la cultura de las clases y capas populares que permite
formular algunas conjeturas acerca de las razones por las cuales tres gobiernos
que llevaron a cabo ambiciosos programas de política social, que
redistribuyeron ingresos, incluyeron a poblaciones secularmente oprimidas y
excluidas, repartieron viviendas, abrieron las universidades al pueblo,
protegieron minorías (o, en Bolivia, mayorías secularmente marginadas) fueron
derrotados por los voceros del neoliberalismo que representaban la perpetuación
de aquellas condiciones de opresión y explotación. ¿Cómo explicar este
disparate?
Creo, en primer lugar, que ciertos componentes del
discurso del “vulgorepublicanismo”, desdeñados por la izquierda, penetraron muy
profundamente en el suelo popular. Por aquél debe entenderse un discurso que
exalta las virtudes de la alternancia de los gobernantes como el test ácido de
cualquier régimen democrático y, por consiguiente, la perversidad de cualquier
propuesta política que pretenda abrir el camino a la perpetuación en el poder
de un líder o de una fuerza política, por más popular que sea. Otro componente
de aquel discurso exalta las bondades del cambio, no importa en qué dirección
ni para hacer qué o en beneficio de quienes. El mundo está en constante
mutación; el vértigo del progreso tecnológico hoy lo experimenta cualquier que
acceda a un teléfono celular, cosa que no ocurría en el pasado. Y si el mundo
cambia así de rápido en la esfera de la tecnología de la vida cotidiana, y en
los usos y costumbres de la sociedad, ¿por qué no debería también cambiar en la
política? Lo importante es cambiar. Lo que está, estuvo, y debe ser dejado atrás,
hay que ir para adelante, confiados en el rumbo que señala el progreso técnico.
El macrismo en la Argentina
captó con mucha astucia este nuevo estado de ánimo cultural arraigado
fuertemente en la sociedad argentina, al punto tal que la coalición que
encabezó se denominó Cambiemos.
Y tengo para mí que un fenómeno no muy distinto se está experimentando en casi
todos nuestros países, incluyendo Cuba.5
Otro componente muy fuerte del “vulgorepublicanismo” es
la idea de que existe una prensa independiente, que dice la verdad y que los
gobiernos progresistas quieren acallar apelando a las más canallescas
estratagemas: asfixiándolas negándoles la publicidad oficial, impidiendo su
libre circulación, amenazando periodistas, etcétera. Tanto penetró esta idea que
muchas gentes de los sectores populares, por lo menos en la Argentina , se sentían
representados e interpretados por lo que la oligarquía mediática decía o emitía
por radio o televisión. La prensa oficialista, u oficiosa, prestó un
inestimable servicio a la derecha al presentar imágenes idílicas de la
realidad, aumentando de ese modo el repudio de amplios sectores sociales al
gobierno que, según los medios hegemónicos, “mentía” al pueblo. Por ejemplo,
sostener que la inflación anual era de un dígito cuando el mismo gobierno
homologaba convenios colectivos de los trabajadores con aumentos del 28 o el 30
por ciento; o admitiendo que el nivel de pobreza de la Argentina era
equivalente al de Alemania, lo cual provocó no sólo el rechazo sino el enojo de
los sectores populares que sentían que estaban siendo objeto de burlas por
parte del gobierno nacional. Lo único que se logró con esa actitud fue que la
sociedad perdiera totalmente confianza en lo que decía el gobierno. El poder
mediático ni siquiera necesitaba mentir: simplemente ponía la noticia de los
índices oficiales de inflación en primera plana, con resultados devastadores
porque los asalariados sentían en sus bolsillos cuál era la dimensión real de
ese flagelo.
La percepción de las políticas sociales y
los derechos sociales
Más allá de los estragos del “vulgorepublicanismo”,
creo también que los receptores populares de las políticas sociales ya no
tienen la respuesta de antaño ante las mismas. Con aquellas políticas,
precozmente implementada en los años cuarentas y cincuentas el peronismo, sin
ir más lejos, conquistó la lealtad del pueblo durante tres generaciones. No
ocurrió lo mismo con el kirchnerismo.6 Lo que puedo percibir, en función de
observaciones dispersas pero en profundidad, es una suerte de fatiga ante el
asistencialismo y ante la inefectividad, socialmente percibida, de las
políticas sociales que no extraen a sus beneficiarios de la pobreza. Gentes del
“conurbano profundo” de la
Argentina , “targets”
preferenciales de múltiples programas sociales del kirchnerismo, me confiaban
días antes de las elecciones que votarían a Macri porque estaban hartos del
clientelismo, de que los intendentes los llevaran de aquí para allá para
vitorear a Cristina o a algún candidato, de tener que recibir una dádiva. Y además,
señalaban muchos, “seguimos siendo pobres, muy pobres. Queremos trabajo
genuino, y para eso tienen que venir inversiones. Y Macri puede traerlas”. La
exigencia de “trabajo genuino” y la desconfianza en relación a los programas
sociales aparecen como elementos novedosos en la escena popular argentina,
sobre todo la segunda, cuando tales programas eran antes vistos como un derecho
legítimo y suficiente.
Puede ser que la superación del abismal desamparo
social de los años noventas haya contribuido a “naturalizar” programas tales
como la asignación universal por hijo y embarazo, la formalización del empleo
doméstico acabando con las contrataciones no-registradas (“en negro”) para las
trabajadoras del hogar y la universalización de la jubilación y que ahora sus
beneficiarios, con toda razón, exijan nuevos derechos. Lo paradojal es que lo
hagan apelando a una fuerza conservadora que jamás se preocupó por el bienestar
de las clases y capas populares. En todo caso, y sin abundar tanto en detalles,
el “trabajo genuino” aparece como una reivindicación de primer orden. El
asistencialismo está bien por un tiempo pero cuando en función del mismo “mi
familia hace tres generaciones que no trabaja y vive de planes sociales y mis
hermanos terminan transando droga”, como me dijo un joven de José C. Paz, un
distrito muy pobre del Gran Buenos Aires, la demanda se dirige a otro lado: a
un trabajo estable, formal, registrado, rompiendo la dependencia de punteros,
intendentes y jefes políticos.
Creo que algo similar ha ocurrido en Bolivia, aunque
hay aspectos que emparentan más este caso con el de Venezuela. En efecto, en
estos dos países la clase media como grupo de referencia, que no de
pertenencia, irrumpió con fuerza en el imaginario popular. Dado que “el
Comandante Chávez nos ha dado esta casa” -decía un caraqueño que participaba en
un acto de Henrique Capriles con su franela ‘roja-rojita’ distintiva del
chavismo- “ahora somos clase media y tenemos que cuidar lo que es nuestro.
Chávez seguirá protegiendo a los más pobres, pero nosotros, como clase media,
tenemos la obligación de cuidar lo que es nuestro. Y para eso nada mejor que
Capriles.” Este fenómeno creo que también se reprodujo en cierto grado también
en Bolivia.
En otras palabras, y sintetizando un razonamiento que podría
ser muy largo, la tesis que quisiéramos compartir aquí es que, en ausencia de
una intensa labor de educación política y concientización al estilo freiriano
la expansión del consumo popular o el acceso a ciertos bienes y servicios no
crea lealtades políticas duraderas ni es material confiable para la
construcción de hegemonía política en el mediano plazo. El caso de Brasil
demuestra más o menos lo mismo, y la matriz profunda creo que se encuentra
precisamente ese cambio cultural que no hemos sabido interpretar en toda su
significación. Cambio que ha tornado a las clases y capas populares más
receptivas a interpelaciones “vulgorepublicanas” y a la seducción del
consumismo y los valores mesocráticos, o clasemedieros, y por lo tanto, más
reacias a aceptar las propuestas de gobiernos que exaltan las virtudes de la
solidaridad, los derechos colectivos, la cooperación y la justicia social.
Esto, va de suyo, constituye un enorme desafío a futuro.
La problemática de la organización
Un tema también insoslayable es la cuestión de la
organización. No es un dato menor que la densidad organizativa de los países
que estamos analizando se haya debilitado significativamente. En el caso de la Argentina ni el Frente
para la Victoria ,
ni La Cámpora ,
ni Unidos y Organizados lograron plasmar estructuras organizativas dotadas de
un mínimo de eficacia militante. Fueron creaciones burocráticas que no llegaron
a calar en la profundidad del suelo popular. El debilitamiento de quien otrora
fuera el mayor partido de masas de Occidente, el PT brasileño, salta a la
vista, y dejó tanto al presidente Lula como, sobre todo, a la presidenta Dilma
Rousseff indefensos ante los viciosos ataques de sus enemigos. En Bolivia
también es fácil de observar el enflaquecimiento de los movimientos sociales,
surcados por divisionismos, denuncias y ambiciones personalistas de todo tipo.
Y otro tanto cabe decir si se examina la experiencia de Alianza País en
Ecuador. No todos estos cuatro casos son iguales, hay matices, hay sumas y
restas, pero el común denominador apunta hacia los problemas del
enflaquecimiento y anemia de las estructuras organizativas, acompañadas por la
deserción de importantes aliados, una pérdida de la mística militante y el
impulso utópico de otros años. También, por la incapacidad para neutralizar la
labor de socavamiento interno realizado por numerosas ONGs norteamericanas y
europeas cuya función real es introducir divisiones en los movimientos
populares y fomentar el enfrentamiento con las autoridades gubernamentales. Tal
vez el PSUV venezolano pueda representar un caso más atenuado, pero igualmente
inscripto en la misma línea tendencial.
De lo anterior se desprende la enorme importancia
práctica, y la urgencia, por reconstruir las estructuras organizativas del
campo popular. Para gobiernos que pretenden cambiar un estado de cosas injusto
en la región más injusta del planeta la organización de lo que Maquiavelo
llamaba “la calle” es de una enorme importancia estratégica. No basta con
ocupar las “alturas del Estado”, como recordaba Nicos Poulantzas, para llevar
adelante un programa siquiera moderadamente reformista. La inercia conservadora
del estado, de todos los estados, cualesquiera que sea el signo político del
gobierno, acabará por frustrar la posibilidad de un cambio. Para que este sea
posible es preciso que el pueblo, “la calle”, se organice eficazmente.
Desgraciadamente hay una tentación que reaparece una y otra vez en los
gobiernos y que los lleva a desestimar la importancia de esto último: la
“tentación tecnocrática”, pensar que hay quienes saben más y saben mejor, y que
si se los deja obrar sin los ruidos y las molestias de la calle gobernarán
mejor. Craso error.
Aislado de un pueblo organizado y militante, el
gobierno más radical es fácil presa de sus enemigos. Estos tienen bajo su
control gran parte del personal de la administración pública, de las fuerzas
armadas, de las policías, de la judicatura, del Congreso y aparte cuentan con
el apoyo de los medios hegemónicos, del gran capital, de los poderes
internacionales, comenzando por “la
Embajada ”. Además, estos grupos de poder pueden movilizar a
amplios sectores populares en contra de los gobiernos a través de campañas de
terror o de sus fábricas de mentiras. Lo ocurrido en Ecuador en relación a las
leyes de herencia y plusvalía es de una elocuencia que ahorra mayores palabras.
En suma, una correlación de fuerzas extraordinariamente
desfavorable, aunque las apariencias electorales señalen lo contrario. Pero la
correlación de fuerzas no se mide sólo por el veredicto de las urnas. Y para
ello se requiere invertir grandes esfuerzos para desarrollar nuevas estructuras
de organización del campo popular: más autónomas y plurales, menos
verticalistas y personalistas, y diversas aunque no dispersas. Esto sin caer en
un “basismo” paralizante a fuerza de pura catarsis, capaces de ejercer la
crítica de sus propios gobiernos y, al mismo tiempo, ganar la calle para
defenderlo de sus enemigos de clase. Estructuras, por último, que cumplan una
crucial función de “dirección intelectual y moral”, como decía Antonio Gramsci,
y que sean el semillero de nuevos liderazgos para las lides electorales,
sindicales, universitarias. De lo contrario seguiremos cosechando derrotas.
Salir del neoliberalismo, salir del
capitalismo
Otro tema relacionado con el anterior es la
subestimación en la que incurrieron las más diversas (y encontradas) corrientes
de la izquierda y el pensamiento crítico de las enormes dificultades que se
interponen a la construcción de un orden no sólo posneoliberal sino también
pos-capitalista. Lo que los datos de la experiencia demuestran irrefutablemente
es que la sola tarea de dejar atrás la gravosa herencia del neoliberalismo
constituye casi una hazaña y que, precisamente por eso, nada podría ser más
dañino que la alegre y complaciente celebración de la presunta llegada del
posneoliberalismo a nuestras playas. Planteamiento este que parece ignorar que
todavía hoy la liberalización financiera, la desregulación de los mercados, la
privatización, la precarización laboral, la desindustrialización, la
especialización productiva siguen teniendo una presencia definitoria en casi
todos los gobiernos progresistas y de izquierda de la región y que estos aún se
encuentran sumergidos en el neoliberalismo y lejos de las promisorias aguas del
posneoliberalismo.
Así como Marx y Engels, y después Lenin, Trotsky y Rosa
Luxemburg subestimaron la resiliencia del capitalismo como sistema y su
formidable capacidad para absorber desafíos de todo tipo, el pensamiento
crítico latinoamericano y las fuerzas de izquierda fueron también ellas
víctimas de la misma ilusión. No era tan fácil derrotar al neoliberalismo y
mucho menos iniciar el tránsito hacia el poscapitalismo. Este reconocimiento de
ninguna manera es una concesión derrotista o una exhortación a abandonar la
tarea ante la supuesta inexpugnabilidad del sistema sino que pretende enfatizar
la necesidad de mejorar nuestro conocimiento del capitalismo como sistema
mundial y en sus diversas concreciones nacionales. Quien no conoce no puede
cambiar lo desconocido. Por eso recordaba Lenin que “nada hay más práctico que
una buena teoría”. La tarea, por supuesto, es mucho más dura de lo que se
pensaba porque el ataque a una ciudadela capitalista en la periferia -digamos
Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela- no sólo es repelido por una
vigorosa, multifacética y policlasista coalición interna sino que pone en
funcionamiento las redes globales de defensa del sistema: las normas e
instituciones internacionales (capitalistas hasta la médula) que regulan el
funcionamiento de la economía mundial y que acuden rápidamente a socorrer a la
fortaleza sitiada por las fuerzas anticapitalistas.
El caso de los “fondos buitre” en Argentina ilustra con
extraordinaria nitidez los nefastos alcances de este entramado capitalista mundial
que cancela la soberanía de algunos estados nacionales; la arbitrariedad con
que la legislación internacional penaliza a países de la periferia (Ecuador,
con lo de la Chevron ;
Argentina, con los “fondos buitre”, y así sucesivamente; el papel del Departamento
del Tesoro de EEUU al penalizar a los bancos que viabilizan el comercio
exterior de Cuba es otro ejemplo de lo mismo, así como las reglas de la OMC , la perniciosa influencia
del CIADI del Banco Mundial o las regulaciones no-arancelarias que descaradamente
protegen las economías de los gobiernos autoproclamados como voceros de una
economía mundial regida por la libertad de comercio. Si a lo anterior le
sumamos, para seguir con esta metáfora gramsciana de las trincheras,
fortificaciones y casamatas, el crucial papel de los medios de comunicación,
controlados por la burguesía imperial y sus aliados locales (que han creado una
suerte de “Plan Cóndor de la
Información ” para desaparecer a la verdad) así como su
victoria en la batalla de ideas comprobaremos que la superación del capitalismo
es una tarea bastante más complicada de lo pensado.
Sobre el “fin del ciclo progresista”
El complicado y amenazante tablero geopolítico mundial
ha lanzado a Washington a la reconquista de América Latina, por cualquier método:
“golpes blandos”, como en Honduras y Paraguay (que de blandos no tienen
absolutamente nada); “guerras económicas”, como contra Venezuela; chantajes vía
la demolición del precio del petróleo, para hundir a los principales enemigos
del imperio: Rusia, Venezuela e Irán. “Desestabilizaciones continuas y acosos
permanentes” a los gobiernos populares de la región, y así sucesivamente. Es
que EEUU necesita de una América Latina subordinada por completo, sin fisuras,
para poder arremeter contra sus enemigos extracontinentales en Oriente Medio,
Ucrania y el Mar del Sur de la
China. Se comprende entonces la desesperación de la reacción
imperial, desde el Tea
Party hasta los exabruptos de Donald Trump y la urgencia de Barack
Obama por “normalizar” las relaciones con Cuba, obstáculo fundamental para
avanzar en la construcción de un nuevo consenso imperialista en el hemisferio.
Se comprende también la premura por redibujar el mapa
sociopolítico de la región, para volver a una Latinoamérica también “normal”,
es decir, acorde con la vieja historia en la cual los gobiernos del área se
encolumnaban sin chistar detrás de las posturas de Washington. En otras
palabras, regresar a la situación imperante hasta el anochecer del 31 de
Diciembre de 1958, víspera de la Revolución Cubana. Tal intento está destinado al
fracaso, pero eso no quiere decir que el imperio vaya a desistir de sus
propósitos. Por eso los países de América Latina y el Caribe han ingresado en
una zona de fuertes turbulencias. Algunos se apresuran a profetizar un supuesto
“fin de ciclo” de los gobiernos progresistas y de izquierda, pero los datos
duros de la experiencia no avalan ese pronóstico.7 Son gobiernos acosados y
hostilizados y, en el caso de la
Argentina , se sufrió una lamentable –e innecesaria, gratuita-
derrota. El panorama venezolano no es alentador pero nada autoriza a pensar en
la inminencia de un recambio constitucional del Ejecutivo a favor de la MUD. En las elecciones
parlamentarias del 6 de Diciembre del 2015 hubo más de dos millones de chavistas
que, enojados por la ineficacia oficial para controlar la situación económica,
no acudieron a las urnas, pero sería poco sensato pensar que en una futura
compulsa presidencial votarían por la derecha.
En suma: estamos transitando una nueva fase económica
(agotamiento del boom de las commodities
latinoamericanas) y estancamiento o retrocesos de la movilización social y
política, fase que plantea nuevas contradicciones y renovadas tensiones
creativas, como recuerda Álvaro García Linera.8 Pero sería imprudente descartar
ab initio la
posibilidad de una recuperación del impulso ascendente de masas acicateado por
la continuación de la crisis general del capitalismo y las penurias que este
derrama sobre la periferia, potenciadas por la brutalidad de los ajustes neoliberales
como los que se han puesto en marcha en la Argentina y, en menor medida, en Brasil. Una
periferia, digámoslo brevemente, que no sólo experimentó un avance social y
político sin precedentes en los últimos quince años, reduciendo las enormes brechas
de desigualdad de antaño y adquiriendo una amplia gama de derechos ciudadanos
que difícilmente puedan ser conculcados sin desencadenar enormes resistencias.
Más importante aún, si algo ocurrió en América Latina y el Caribe, al calor de
las grandes luchas en contra del ALCA y en pro de las transformaciones que
modificaron significativamente el paisaje económico, social y político de los
países de la región, fue el nacimiento de una difusa conciencia política
antiimperialista y anticapitalista -intuida más que intelectualmente elaborada-
tal vez confusamente expresada pero aún así dotada del suficiente vigor como
para erigirse en un obstáculo nada desdeñable para los proyectos restauradores
patrocinados por el imperio en la región.
De acuerdo a lo expresado más arriba podría
hipotetizarse que más que la redistribución de bienes materiales el legado más
significativo de estos años también ha sido un significativo cambio en la
conciencia de las clases y capas populares, acompañando la expansión de los
derechos ciudadanos y la construcción de estados democráticos basados en su
activo protagonismo. Para los gobiernos neoliberales seguramente que será más
sencillo reconcentrar los ingresos que abolir nuevos derechos recientemente
conquistados y desciudadanizar a capas y grupos sociales que con estos procesos
adquirieron por primera vez su condición de miembros de la comunidad política e
internalizaron, si bien de manera difusa, el ideario emancipatorio y
latinoamericanista del bolivarianismo. Por otra parte, no estaría demás
interrogarse si las condiciones internacionales facilitarían un retorno al
pasado, al tipo de ordenamiento hemisférico que esta parte del mundo conocía
cuando se produjo el derrumbe de la Unión Soviética y los estrategos norteamericanos
se engañaban con “un nuevo siglo americano”. La respuesta es obvia, todo lo
cual nos conduce a preguntarnos si sería concebible hablar de un “fin de ciclo”
a partir del sólo análisis del momento económico de una formación social. No
nos parece convincente ni razonable. Todo pronóstico tiene un margen de error
más o menos grande y no será este autor quien incurra en temerarias profecías.
Digo sí, empero, que la historia sigue su curso, y mientras discurrimos en
torno a estas posibilidades el viejo topo sigue haciendo su trabajo. En suma,
son cuestiones abiertas que ameritan un examen minucioso que apenas si hemos
esbozado aquí.
________________
Notas
2. Un ejemplo es lo ocurrido en la Argentina con “Carta
Abierta”. En ese espacio algunos de los más distinguidos intelectuales del país
acompañaron la gestión gubernamental sin dejar trascender el menor asomo de
crítica ante algunos groseros errores de gestión y de concepción que jamás
deberían haber sido convalidados con su silencio. Sólo muy al final del mandato
de Cristina, cuando el lamentable desenlace estaba a la vista, esbozaron
algunas críticas, tardías y más bien superficiales. La justificación para esta
complacencia era la virulencia del ataque de la derecha y sus grandes medios,
chantajeando a quienes con sus críticas constructivas “le hacían el juego a la
derecha”. La misión de los intelectuales no es nada fácil, y quedó demostrado
en el caso que nos ocupa. Y no creo que sea exagerado agregar que este fenómeno
está lejos de haber sido un mal exclusivamente argentino. Tengo para mí que,
con distintas variantes, se reprodujo en otras latitudes.
3. Papel esencial, y que refuerza el de los
intelectuales, es el que juegan los “entornos” presidenciales que, casi siempre
con la mejor de las intenciones, impiden que el gobernante acceda a
informaciones y opiniones que podrían inducirlo a cambiar de rumbo. Por algo
Maquiavelo en El
Príncipe recomendaba a este huir de sus consejeros y
aduladores, que pavimentaban el camino hacia su propia perdición.
4. En relación a esto y para despejar cualquier duda me
apresuro a expresar enfáticamente que en todos los casos que nos ocupan los aciertos históricos superan
ampliamente los yerros en que puedan haber incurrido los gobiernos populares
.
5. Esto remite a un tema arduo y complejo que no
podemos sino mencionar aquí: la relación entre el cambio tecnológico o, dicho
en el lenguaje clásico, “el desarrollo de las fuerzas productivas” y las
actitudes, valores, sentimientos de la población. El fenomenal avance de la
informática y las telecomunicaciones es de crucial importancia en la
conformación de las identidades y opiniones políticas. Así lo comprueba, para
el caso de las rebeliones de la fracasada “primavera árabe” Zbigniew Brzezinski
en su más reciente obra, Strategic
Vision .
6. El caso del primer peronismo requeriría un análisis
muy extenso que no podemos hacer aquí. Basta con señalar, a modo de preámbulo
para un estudio más pormenorizado, que la perdurabilidad de la identidad
peronista refleja la radicalidad de sus políticas sociales y de la acelerada
incorporación a la comunidad política de vastas masas populares hasta ese
momento marginadas, todo lo cual ocurrió, además, en un contexto de rápida
descomposición del estado oligárquico. Situación muy diferente a la que
enfrentara el kirchnerismo y que podría ser una clave interpretativa de la
distinta encarnadura social de sus legados.
7. Sobre este tema ver el dossier especial de ALAI,
Revista No. 510 (Diciembre 2015), dedicado al tema “¿Fin del ciclo
progresista?” http://www.alainet.org/es/revistas/510#sthash.Cq62hr5u.dpuf
8. Cf. su Socialismo
Comunitario (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2015)
Texto completo en:
http://www.lahaine.org/iestancamiento-retroceso-involucion
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