Conferencia pronunciada en el Departamento de Historia de la Universidad de San Pablo, el 2 de octubre de 1996, en el marco de una Mesa Redonda acerca del significado histórico de la Revolución de Octubre
El asunto que será tratado en esta disertación es la naturaleza histórica de la Revolución Rusa de 1917. El objetivo es delinear lo que se entiende por perspectivas actuales de esta Revolución, mostrando sus diferentes condicionamientos históricos.
Durante buena parte del siglo XIX y en particular, durante las Revoluciones de 1848, el problema era que Rusia había permanecido al margen de las grandes convulsiones que se produjeron en Europa. Como revolucionarios que analizaron esta trayectoria de manera muy especial, Marx y Engels entendían que las grandes revoluciones democráticas que tuvieroncomo escenario a Europa Central en 1848, sólo podían completar su misión histórica lanzando una guerra mundial contra el imperio zarista, que era visto como bastión de la contrarrevolución. Creían que este imperio sólo sería aplastado desde el exterior con el auxilio de las armas; por este motivo.
Marx y Engels fueron cambiando de opinión en función de las condiciones ulteriores del desenvolvimiento capitalista. Su posición pasó a ser que el desmantelamiento del imperio zarista sería obra, no de una guerra externa, sino de una revolución interna. Marx y Engels ya veían expresiones de tendencias revolucionarias en Rusia, desde la nobleza hasta los intelectuales. Comprobaron también que el capitalismo occidental se había desarrollado en tales proporciones que había dejado de ser un factor revolucionario frente al zarismo, y que se había vuelto un factor de conservación del mismo.
La Inglaterra capitalista tenía importantes acuerdos con el zarismo, y lo mismo ocurría con las potencias centrales de Europa. Ya no era posible imaginar que el capitalismo europeo occidental pudiese llevar adelante una guerra revolucionaria contra Rusia y, además, el desarrollo de contradicciones en Rusia permitía establecer que el imperio zarista sería derribado por una revolución que se originaría en sus propias fuerzas interiores.
Se puede decir que la naturaleza histórica de la Revolución Rusa, expuesta hasta aquí por los pensadores más audaces de este período, es percibida y caracterizada como la conclusión de las revoluciones burguesas democráticas que comenzaron en Francia en 1789, y que continuaron después en Europa en 1848. En el período posterior, el más firme teórico de la revolución burguesa en Rusia fue Lenin. El combatió, con mucho rigor y energía, la idea de que en Rusia se pudiera realizar algo diferente a una revolución burguesa. Así, en el transcurso de los debates de la socialdemocracia rusa, quedaron establecidas “dos tácticas” (título de un libro de Lenin): la primera planteaba la alianza de la clase obrera rusa con la burguesía liberal, y la segunda, la de Lenin, la alianza de la clase obrera rusa con la burguesía revolucionaria rusa, encarnada en los campesinos.
Sin embargo, quien llegó más cerca de la realidad histórica para caracterizar la naturaleza de la Revolución Rusa en esta época fue León Trotsky, aunque sin trascender la idea de que la Revolución Rusa completaría el ciclo de las revoluciones burguesas democráticas.
Trotsky, en su libro 1905, con mucho cuidado y rigor didáctico, establece que la revolución rusa sería una revolución burguesa que se diferenciaría sustancialmente tanto de la Revolución Francesa de 1789 como de las revoluciones europeas de 1848. En la Revolución Francesa de 1789, dice, la burguesía, cuando no la dirigía, dejaba que las masas se movilizasen, pues no temía la amenaza que en un futuro representaría la clase obrera. Ya en las revoluciones de 1848 ocurrió algo diferente. Estas revoluciones no adquirieron impulso pues, desde el comienzo, la burguesía, por temor al proletariado que se había expandido como consecuencia del desarrollo capitalista alcanzado en esta época, preferió un pacto con las monarquías para poder desmovilizar a la clase obrera.
En la Rusia de comienzos de siglo, dice Trotsky, la situación era doblemente diferente de 1789, y de 1848, pues el impulso revolucionario surgiría de la propia clase obrera. Con este impulso revolucionario, esta clase iría a enfrentar no solamente al zarismo, sino también a la burguesía liberal. Buscaría la alianza con los campesinos y llegaría al poder como clase, en virtud de la dinámica de la revolución democrática. Su carácter permanentesurge del hecho de que con el proletariado en el poder, no sólo deberían ser ejecutadas las tareas democráticas que no estuvieran cumplidas —la tierra a los campesinos, la abolición de la autocracia, la emancipación nacional—, sino también las tareas propias de una revolución socialista: establece así la idea genial de que Rusia sería la vanguardia de la revolución socialista internacional, lo que quedaría demostrado por los acontecimientos posteriores (el libro de Trotsky fue redactado poco después de la revolución de 1905).
Como se puede observar, nada más lejos de la realidad que una versión estática, y rígida de lo que sería la naturaleza histórica de la Revolución Rusa. La teoría se fue transformando con la revolución de las relaciones entre las clases, y en particular con la clase dirigente rusa, como consecuencia de su desenvolvimiento interior y del ingreso del capital extranjero. Esto creó un proletariado concentrado, combativo y, hasta cierto punto, revolucionario, que modificaba la perspectiva histórica tradicional de Rusia.
La Revolución de 1917, sin embargo, supera, modifica y altera todas las caracterizaciones revolucionarias, pues se procesa dentro de un marco histórico completamente diferente de aquel de las revoluciones democráticas pasadas. No sólo tendría lugar en un marco histórico de unificación de la economía mundial (o sea, de la existencia real de una economía mundial), sino también en el de la transformación del capitalismo de libre competencia en capitalismo imperialista.
La integración de las principales naciones del mundo y de algunas secundarias en la red de la economía mundial, que después dará lugar al fenómeno del imperialismo, es el marco histórico necesario para poder caracterizar, por primera vez, la descomposición del modo capitalista de producción, o sea, la época de fragmentación mundial del capitalismo. En esta etapa, el capitalismo entra en una fase de transición hacia la organización socialista a escala mundial. La caracterización de que el mundo, como un todo, había madurado para la revolución socialista, altera la perspectiva histórica de la revolución en un país atrasado que, considerado aisladamente, no está preparado para el socialismo, pero sí lo están la economía y la política mundiales, en las cuales la revolución nacional y democrática de Rusia tendrá lugar.
Se incurre frecuentemente en el mito de que la Primera Guerra Mundial habría favorecido la llegada de la Revolución de 1917. Sin embargo, la guerra sirvió al zarismo para congelar el recrudecimiento de las tensiones en el interior del Estado ruso. En 1914, en Rusia, la socialdemocracia y el propio movimiento de masas experimentaban un crecimiento fenomenal, dando inicio a un período revolucionario que no pasaría desapercibido para las clases dirigentes de Rusia.
Era posible entonces acabar con el zarismo sin las inmensas cuotas de sacrificio que significó la Primera Guerra Mundial. Pero esta guerra transformó la Revolución Rusa en una guerra civil internacional; demostró que la sobrevivencia del capitalismo necesitaba de la masacre de millones de personas y que la conquista de la paz realmente sólo sería posible con el derrocamiento de la burguesía en cada país. Aquí se puede percibir un salto en la apreciación de la naturaleza histórica de la Revolución Rusa, pues una revolución que se presentaba como democrática, cambia por las perspectivas abiertas por la lucha de la clase obrera, para convertirse en una revolución socialista; y por el marco internacional en que se inserta, es una parte de la revolución mundial y de la guerra civil internacional de la clase obrera contra las burguesías y el capitalismo mundiales.
Existe una corriente historiográfica llamada revisionista, que tuvo origen en Alemania, y uno de cuyos autores más conocido es Ernst Nolte, que parece justificar al nazismo y que tuvo una cierta popularidad académica, incluso fue retomada por el historiador francés François Furet. Historiador derechista de la Revolución Francesa, renegado del partido comunista francés, Furet, en un reciente libro (El fin de una ilusión), desarrolla la misma tesis que los revisionistas alemanes: la Revolución Rusa sería responsable del nacimiento del nazismo, como una reacción del capitalismo contra el bolchevismo.
El nazismo tendría el mérito de haber previsto el fracaso del bolchevismo, y de haber tenido la iniciativa de enfrentarlo. Pero el nazismo no es sólo el resultado de la reacción capitalista contra el bolchevismo, y éste, a su vez, no fue una conspiración mundial para acabar con el estado de derecho: ambos son productos opuestos y contradictorios de un mismo fenómeno: la descomposición mundial del capitalismo. Esta se produce por la contradicción entre el desarrollo internacional de las fuerzas productivas y el marco estrecho de las fronteras nacionales, los Estados nacionales, en los que ese desarrollo se procesa; por la competencia entre los capitalistas; por la socialización enorme de la producción y la apropiación cada vez más estrecha en el sistema capitalista. Se puede decir que la Revolución de Octubre fue un producto genuino y una respuesta de las masas a la descomposición del capitalismo.
Para sus líderes, la Revolución de Octubre era el comienzo de la revolución socialista mundial, caracterizando el inicio de una época histórica de guerras y revoluciones. Inauguraba un período político e histórico de revuelta de las fuerzas productivas contra las relaciones de producción capitalistas, transformadas en un obstáculo histórico para el desarrollo de aquéllas.
Tanto Lenin como Bujarin habían analizado, antes de la revolución, la nueva configuración de la economía mundial, concluyendo que el mundo ingresaba en un nuevo período histórico. Para los bolcheviques, la Revolución Rusa era el comienzo de la revolución mundial. Ellos no tenían ninguna intención de realizar el socialismo solamente en su país.
El bolchevismo incorporó su comprensión de las particularidades nacionales rusas a las del proceso internacional del capitalismo y, dialécticamente, estableció la unión entre una revolución democrática conducida por la clase obrera y el proceso de la revolución internacional. Por eso, una de sus primeras medidas, después de la revolución, fue la convocatoria a la creación de una nueva Internacional, la Comunista. Pero ésta no era una creación del Estado soviético. Este podría operar como Estado en el marco de las relaciones internacionales. La Internacional actuaría de modo independiente, y fue preparada con bastante antelación. En la bancarrota de la Internacional Socialista (la IIª), los bolcheviques llamaron a la creación de la Internacional Comunista (la IIIª) mucho antes de la Revolución de Febrero y mucho antes de la Revolución de Octubre de 1917.
El proletariado del mundo pasó a organizarse en un partido mundial centralizado, a diferencia de la Iª y la IIª internacionales,lo cual refleja un nuevo estadio de lalucha internacional entre las clases.
Este planteo fue una gran novedad política: el mundo podía ser reorganizado enteramente sobre bases comunistas, libertarias, de fraternidad universal y era posible construir un partido mundial de la revolución socialista. Como dice Rosa Luxemburgo, la responsabilidad por las limitaciones de la Revolución Rusa fue de la socialdemocracia europea, que tuvo un comportamiento traidor. ¿Por qué traición si la socialdemocracia alemana, por ejemplo, nunca fue revolucionaria, sino reformista? Porque el imperialismo y la guerra habían mostrado que el reformismo ya no tenía un lugar histórico. Solamente existían dos opciones: la revolución y la contrarrevolución. Las tendencias reformistas, bajo el pretexto de no optar por ninguna de ellas, optaron de hecho por la contrarrevolución, volviéndose traidoras.
No sólo traicionaron a la Revolución de Octubre, sino que también fueron cómplices de la derrota de la Revolución Española, y entregaron Alemania a Hitler.
Llama la atención en toda la literatura contemporánea la falta de comprensión de que la restauración capitalista en los estados obreros no es otra cosa que una contrarrevolución política iniciada por la burocracia “comunista” para acabar integralmente con las conquistas sociales de la Revolución de Octubre, transformándose así en clase propietaria. En China, en Rusia, actualmente, los capitalistas son los antiguos burócratas. Veamos las raíces históricas de ese proceso.
A partir de 1922, cuando había terminado la revolución, una burocracia anticomunista (todavía existen los que la llaman comunista), pretoriana, represiva, sustituyó a la clase obrera y la colocó bajo su dominio. Comienza también a entrelazarse con el capitalismo internacional, y en un determinado momento se entrelaza con la contrarrevolución política. En los últimos 60-70 años hubo, entre la burocracia de los llamados estados obreros y el capitalismo mundial una relación social profunda. La burocracia pensaba aumentar más y más sus beneficios, aprovechándose de su condición de intermediaria entre el capitalismo mundial y la estructura estatal creada por la revolución en la Unión Soviética.
A medida que se internacionaliza este proceso, se enfrenta a otro creado por él. En 1953, con el levantamiento de la clase obrera de la parte oriental de Alemania, se inicia, en los territorios de las naciones dominadas por la burocracia rusa, un proceso creciente de revoluciones políticas.
El levantamiento de la clase obrera polaca, en 1980, se inició cuando la burocracia intentó aplicar, una vez más, pero ahora en una escala nunca vista antes, los programas fondomonetaristas de aumento de precios, de liberación del mercado, etc. Con eso provoca un movimiento nacional sin precedentes, que pone en evidencia la función de la burocracia como mera intermediaria del capital internacional. Es entonces la revolución política de la clase obrera la que empuja definitivamente a la burocracia stalinista al campo del capitalismo y de la contrarrevolución. Nace más tarde la política de apertura de mercados conocida como ‘perestroika’. Esto muestra la comprensión, por parte de la burocracia, de que los días de su “socialismo en un solo país” estaban contados.
En esas condiciones, cabe preguntarse si las condiciones históricas que dieron lugar a la Revolución de Octubre y que determinaron su caracterización como inicio de la revolución socialista mundial, están presentes en la actualidad, y si aparecen más atenuadas o más intensificadas.
Asistimos al florecimiento de una nueva teoría: la globalización, que, en líneas generales, afirma que el capital se transformará en mundialmente homogéneo. Las rivalidades nacionales, si no hubieran desaparecido, tenderían a desaparecer: no habrá más guerras y podrá construirse un mundo de paz. Todo esto no pasa de una versión novelesca de la teoría del ultra-imperialismo de Kautsky, que ni siquiera es original, pues Hobson, en 1902, ya establecía la perspectiva del ultra-imperialismo como futuro ineluctable del capitalismo mundial.
Criticando la tesis de la globalización, algunos marxistas dicen que es engañosa, pues oculta su naturaleza social, o sea, la mundialización del capital. Pero la tendencia del imperialismo no es en dirección a la mundialización, sino a la nacionalización del capital—eso fue irrefutablemente esclarecido por Bujarin en su libro El imperialismo y la economía mundial.
Solamente si el desarrollo capitalista fuese exactamente igual desde el punto de vista tecnológico, económico y sociológico, en todos los países, se podría admitir que un capital se aliase a otro en iguales condiciones. Sin embargo, ¿por qué un capital se uniría a otro en iguales condiciones, si aquél posee mejores condiciones que éste? ¿Por qué un capital norteamericano se uniría a un capital argentino en iguales condiciones, sin reducir a este capital a una condición subordinada, llegando así a las relaciones características del sistema imperialista?
Las contradicciones del capitalismo, a medida que se internacionalizan las fuerzas productivas, son más profundas hoy que en la época de Lenin. Pero el capitalismo es incapaz de estructurar un Estado mundial, o una coordinación mundial que exprese esta supuesta internacionalización del capital. La perspectiva no es un condominio mundial, sino la dominación del imperialismo más fuerte contra los imperialismos rivales.
Esto implica un Estado fortalecido de modo descomunal, a través de su entrelazamiento más profundo con el capital, para defender e impulsar más consecuentemente los intereses del capitalismo del propio país.
Una expresión del fortalecimiento del Estado que desmiente la idea de movimientos pacíficos del capital, es la tendencia a la privatización del sistema de previsión social en los más diversos países. La privatización de la previsión social es compulsiva. La clase obrera, en los sistemas que están siendo impuestos, es obligada a depositar 10% de su salario en un fondo de pensión. Por eso, los fondos de pensión presentan un fabuloso crecimiento en los últimos años, y esto es un resultado de la acción del Estado.
En estas contradicciones se verifica que la naturaleza histórica de la Revolución de Octubre, en el sentido de que inició un período de revolución socialista mundial, está más vigente que nunca.
Rusia, actualmente, es un país amenazado por la desintegración nacional, pues nunca fue un país nacionalmente afirmado. En la apertura del mercado al capital extranjero las relaciones internas de circulación económica dejaron de existir, porque sus industrias, confrontadas con el capital extranjero, quedaron capitalistamente obsoletas, o sea, sin financiación, sin mercado, sin capital. Esto provoca una serie de tendencias centrífugas y separatistas enormes: crisis en el poder, agravamiento de las guerras locales. La Rusia actual es un terreno de luchas entre Japón, Estados Unidos y Alemania.
La Unión Europea es otra manifestación de este crecimiento de luchas nacionales. No es un fenómeno de mundialización del capital, es un fenómeno de internacionalización de la fuerza productiva del capital y de nacionalización de la propiedad capitalista. Los “bloques regionales” expresan la disputa entre los diversos imperialismos por el mercado mundial.
La propia crisis del capital genera una masa enorme de desempleados y miserables que es una fuente permanente de revueltas sociales. Estamos, por lo tanto, en el mismo Siglo XX que comenzó con la Revolución Rusa y que aún no terminó. El fin de siglo será testigo de crisis, guerras y revoluciones inéditas en la historia contemporánea.
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