lunes, 21 de marzo de 2011

¿El final de una era...? Entrevista a Manuel Monereo


 Eduardo Luque
El Viejo Topo 76, enero de 2011
p.48-53
  Esta entrevista es fruto de un seminario recientemente celebrado en La Habana (Cuba) y es una introducción a una ponencia presentada por Manolo Monereo en curso de reelaboración. La visión de los conflictos que se han iniciado al calor de la crisis económica, resitúan las relaciones internacionales en un nivel nuevo desde la II Guerra Mundial. Es pues de máxima actualidad para la izquierda y las fuerzas progresistas, resituar los marcos de análisis teórico en la perspectiva de las nuevas realidades.
—Poco antes de iniciarse la crisis actual, el debate sobre la “transición geopolítica”, es decir el cambio en las relaciones de dominación internacional, era un debate prácticamente inexistente. Sólo autores como Giovanni Arrighi o Fernand Brau del con anterioridad habían reflexionado sobre la cuestión. El estallido de la crisis mundial y su agudización, parece que sitúan en el centro del debate teórico este concepto. Tú has reflexionado sobre ese tema. ¿Cómo lo definirías?
—El término exacto que yo utilizo es: la “gran transición geopolítica”. Es un concepto que abarca muchos aspectos, uno de los más significativos y al cual yo doy especial importancia es el siguiente; la crisis, que es económica al principio, se trasforma en guerra monetaria y deriva en crisis geopolítica. El conflicto salta pues del espacio económico hacia la redistribución del poder mundial con nuevos equilibrios y nuevos actores. Es un proceso que se produce en fases y etapas. Sabemos cuándo se inicia, pero no sabemos cómo finalizará.
Sobre esta idea hay ya mucha literatura, que abarca a amigos y enemigos: el Consejo Nacional de Inteligencia norteamericana, a finales del 2008 elaboró un informe titulado “tendencias globales 2025” –disponible en la red–. Su tesis fundamental es que el mundo tiende a la multipolaridad, es decir, EEUU no podrá seguir mandando como antes y emergen nuevas potencias que están iniciando un proceso de cambio del poder a nivel mundial.
Robert Kagan en su libro El fin de los sueños y el retorno de la historia afirma que la globalización es un sueño acabado y que se inicia la competencia entre grandes potencias. Zbigniev Brzezinski, en el libro titulado La segunda oportunidad: tres presidentes va más lejos y define la nueva situación como el “despertar político global que es históricamente antiimperial, políticamente antioccidental y emocionalmente antinorteamericano, lo que implica un enorme desplazamiento y redistribución del poder”. El autor señala, también, que la gestión del conflicto por parte de los Estados Unidos le podría permitir una segunda oportunidad; pero no tendría una tercera.
—Si no recuerdo mal, en otro de tus artículos en esta revista, hará cosa de un año, planteabas un análisis de la crisis, donde definías su profundidad y situabas nuevos elementos de reflexión. ¿Qué relación estableces a la luz de las nuevas realidades entre la crisis actual y el fenómeno que estás analizando?
—Efectivamente, en un artículo anterior afirmaba que estamos pasando de las tensiones económicas a tensiones políticas y éstas a su vez, a tensiones político–militares. Se está intentando dar una salida “neoliberal a la crisis del neoliberalismo”. Esta salida no acabará con la crisis sino que la profundizará. Michel Husson define esta etapa como de “regulación caótica” y por tanto predice una intensificación de la misma. La actual situación –y no es un juego de palabras– es la crisis de la respuesta a la crisis de los años 70. La tesis que planteo es que el capitalismo no es un ente abstracto sino que se concreta en “configuraciones históricas”. Son las crisis económicas y las respuestas a las mismas las que definen dichas configuraciones.
—¿Hemos de entender, pues, que la actual situación es el fin de un ciclo anterior que se proyecta en la actualidad?
—Efectivamente, la crisis fordista de los 70 dio paso a la contrarrevolución de masas neoliberal. Fue dirigida por el capitalismo anglosajón; es este modelo, el neoliberal, el que ahora está en crisis. Walden Bello, haciendo un excelente ejercicio de síntesis define bien el paradigma neoliberal como respuesta a la crisis de los años 70. Señala tres elementos que concretan dicha respuesta:
1. Políticas neoliberales en sentido estricto, entendidas como reacción de clase a favor del capital.
2. Acumulación extensiva. Siguiendo el horizonte teórico  de Rosa Luxemburg, en “la acumulación del capital” Bello define el proceso que vulgarmente se ha conocido como globalización como la “expansión geográfica de la mercantilización capitalista a sociedades periféricas, pre-capitalistas y post-capitalistas”.
3. Acumulación intensiva o la financiarización de la económica mundial. Es muy interesante en este último aspecto tomar nota, como señalan John Bellamy Foster y Fred Magdoff, que detrás del fenómeno de la financiarización lo que hay es una tendencia al estancamiento y a la sobreproducción de las economías centrales que intentan superar  con la financiarización de la economía-mundo.
El paradigma neoliberal está en crisis y a mi juicio de forma irreversible. Fernand Braudel indicó hace muchos años que la financiarización de la economía es la señal del “otoño” de una gran potencia y el inicio de su decadencia histórico-social o sistémica. Es ésta la centralidad del problema actual.
Cada configuración histórica del capitalismo realmente existente, tiene una concreción en la geopolítica del poder internacional. Giovanni Arrighi, desde su teoría de los ciclos hegemónicos, afirma que estamos en la “crisis terminal del poder unipolar de EEUU”. Este no es el lugar para debatir a fondo estas teorías. A mi juicio, hay mucha verdad en la hipótesis de Arrighi, y proporciona elementos de análisis para comprender las líneas de fractura que se están abriendo en la organización del sistema-mundo. Son pocos los que hoy niegan que el epicentro de la crisis económica esté en EEUU. Una de las características del neoliberalismo ha sido lo que algún autor ha llamado el sistema dólar–Wall Street. En el año 1985 se produce el golpe de estado económico de Paul Volcker. EEUU pasa de ser una economía acreedora a economía deudora. Se convierte en una economía sedienta del ahorro mundial. Este país parasita la economía internacional convirtiéndose en una maquina de succionar ahorro y emplearlo en su país. La potencia norteamericana necesita entre el 40 y el 45 % del ahorro mundial para financiar lo que orgullosamente denominan el “modo de vida americano”. Al igual que sus gemelos europeos (Gran Bretaña, Irlanda o España) ha vivido de prestado.
La financiarización está ligada a la militarización de las relaciones internacionales. Se podría decir que las finanzas son “la continuación de la guerra por otros medios”. A este respecto hay que subrayar que la financiación del “gigante norteamericano” proviene en gran medida de China, Japón, los países petroleros y Rusia, que son los que compran los bonos norteamericanos que sirven, entre otras cosas, para financiar las guerras de EEUU y su enorme potencial militar. Es un círculo infernal que hace que el resto del mundo financie a una economía parasitaria que para perpetuarse provoca guerras e impulsa la militarización de las relaciones internacionales. Ahora vivimos una guerra monetaria. EEUU expande al mundo su crisis y obliga a las demás potencias a pagar los desmanes de lo que podríamos llamar el “nacionalismo económico norteamericano”. En el centro de la disputa está la existencia del dólar como moneda de reserva. Parafraseando a Lenin diríamos que la “moneda es la política concentrada”, la cuestión del dólar es, pues, la cuestión de la hegemonía norteamericana.
—¿Podemos hablar realmente de un declive norteamericano cuando poseen bases militares en más de 100 países y gastan la mitad del presupuesto militar mundial, muy lejos de las demás potencias?
—El tema merece ser discutido a fondo. No por casualidad esta teoría es polémica en América Latina y el Caribe; el llamado patio trasero del Imperio.
La primera cuestión a señalar es que decadencia no implica colapso. Decadencia es el inicio de un declive y en este caso la emergencia de nuevas potencias. Las dos cosas van unidas. La segunda cuestión es el tiempo; en Inglaterra el proceso duró casi 50 años, José Luis Fiori dice que cuando una potencia decae no desaparece, sino que se mantiene como potencia durante mucho tiempo en la división jerárquica internacional del poder. Hay un declive, una decadencia que marcará toda nuna época histórica.
—Entiendo que esta transformación entraña un incremento en las tensiones entre los diferentes países al reconfigurarse internamente.
—Efectivamente, la “gran transición geopolítica” se puede resolver, como todas las anteriores, por medio de la guerra. EEUU tiene más de 700 bases militares fuera de su país. Como dices bien, gasta la mitad del presupuesto militar mundial. Hay una estrecha relación entre economía y guerra en su caso. El peligro es justamente que EEUU intente compensar lo que pierde económicamente por medio del control militar reforzado.
Está usando ya las dos armas fundamentales que tiene, las finanzas y el “séptimo de caballería”. Si añadimos a esto la disputa por unos recursos naturales cada vez más escasos y más imprescindibles, podemos cerrar el círculo del problema, en un contexto presidido por la crisis ecológica-social del planeta, de la cual la crisis climática es su aspecto más relevante. Se está acumulando mucho combustible que puede provocar un incendio de grandes dimensiones. En este momento cualquier chispa por banal que parezca puede ser el nuevo Sarajevo. No es casual que Fidel Castro dedique una gran parte de sus reflexiones en estos últimos años, a la crisis económicaambiental, la militarización del planeta y a las posibilidades de guerra.
—Insistes mucho en lo que llamas “crisis del occidentalismo”, por otra parte tema tratado por más autores como Tariq Ali, Samir Amin, Anibal Quijano y otros…. Desde tu punto de vista ¿cuáles serían sus elementos esenciales?
—Uno de los aspectos cruciales de esta “gran transición geopolítica” tiene que ver con la crisis del eurocentrismo, concepto que ha dominado nuestra visión del mundo. La constitución de la economía-mundo y la modernidad están unidas irreversiblemente al descubrimiento de América. El dato esencial de dicho descubrimiento es la categoría de raza como criterio básico de clasificación social, que en lo fundamental ha durado hasta el presente. Modernidad y racismo están íntimamente unidas en lo que Aníbal Quijano denominó la “colonialidad del poder”. No es cosa menor que sean los pueblos originarios los que lleven a cabo la lucha social más intensa en el mundo andino. El enfrentamiento contra el neoliberalismo está implicando en América Latina la lucha contra la “colonialidad del poder”, para construir sociedades y estados que reconozcan el pluralismo étnico y nacional. Están refundando la nación, la política y la democracia.
La “transición geopolítica” en la que estamos traslada el centro de gravedad hacia Oriente. Cambiará sin duda los marcos intelectuales y sociales de referencia.
El gran desafío es ver el mundo como ha sido y es; es decir, un mundo ancho, complejo, donde Occidente ha sido y es una minoría.
—La reconfiguración de la escena política internacional está determinada por las aparición de nuevos actores en la escena internacional. Son los llamados países BRIC (Brasil, Rusia, India y China). ¿Cómo definirías su evolución?
—Antes de responder directamente el tema de los BRIC, quiero empezar como lo hacen dos economistas latinoamericanos muy interesantes, Oscar Ugarteche y Leonel Carranco. Al hablar del G-7 hablan del G-7 más uno, que era Rusia. Este grupo de países fue el instrumento que pretendió organizar la llamada gobernanza mundial. Ahora bien, como dicen los mencionados economistas, el G-7 (ellos lo llaman el G-7 político) se caracteriza porque son países ricos altamente endeudados (los PRAE). Por contraposición hay otro G-7 que es el acreedor, es decir, son los financiadores del G-7 político. Obviamente en este G-7 acreedor están China, Rusia, India, Brasil, es decir los BRIC. Esto dice mucho de la distribución del poder que se está produciendo en el mundo. Los cambios se producen con enorme celeridad. Medidos en poder de paridad de compra, en el 2010 ya han desaparecido del primitivo G-7 Francia, Gran Bretaña e Italia y se han incorporado Brasil e India, es más, según los mencionados economistas que corroboran los informes de las Centrales de Inteligencia de EEUU antes mencionados, China alcanzará ya en el 2016 a EEUU y la India superará a Japón. Estos datos expresan gráficamente la magnitud de los cambios que estamos viviendo, eso que vengo denominando la gran transición geopolítica.
—Los países denominados BRIC tienen características económicas y sociales singulares. ¿Cuales son a tu juicio las más relevantes?
—Básicamente cuatro:
1) Son estados continente, con grandes territorios, población y culturas muy arraigadas y antiguas.
2) Todos, de una u otra forma, no han seguido las directrices de lo que se conoce como el consenso de Washington.
3) Todos tienen más o menos explícitamente una estrategia nacional de desarrollo en torno al fortalecimiento del estado-nación convertido en el centro y en articulador del proyecto nacional.
4) De una u otra forma, la idea de construcción de nación, es decir, superar la exclusión y la pobreza, es un elemento central.
—En estos momentos la presión de Norteamérica por controlar su “patio trasero”, es decir, América Latina y el Caribe, tiene un interés renovado. ¿Qué elementos nuevos o centrales configuran a tu juico la nueva situación?
Hay un elemento central y diferenciador en la situación de América Latina y el Caribe. Por primera vez, en más de un siglo, es un territorio en disputa y presenta una de las líneas de fractura fundamentales en la reorganización del sistemamundo.
Lo es al menos por tres razones:
1) La presencia de otras potencias no americanas, destacadamente Rusia y China, aunque no únicamente, en ese contexto geográfico.
2) La insubordinación que con mayor o menor radicalidad se está acentuando contra el amigo del norte, insubordinación que llega a niveles de enfrentamiento abierto en torno a los países integrantes del ALBA.
3) La aparición como potencia de Brasil, que cambia las reglas de juego del continente.
Vuelvo a una reflexión anterior: aunque EEUU sufra un prolongado declive no significará necesariamente que las cosas mejoren en América Latina y el Caribe, más bien puede suceder lo contrario; cada vez es más urgente para la potencia del Norte restablecer los mecanismos de dominación que desde una u otra forma le han permitido construir su hegemonía mundial.
Son cuatro cuestiones las que hay que analizar para comprender la coyuntura actual en la zona:
1) El relativo desacople de América Latina y el Caribe de la crisis actual. Cuando hablo de desacople me refiero a que la crisis se nota mucho menos que en otros continentes.
Como se trata fundamentalmente de una crisis de los países centrales, se propicia –paradoja de las paradojas– una cooperación sur-sur en torno al “tirón” de los países emergentes, en especial China….. Esto tiene aspectos positivos si se sabe aprovechar bien la coyuntura, y uno especialmente negativo: el peligro de una reprimarización de toda la economía; es decir, la perpetuación del modelo primario exportador que bloquea cualquier alternativa al modelo de desarrollo.
2) La contraofensiva norteamericana. Que está siendo especialmente brutal y tenderá a hacerse más dura conforme la crisis avance. Al restablecimiento de la IV Flota como elemento de proyección estratégica, se le suman las nuevas bases que controlan un arco que se extiende desde la costa venezolana hasta Paraguay, y una presencia cada vez más intensa, con el pretexto de la lucha antidroga, en Perú y en Costa Rica. El golpe de Honduras señala ya un punto de inflexión. La consecuencia de todo ello es la militarización acelerada del continente. Baste señalar como ejemplo, que nada más descubrirse por parte de Brasil las nuevas reservas de petróleo de Pre-sal, este país decidió la compra de submarinos nucleares a Francia y un portaviones, y es que América Latina sigue poseyendo recursos naturales estratégicos (petróleo, gas, agua, biodiversidad...)
3) La pérdida de impulso de lo que podemos llamar el “espíritu de Porto Alegre” y un cierto agotamiento de los procesos más radicales de América Latina y el Caribe. Sin embargo hay que tomar nota que todos los movimientos sociales que de una u otra forma se habían convertido en actores fundamentales en torno a los Foros viven un reflujo relativo
4) La cuestión de Brasil. La gran diferencia de America Latina y el Caribe respecto a otros continentes, es que en este territorio la movilización de masas ha conseguido pasar de la resistencia a la alternativa de gobierno y de poder. Lo que diferencia substancialmente a Venezuela, Bolivia y Ecuador es que la lucha social propició una crisis de régimen y nacional, que obliga no sólo a cambios constitucionales profundos, sino a refundar el estado y la democracia. Este es el dato fundamental con Brasil. Por las razones antes señaladas, su presencia sería muy importante tanto a nivel de cada país como a nivel regional.
El otro aspecto es que algunos de estos países, de democratización más avanzada, están encontrando límites a su acción de gobierno y de transformación de la realidad. El punto más preocupante sigue siendo Venezuela, donde se vive un estancamiento del proceso que requiere medidas urgentes y alternativas.
Tras el último proceso electoral, Brasil puede profundizar aún más los cambios que ha iniciado. A la vista de tu experiencia ¿cómo ves la situación brasileña?
—Es un tema delicado y que requiere de mucha matización. Brasil es una potencia emergente, es una obviedad. Tiene pretensiones hegemónicas en Sud américa. Es necesario subrayar que éstas no son unívocas y que los pueblos sudamericanos puedan aprovechar las contradicciones entre Brasil y EEUU para avanzar en una integración no subalterna y equilibrada. Lo fundamental sigue siendo el reconocimiento de la contradicción y saberla usar a favor de los pueblos que más han avanzado en una integración alternativa. Dentro de las élites dirigentes brasileñas hay dos proyectos que se han enfrentado duramente en las últimas elecciones. De una parte, la derecha Paulista (De Sao Paulo), que busca repartirse la hegemonía en Sudamérica con los EEUU, y de otra la élite estatal (Petista –del PT) que postula un potenciamiento de la integración regional y de la UNASUR. Como todo el mundo sabe, las distintas naciones latinoamericanas están intentando construir un modelo alternativo de desarrollo, social y ecológicamente sostenible. Es un esfuerzo titánico y extremadament difícil. Una de sus condiciones es que el modelo de integración regional contribuya a este esfuerzo y no se oponga a él; la experiencia de la Unión Europea es muy importante a este respecto.
—Recientemente tú y otros autores os habéis referido a la llamada integración post-neoliberal ¿Cómo la identificas?
La integración regional no es un bien en sí y depende de su orientación y contenido, puede servir a las multinacionales o puede servir a los pueblos y las naciones. Puede ayudar a liberar o puede subordinar y perpetuar los esquemas de dominación imperial. América Latina y el Caribe están inventando mecanismos de integración que vayan más allá de una simple extensión de mercados y el fomento del intercambio comercial, para comprometerse en proyectos que va- loricen la cooperación, la formación de grandes consorcios públicos y el apoyo a los derechos sociales de unas mayorías tradicionalmente oprimidas y sin derechos. Es decir, se buscan procesos de integración que sirven de complemento y apoyo a las transformaciones ya iniciadas que buscan el control estatal de los recursos naturales y la recuperación de la soberanía económica y política de las naciones. Se trata, ahora que estamos en el bicentenario de la Independencia, de construir la patria grande, que es la única posibilidad que tiene América Latina de ser un sujeto activo y de tener voz en la construcción de un mundo multipolar, más democrático, justo e igualitario.
La construcción nacional y la integración regional no sólo no se oponen, sino que se refuerzan mutuamente. Como siempre, esto es un problema de acción práctica y depende en definitiva de los gobiernos y de los pueblos, así como de su ncapacidad de ser poder, es decir, de tener organización y proyecto político propio nacional.

jueves, 17 de marzo de 2011

Imperialismo de crisis - Robert Kurz

 
 
6 tesis sobre el carácter de las nuevas guerras de ordenamiento mundial.
 
Robert Kurz, ha publicado en Alemania en el 2003 el libro "Guerra de ordenamiento mundial. El fin de la soberanía y las mutaciones del Imperialismo en la era de la globalización". Las seis tesis presentadas aquí resumen algunos de los pensamientos fundamentales de este libro.
1.
El capitalismo no es una ceremonia budista y una mirada ahistórica no puede llegar a comprenderlo. La lógica, siempre idéntica, del principio de valorización, no provoca su eterno retorno, sino un proceso histórico irreversible con situaciones cualitativamente diversas. Una constelación mundial así solo puede ser explicada en cada momento sobre la base del desarrollo del capital mundial. Cada vez que se agota una determinada fase de valorización, las instituciones políticas, los conceptos y las ideologías correspondientes se vuelven asimismo obsoletas. Esto se comprueba particularmente en el nivel de madurez alcanzado por el sistema mundial a finales del siglo XX. Desde los años 80, la tercera revolución industrial, la de la micro-informática, ha empezado a imponer un límite histórico a la valorización de la fuerza humana de trabajo. El capital se vuelve entonces "incapaz de explotar", en el sentido de que se hace imposible una reproducción ampliada en términos económicos reales (expansión de la valorización) a la altura de los estándares de productividad y rentabilidad irreversibles por él mismo alcanzados. En las metrópolis, esta "sobreacumulación estructural" del capital mundial, provocada por la utilización de la micro-informática, conduce a un paro estructural de masas, una sobrecapacidad productiva global y a la fuga del capital monetario hacia la superestructura financiera (coyuntura de las burbujas financieras). En las periferias, la falta de capital impide pertrecharse con equipos micro-informáticos; y es así como economías nacionales y regiones enteras del planeta se hunden tan rápidamente que caen por debajo del estándar de la lógica del capital y su reproducción social es declarada "nula" para el mercado mundial.
En consecuencia se produce una carrera en la disminución de los costes y en el cierre de empresas. La globalización no es otra cosa que una racionalización transnacional y, en este sentido, representa efectivamente un fenómeno cualitativamente nuevo. La exportación tradicional de capitales, bajo forma de inversiones de ampliación en el extranjero, según el sistema de construcción Lego, es sustituida por la outsourcing (terciarización, NdT) de ciertas funciones de la economía empresarial para aprovechar la diferencia de costos en el ámbito global. Emergen así por un lado circuitos transnacionales de valorización, mientras que por el otro partes crecientes de la reproducción social se agotan y mueren. Este proceso es inducido y alimentado por el capital, igualmente globalizado, de la burbuja financiera.
Y en las condiciones de crisis de la globalización, la distancia entre las metrópolis y la periferia no se reduce; de ahora en adelante ya no se trata de una distancia en el grado de desarrollo capitalista sino en el grado de descomposición social. La creación transnacional de riqueza se concentra en los espacios de la "Tríada" (EEUU/América del Norte, Unión Europea, Japón / sudeste asiático) mientras que decrece en el resto del mundo. Paralelamente, en el contexto de los mercados financieros transnacionales, la dinámica de la globalización en los moldes de la economía empresarial revienta los mecanismos de regulación de las economías nacionales.
En las metrópolis, el Estado no desaparece, pero deja de ser el "capitalista global ideal" en el sentido clásico. Como no puede, a diferencia de la economía de empresas, ramificarse de forma transnacional, pierde una tras otra sus funciones de regulación y se reduce progresiva y crudamente a la gestión represiva de la crisis. Y no se trata solo de la degradación social de partes crecientes de la sociedad. Ya que, además, el capital destruye involuntariamente toda una serie de sus propias condiciones de encuadramiento y existencia. Esto sale al descubierto, y no en último lugar, en la contradicción -cualitativamente nueva- entre la valorización, transnacional, del capital y la forma, nacional, del dinero (moneda).
En la periferia, la descomposición de los aparatos del estado avanza a un ritmo mucho rápido que la mayor parte de la reproducción capitalista. Los servicios públicos desaparecen casi por completo, la administración capitula, los aparatos represivos se vuelven salvajes. En un océano de desorganización y de empobrecimiento, solo pequeños islotes de productividad y de rentabilidad sobreviven. Se interrumpe cualquier desarrollo de la economía nacional, y los grandes consorcios anexan estos sectores "insulares" para transformarlos en partes integrantes de su economía empresarial transnacional. Paralelamente emerge una economía de pillaje, en la que es reventada la sustancia física de la economía nacional desmoronada y, según criterios étnicos o religiosos, los grupos de población se lanzan unos contra otros, en una continuación de la competencia por otros medios. Las instituciones sociales son sustituidas por pandillas de saqueadores. La mayor parte de las elites se transforman en jefes de bandas étnicas, religiosas o de milicias de clanes, en señores de la guerra y en príncipes del terror.
Estas evoluciones no representan más que un estadio de transición en el avance de la crisis mundial hacia los límites históricos del proceso de valorización. Por ahora, la economía de pillaje puede aún acoplarse al mercado mundial y hace aparecer el descuartizamiento de los despojos económicos como una perpetuación del proceso de valorización, igual que ocurre en los centros con la incesante hinchazón de las burbujas financieras. Pero ambos fenómenos se aproximan a su agotamiento total.
2.
Sobre este telón de fondo, el imperialismo clásico pasó a la historia. Si por un lado la economía empresarial ya no puede ser formada y regulada en el ámbito nacional, por otro lado la sujeción e incorporación de las masas de la población inútiles para el capitalismo, ya no tienen sentido. La forma territorial de dominación y de expansión se vuelven obsoletas. Las "hands" (mano de obra), en su mayoría global, están fuera de uso sin por ello poder sustraerse a la lógica capitalista que, como sistema de socialización negativa del mundo, es mantenida en pie a toda costa.
Ya en la historia de la post-guerra, la competencia entre las viejas potencias expansivas (sobre todo europeas) había sido sustituida por la competencia bipolar entre las superpotencias, los EEUU y la Unión Soviética. En este ámbito ya no era la conquista de zonas de influencia nacionales lo determinante, sino la cuestión de los principios de regulación y de las modalidades de la reproducción capitalista. Se trataba de la competencia sobre el mercado mundial entre los retrasados históricos, las sociedades de la "modernización de recuperación" en el espacio de referencia de la pax soviética, y las del centro capitalista desarrollado en el espacio de referencia de la pax americana. Los EEUU, ya a esa altura se habían convertido en la única potencia dominante de Occidente, fuertes por sus recursos continentales y detentores del mayor mercado interior del mundo; desde la segunda guerra mundial habían adquirido un avance definitivo gracias al dinamismo de su complejo militar e industrial.
Ahora, después del hundimiento de la Unión Soviética y del fin de la "modernización de recuperación", en el contexto de crisis de la tercera revolución industrial, no se puede regresar a los viejos conflictos interimperialistas entre potencias expansionistas nacionales. En cambio ahora estamos confrontados a la unificación planetaria de la pax americana, pero en el contexto de un precario capitalismo minoritario basado en las burbujas financieras y una economía de pillaje. Sería ridículo hablar de una nueva competencia interimperialista entre los EEUU y la RFA, o la Unión Europea. El aparato militar de los EEUU, montado en los tiempos de la bonanza de la post-guerra, no tiene competencia; cada año, el presupuesto militar de los EEUU sobrepasa en más de veinte veces el de Alemania. No existen las condiciones militares o económicas para que emerja una potencia rival.
A pesar de cierta retórica en este sentido y algunos intereses aislados, los EEUU no actúan en nombre de una expansión territorial nacional, sino como una especie de potencia protectora del imperativo de la valorización y de las respectivas leyes sobre las condiciones de crisis del sistema mundial. Todo el mundo funciona en el contexto de los procesos transnacionales de valorización y bajo la presión simultanea de una masa creciente de "superfluos". Por eso, el papel de los EEUU como última superpotencia monocéntrica no se explica exteriormente solo por su peso militar, sino también a través de las mismas situaciones desterritorializadas que caracterizan a la propia globalización. La totalidad del capital transnacional, los mercados financieros y los residuos de aparatos del estado del centro dependen de la capacidad de dominio de los EEUU como gendarme del mundo.
Se cristalizó así un "imperialismo global ideal" bajo el liderazgo solitario de los EEUU, prolongado por la OTAN y otras instituciones del capitalismo mundial. La imagen del enemigo no está claramente asociada a los intereses nacionales interiores al imperialismo, sino al cariz democrático atribuido a la globalidad imperial, contra los espectros de la crisis del sistema mundial unificado. El imperio del capitalismo de Estado de la "modernización de recuperación" que ha fracasado es sustituido hoy como nuevo "Imperio del Mal" por un conjunto difuso de potencia perturbadoras, de terrorismo étnico y religioso, de situaciones anómicas, etc.
El "imperialismo global ideal" actúa esencialmente, sin poder lograrlo jamás, como imperialismo de seguridad y exclusionista del centro democrático y capitalista contra las situaciones crisis creadas por el propio capital. Se intenta crear seguridad afín de garantizar el funcionamiento regular de las transacciones capitalistas hasta en los precarios islotes de valorización de la periferia. Forma parte de esto, como uno de los presupuestos principales, que sea salvaguardado el abastecimiento de combustible para la maquina del mundo capitalista. Tampoco se trata aquí de intereses petroleros de carácter específicamente nacional sino del proceso de valorización transnacional. Y, sobre todo, se encuentra fuera del ámbito de pretensiones de poder territorial o de los intereses comunes y exclusionistas del centro frente a los movimientos globales de fuga y migración venidos de las regiones hundidas de la periferia.
3.
Las contradicciones en el interior del marco del imperialismo colectivo democrático (por ejemplo la disputa actual entre Alemania, Francia, Bélgica, etc. de un lado y los EEUU del otro) son secundarias. Deducir de ello la posibilidad de un nuevo gran conflicto interimperial, según el modelo de la época de las guerras mundiales, sería tan poco clarividente como intentar presentar las divergencias entre la Alemania nazi y la España de Franco (que como se sabe se mantuvo al margen de la segunda guerra mundial) como el conflicto "verdadero" de esa época.
No es una relación de competencia nacional según el patrón antiguo lo que motiva las actuales querellas interimperiales, sino el temor por parte de ciertos gobiernos subalternos de las consecuencias que pueden ser incontrolables. La OTAN y el resto de los estados se dividen entre vasallos devotos y vacilantes, sin que estos últimos sean capaces de mantener una actitud rebelión abierta contra los EEUU y ni siquiera de quererlo. La vacilación nace más del miedo de los que no tienen el dedo en el gatillo, mientras que los voluntarios son reclutados preferentemente entre los que no tienen nada que perder, pero que de todas formas no tienen tampoco nada que decir.
Dado que hasta la intervención en Afganistán incluida, no hubo ninguna oposición a las guerras de ordenamiento mundial bajo la égida de los EEUU y el gobierno alemán rojo-verde envió sus tropas germánicas auxiliares al campo de batalla provistas de una ideológica democratera, ahora el golpe preventivo anunciado contra Irak provoca inquietud, porque el derecho internacional, la ONU y el principio de soberanía -las garantías de la famosa comunidad internacional de los Estados y de los "pueblos"- son abiertamente escarnecidos. La RFA, Francia y compañía comienzan a temer ser tratados pronto de esa misma manera y que el edificio ideológico de legitimación que ha funcionado hasta ahora pueda hundirse.
Que los EEUU pisoteen de manera tan dura las reglas de juego del mundo político capitalista que ellos mismos han promulgado después de 1945 es el resultado de la contradicción interna entre la constitución nacional de la última potencia mundial y su "misión" transnacional como potencia protectora del proceso globalizado de valorización. Mientras tanto la razón más profunda que se toma como contenido es que se volvió obsoleto el propio principio de soberanía que consiste justamente en reunir territorialmente poblaciones como "fuerza de trabajo global". Hasta los Estados del centro, incluidos los propios EEUU, ceden "privatizando" cada vez más funciones internas de soberanía, incluso hasta el aparato represor. Negando la soberanía de los "Estados golfos", los EEUU no hacen otra cosa que proyectar la crisis mundial al nivel político-jurídico, sobre el que se anuncia el fin de las relaciones contractuales burguesas de un modo general (y finalmente el fin, incluso, de la soberanía de los EEUU). La resistencia conservadora frente a esta dinámica de una parte de los Estados europeos está condenada al fracaso. Es probable que viejos resentimientos antiamericanos jueguen aquí un papel, pero ya no decisivo.
4.
El problema que se le plantea al gendarme del mundo del "imperialismo global" reside en el hecho de que solo puede actuar sobre la base de la soberanía nacional, que por otro lado debe destruir con sus propias manos para mantener su existencia. Esto concierne también a los sistemas de armamento high-tech que son concebidos para conflictos territoriales clásicos. Los fantasmas de la crisis, los disturbios potenciales, las bandas terroristas, etc., no pueden ser afectados por esos sistemas, porque ellos mismos actúan entre los pliegues de la globalización. Al Qaïda está organizada exactamente como una gran empresa transnacional. Frente a ella, la superioridad militar se vuelve inútil y "la guerra contra el terror" es como un golpe de espada en el agua. Simultáneamente con el fin inminente de la coyuntura de las burbujas financieras se hace sentir la amenaza de un avance de la crisis en el mismo centro capitalista, y en especial en su corazón que es la economía USA, y esto puede traer consigo una depresión grave en el ámbito mundial. Ello volvería a poner en cuestión la capacidad de financiamiento del aparato militar high-tech de la última potencia mundial.
Por esta razón la administración de los EEUU ha retrocedido de la "guerra contra el terror" al paradigma de los "Estados golfos". El ataque preventivo contra Irak representa una doble huida hacia adelante. Por un lado se trata de "vencer" la soberanía iraquí ya en ruinas, estado territorial clásico y adversario fácil con su ejército desvencijado, para mostrar al mundo quien manda a bordo. Por otro, existe la intención de amortiguar la inminente quiebre económica metiendo mano directamente en los campos de petróleo iraquíes (y quizás también saudíes) y destruyendo la OPEP. Aquí lo que está en causa no es tanto el flujo material del petróleo, que estaría garantizado incluso sin intervención militar, como la salvación a corto plazo de los mercados financieros. El reciclaje de las burbujas financieras, en vías de agotarse, debe ser renovado lo cual solo es posible con una "opción de futuro" para una nueva prosperidad secular. Después de que la opción del "siglo del Pacífico", con el hundimiento del modelo japonés y de los países de Asia del sur-este, se haya revelado como un fracaso, lo mismo que la New Economy del capitalismo de comunicación (Internet y Telecom), ahora es la opción destinada a traer "petróleo a precios de antes de la OPEP" la que debe asegurarse bajo control directo de los EEUU
Pero el tiro les podría salir por la culata. Claro que el ejército iraquí no constituye un serio adversario. Sin embargo si los combates de calle en Bagdad y otros centros ocasionaran un gran número de víctimas, importantes destrucciones y millones de refugiados, esto desacreditaría moralmente a los EEUU a ojos del mundo entero. Y sobre todo la instauración de un régimen estable va a ser imposible; Milosevic y Saddam representan de cualquier modo modelos de fin de la línea de soberanía. Una administración militar de los EEUU en Irak y en toda la región petrolera en confrontación permanente con la guerrilla y el terrorismo no sería ni financiable ni sostenible de forma política y militar. Sería además todo lo contrario de una señal de euforia para los mercados financieros. La "victoria" sobre Irak sería inevitablemente una victoria pírrica, que no haría más que reforzar la crisis del sistema mundial.
5.
De todas formas, no se trata solo de la falsa racionalidad de ciertos "intereses", siempre subordinados al irracional fin en sí mismo del principio de valorización. El vulgar materialismo de intereses no ve la "metafísica real" del capital como una religión secularizada, cuya irracionalidad en los márgenes del sistema, aplasta sus intereses racionales del interior. El imperativo de valorización, indiferente a cualquier contenido sensible, exige finalmente la disolución del mundo físico en la abstracción formal y vacía del valor, es decir su destrucción. A este nivel, se puede hablar de una pulsión de muerte gnóstica propia del sistema capitalista, que se expresa tanto en la lógica destructiva de la economía empresarial como en las potenciales de violencias inherentes a la competencia. Puesto que las contradicciones ya no se pueden resolver en un nuevo modelo de acumulación, esta pulsión de muerte se manifiesta hoy de forma inmediata y a escala global.
La defensa del sistema a cualquier precio se transforma en autodestrucción de sus actores. Furia asesina, sectas suicidas y autores de atentados suicidas conforman esta locura objetiva: son reacciones a la crisis sin perspectiva que toman proporciones hasta ahora desconocidas. El síndrome antisemita, directamente ligado a este fenómeno, resurge como último recurso ideológico de la crisis de la forma del sujeto capitalista, que vuelve a hacerse sentir pero ya no en relación con una determinada historia de constitución nacional e imperial (como la alemana y la austriaca en el pasado)sino inundando previamente el mundo de amalgamas difusas, postmodernas y postnacionales, principalmente religiosas.
Una vez que la racionalidad interior capitalista del sujeto iluminista burgués no se puede presentar en un nuevo modelo de acumulación, ya no constituye una potencia inmanente contra la pulsión de muerte sistémica, y se convierte ella misma de forma inmediata en un momento de esa irracionalidad. Iluminismo y contrailuminismo, razón y locura, democracia y dictadura vienen a ser lo mismo. El imperialismo global democrático es incapaz de pacificar su propio mundo en crisis y se convierte entonces en "loco furioso colectivo ideal", capaz de llegar hasta la utilización de armas nucleares, amenaza que la administración USA ha proferido ya abiertamente contra zonas de inseguridad, contra los espectros inasequibles de la crisis o también contra las masas de "superfluos".
6.
Ya no existe una alternativa inmanente. Pero como la izquierda no sabe hacer otra cosa que ensalzar alternativas inmanentes no solo de la ontología y de la historia del desarrollo capitalista, se refugia en gran parte en el pasado y se entretiene con una absurda disputa sobre si estamos en 1914 o en 1941. Ambas facciones han quedado intelectualmente atrapadas en la época de un capital formado en las economías nacionales por las potencias expansivas nacional-imperiales; ambas son analfabetas en cuanto a la teoría de la crisis y más ampliamente a propósito de toda crítica de la economía política y ambas se agarran a la racionalidad interior capitalista del sujeto iluminista burgués.
Los nostálgicos de 1914 y los adeptos de la momia de Lenin, invocan el fantasma de una alianza "antiimperialista" de los opositores de izquierda a la guerra de las metrópolis junto con los "soberanistas" y los "pueblos" del Tercer Mundo que necesitan defender su independencia burguesa contra los imperialismos de los EEUU, de la RFA o de la UE. Los nostálgicos de 1941, por el contrario, deliran con la idea de una coalición "anti-Hitler" bajo la égida de las potencias occidentales "buenas" contra el "fascismo islámico" y sus cómplices alemanes para la defensa de Israel y de la "civilización".
Mientras tanto el régimen de Saddam no sirve ni para hacer de imperio nazi que amenaza el mundo, ni como fuerza llena de esperanzas para el desarrollo nacional, y Bin Laden no es ni Hitler, ni Che Guevara. El estado palestino se hunde antes de su fundación porque la soberanía del Estado ya no constituye una opción emancipadora; por el contrario, la Intifada y los atentados suicidas bárbaros no pueden ser puestos al mismo nivel que el aniquilamiento industrial de los judíos en Auschwitz. Los falsos amigos del Tercer Mundo sitúan a Israel dentro del imperialismo ignorando su cualidad esencial, resultado del antisemitismo global; los falsos amigos de Israel glorifican las fuerzas reaccionarias y ultra-religiosas responsables del asesinato de Rabin y se dejan arrastrar ellos mismos hacia una agitación racista primaria. Unos niegan a Israel como lugar de refugio, los otros ignoran el hecho de que su existencia está más amenazada por su propia barbarie de crisis interna que por amenazas militares exteriores.
Los zombis de 1914 aceptan la barbarización nacionalista y antisemita, culturalista y antiamericana de la "lucha de clases" y del "antiimperialismo". Los zombis de 1941 sacrifican cualquier crítica de la guerra imperial de ordenamiento mundial, denuncian impávidos y serenos a la acosada oposición israelita, así como la oposición de izquierda en los EEUU y transforman la crítica necesaria del antisemitismo y del antisionismo en legitimación del terror democrático de las bombas. Lo que es necesario en lugar de todo esto, es una oposición radical a la guerra, que encare de frente la verdadera situación del mundo y desarrolle una critica de las categorías de la modernidad capitalista que vaya más allá de la errónea inmanencia de las aparentes alternativas, que ya solo representan formas diversas de la misma barbarie de crisis cosmopolita.
(NdT: Este apartado 6 analiza la especificidad de una parte de la izquierda en Alemania).
Robert Kurz.
Março de 2003


Traducción portuguesa: Lumir Nahodil, http://obeco.planetaclix.pt/
Traducción al español: Contracorriente
Original alemão: http://www.exit-online.org/

miércoles, 16 de marzo de 2011

La ideología del imperialismo - Jorge Altamina


I. Una nueva etapa en la época de la agonía del capitalismo

Jorge Altamira

1 - Las características que distinguen a la presente etapa histórica han sido determinadas a partir de la disolución de la Unión Soviética y de la restauración del capitalismo que se encuentra en curso, en distinto grado, en Rusia, en China y en el conjunto de los ex estados obreros degenerados. Aunque nunca hayan salido del marco de la economía capitalista mundial, como tampoco habrían podido hacerlo, su desaparición ha ampliado geográfica y socialmente la dominación del capital en una escala sin precedentes.
La restauración capitalista ha reforzado la competencia dentro de la clase obrera mundial al reintegrar al mercado mundial a centenares de millones de trabajadores. La expropiación del capital, al limitar esa competencia por medios revolucionarios, había significado un progreso de la lucha de la clase obrera contra la clase capitalista por el reparto del ingreso mundial.

2 - La restauración del capital en los ex estados obreros puso fin a una larga serie de tentativas del proletariado para acabar con los regímenes burocráticos con métodos revolucionarios. Las revoluciones políticas contra las burocracias gobernantes de todos los ex estados obreros, entre 1953 y 1989, debutaron como una rebelión de las fuerzas productivas que se habían desarrollado en el marco de la economía planificada contra su deformación y estrangulamiento por parte de las burocracias contrarrevolucionarias. Sin embargo, a partir de las crecientes alianzas económicas, políticas y diplomáticas de la burocracia contrarrevolucionaria con el imperialismo, esas revoluciones se fueron transformando, objetivamente, en una rebelión de fuerzas productivas contra el capital mundial. La restauración capitalista significa, de conjunto, o sea con independencia de los resultados parciales y relativos que pueda tener en este o aquel país, una regresión histórica de las fuerzas productivas impuesta por las relaciones sociales existentes.
El ingreso de los regímenes burocráticos al sistema internacional de la deuda externa; los acuerdos cada vez más frecuentes de sus gobiernos con el FMI; los tratados internacionales que comprometían a la burocracia con la defensa de la propiedad y del mercado capitalistas (Helsinki, 1975, cesión de Hong Kong, 1982), fueron otras tantas manifestaciones de la tendencia de la burocracia a la restauración capitalista.
La desintegración de los aparatos de estado en China y en Polonia, en el marco de la "revolución cultural", uno, y de las ocupaciones de fábrica de finales de los 70, el otro, marcaron los puntos de viraje que dejaron a los regímenes sociales "transitorios" sin una ‘tercera opción’ entre la restauración del capitalismo y la revolución proletaria.
Estas crisis revolucionarias no solamente reflejaron el agotamiento del ‘socialismo en un solo país’ sino también el impasse de conjunto del capitalismo mundial. Tuvieron lugar cuando el llamado ‘boom’ económico internacional de la posguerra se había agotado y una década después de la crisis internacional de 1971-75 que inició una declinación económica relativa muy prolongada y extensa.

3 - La restauración del capitalismo, que se encuentra en las etapas iniciales, ha ampliado el radio de explotación del capital internacional. La apertura de los ex estados obreros le ha ofrecido al capital una nueva posibilidad de explotación, que involucra a centenares de millones de personas (China) o la posibilidad de apropiarse, además, de un sofisticado parque tecnológico (Rusia). Pero este principio de salida a la saturación del mercado mundial ha sido acompañado por una mayor saturación de ese mismo mercado mundial.
Ocurre que en estrecha relación con esta ampliación se ha intensificado la competencia entre los monopolios capitalistas internacionales que procuran la conquista de esos nuevos mercados y un nuevo reparto del mercado mundial. La mayor movilidad geográfica ganada por el capital ha acentuado la competencia dentro del proletariado a nivel internacional. La competencia entre los trabajadores se manifiesta, indirectamente, por medio de la explotación de fuerzas productivas y trabajadores más baratos, y, en una forma directa, en la ola de inmigrantes hacia las metrópolis. En los países atrasados se agrava la sobrepoblación relativa que resulta de la quiebra de la pequeña producción y de la crisis agraria, en tanto que en las metrópolis se manifiesta un marcado retroceso social.
Como el capital encara la restauración capitalista con los métodos que le son propios, se han reforzado también sus tendencias fundamentales: concentración de la riqueza en un polo y de la miseria social en el otro; acentuación de la anarquía económica y, por lo tanto, de las crisis financieras y comerciales; liquidación de los estratos intermedios y de la pequeña producción; incremento de las crisis agrarias y de los estallidos campesinos; un mayor bloqueo del desarrollo independiente de las naciones atrasadas. En última instancia, impulsando nuevas guerras y nuevas revoluciones.
Con la restauración capitalista, la crisis histórica del capitalismo no se ha atenuado sino que se ha agudizado. Es que el derrumbe de los estados obreros degenerados se procesa en el marco de las tendencias de la crisis capitalista mundial. Desde la ex Alemania oriental a Rusia se desenvuelve un verdadero retroceso en el nivel de civilización. En China, la invasión del capital extranjero ha explotado el desnivel entre la economía mundial y el atraso histórico de China para dar lugar a un desarrollo tan explosivo como unilateral, pero que provoca, junto a una enorme polarización de la riqueza, la demolición de la economía estatal, todavía mayoritaria, y una gigantesca crisis agraria. Las economías más avanzadas, por su lado, sufren una seguidilla de crisis financieras cada vez más amplias e intensas, que arrastra a monopolios y naciones enteras a la bancarrota y a la explosión social y política. Por primera vez se encuentra amenazada la supervivencia de la Unión Europea como entidad política. La crisis histórica del capital ha avanzado varios peldaños, y ello ha reforzado la tendencia a la creación de situaciones revolucionarias y de revoluciones sociales. Se pone de manifiesto, de este modo, la tendencia del capital hacia su propia disolución.

4 - La etapa abierta por el derrumbe de los estados obreros degenerados ha disuelto el sistema de relaciones internacionales establecido por los acuerdos de posguerra y, con ello, ha generado crisis internacionales cada vez más profundas. El agotamiento de la ‘arquitectura diplomática’ de la llamada ‘guerra fría’ es una expresión de una nueva etapa en las relaciones entre las clases sociales en su conjunto.
Los partidos que respondían al aparato internacional manejado por Moscú han fracasado en su prolongado intento por reconvertirse en partidos reformistas ‘nacionales’ y de un modo general se encuentran en desintegración. Asimismo, se han venido abajo numerosos estados clientes de la burocracia rusa, en especial en los Balcanes, Medio Oriente, Asia Central y Africa. La restauración capitalista en la ex URSS no solamente ha provocado una desorganización económica generalizada, sino que ha hecho saltar todos los antagonismos nacionales soterrados de su estado policial. Las naciones de Asia Central y del Cáucaso se han convertido en un gigantesco campo de disputa para el imperialismo mundial. En el plano de las relaciones políticas internacionales, la nueva etapa se caracteriza por crisis estatales y guerras generalizadas en todos los continentes.

II. La ideología del imperialismo en la actual etapa

5 - La caracterización de la etapa en curso, que realiza la academia oficial y semi-oficial, como una ‘globalización’ (se refiere al capital) reviste de un carácter histórico progresivo a la restauración capitalista en los ex estados obreros. La globalización del capital, sin embargo, es un fenómeno que llegó a su apogeo histórico hace mucho tiempo, con la plena formación del mercado mundial y la emergencia del imperialismo. Expresa la declinación del capitalismo, no su ascenso. La regresión histórica, que tiene un punto de culminación con la restauración capitalista en curso, tuvo su inicio con la contrarrevolución burocrática, que no fue más que la expresión de la presión de la economía mundial capitalista sobre un "socialismo" aislado en "uno" o varios países históricamente retrasados. La ‘globalización’ , en tanto restauración del capital allí donde había sido expropiado, no constituye un avance sino un retroceso histórico, y conlleva, de un lado, la pérdida de conquistas históricas y sociales en esos países así como a nivel internacional. La ‘globalización’ es la expresión ideológica de la destrucción del socialismo como perspectiva, la cual fue históricamente conquistada por el proletariado en dos siglos de lucha de clases.
Adjudica la victoria transitoria del capital sobre los regímenes sociales no capitalistas dirigidos por una burocracia, a una capacidad del capital para revolucionar indefinidamente las fuerzas productivas, lo cual escamotea, de un lado, el carácter internamente contradictorio del capital y, del otro, su carácter históricamente condicionado; que el avance de la ciencia y la técnica, que el capital impulsa, no como una finalidad social conciente, sino por la necesidad de incrementar la explotación del trabajo ajeno, potencia sus contradicciones y las hace cada vez más explosivas.
El eufemismo ‘globalizador’ pretende poner un signo igual entre la liquidación de las formaciones económicas precapitalistas por parte del capital mundial en la época histórica de su ascenso (liberalismo) y la destrucción de la propiedad estatizada y de la economía planificada en la etapa del capital monopolista en disgregación.
Presenta a la unificación capitalista del mercado mundial como una perspectiva aún no completada, y no como una realidad que ha agotado sus posibilidades históricas y que engendra crisis económicas explosivas, catástrofes sociales mayores y guerras todavía más destructivas.
La ‘globalización’ rechaza que la restauración capitalista tenga un carácter transitorio, cuyo desenlace será determinado por el desarrollo de la presente crisis mundial.

6 - La ‘globalización’ es una ficción ideológica que pretende igualmente encubrir el conjunto de tendencias dislocadoras del capital mundial. Por ejemplo, la extensión fenomenal del capital ficticio (endeudamiento público y privado, de inversores y consumidores, financiero y especulativo) , que supera con creces el capital en su forma material y que lleva a la ruina los presupuestos estatales. El desarrollo del capital ficticio bajo la forma de una extensión sin precedentes de los mercados de capitales constituye un medio poderoso de confiscación económica adicional de los trabajadores, de los estratos sociales intermedios y de estados enteros.
La llamada tercerización o subcontratación, otra característica de la mentada globalización, no representa una nueva fase histórica de la industrialización bajo el impulso de la división internacional del trabajo, sino un desarrollo parasitario de los grandes pulpos capitalistas, que sustituye la industrialización de los países atrasados por la implantación de maquiladoras y armadurías, para explotar la mano de obra barata y saquear fiscalmente a las naciones involucradas.
El resultado de este conjunto de tendencias es la sobreproducción crónica de mercancías y capitales, la tendencia a la depresión económica, la generalización (esta sí global) de la deflación a escala internacional y la desocupación obrera más alta y permanente de la historia del capitalismo. La llamada globalización ‘engloba’ a todas las formas del capital como un capital ‘global’, para ocultar, de este modo, su fase histórica específica, o sea el nivel excepcional que ha alcanzado su desarrollo parasitario y rentístico.

7 - El desarrollo capitalista de las últimas décadas ha reforzado la contradicción entre el carácter mundial del desarrollo de las fuerzas productivas y del mercado, por un lado, y el carácter nacional de los capitales, los monopolios y los Estados. O sea que se ha acentuado la anarquía capitalista.
El reforzamiento de la nacionalización de los capitales pone al desnudo el carácter interesado de las expresiones apologéticas tales como ‘trasnacionales’ , ‘multinacionales’ o ‘globalización’ . La nacionalización del capital se manifiesta de forma especial en la supremacía que ha alcanzado el capital norteamericano, por sobre todo en la banca de inversión.
La Unión Europea ha fracasado en su intento de crear un capital específicamente europeo en oposición a los capitales norteamericanos y japoneses e incluso con referencia a los capitales nacionales de los respectivos estados europeos, o sea franceses, italianos, alemanes o incluso griegos. La atomización nacional del capital monopolista en Europa no ha sido superada ni por la creación de un Banco Central ni por una moneda única; esta última ha exacerbado las contradicciones de sus economías nacionales, como consecuencia de sus acentuados desniveles de desarrollo. La tentativa de establecer una moneda de reserva propia, en competencia con el dólar, es una manifestación muy destacada de las rivalidades nacionales del capital y constituye una constante fuente de choques internacionales, enfrentamientos diplomáticos y hasta guerras por interposición (fuera y dentro de las fronteras de Europa). La coalición que tiene lugar entre diversos pulpos económicos de nacionalidades diferentes tiene, casi unánimemente, un carácter transitorio. Es la manifestación del choque de unos bloques nacionales contra otros, que se disgregan, a su turno, con cada manifestación de la crisis económica en general. Los estados nacionales son más que nunca las herramientas de los monopolios en la lucha por la supremacía en el mercado mundial. Este fenómeno se ha acentuado con la política de ‘libre comercio’, la que priva a las naciones más débiles de la posibilidad de protegerse con medidas de orden político y las deja al arbitrio de las muy pocas naciones más poderosas, en especial los Estados Unidos.

8 - La formación de la Unión Europea no ha sido un proceso histórico lineal. Ha representado, en diferentes etapas, los intentos de adaptación y de supervivencia de la burguesía imperialista europea a las condiciones cambiantes de la crisis mundial. Bajo denominaciones parecidas ha representado fenómenos sociales y políticos diferentes.
Sea para contener la revolución social en la posguerra; sea como un marco que permitiera restablecer los viejos estados nacionales agotados por dos guerras mundiales, como las únicas formas concretas de dominación política del capital; sea para resolver la crisis de sobreproducción mediante una eliminación parcial de las barreras al comercio; sea como un método político para unificar la ofensiva contra los trabajadores luego del fin del ‘boom’ de posguerra y el comienzo de la presente etapa de crisis; sea para organizar la lucha contra el capital norteamericano en el cuadro de esta misma crisis mundial; sea como un intento, finalmente, de los estados más poderosos, especialmente de Alemania, para adaptase al derrumbe de la URSS y de Europa oriental y anexar a los nuevos mercados del este y Rusia. El imperialismo europeo ha montado un conjunto de "corredores" (transportes, caminos y ductos), para enlazar al oeste de Europa con el Cáucaso y hasta Asia central, pasando por los países que componen la península de los Balcanes.
Bajo la presión de la crisis económica mundial y de las luchas de los trabajadores, sin embargo, las tendencias centrífugas tienden a imponerse cada vez más sobre las centrípetas. La utilización de las rivalidades nacionales por parte del capital financiero norteamericano tiende a fracturar a la Unión Europea. El crecimiento de esta lucha interimperialista condiciona el conjunto de la crisis política mundial. Desde los Balcanes, Rusia y el Cáucaso hasta el lejano Oriente, Irak y Palestina, las crisis, los enfrentamientos nacionales y las guerras expresan, cada vez más, la creciente oposición entre los capitales y estados europeos, que están también divididos entre ellos, y el norteamericano. Las manifestaciones de una tendencia a la dislocación de la Unión Europea se han acentuado, sembrando la confusión entre quienes la consideraban irreversible y le aseguraban un progreso infinito.

9 -  Las tendencias centrífugas y el choque creciente con el imperialismo norteamericano han afectado los ritmos de desarrollo de las crisis políticas, con especial impacto en el viejo continente. Esta tendencia de conjunto condena al ridículo a quienes abogan por completar el desarrollo de la Europa imperialista con una "construcción más democrática". La penetración de los monopolios europeos en los países del este ha reforzado la tendencia imperialista de la UE, agudiza la competencia entre los pulpos internacionales, acentúa la disolución social creciente en los Balcanes y el este y potencia la ofensiva del capital y de sus Estados contra las condiciones del proletariado del oeste.
La crisis económica que provocó el estallido de la burbuja financiera norteamericana, a principios del 2002, se ha manifestado con la mayor agudeza en la Unión Europea, en especial en la tendencia a la depresión económica que afecta a Alemania, Francia e Italia. La pérdida de posiciones de estos países en el mercado mundial, en beneficio del capital norteamericano, ha planteado una aguda tensión entre la burguesía y el proletariado, porque el capital europeo no puede hacer frente a la competencia internacional sin incursionar severamente contra las conquistas sociales y laborales de las masas. El ataque contra la seguridad social y la salud ha abierto una etapa de conflictos de clase violentos en Europa. El ‘espacio’ para una ‘construcción democrática’, o sea en el marco imperialista, se achica de más en más. Idealizada por sus apologistas como un medio de superar los límites que imponen las fronteras nacionales al desarrollo de las fuerzas productivas, la Unión Europea se ha revelado rápidamente como un freno a ese desarrollo. Estalla, en cierto modo, el intento de encajar en un único molde institucional los agudos desniveles de desarrollo capitalista que caracterizan a la UE. La IV Internacional denuncia el carácter imperialista de la Unión Europea y de sus propósitos de expansión oriental; destaca que el imperialismo plantea una tendencia a la reacción política y no a la democracia; señala que ha fracasado en el intento de superar el escollo histórico de las fronteras nacionales para desarrollar las fuerzas productivas, y aun más, que ha creado escollos adicionales que tienen que ver con su artificialidad histórica; y pone de manifiesto que la tendencia imperialista y la tendencia a acentuar sus contradicciones conducen a un agravamiento de la lucha de clases en el interior de Europa. Este conjunto de factores refuerza la tendencia a crisis políticas de envergadura en los países europeos e incluso a que se plantee una cuestión de poder. La IV Internacional inscribe en este marco a la crisis política de abril del 2001 en Francia, cuando se produjo una licuación política de los partidos tradicionales de la derecha y de la izquierda, en combinación con grandes movilizaciones de masas, en especial de la juventud. Quedó al desnudo, en esa crisis, el agotamiento de la democracia imperialista. Sobre esta base la IV Internacional denuncia el carácter reaccionario de la consigna por una Unión Europea democrática y social y plantea la total vigencia de la unión del proletariado europeo por la expropiación del capital y el establecimiento de los Estados Unidos Socialistas de Europa.

10 -  La fase económica mundial que se inicia alrededor de los años 70 se distingue de la que tuvo lugar a partir de la posguerra, no solamente por una inversión de tendencia en la curva general del desarrollo de la producción. La caracterizan, por sobre todo, las recesiones cíclicas de características explosivas que se combinan con crisis financieras de inusitada amplitud, como consecuencia del estallido de las ‘burbujas’ especulativas, del extraordinario endeudamiento de los Estados, y de los capitales individuales y de los consumidores, con los que se intenta cebar la ‘recuperación’ económica. Los derrumbes financieros que van de 1997 al 2001 clausuran el ciclo especulativo extraordinario que se inicia con la ‘euforia’ que provocó la disolución de la URSS.
La economía mundial, en su conjunto, se caracteriza por la tendencia a mayores crisis financieras y a la deflación. La política mundial, a su vez, se encuentra condicionada por estas tendencias de la economía.

11 - La guerra de los Balcanes, Afganistán, Irak, el Cáucaso, Palestina y diversos países de Africa ha inaugurado una etapa de guerras imperialistas de alcance internacional, que refutan por completo la pretensión universalista de la ‘globalización’ , su carácter idílico, o sea puramente ‘económico’ y ‘pacífico’, o la ‘naturalidad’ de la supremacía del capitalismo en la presente etapa histórica. El derrumbe ‘práctico’ e ideológico de la ‘globalización’ se expresa en el resurgimiento de sus expresiones formalmente opuestas, como la del ´choque de civilizaciones’ , la necesidad de ‘las construcciones nacionales’ o la especie del ´terrorismo internacional´ como una guerra mundial que no se presenta como un enfrentamiento entre estados.
Esta nueva oleada de guerras es apenas la etapa preliminar de un nuevo período de matanzas. Ella es, antes que nada, una expresión eminente del empantanamiento del capital. No involucra solamente una rivalidad comercial relativa al petróleo y a los mercados de materias primas del Asia central. Es una manifestación irrefutable de que la restauración capitalista es un proceso de violencias y de guerras. Su hilo conductor es la lucha por la conquista económica y política del espacio dejado por la disolución de la Unión Soviética y por el control de la restauración capitalista en China. La hegemonía de la restauración capitalista por alguno de los bloques en disputa desequilibraría decisivamente las relaciones de fuerza entre las distintas potencias imperialistas. La lucha por la conquista de los mercados orientales de Europa y de Asia tiende a transformarse, por este motivo, en una lucha interimperialista sin paralelo en la historia. Esta lucha interimperialista, expresión de una crisis enorme en las relaciones entre las clases dentro de todos los estados, deberá potenciar las crisis y las luchas entre las clases en todas las naciones, incluidas las semi-colonias.
Desde un punto de vista histórico de conjunto, la etapa actual forma parte de toda una época, que arranca con la primera guerra mundial y las revoluciones que la sucedieron, fundamentalmente la revolución de octubre del 17. Las contradicciones mortales de esta época, entre las guerras imperialistas y la revolución, no encontraron su salida en el curso de la segunda guerra mundial. Por un lado, la victoria del ejército rojo sobre el nazismo, la revolución china, la extensión de la URSS al este de Europa y varias revoluciones en las colonias pusieron un límite a una salida basada en la restauración del capital en la Unión Soviética. Por otro lado, la derrota de la revolución en Europa, el restablecimiento del capitalismo golpeado por la guerra y la prolongación de la dominación de la burocracia contrarrevolucionaria en los estados obreros bloqueó la salida histórica de la revolución socialista a escala internacional.
En la fase ulterior, las revoluciones políticas, el derrumbe de la burocracia y la crisis capitalista mundial dieron al traste con la ‘coexistencia pacífica’ o la ‘convergencia de sistemas’. El actual período histórico plantea la alternativa entre la restauración completa del capitalismo a través de la barbarie de las guerras y el retroceso social de las masas, o la victoria definitiva de la revolución socialista, que sería reforzada por los desastres de la restauración capitalista y que, por lo tanto, podría encontrar más que nunca un terreno fértil en las naciones imperialistas. Los reformistas y los centristas se han apresurado demasiado en dar por cancelada la época de guerras y revoluciones y en pontificar la aurora de una "paz infinita".


Fuente: revista En Defensa del Marxismo nº 33; abril de 2004, Buenos Aires.

martes, 15 de marzo de 2011

O capital-imperialismo: algumas características - Virgínia Fontes

www.resistrir.info 12/11/10 Resumo: O conceito de capital-imperialismo: concentração da propriedade, expropriações, redes de dominação, encapsulamento do trabalho e garantia de circulação do capital. A barbárie humana: expropriações da vida no planeta. Capital portador de juros, concentração e expropriações Este artigo procura sumarizar, de maneira muito sintética, algumas das questões centrais trabalhadas em livro publicado recentemente no Rio de janeiro, "O Brasil e o capital-imperialismo. Teoria e História. Há duas faces sociais a considerar quando tratamos da tendência inerente e incontrolável do capital a expandir-se em todas as direções: a concentração de recursos sociais de produção e a recriação permanente das expropriações sociais, o que permite escapar do equívoco da dissociação entre o econômico e o social. A extração de mais-valor [1] , através do trabalho livre, é a forma social específica do capital; nela se sustenta todo o imenso edifício da reprodução social da existência e da concentração capitalista. Ela traduz a atividade necessária para o capital (o exercício do trabalho sob o capital, ou a extração de mais-valor) e supõe a existência abstrata, de um lado, de trabalhadores e, de outro, de recursos sociais concentrados. No entanto, muitas vezes se deixa de lado o fato de que a disponibilidade de trabalhadores livres, que constitui a base social primordial para que seja possível instaurar-se a relação social que imbrica capital e trabalho, deve permanentemente reproduzir-se. Com isso, corremos o risco de deslizarmos da evidenciação da condição social na qual se baseia o capital para a atividade predominante da qual depende a própria reprodução do conjunto da vida social, a acumulação ampliada, ou o mais-valor. Condição e atividade social somente podem existir conjuntamente, ainda que não sejam idênticas. O capital baseia-se na permanente ampliação e exasperação de uma certa forma de vida social específica – a disponibilização massiva, tendencialmente atingindo toda a população, dos seres singulares convertidos em necessidade objetiva e em disposição subjetiva unilateral para a venda de força de trabalho sob quaisquer condições, base social para que um mercado "econômico" supostamente livre possa se generalizar. A expropriação massiva é, portanto, condição social inicial, meio e resultado da exploração capitalista. Nas condições atuais de predomínio do capital portador de juros, as expropriações se multiplicam. O capital portador de juros é o ápice da concentração de trabalho morto em poucas mãos e da irracionalidade da lógica capitalista: punhados de grandes proprietários de recursos precisam valorizá-los e, para tanto, convertem o próprio capital em mercadoria. O valor de uso do capital convertido em mercadoria, ou do capital portador de juros, é o de ser utilizado como capital, impulsionando a produção de valor através da multiplicação de agentes voltados para a função de extrair mais-valor. Marx emprega o termo capitalista funcionante para designar a personificação do capital que produz o maisvalor, ao realizar o percurso d-m-d': fungierenden Kapitalisten . O proprietário dos recursos sociais de produção sob a forma do capital monetário (ou portador de juros) exige do capitalista funcionante crescente eficácia nessa extração, de maneira a remunerar tanto o próprio capital funcionante como o capital monetário, ou, ainda, o capital tornado mercadoria. Nessas condições, B [o capital funcionante, o mutuário] tem de entregar a A [o capital portador de juros, o prestamista] parte do lucro obtido com essa soma de capital sob o nome de juro, pois A só lhe deu o dinheiro como capital, isto é, como valor que não apenas se conserva no movimento, mas cria mais-valor para seu proprietário. Permanece nas mãos de B apenas enquanto é capital funcionante. (MARX, 1985, L.III:257) Esse movimento de separação entre a propriedade e o processo de extração de maisvalor é também processo de imposição, pela magnitude da concentração do capital monetário, da extrema intensificação e diversificação dessa mesma extração. O capital monetário converte seus mutuários em agentes funcionantes para a extração de maisvalor: mesmo quando se concede crédito a um homem sem fortuna – industrial ou comerciante – isso ocorre confiando que ele agirá como capitalista: com o capital emprestado, se apropriará de trabalho não pago. Ele recebe crédito na condição de capitalista em potencial. (ROSDOLSKY, 2001: 324) Ao longo da segunda metade do século XX, a propriedade do capital deslocou-se tendencialmente do controle direto dos meios de produção para a propriedade das condições sociais de produção, isto é, das massas de recursos que podem permitir o funcionamento efetivo dos meios de produção. Como já apontava Marx, nessa escala de concentração a propriedade torna-se crescentemente social e abstrata. Em frenética e intensiva busca de valorização, massas faraônicas de capital monetário tendem a agir disseminando capital-enquanto-mercadoria, mas impondo ritmos de retorno ao capital funcionante sempre mais curtos, o que se traduz por taxas de exploração sempre mais elevadas. A lógica do capital-monetário se dissemina como a forma natural da existência social; é-lhe indiferente a concentração ou a dispersão das atividades funcionantes, posto que a concentração fundamental segue aprofundando-se: a da propriedade do puro capital enquanto trabalho morto, sob a forma capital-enquanto-mercadoria, a ser alocado como extrator de mais-valor sob as mais variadas condições. A forma mais imediata do capital portador de juros, desde o tempo de Marx, expressa-se no setor bancário. Porém de forma alguma se limita aos bancos, e Marx já o assinalava. Ademais, seu movimento de permanente concentração gerou historicamente formas variadas de reunião de capitais e de sua gestão, bancárias e não bancárias, como gestores de grandes fortunas, fundos gestores de proprietários acionistas, fundos de tipos diversos, utilização de entidades fundacionais (legalmente sem fins lucrativos, mas proprietárias de massas de recursos cuja valorização é admitida para 'sobrevivência' institucional) e, inclusive, através da captura expropriativa de fundos públicos ou de recursos de trabalhadores. Para Marx, a existência de grandes proprietários de capital monetário, ou portador de juros, com ou sem a orquestração de seus administradores (quer sejam bancos ou outras formas jurídicas) converte o capital numa força social anônima, ao mesmo tempo concentrada e extremamente difusa. O capital monetário não se limita a puncionar: precisa expandir relações sociais capitalistas. Nesse patamar, o capital assume uma configuração diretamente social, por várias razões: não é mais um proprietário controlando a "sua" produção, mas proprietários unificados apenas pela própria propriedade, e que precisam converter seu capital-enquanto-mercadoria, através de quaisquer mãos, em mais-valor. Essa reunião difusa de proprietários, que não precisam sequer estar próximos, realizada sob auspícios de capitalistas-profissionais de intermediação, condensa volumes monstruosos de recursos com o fito de valorizá-los e, portanto, dissemina trabalho morto sob a forma dinheiro a quem o valorize, o converta em capital, em função de diferenciais de taxas de retorno e de sua velocidade de valorização. O capital, a massa de trabalho morto acumulado sob a forma dinheiro que precisa voltar a ser capital, controla seus controladores. A propriedade hiperconcentrada do capital produz tanto a concentração da produção (em grandes conglomerados) quanto sua difusão e dispersão em miríades de empreendimentos. Aprofundam-se as formas sociais aberrantes, como o capital fictício. Esse processo torna a exploração da força de trabalho totalmente social ou, para ser mais precisa, torna a integralidade da sociedade totalmente dependente da "irrigação" de capitais para que ela toda – e cada um – possa subsistir. Vale insistir que o capital monetário não pode ser apresentado como realizando uma mera punção, tal como ocorre com a função usurária, que ele também, aliás, exerce paralelamente. O capital monetário expressa e resulta da expansão do capital industrial ou funcionante (extrator de mais-valor) e a impulsiona numa escala muito superior. Se pode afastar-se da propriedade direta dos meios de produção e das atividades que envolvem a extração da mais-valor, é exatamente porque concentra a pura propriedade das condições e recursos sociais da produção. A determinação social antagônica da riqueza material – seu antagonismo ao trabalho enquanto trabalho assalariado – já está, independentemente do processo de produção, expressa na propriedade de capital enquanto tal. (MARX, 1985, L.III: 267. Grifos meus.) No momento em que o capital monetário se autonomiza perante o trabalho e se distancia dos trabalhadores concretos — aos quais segue impondo a exploração e se beneficiando da valorização que acrescentam ao trabalho morto — no momento, portanto, em que a pura propriedade do capital se evidencia, a determinação social antagônica, do comando sobre trabalho alheio, está colocada de forma generalizada. A propriedade doravante incide não apenas sobre os "meios específicos de produção", de maneira imediata, mas converte-se em potência social acumulada (capital), em possibilidade de transferir de uma a outra massa de meios de produção a capacidade social de fazê-los existir enquanto tais, isto é, de fazê-los atuar para a extração de mais-valor. Desloca-se, portanto, enquanto capital, como relação social capaz de extrair mais-valor em qualquer local, e não apenas como coisas a serem movidas. Para tanto, a existência de trabalhadores expropriados em qualquer local imaginável é uma condição essencial. Longe de se reduzir, a contradição central entre trabalho e capital torna-se mais aguda, generalizando massas indistintas de trabalhadores crescentemente muiltifuncionais, meros produtores de valor e de mais-valor em qualquer atividade, contrapostos ao capital em sua forma genérica, embora este se converta sempre em uma forma específica de exploração. O aparente descolamento entre os dois momentos do capital – funcionante e monetário - expressa entretanto sua mais estreita e íntima imbricação. A aparente dissociação existente entre eles é, de fato, uma interpenetração crescente resultante da concentração da propriedade de recursos sociais de produção e exige expandir formas brutais de extração de mais-valor. O capital portador de juros e sua derivação, o capital fictício, impõem uma aceleração alucinada das exigências tirânicas da extração de sobretrabalho, a toda velocidade e sob quaisquer meios, sem pejo de comprometer para tanto não apenas a vida (e a morte) de milhares de trabalhadores, mas o conjunto das gerações futuras. Se a forma da remuneração do capital portador de juros e do capital fictício é diferenciada – e não entraremos nesse debate, por mais relevante que seja – seu efeito social é similar: impor a ferro e fogo a subordinação geral do conjunto da população, reduzindo e aplastrando todas as resistências à subordinação à lógica do capital de todas as relações sociais. Entretanto, quanto mais tais capitais expandem, de maneira descontrolada, a possibilidade de explorar a força de trabalho, mais abrem espaços para crises econômicas, crises do próprio capital, pois ao acelerarem as condições da concentração e da acumulação, colocam-se na posição de acirradores de todas as contradições do capital, de maneira simultânea, tornando-se potencializadores de crises crescentemente incontroláveis. Fomentam simultaneamente mais produção e mais massa monetária procurando aplicação rentável: abrem-se crises exatamente pelo excesso de concentração, seja pela superprodução de bens que não mais são realizáveis no mercado, seja pela própria superacumulação de capitais, que não encontram mais como rentabilizar-se na mesma proporção anterior. Pela destruição de parcela dos capitais, podem reconstituir-se novos equilíbrios intercapitalistas, embora à custa de enormes e crescentes sofrimentos sociais e ambientais. A existência de enormes massas de capital fictício, de maneira similar à do capital monetário ao qual está acoplado, impõe um resultado social dramático: não apenas aprofunda as expropriações e intensifica as maneiras de subalternização dos trabalhadores, como também impele a comprometer o futuro da integralidade da vida social, transformando-a em mera condição para a reprodução do capital. Se é importante ressaltar as especificidades do capital fictício, supor tanto uma imbricação quanto uma separação absoluta entre ele e os demais capitais segue problemática, uma vez que, resultante da extrema concentração e derivado do capital portador de juros, juntamente com ele acelera a totalidade do processo, e impulsiona a produção da base social necessária para a exploração do mais-valor, de maneira a abrir espaços para a valorização de volumes de capitais muito além das condições das quais partiram. Vale dizer que o conjunto do processo segue tendo como solo a expansão da extração de valor, ou, melhor dizendo, de sobretrabalho sob a forma do mais-valor, mesmo se uma parte da remuneração do capital fictício está descolada de maneira imediata dessa produção. [2] Por que da insistência sobre as expropriações e em que consiste a expansão da base social do capital? O fato de a lógica capitalista lançar a humanidade em crises sucessivas e cada vez mais profundas, como o desemprego crescente nos países europeus e nos EUA, não significa que o capitalismo esteja em processo de recuo ou de estreitamento de suas bases sociais; tampouco a recorrência de crises propriamente capitalistas indica algum recuo do capital. Se o predomínio mundial do capital conduz a crises sociais cada vez mais incontroláveis e arrastam a humanidade para a catástrofe (MÉSZÁROS, 2001), tal predomínio se mantém expandindo exatamente sua contradição central, com a própria humanidade crescentemente convertida em mera força de trabalho. O crescimento da concentração do capital corresponde a um incremento desigual e difuso, porém avassalador, das massas de trabalhadores que constituem sua base social contraditória e tensa. Esse solo social – a expropriação – pode parecer a muitos como excessivamente simples, até mesmo simplório e, de fato, ele é insuficiente para explicar a totalidade das relações capitalistas sendo, entretanto, sua condição necessária. O capitalismo não pode ser reduzido ao movimento de expropriação: estas podem decorrer de situações naturais, como cataclismos, ou de conflitos que não dizem respeito diretamente às relações capitalistas. Em alguns casos, as expropriações não se convertem em capital (isto é, na exploração do trabalho vivo dos expropriados pelos recursos sociais concentrados dos acaparadores), limitando-se a rapinas variadas. Não obstante, o predomínio do capital no plano mundial tende a exigir e impulsionar constantes expropriações, além de nutrir-se, como as aves de rapina, da concentração de recursos que a desgraça alheia favorece. Não se pode olvidar que populações expropriadas em meio a uma situação social mercantil precisam objetivamente subsistir sob o mercado e, portanto, objetiva e subjetivamente, demandam mercado e "empregabilidade" (isto é, acesso à venda da força de trabalho). Essas populações, qualquer que seja a extensão de seu consumo, de luxo ou de necessidades elementares, constituem a base de um mercado de força de trabalho ou de qualquer mercado interno, ou do mercado tout court. Desiguais segundo os países e regiões nos quais nasceram, forjadas segundo direitos e costumes tradicionais diversos, constituem extensa massa de força de trabalho desigualmente liberada para o capital internacional, diferenciadamente formada, mas igualmente disponível (e necessitada) para as variadas formas de exploração de mais-valor e para as mais diversas modalidades de concorrência entre os próprios trabalhadores. Frequentemente o tema das expropriações é relegado à condição de "acumulação primitiva" [3] , como episódico, tendo ocorrido previamente na Inglaterra e reproduzindo-se como complemento da "modernização" nos demais países, espécie de seu corolário, na maioria das vezes indesejáve [4] . A suposição de que a "acumulação primitiva" tenha sido algo de "prévio", "anterior" ao pleno capitalismo leva ainda à suposição de que, no seu amadurecimento, desapareceriam as expropriações "bárbaras" de sua origem, sob uma azeitadíssima expansão da exploração salarial, configurando uma sociedade massivamente juridicizada sob a forma do contrato salarial e "civilizada". Se Marx criticava a origem idílica do capital, aqui se trata de uma figuração idílica da historicidade regida pelo capital. A expropriação primária, ou camponesa ainda está em curso, configurando fenômeno de enorme intensidade e grande duração. Sua extensão e aceleração são impressionantes. Para uma idéia, na Inglaterra e País de Gales, em 1850, a população urbana perfazia em torno de 40,8% do total; na França atingia apenas 14,4% e na Alemanha, 10,8% (WOOD, 2001: 105). As modalidades e ritmos de expropriação primária foram heterogêneos segundo os países, tendo ocorrido também massivas emigrações originárias dos países centrais, conferindo um aspecto especialmente desigual e contraditório ao processo. Não há índices internacionais de expropriação, mas o percentual crescente de população residindo em áreas urbanas no mundo oferece uma idéia de suas atuais dimensões. Porcentagem da população residindo em áreas urbanas, por continentes 1950 1980 2000 2010 Mundo 28,83 38,92 46,40 50,46 África 14,40 27,91 35,95 39,98 Ásia 16,33 26,26 36,80 42,17 Europa 51,27 69,81 70,80 72,78 América Latina e Caribe 41,38 64,29 75,48 79,63 América do Norte 63,90 73,93 79,13 82,13 Fonte: ONU, Desa. World Urbanization Prospects: the 2009 revision. Disponível in: www.un.org/esa/population/ Ora, se a proposição de Marx estava correta, precisamos observar de que maneira a relação capital "não apenas conserva aquela separação [entre o trabalhador e os recursos sociais de produção], mas a reproduz em escala sempre crescente". (MARX, 1985, L. I: 262) O contexto de expropriações primárias – da terra – massivas e de concentração internacionalizada do capital em gigantescas proporções, sofre uma duplicação, ou uma alteração de qualidade, correlata à nova escala de concentração de capitais, característica do capital-imperialismo: passaram a incidir também sobre trabalhadores já de longa data urbanizados, revelando-se incontroláveis e perigosamente ameaçadoras da humanidade tal como a conhecemos. Estas expropriações, que estou denominando disponibilizações ou expropriações secundárias, não são, no sentido próprio, uma perda de propriedade de meios de produção (ou recursos sociais de produção), pois a grande maioria dos trabalhadores urbanos dela já não mais dispunha. Porém, a plena compreensão do processo contemporâneo mostra terem se convertido em nova – e fundamental – forma de exasperação da disponibilidade dos trabalhadores para o mercado, impondo novas condições e abrindo novos setores para a extração de mais-valor. Este último é o ponto dramático do processo. Os novos processos em parte se assemelham ao que ocorreu na Inglaterra entre os séculos XVI e XVII, com a "extinção de direitos comunais e consuetudinários" que, na época, envolveu uma completa redefinição do próprio significado da propriedade, que passaria doravante a ser exclusiva, consolidando o predomínio da propriedade caracteristicamente capitalista. Num primeiro momento (séc. XVI) o processo ocorreu através do cercamento violento, já no século XVIII, interviriam os "cercamentos parlamentares", com a extinção da propriedade camponesa sendo realizada através de decretos (WOOD, 2001: 91-2). Nas últimas décadas do século XX, o extenso desmantelamento de direitos sociais e trabalhistas contou com declarado apoio parlamentar. De maneira surpreendente, uma verdadeira expropriação de direitos (que historicamente se configuravam como obstáculos politicamente implantados contra a total subserviência dos trabalhadores ao capital), se realizou mantidas as instituições 'democráticas', conservados os processos eleitorais e com a sustentação de uma intensa atuação midiática e parlamentar. Um extenso e duplo movimento de coerção e persuasão se pôs em marcha. A coerção foi realizada seja através de ameaças (de demissões, de deslocamentos de empresas, de eliminação de postos de trabalho em geral) seja de sua concretização (pela efetivação parcelar de tais ameaças ou pelo enfrentamento de resistências sindicais); a persuasão mobilizou intensa atuação da mídia proprietária, dos governos e de bem remuneradas camadas de intelectuais recém-convertidos à nova função de uma 'esquerda para o capital', produtores de maquiagens variadas para a monotonia do "não há alternativas" ou do "fim do trabalho". Direitos foram (e continuam sendo) extintos, resultando numa redisponibilização de massas enormes da população – inclusive dos países centrais – com vistas à sua conversão dócil em força de trabalho para qualquer tipo de atuação. Tratou-se de introduzir uma nova "normalidade": segmentar cada situação ou direito tornado alvo imediato (como aposentadoria, serviços públicos como saúde e educação, direitos ligados ao trabalho, ambiente, mulheres, racismo) e deter-se nela exaustivamente, por todos os meios midiáticos, sempre de forma singularizada. Com isso, abriam-se formalmente enormes debates "públicos" ao mesmo tempo em que se encapsulava cada questão, isolando-a das demais e do contexto geral, sobretudo da dinâmica processual no plano internacional. O plano internacional, aliás, era somente apresentado como "modelar", tanto para o melhor (o "bom" exemplo, a "boa" e única política) quanto para o pior (a tragédia, a catástrofe anunciada aos desobedientes ou ignorantes). Sobretudo, silenciavam-se as razões causadoras do conjunto de fenômenos, consideradas como ideológicas, e centravam-se na urgência, ou no "o que podemos fazer imediatamente"? Cada questão isolada era sempre apontada como a mais urgente e rapidamente reconvertida em cálculos e planilhas de custos, reproduzindo no âmbito público o cálculo capitalista, desconsiderado o contexto abrangente no qual se tornava compreensível. Já assinalei algumas características dessas novas expropriações em outros trabalhos, enfatizando como a própria generalização do comando do capital sobre o conjunto da vida social (a subsunção real do trabalho sob o capital) o impelia a destruir toda e qualquer barreira interposta à sua urgência de reprodução ampliada. Assinalei, então, a importância da expropriação contratual, ou a tendência à exploração da força de trabalho desprovida de vínculos geradores de direitos, como o trabalho por venda de projetos, a constituição de empregadores de si mesmo, como as "pessoas jurídicas" singulares; a quebra da resistência tradicional dos trabalhadores ligada historicamente à sua unificação em grandes espaços pelas operações de desterritorialização; as flexibilizações de contrato, precarizações e assemelhados, todas elas agindo no sentido da expropriação da nova capacidade cooperativa dos trabalhadores através de segmentações implementadas por novas tecnologias de controle hierárquico distanciado, etc. (FONTES, 2005, p. 96- 106). Tais expropriações incidem também sobre matérias-primas estratégicas. Anteriormente, o controle direto dos Estados capital-imperialistas ocorria sob a forma da colonização, ou do controle político e militar direto; na atualidade, ocorrem sob variadas formas, como a do endividamento público. Mantém-se não obstante a recorrência do controle militar, desvinculado, entretanto, dos elos políticos que configuravam a colonização. No Iraque, expropriou-se uma nação inteira de suas fontes de petróleo; na Palestina, está em curso gigantesca operação de expropriação das águas, da terra e das próprias camadas férteis do solo. As expropriações contemporâneas tornaram-se extremamente agressivas e, revelam-se potencialmente ilimitadas, ainda que colocando em risco a existência humana. Evidenciam que a dinâmica capital-imperialista impõe converter características humanas, sociais ou elementos diversos da natureza em formas externalizadas à existência humana, erigindo-as em barreira ao capital de maneira a elaborar um discurso da urgência, moldar argumentos de persuasão e, finalmente, consolidar apetrechos coercitivos para destruir/expropriar tais características, apropriando-se de tais elementos, seja para monopolizá-los, seja para produzir novas atividades capazes de produzir valor, resultando numa mercantilização inimaginável de todas as formas da vida social e humana. Os créditos-carbono são um dos dramáticos exemplos. O fenômeno é mais amplo e vem ocorrendo com as águas, doces ou salgadas, e com a biodiversidade. O fato, porém, de cindir, de externalizar tais características, não significa de forma alguma que tais elementos expropriados não sejam plenamente integrantes das condições sóciohumanas da existência (internos, pois). Agudizam apenas a evidência de que sua expropriação resulta de uma necessidade interna da dinâmica expansiva e destrutiva capital-imperialista. As expropriações secundárias se abatem sobre conhecimentos socializados (como já ocorreu no século XIX, na introdução das grandes indústrias e no século XX, com o fordismo), sobre a biodiversidade, sobre técnicas diversas, desde formas de cultivo até formas de tratamento de saúde utilizadas por povos tradicionais. Somente de maneira muito cautelosa poderíamos supor que tais populações mantêm-se externas ao capitalismo, quando boa parte delas já depende – parcialmente, ao menos – de relações mercantis plenamente dominadas pelo grande capital-imperialismo. Não obstante, populações organizadas em escala internacional, por exemplo, na Via Campesina, lutam para conservar as condições sociais rurais de sobrevida (ainda que parciais), e opõem barreiras à plena relação social do capital, à produção massiva de seres sociais disponibilizados. Boa parte dos procedimentos de privatização de empresas públicas experimentados nas últimas décadas assemelha-se às expropriações primárias, pois incidiram sobre bens coletivos, similares às terras comunais; porém, ocorriam também em âmbitos internos, em sociedades nas quais já vigoravam plenamente relações capitalistas, diferindo das primeiras que até então avançavam sobre populações e sociedades não integralmente capitalistas. As expropriações sobre bens coletivos ocorreram como violência e como extinção de direitos, até então consolidados através de privatizações de instituições públicas, industriais ou destinadas a prover educação, saúde, previdência social, transporte, etc. Além de disponibilizarem ('libertarem' trabalhadores), permitem a conversão de tais atividades – até então improdutivas para o capital – em trabalho sob o comando do capital, portanto em produção de valor e de mais-valor. As expropriações contemporâneas não pararam por aí e devoraram também bens naturais sobre os quais até então não incidia propriedade exclusiva de tipo capitalista, como as águas doces e salgadas, o patrimônio histórico e cultural (convertido em mercadoria através do turismo), o patenteamento de códigos genéticos, a qualidade do ar. Uma modalidade impactante das expropriações internas é o amplo terreno científico tomado genericamente como o setor da saúde, que constitui na atualidade um dos mais importantes setores de investimentos mundiais. A área da saúde envolve, em muitas de suas práticas, a invenção de novos procedimentos de expropriação capazes de, eventualmente, permitir a expansão da extração de mais-valor ainda que pela destruição de relações humanas e de modificações na relação entre humanidade e a natureza biológica que podem levar à devastação da própria humanidade, como sustenta Mészáros. No terreno da saúde, é certamente difícil e doloroso imaginar tais expropriações, uma vez que procuramos pensar a vida humana na sua totalidade complexa, envolvendo suas mediações com a natureza e com os demais seres humanos na produção social de sua existência e de vidas dignas. No entanto, essas expropriações vêm ocorrendo de forma massiva, apresentando-se como pura "natureza", através, por exemplo, da expropriação do próprio corpo como fenômeno de novo tipo. Estou assinalando algo diferente das formas de sua mercantilização que já conhecemos, como a prostituição, a venda de pessoas ou a venda de órgãos, as quais lastreiam-se na suposição de cunho liberal, de uma "propriedade do corpo", argumento forjado na aurora do capitalismo. Edgardo Lander designou o fenômeno como "ciência neoliberal" (2006), outros o denominam "biocapitalismo"; ambos os termos são porém insuficientes, pois os próprios elementos constituintes da vida biológica, inclusive a humana, são expropriados, passando a constituir propriedade privada monopolizada [5] . Apresentá-lo apenas como mercantilização (que também envolve) oculta o processo social de expropriação que o constitui. Menos do que enfrentar os grandes problemas de saúde coletiva e pública, derivados inclusive da lógica social imposta pelo capital, tais expropriações seguem a linha já predominante da produção de "remédios-mercadorias" para doenças e/ou sofrimentos forjados pela dinâmica da vida social imposta pelo capital, enveredando ainda mais decididamente na hierarquização do acesso a produtos e técnicas destinados aos segmentos sociais potencialmente capazes de consumi-los, como cosméticos, medicamentos para deter o envelhecimento ou para doenças que acometem mais frequentemente setores abastados da população. Porém, o precedente envolve elementos muitos mais dramáticos do que simplesmente o lucro e a desigualdade: o controle privado das condições da existência biológica, expropriadas da população, pode reverter na própria produção de novas e trágicas enfermidades ou necessidades de "saúde", derivadas do imperativo do lucro ao qual estão submetidos tais controladores de patentes. Talvez a mais dramática de todas essas expropriações, já em pleno curso internacional, seja aquela representada pelo organismos geneticamente modificados (OGM) ou os transgênicos. Aqui se torna mais amplamente visível que as expropriações secundárias não podem ser reduzidas a mera mercantilização e, nem mesmo confundidas com a apropriação privada que também envolvem. Estamos assistindo à conversão de necessidade social e humana em monopólio do capital-imperialismo, em escala planetária. A reprodução das espécies faz parte do imenso estoque de bens naturais com os quais se relacionou historicamente a humanidade, desde seus primórdios, para prover sua subsistência, em especial daquelas sementes que constituem a base da alimentação de toda a humanidade, como o trigo, milho e arroz. A produção de tais gêneros sob condições de propriedade privada das terras – e das colheitas - não se inicia com o capital-imperialismo, tampouco a mercantilização de sementes melhoradas ou modificadas através de procedimentos e técnicas diversas. Sob o capital-imperialismo está em jogo a expropriação da humanidade da capacidade de reprodução natural de tais sementes, uma vez que enormes plantações transgênicas, cujas sementes colonizam as demais, vêm sendo impulsionadas em todos os quadrantes do planeta. Sementes transgênicas não se reproduzem depois de certo tempo, precisando ser recompradas e, caso continuem se expandindo, tendem a eliminar as sementes naturais expropriando, de um golpe, toda a humanidade da capacidade de produzir naturalmente alimentos essenciais. Como foi possível que um fenômeno expropriativo de tal amplitude fosse ao mesmo tempo incorporado e velado para a compreensão das massas sociais? Um dos elementos de resposta reside na produção permanente do desfocamento dos grandes temas. Como exemplo, uma extrema redução (ou simplificação) das contradições entre e capital e trabalho em escala planetária, ocorreu a partir dos anos 1960, ao se difundirem procedimentos de quantificação da pobreza, ao mesmo tempo em que se naturalizavam suas precondições. A explicitação do número de pobres no planeta agiu para ocultar que não se tratava mais de uma pobreza de tipo tradicional, mas tipicamente resultante da expansão capitalista (PEREIRA, 2009: 136). Durante a gestão de McNamara no Banco Mundial (1968-1981), foi constituída uma política de extração estadunidense, rapidamente convertida em política internacional voltada para a pobreza, em especial a partir dos anos 1970. Tal política, aliás, direcionou-se em primeiro lugar à pobreza rural e impulsionou projetos de aumento do crescimento da produtividade rural, através de financiamentos destinados à camada superior dos pequenos agricultores. Como se pode imaginar, derivou da afinidade íntima do Banco Mundial com a Revolução Verde, cujo nome demonstra o intuito de barrar qualquer revolução vermelha, e que impulsionou a extensão em diversos pontos do planeta de uma agricultura capitalizada, fortemente mecanizada e dependente de pesticidas, promovendo um salto na escala de concentração de terras e, por extensão, nas expropriações primárias. A atuação internacional "contra a pobreza" destinava-se a, em curto prazo, incentivar as expropriações agrárias de posseiros, parceiros, meeiros e arrendatários. (Id.: 137 e segs.) e, em seguida, seria a base da implantação e generalização de transgênicos. Desconsiderar a magnitude das expropriações e sua correlação direta com a concentração de capitais tende a velar enorme ampliação de relações sociais capitalistas através do mundo, um dos elementos mais fundamentais da atualidade, e tornar-se impotente diante das gigantescas e complexas contradições que envolvem. O fato de tais disponibilizações de trabalhadores (expropriações) significarem imediatamente um aprofundamento das desigualdades entre os próprios trabalhadores expressa não apenas a insensibilidade diante da existência humana do processo de concentração da propriedade tout court, como ainda desvenda a intencionalidade de muitas dessas expropriações. A massa profundamente desigual de trabalhadores disponíveis urbanos assim constituída abriu formidável manancial de exploração da força de trabalho para capitais e capitalistas de porte variado, ao mesmo tempo em que grande parte dessa população anseia – compreensivelmente – pela integração ao mundo do trabalho regular. Entretanto, sua magnitude agudiza as tensões intercapital imperialistas e certamente impulsionará lutas sociais com escopos variadíssimos. Categorias como capitalismo tardio, especulação, parasitismo, horror econômico, incontrolabilidade ou senilidade expressam muitas de suas determinações, mas talvez não sejam suficientemente fortes para nos fazer compreender a extensão contemporânea da tragédia social dominada pelo capital-imperialismo que, tendencialmente devastando o conjunto da natureza, segue reinventando-a para novas devastações, ainda mais danosas, ao mesmo tempo que se volta resolutamente para a própria vida humana e social como espaços para sua expansão lucrativa. Sua destrutividade não apenas não impede o crescimento potencializado de suas exigências de acumulação, como ainda reforça a sua expansão. São transformações escalares da mesma dinâmica social – expansão do capital, extração de valor, socialização do processo de produção contraposta à mais extrema concentração da propriedade dos recursos sociais de produção – que, no próprio curso de seu evolver, introduzem modificações qualitativas. Imperialismo e capital-imperialismo Ao longo do século XX, o termo imperialismo foi utilizado de maneiras diversas, das quais destacaremos duas, e que alteraram em direções diferentes o conceito proposto por Lênin. Na primeira, o conceito foi expandido e levou à suposição de que o capitalismo sempre fora imperialista (DUMÉNIL e LÉVY, 2005, p. 4, dentre outros). Para esses autores, os primórdios da colonização mercantil já são considerados como imperialismo e este apenas mudaria de alcance e de formato, não mais se relacionando a um período no qual a ação das forças desatadas pela dinâmica capitalista alterou as condições de existência do próprio capitalismo. O alargamento temporal do conceito admite, ainda, que impérios e imperialismo se confundam, como descritores de um processo expansivo genérico, quer seja comercial, capitalista ou não, quer seja resultante de formas variadas de controle territorial ou militar. A dilatação esvazia de sentido próprio o conceito de imperialismo. Na segunda direção, o conceito de imperialismo foi muitas vezes empregado de maneira contraída, como quase sinônimo da expansão imperialista de um único país, os Estados Unidos. Esse uso, bastante corrente na América Latina, chegou a ponto de o termo imperialismo identificar unicamente as práticas e as políticas dos Estados Unidos. Excessivamente dilatado ou restritivamente reduzido, o conceito perde a agudeza de sua definição, como patamar de expansão do capitalismo, do qual foi um desdobramento. O imperialismo, na acepção leniniana, incorporou a anterior dominação econômica capitalista numa nova dinâmica mais concentrada, e abrangendo o mundo, superou e subordinou a forma concorrencial do capital. Não eliminava a concorrência, mas a deslocava sob o peso dos monopólios. Seu novo alcance nos âmbitos nacionais e na esfera internacional tenderia a estabelecer formas sociais similares nos demais países imperialistas, porém jamais idênticas, de dominação política, ideológica e até mesmo cultural. A transmutação do conceito de imperialismo – inclusive pela sua enorme popularização, mas também, em muitos casos, por sua deformação – foi paulatinamente deixando na sombra o fato de que a expansão do capitalismo, desde finais do século XIX, passou a ocorrer pela via do imperialismo, no sentido específico de uma extensão de extração de mais-valor interna e externa, estreitando os elos hierárquicos entre diferentes formações sociais, modificando-as e, simultaneamente, alterando-se o próprio teor dos países centrais. Os países chamados "retardatários", da primeira metade do século XX, como a Alemanha, Itália e o Japão, tornaram-se capitalistas através do predomínio da industrialização sobre as formas produtivas tradicionais, da forte imbricação entre indústrias, bancos e governos para sua realização, de um violento processo de expropriações, e do ingresso – sangrento – na disputa por territórios na expansão colonizadora. No período da vida de Lênin (1870-1924), mas também da vida de Trotsky (1879-1940), os países centrais submeteram o resto do mundo, de base predominantemente agrária, convertido numa extensa periferia, a intenso processo de colonização e de redução à condição semicolonial daqueles formalmente independentes. Os processos históricos subsequentes, que apresentaremos mais adiante, tornaram esse quadro mais complexo. O período que medeia do final da Segunda Guerra Mundial até a década de 1980 foi marcado por uma situação histórica única, na qual a divisão do mundo entre países pós-revolucionários e países capitalistas impôs modificações substantivas no ritmo, na extensão e na forma da expansão do imperialismo, e trouxe uma sobrecarga retórica e ideológica que dificulta a percepção real das transformações então em curso. Falar, pois, de capital-imperialismo, é falar da expansão de uma forma de capitalismo, já impregnada de imperialismo, mas nascida sob o fantasma atômico e a Guerra Fria. Ela exacerbou a concentração concorrente de capitais, mas tendencialmente consorciandos. Derivada do imperialismo, no capital-imperialismo a dominação interna do capital necessita e se complementa por sua expansão externa, não apenas de forma mercantil, ou através de exportações de bens ou de capitais, mas da produção local, impulsionando expropriações de populações inteiras das suas condições de produção (terra), de direitos e de suas próprias condições de existência, ambiental e biológica. Por impor aceleradamente relações sociais fundamentais para a expansão do capital, favorece contraditoriamente o surgimento de burguesias e de novos Estados, ao mesmo tempo que reduz a diversidade de sua organização interna e os enclausura em múltiplas teias hierárquicas e desiguais. À extensão do espaço de movimentação do capital corresponde uma tentativa de bloquear essa historicidade expandida, pelo encapsulamento nacional das massas trabalhadoras, lança praticamente toda a humanidade na socialização do processo produtivo e/ou de circulação de mercadorias, somando às desigualdades precedentes novas modalidades. Mantém o formato representativo-eleitoral, mas reduz a democracia a um modelo censitário-autocrático, similar a assembleias de acionistas, compondo um padrão bifurcado de atuação política, altamente internacionalizado para o capital e fortemente fragmentado para o trabalho. Por diferentes vias, o período pós-segunda Guerra Mundial resultou numa gigantesca expansão do imperialismo, que, embora não exatamente idêntico à letra de Lênin, cabia plenamente no conceito por ele formulado. É sua própria expansão desordenada e desigual para países até então coloniais ou semicoloniais, assim como as formas específicas que precisou adotar a grande potência dominadora, os Estados Unidos, que nos impele a caracterizá-lo na atualidade como capital-imperialismo. Desde o início do século XX, o ingresso de países retardatários na ordem capitalista implicou e impôs uma dupla dominação, interna e externa. Ao final da Segunda Guerra Mundial, o imperialismo iniciava sua conversão contraditória para capital-imperialismo, formato doravante obrigatório inclusive para os "novos" retardatários. É sempre bom que se lembre, aliás, que nenhum país jamais repetiu um percurso "original" para o capitalismo, seja o da expansão do capitalismo inglês, ou o processo da revolução francesa ou, ainda, o das revoluções passivas da primeira metade do século XX. A produção de relações sociais capitalistas em novos países, em seu âmbito interno e nas suas relações externas, mesmo quando pretendeu copiar os países anteriores, por três razões óbvias estaria impossibilitada de reproduzir as formas precedentes. Em primeiro lugar, porque a extensão de relações sociais capitalistas ocorre transmutando configurações de dominação e subordinação históricas em formações sociais específicas e que se reconfiguram ao longo do mesmo período, exatamente em função das transformações que o capitalismo impõe, mas que também experimenta. Como, ademais, não há o desenvolvimento de capitalismos em países isolados, uma vez que desde seus primórdios, capitalismo envolve transações internacionais e assimetrias econômicas, militares, sociais e políticas, a expansão capitalista implica, ao mesmo tempo, uma forma específica de inserção desigual e instável no plano internacional. Como já alertamos, a mera expansão subordinadora atingindo e afetando outras regiões e países não é idêntica a forjar nem imperialismo, nem capital-imperialismo. Em segundo lugar, as experiências pioneiras de fato figuraram ou foram impostas como "modelos" a serem aplicados, muitas vezes mecanicamente, em outros países. Tais iniciativas se defrontavam com situações sociais (formações econômico-sociais) de composições diversas e com resistências variadas tanto entre setores dominantes quanto entre os setores populares. Como a expansão do capital interconecta as diferentes regiões e países, as tensões nos elos mais frágeis passavam a repercutir também nos pólos centrais, agudizando suas próprias contradições e impondo ajustes, violentos ou tortuosos que, por seu turno, impactavam o conjunto da cadeia imperialista. Por esta razão, a adesão incondicional a modelos de conduta, adotados ou impostos, tinha de lidar com as lutas sociais que pontuaram os processos originais nos quais se espelhavam, colocando para as classes dominantes, locais e centrais, o desafio de aprofundar a acumulação de capital e evitar a todo custo a emergência de lutas similares. A contrarrevolução preventiva, como sugeriu Florestan Fernandes (1975: 289-366), se tornaria condição da acumulação burguesa dependente, num primeiro momento, e da ordem burguesa como um todo, no predomínio do capitalimperialismo. Insisto sobre a importância do capital-imperialismo, sublinhando que não se trata apenas de uma "política", mas de uma totalidade que somente pode existir em processo permanente de expansão, e que, tendo ultrapassado um determinado patamar de concentração, se converte em forma de extração de mais-valor dentro e fora de fronteiras nacionais. Inaugura-se um novo espaço para a historicidade, correspondente à socialização efetiva das forças produtivas e à circulação de capitais no plano internacional, ao mesmo tempo que se aperfeiçoam mecanismos para sua contração, com o enrijecimento da forma Estado e sua contenção das lutas populares. Essa contração estatal foi obrigada a incorporar uma contrapartida, a generalização de regimes políticos formalmente democráticos, o que representa uma conquista. Limitada porém ao interior das fronteiras estatais, exasperam-se suas contradições. O capital-imperialismo é devastador mas envolve na atualidade o conjunto da existência humana. Decerto, políticas diversas – militares, econômicas, sociais, voltadas para as relações internacionais, culturais, etc. são conscientemente formuladas para assegurá-lo, seja nas grandes empresas, seja no país preponderante, os Estados Unidos, seja ainda em outros países copartícipes do capital-imperialismo, em seu âmbito interno ou em seu impulso externo, seja finalmente em burguesias de demais países. No entanto, não se trata apenas da expressão de uma "vontade", mas de uma vontade que se ajusta a uma "necessidade" imperiosa do capital-imperialismo que, aliás, formula suas justificativas exatamente pela falta ou ausência de alternativas. Cresceu a complexidade das interações econômicas e sociais, ao mesmo tempo que as características políticas predominantes procuram reduzir e constranger a capacidade consciente de intervenção humana. Outras categorias procuraram dar conta das transformações ocorridas no último quartel do século XX: globalização, mundialização e neoliberalismo. Em graus diferentes tendiam a afastar-se dos conceitos clássicos que, menos do que problematizados, foram deixados à sombra. O termo globalização (e, logo depois, "nova ordem mundial", nele acoplado) foi amplamente utilizado para descrever de maneira supostamente neutra a crescente mobilidade e fluidez dos capitais, ainda potencializada após o término da Guerra Fria. Tornou-se um bordão repetido à exaustão, ora como miragem de um mundo de consumo sem conflitos, ora como terrível ameaça da competição internacional, impondo sucessivos "ajustes" e expropriações. Demonstrava-se, assim, claramente seu teor ideológico e laudatório com relação ao capitalismo, considerado como ápice insuperável, o "fim da História", procurando dissolver o conceito de imperialismo. A categoria de neoliberalismo também continha um teor fortemente descritivo, aplicandose a uma política, a uma ideologia e a práticas econômicas que reivindicavam abertamente o ultraliberalismo, porém com forte viés de denúncia. Tem como núcleo o contraste fundamental com o período anterior, considerado por muitos como "áureo" (keynesiano ou Estado de Bem-estar Social), o que reduz a percepção do conteúdo similarmente capitalista e imperialista que liga os dois períodos, assim como apaga a discrepância que predominara entre as condições de existência da população trabalhadora nativa dos países imperialistas e a dos demais. Já a categoria de mundialização do capital é mais elaborada. Procura dar conta do duplo fenômeno (globalização e neoliberalismo), com viés fortemente crítico, associando-a à expansão de um certo tipo de capitalismo (financeirizado), a um certo tipo de política e de ideologia (neoliberal) sem eliminar as características do imperialismo. François Chesnais (1996 e 2005), principal autor crítico a introduzir essa noção, justifica-o pela contraposição ao termo globalização, de origem anglo-saxônica, mantendo, porém, a amplitude mundial do fenômeno [6] . O termo, entretanto, retira a centralidade dos conceitos de capitalismo e de imperialismo, que cumprem ainda um papel central e, de certa maneira, deixa à sombra os procedimentos de intensificação da extração de valor, a partir da multiplicação de expropriações. O uso do termo capital-imperialismo pretende deixar claro que, tendo se modificado na virada do século XIX para o XX, o capitalismo passou a expandir-se sob a forma do imperialismo e, ao fazê-lo, agregou novas determinações. Seu prolongamento no tempo não significou seu congelamento. Bem ao contrário, sua expansão envolveu modificações substantivas na sua forma de atuação. Capital-imperialismo Em primeiro lugar, a consolidação do isolamento soviético após a II Guerra Mundial exigia firmar política e economicamente alianças entre competidores no plano internacional, situação razoavelmente original na história do capitalismo e que enfrentava resistências políticas tanto nos Estados Unidos (posto implicar novos e crescentes gastos, embora posteriormente tenham se convertido em enormes ganhos) quanto na Europa, por razões evidentemente diversas, pois alguns países pretendiam recuperar um protagonismo mais forte no cenário internacional. A aliança forjou-se entre forças heterogêneas, pois o peso do predomínio estadunidense se fez sentir imediatamente, desde as polêmicas entre Keynes e os representantes dos Estados Unidos nas primeiras formulações para a instauração das novas instituições no pós-guerra que começaram por volta de 1941, em plena guerra. O desequilíbrio em favor dos Estados Unidos seria ainda mais explícito ao final da guerra, com a deflagração do arsenal atômico em Hiroshima e Nagasaki. A liderança estadunidense, francamente consolidada sobre o plano militar, corroboraria uma organização internacional imperialista explicitamente direcionada para conter tanto iniciativas revolucionárias nos planos domésticos, quanto as fortes probabilidades de guerras interimperialistas, deslocando-as para terceiros países. Em segundo lugar, a bipolaridade exacerbada pela imposição da Guerra Fria expressava o efetivo temor da expansão comunista no Ocidente. Qualquer que fosse o teor real da existência social no bloco soviético, havia um contexto internacional completamente novo, no qual a possibilidade de processos revolucionários endógenos na própria Europa, especialmente França e Itália, não era a descartar. A preservação da expansão capitalista passava a exigir alguma acomodação entre capitais no plano internacional e uma certa pacificação com relação às populações dos países centrais, asseguradas, num primeiro momento, através da crescente aproximação entre as economias europeias e estadunidenses. A manutenção da institucionalidade eleitoral era a pedra de toque na distinção entre "democracia ocidental" e o mundo soviético. Decorridos apenas vinte anos, já se verificava uma retração significativa da participação popular no processo eleitoral e o esvaziamento do potencial igualitário das democracias, como cínica e precocemente descrito por Schumpeter, em livro de 1942 (1961: 327-344). Essa retração popular foi defendida posteriormente por Lipset como benéfica, pois reservava as decisões relevantes às elites informadas (LIPSET, 1966), porém fortemente criticada por Macpherson (1978, passim ). A social democracia, na Europa, permaneceu como importante força mediadora entre as pressões populares (e a dos partidos radicais e comunistas) e sua contenção institucional pelo liberalismo, posição assegurada por sua dupla inserção, sindical e política. Esse papel mediador seria disputado por outras forças, como a democracia cristã, ou por composições híbridas, que agregavam forte componente de pragmatismo. Em rápido sobrevoo, pode-se dizer que a resultante em médio prazo das intensas lutas sociais nos países europeus foi um disciplinamento fortemente institucionalizado das grandes massas nativas, amparado por significativa ampliação de direitos, sobretudo sociais. Em terceiro lugar, a permanência e extensão da exploração imperialista em direção a outros países não constantes do bloco central também mudava gradualmente de características. Generalizaram-se as lutas pela descolonização, mas a exportação de capitais através da crescente atividade produtiva interna e externa das multinacionais seguia como condição de um peculiar equilíbrio, interno e externo. Internamente aos países centrais, aprofundava-se a intensificação da exploração dos trabalhadores em seus espaços nacionais através de fortes saltos de produtividade, mas sua situação social assemelhava-se a uma bolha de bem-estar diante da condição da esmagadora maioria dos trabalhadores dos demais países. Externamente, gerava simultaneamente a rejeição anti-imperialista e a expectativa de desenvolvimento econômico e social similar ao dos países centrais e, em especial, dos EUA. A aceitação das diferenças nacionais entre trabalhadores, incorporada como 'natural' à expansão do capital no plano internacional foi um dos efeitos dramáticos do acerto intercapitalista então arquitetado. A reconfiguração internacional resultante dessa expansão assimétrica e instável tornou ainda mais tenso e delicado o equilíbrio de forças para os blocos dominantes sob a Guerra Fria. Como resultante, ocorreria peculiar truncamento da internacionalização em curso, através do encapsulamento das lutas de classes no interior de cada país . As lutas sociais foram mais ou menos mantidas nos espaços nacionais – mesmo quando ocorriam com bastante vigor – contrastando com o âmbito de reprodução do capital, que tendia a expandir-se em cenário crescentemente internacional, ainda que limitado ao âmbito de cada "esfera de influência" produzida pela Guerra Fria. Evidentemente, não se trata de uma fórmula estreita e rígida e vale lembrar as tentativas de extrapolar tais limites, em especial no caso da América Latina, a partir de Cuba, da ação de Che Guevara e do apoio a diversos movimentos revolucionários. O capital-imperialismo e a generalização de novas formas políticas Após 1945, e continuando até hoje, uma infinidade de entidades internacionais foi criada, sendo as pré-existentes redesenhadas sob crescente influência estadunidense, adensando internacionalmente modalidades originais de organização intercapitalista voltadas para a garantia da expansão da extração de mais-valor em escala crescentemente internacional, mas também para assegurar as condições socioeconômicas, políticas e culturais nacionais sob as quais tal extração teria lugar. Tratava-se de conter ativamente conflitos internos e contradições muitas vezes agudas através de procedimentos pragmáticos para a acumulação do capital e hiperideologizados, remetendo ao contexto internacional da Guerra Fria. Tais instituições, embora sob a égide estadunidense, agregavam um espectro mais amplo de países capital-imperialistas. O novo modus operandi reproduzia no próprio interior das agências internacionais uma dinâmica similar às "democracias de acionistas" ou censitária, com uma organização de tipo bancária ou creditícia, sendo os casos mais emblemáticos o Fundo Monetário Internacional –(FMI) e o complexo de entidades do Grupo Banco Mundial (GBM). Em recente e bem fundamentada pesquisa, na qual nos apoiaremos bastante a seguir, Pereira (2009) demonstra o forte predomínio estadunidense no GBM, inclusive apresentando as disputas internas nos Estados Unidos sobre estratégias a adotar. Não obstante, vale observar que a construção de instituições internacionais francamente dominadas pela potência estadunidense não significaram uma dominação unilateral imediata, gerando o que para muitos constituiu uma "tríade" composta pelos Estados Unidos , Europa e Japão. Essa consolidação de novas formas econômicas e de políticas organizativas gestadas no bojo do imperialismo precedente, mas entrelaçando desigualmente países e capitais, integra o que estamos denominando capitalimperialismo. Mudava a escala: a abrangência das atividades de tais capitais se ramificava, espalhando-se mundialmente; as dimensões da concentração e da centralização (sempre com base no pequeno grupo de países imperialistas que detinham as ações decisivas nas empresas e nas instâncias políticas internacionais) atingiram patamares inusitados. A propriedade de tais conglomerados extrapolava a união íntima entre capitalistas e banqueiros, tornava-se cada vez mais fusional e abstrata, incorporando doravante não apenas bancos e indústrias, mas qualquer forma de capital, como os grandes circuitos de distribuição. Trata-se da formação internacional de massas crescentes de capital portador de juros, ou de capital que, resultando da exploração de mais-valor, a ela precisa retornar, porém sob modalidades que em muito excedem suas bases de exploração prévia, dada a massa impressionante de valor a valorizar. Impulsionava-se uma necessidade sem precedentes de abertura de fronteiras para o capital, de modo a expandir suas condições de reprodução ampliada. Entenda-se aqui, por fronteiras, não apenas as pressões políticas para a abertura de mercados, mas a pressão exercida em diversas direções para apropriar-se de espaços geográficos e formas de existência sociais até então escassamente submetidas à dinâmica da reprodução capitalista. O movimento dessa megaconcentração é triplo: tende a capturar todos os recursos disponíveis para convertê-los em capital; precisa promover a disponibilização de massas crescentes da população mundial, reduzidas a pura força de trabalho, e, enfim, transformar todas as atividades humanas em trabalho, isto é, em formas de produção/extração de valor. Do ponto de vista do trabalho, as multinacionais forjaram uma cooperação intensificada, mas alienada, entre trabalhadores submetidos a profundas desigualdades, com regimes contratuais e direitos trabalhistas díspares, com bases culturais e estruturas sociais variadas em seus contextos nacionais, em muitos casos desprovidos de direitos políticos. Essa experiência geraria múltiplos efeitos, como segregações no interior da mesma estrutura empresarial, com o privilegiamento dos trabalhadores dos países-sede em detrimento dos demais países, nacionalidades que, por seu turno, também não eram tratadas de maneira equivalente, reproduzindo-se formas desiguais e combinadas de subalternização no interior das estruturas organizativas. Para tais grupos multinacionais, tornava-se uma normalidade a exploração de trabalhadores para as mesmas tarefas, porém desprovidos dos direitos predominantes nos países-sede. A competição entre trabalhadores típica da exploração do capital ganhava novas tonalidades, racistas, sexistas e nacionalistas. No sentido contrário, descortinavam-se, para extensos setores de trabalhadores, as profundas desigualdades que separavam as diferentes origens nacionais, conduzindo a reivindicações de direitos até então exclusivamente reservados aos países imperialistas. Mas, sob a intensa propaganda internacional, tais exigências – em função também da teia organizativa das burguesias locais – eram apresentadas sob uma outra configuração, a de que seria necessário romper o "atraso", aprofundar a "modernização", de maneira a poder contar com "benefícios" idênticos. Dessa maneira, deslocava-se o problema real, o da produção crescente de desigualdades no plano internacional, das quais dependiam em parte os próprios direitos conquistados nos países imperialistas, para os trabalhadores dos demais países, definidos como despreparados, deseducados e ineficazes, econômica e politicamente. Ao lado da nova amplitude coligada do imperialismo, gestavam-se também formas organizativas, educativas e pedagógicas para os representantes do grande capital, para os quadros econômicos, políticos e ideológicos dos diferentes países, dominantes ou não. O Grupo Banco Mundial foi uma das mais importantes instituições modelares, mas não a única. Por ser uma instituição internacional de caráter pretensamente público, assumiu a liderança e, sobretudo, contou com máxima visibilidade. Inúmeras outras entidades e associações entre empresários e governos se organizaram, à sombra, permitindo escasso (ou nulo) acesso aos pesquisadores. A criação, em 1955, do Instituto de Desenvolvimento Econômico, rebatizado, em 2000, de Instituto do Banco Mundial – (IBM), integrando o GBM, com o apoio das fundações Rockefeller e Ford, tinha como intuito explícito a formação de quadros políticos e técnicos nos países predominantes e nos países alvo das intervenções do Banco, para a elaboração e a execução de políticas. Inúmeros cursos foram oferecidos para participantes de governos que recebiam financiamentos do BM e "muitos ex-alunos ocuparam [posteriormente] os cargos de primeiro-ministro, ministro da fazenda e do planejamento" de seus países (PEREIRA, 2009: 32). Este formato associativo desigual, mas formalmente democrático no plano internacional contribuiu para intenso desenvolvimento das forças produtivas com relativa pacificação entre as potências imperialistas ocidentais. Intensificava-se a produtividade, em parte devedora do crescimento do complexo industrial-militar e da permanência de alta belicidade contra terceiros países e assegurava-se alta lucratividade, aprofundando a concentração de capitais e agudizando a urgência de novos âmbitos – espaciais e sociais – de reprodução ampliada. A extensão plena de direitos sociais permaneceu restrita aos grupos nativos (isto é, àqueles com direitos de cidadania) dos países centrais da chamada tríade – a pequena Europa [7] , Estados Unidos e Japão – não atingindo os imigrantes. Buscava-se contrapor a democracia pelos e para os países centrais ao socialismo, contanto que as opções nela contidas não colocassem em risco o equilíbrio geopolítico. Para este estudo, queremos ressaltar o quanto instituições deste tipo resultaram em formatos originais de organização econômica, política e ideológica. Não eliminavam conflitos internos, mas sua maior abrangência abriu modalidades de interconexão interimperialista até então desconhecidas. Para além dessas instituições oficiais e mais visíveis, como o GBM ou o FMI, o procedimento se estendeu à generalização internacionalizada de outras entidades, com múltiplas funções. Algumas delas, mesmo com aparência e formato jurídico privado, respondiam diretamente às agências estratégicas de seus países de origem (militares, policiais, de espionagem, ou econômicas), tendo como papel disseminar modos de agir e assegurar recursos (monetários, políticos e mesmo militares) para seus aliados tanto nos países capital-imperialistas, quanto em outros países. Porém, nem todas as entidades respondiam de maneira imediata às agências estatais de seus países de origem, abrindo uma segunda vertente, que lhes permitia maior flexibilidade na defesa de certos interesses específicos e uma atuação mais direta para a coordenação de atividades de caráter muito diversificado, cujo padrão internacional copiaria a atuação das fundações estadunidenses (DREIFUS, 1986). Gramsci já analisara o crescimento de aparelhos privados de hegemonia (sociedade civil) na Itália e insistira sobre sua estreita imbricação com o Estado. Já mencionara, inclusive, entidades como o Rotary Club ou o Lyons Club, de origem estadunidense, e elaborara brilhante texto sobre o americanismo, que envolvia para ele não apenas a generalização do fordismo no chão de fábrica, mas de um conjunto amplíssimo de práticas de persuasão, de autocontrole e de coerção, atingindo todas as dimensões da sociabilidade. A educação, ou a pedagogia, tanto em sentido escolar quanto, sobretudo, em seu sentido mais amplo – que abrange o Estado educador – assumia papel crucial, voltada a forjar homens adequados às formas de produção, de trabalho e de existência social reconfiguradas pela expansão do capital (GRAMSCI, 2000-2002, passim). Na concepção de Gramsci, sociedade civil é parte do Estado ampliado em que se desenvolvem formas peculiares da luta de classes. Ora, as entidades internacionais que passaram a se disseminar no pós-guerra conservavam suas raízes nos países de origem, porém desenvolveram, inclusive por necessidade da crescente abrangência econômica e da dinâmica que tal amplitude impunha, uma maior mobilidade espacial, implementando técnicas de autonomização local sem perder a unidade de ação no plano internacional para diferentes áreas nas quais tinham interesses. Introduziram uma nova complexidade organizativa e novas tensões intra e entre as classes sociais, mas não podem ser identificadas de maneira imediata a uma pretensa sociedade civil internacional. Se não constituíram uma "internacional capitalista", como provocativamente René Dreifuss designou a atuação das "elites orgânicas" do capitalismo transnacional, ocuparam certamente importantes espaços na luta de classes em âmbito internacional. Adaptando conceituação proposta por Dreifuss (1986), considero que tais entidades assumiram o caráter de frentes móveis de ação internacional do capital-imperialismo, adquirindo relativa autonomia de atuação, embora ancoradas em seus Estados de origem. Eram abertamente sustentadas por generosas doações empresariais (e, em alguns casos, também governamentais), mas sem vínculos diretos e, portanto, podiam expressar interesses comuns de setores diversificados. Agir enquanto entidades privadas não diretamente lucrativas, sem carregar o fardo das decisões governamentais de seus próprios países, permitia a difusão cosmopolita de certos interesses, de certas formas de agir e certas maneiras de pensar muito mais ampla e extensa do que se estivessem atadas aos acordos políticos internacionais ou às legislações nacionais que incidiam sobre atividades diretamente econômicas, vigentes para a instalação de empresas. Assim, fundações e entidades diversas, precariamente nomeadas de "não governamentais" (ONGs), envolviam think tanks, agências internacionais sob patrocínio mas não sob direção direta dos governos dos países capitalimperialistas, como as Fundações estadunidenses, por exemplo, ou associações internacionais recobrindo o interesse específico de setores do grande patronato internacional, tal como a Sociedade Interamericana de Imprensa (SIP). O americanismo assinalado por Gramsci ganhava uma dimensão muito mais vasta e complexa, de caráter cosmopolita e, embora predominassem entidades de origem estadunidense, não se limitava unicamente a ela. Fomentavam entidades similares em terceiros países, atuavam como formadoras para entidades patronais locais, ainda que algumas vezes também experimentando tensões e contradições com as organizações burguesas locais e com governos de países dependentes. Essas entidades correspondiam à expansão da socialização da produção, quer se destinassem a outros países capital-imperialistas, quer se dirigissem a terceiros países, não porque fossem imediatamente defensoras de empresas específicas, mas porque forneciam os elementos pragmáticos, técnicos, gerenciais, culturais e programáticos de mediação para a atuação e expansão do capital-imperialismo, assim como eram mais ágeis e capazes de difundir padrões de atuação burguesa, padrões de consumo, padrões de sociabilidade, além de forjar novas associações interburguesas (incorporando elementos das classes dominantes dos países nos quais passavam a agir) correspondentes aos interesses que as empresas mantenedoras demandavam. E o faziam, seja do ponto de vista diretamente interessado, seja de um ponto de vista culturalmente e ideologicamente mais amplo, configurando estratégias associativas compostas formalmente por entidades similares, portadoras, porém, de recursos e de condições profundamente desiguais. Paralelamente às empresas multinacionais e às instituições internacionais oficiais, disseminava-se um padrão organizativo de cunho altamente pragmático e pautado por uma lógica ficticiamente democrática, copiada do padrão acionário, estruturada em torno da participação regulamentada pelos maiores doadores (financiadores da entidade), mas assegurando certa possibilidade de participação e ascensão em seu interior dos "acionistas minoritários". Muito variadas, tais entidades promoviam novas carreiras cosmopolitas, promovendo os que demonstravam uma plena adaptação à sua finalidade: formar e disseminar militantes-ideólogos. Ademais, atuavam como centros internacionais de formação intelectual para uma crescente variedade de quadros necessários para a atuação econômica que, doravante, abrangia áreas muito mais extensas do que os padrões nacionais, envolvia culturas diferentes, ritmos diferenciados, que deveriam ser modificados ou integrados, configurando um aprendizado in situ de novo tipo, moldando comportamentos, ajustando-os aos padrões dominantes ou incorporando elementos originais, locais, de maneira seletiva. O uso equivocado do conceito de sociedade civil para tais entidades repousa inteiramente em lastro liberal, por enfatizar um suposto isolamento entre tais associações e o Estado [8] . Dreifuss analisou algumas entidades estadunidense desde inícios do século XX, dando especial atenção às pioneiras, como os Round Table Groups e o Council on Foreign Relations. Demonstra como em entidades deste tipo, que ele apresenta como elos de uma "internacional capitalista", se organiza uma estreita articulação entre os núcleos formuladores (que denominou "elites orgânicas" ou "córtex político"), as "unidades de ação", com indivíduos contratados, formados e equipados para a intervenção em diferentes países e as "centrais de ideias e de pesquisas", que agregam fundações formadoras, financiadoras para a formação em diversos países e think tanks. Apesar de formalmente estruturarem-se fora do aparelho de Estado, "sua atuação 'supera' a dos partidos, tanto na capacidade estratégico-política quanto na profundidade de suas ações. Poderíamos dizer: os partidos burgueses visam o governo; as elites orgânicas visam o Estado ." (DREIFUSS, 1986, p. 266, grifos do original). A formulação de Dreifuss é preciosa, e me permito expandi-la: a partir de certa escala de atuação, mais do que um Estado, tais entidades visam à conformação de Estados. Atuam no sentido de definir e disseminar mecanismos e regras comuns a seus interesses, ainda que aprofundando a dependência e a desigualdade entre Estados; mediam e procuram converter a cifras calculáveis os conflitos burgueses interpares; treinam, educam e incorporam de maneira desigual setores burgueses de diferentes países e, finalmente, para neutralizar os setores populares e as lutas (muitas vezes similares) que emergem nos diferentes países, estabelecem protocolos de atuação, tanto para o convencimento quanto para a repressão, assim como estabeleceram procedimentos refinados para redirecionar tais reivindicações. O ano de 1968 expressou, de forma difusa, a emergência do descompasso entre a intensificação da internacionalização do capital, com seus efeitos sociais múltiplos, e o empenho em manter encapsuladas as lutas sociais em âmbito nacional ou mesmo subnacional. Irrompiam então reivindicações cujo escopo somente faria plenamente sentido num contexto internacional de lutas de classes de teor anticapitalista, pois não eram mais solúveis ou solucionáveis nos âmbitos nacionais. Mais além, o pós 1968 demonstraria que mesmo as lutas mais árduas e mobilizadoras, se isoladas e reduzidas ao nível infranacional ou nacional, poderiam ser convertidas em processos adaptativos, reforçando o cosmopolitismo [9] já em curso, chegando mesmo a denunciar o internacionalismo como nefasto. O aspecto revolucionário de 1968 reside menos no que efetivou concretamente em cada país e mais na exigência de internacionalização que vislumbrou, mesmo sem conseguir elaborar um novo formato popular, apto a associar diferentes dinâmicas nacionais, em face da internacionalização acelerada do capital. A resultante contrarrevolucionária residiu no reencapsulamento de enorme volume de reivindicações sociais claramente insolúveis – mas inelimináveis – em âmbitos cada vez mais estreitos, ao lado de sua expressão cosmopolita através de agências internacionais garantidoras da ordem O que permitiu bloquear esse aspecto revolucionário? Não há muita originalidade nesta resposta: a efetiva internacionalização dessas lutas foi contida pelo contexto da Guerra Fria. Apesar do consenso sobre a dimensão internacional dos movimentos sociais em 1968, poucos são os que tratam o tema a partir do ângulo da internacionalização do capital. É corriqueira a ênfase na internacionalização de novos modos de comportamento, algumas vezes expressando uma certa surpresa [10] . A meu juízo, 1968 expressaria ao mesmo tempo o ápice da disjunção promovida pela Guerra Fria e apontaria para sua caducidade, do ponto de vista do próprio capital. As entidades internacionais de trabalhadores – sindicais ou partidárias – estavam encapsuladas na dinâmica da Guerra Fria, o que simplificava a tomada de decisões (pois os lados estavam previamente demarcados), mas levava a desconsiderar as evidências que a extrapolavam. A Guerra Fria, apesar de referir-se ad nauseam a uma geopolítica planetária, obscurecia o pano de fundo internacionalizante que originava tais lutas. As questões emergentes apareciam como inoportunas, lidas pela ótica de interpretações rotinizadas. Apesar disso, organizações populares, associações e partidos políticos, mesmo embebidos nessa rotinização, levaram adiante lutas anti-imperialistas de forte caráter anticapitalista e tiveram papel relevante. No entanto, perdiam acuidade em função do atrelamento na defesa do bloco soviético e da desagregação que as divergências internas promoviam. Diferentes revoluções tensionaram os diques da Guerra Fria, como a Revolução Chinesa, a Revolução Cubana, a Revolução Cultural chinesa, a luta vietnamita, as independências africanas da década de 1970 e mobilizaram grande espectro de lutas no plano internacional. Não obstante seu enorme papel, reafirmavam o alinhamento internacional e tenderam a retroceder para cada âmbito nacional, sem a instauração correlata de formas de luta comuns bem mais amplas, capazes de fazer frente ao novo espectro de dominação/exploração tecido pelo capital-imperialismo. O salto na internacionalização do capital, característico do capital-imperialismo geraria descontentamentos populares sem canais organizados de expressão internacional. Esse é o caso de uma série de lutas dos anos 1960 e 1970, como as lutas por moradia (ou lutas urbanas), as revoltas contra hierarquias burocráticas (nas universidades e empresas), o antirracismo, o antissexismo, e o ambientalismo. Uma parcela das lutas populares urbanas foi segmentada à esquerda e à direita do conjunto das reivindicações que incidiam sobre a própria sociabilidade do capital e reduzida a dimensões infranacionais. Tornaram-se um ícone dos intelectuais reconvertidos nos anos 1970, que enfatizaram suas singularidades e cor local, porém contribuíram para congelá-las em sua suposta novidade, passando a compor um vasto mosaico de reivindicações tratadas de maneira pontual e localizada. As revoltas anti-hierárquicas tiveram, num primeiro momento, um destino similar, mas de forma peculiar: foram tratadas como "comportamento jovem" e, como tal, aceitas setorialmente como sinais dos tempos, admitindo-se novos vestuários, cores, cortes de cabelos, gostos musicais, formas de tratamento, etc. A entorse de valores morais predominantes (que continham forte teor de hipocrisia) tornou-se aceitável nos limites da valorização do capital, através da produção de inúmeras novas mercadorias para o mercado jovem internacional, inclusive culturais. O redirecionamento efetivo das lutas anti-hierárquicas foi bastante posterior e traumático, pelo viés do desmantelamento de direitos universais redefinidos como "resquícios burocráticos". Outras reivindicações extrapolavam de maneira imediata os âmbitos nacionais, como as lutas pacifistas, antinucleares e as ecologistas. Outras, ainda, tinham um perfil aparentemente difuso, como o antirracismo e o feminismo. Todas essas questões, mesmo considerando-se as especificidades de cada tipo de reivindicação, vinculavam-se diretamente à amplitude da internacionalização do capital em curso. Apenas um breve comentário sobre o encapsulamento das lutas antirracistas: a conquista, necessária e legítima, da igualdade jurídica para todas as origens étnicas em cada espaço nacional, além de escassos direitos compensatórios focalizados que serviriam de modelo para o estabelecimento de diques de contenção nacional para este tipo de luta, somente pode adquirir todo o seu sentido na luta contra a criação de inúmeros e multiformes racismos através da desqualificação regular de trabalhadores das mais diversas procedências. Deslocadas do terreno da exploração e, portanto, da igualdade no plano internacional, as lutas antirracistas enfrentam ainda hoje o risco de sua banalização, tantos são os grupos atingidos, tão diversas são suas formas, tão urgentes as intervenções pontuais, tão recorrentes suas manifestações. A concorrência internacional entre os trabalhadores se acirrou, perpetuando no século XXI os campos de refugiados, o acúmulo de imigrantes nas fronteiras, a morte banalizada (e supervisionada a distância) de trabalhadores em frágeis embarcações procurando escapar de múltiplas misérias, multiplicando-se os muros e o assassinato corriqueiro de imigrantes, como nos Estados Unidos. Dissemina-se um racismo multiforme e viscoso. Se a Guerra Fria foi o berço do nascedouro do capital-imperialismo, seu término a manifestação contundente das dimensões das suas novas condições e contradições. Oficialmente, o término é datado entre a derrubada do muro de Berlim, em finais de 1989 e a dissolução da União Soviética, em finais de 1991. No entanto, a pressão dos capitais concentrados para incorporar novos espaços para a sua valorização já vinha alterando seus contornos desde inícios da década de 1970. Vale lembrar o ingresso da China na ONU, em 1971, a visita de Nixon a Beijing em 1972 e o fim do embargo comercial, iniciando a longa e persistente abertura chinesa a capitais externos, intensificada, sobretudo a partir de 1978, além do ingresso espetacular da Pepsi-Cola na União Soviética em 1974. A pressão dos capitais acumulados tornara caduca a Guerra Fria, mantida, porém, na exasperação de um anticomunismo pragmático, de um lado da fronteira, e na escalada armamentista, em ambos os lados. Na década de 1970, as condições econômicas, políticas e culturais já exibiam os contornos críticos do capital-imperialismo. Economicamente, as corporações multinacionais ocupavam agora o mundo, impondo mais necessidades de valorização e capturando sempre mais recursos, refletindo-se numa megaconcentração que extrapolaria os limites das empresas e bancos (eurodólares, petrodólares, etc.). Essa nova escala fomentou a geração de proprietários descarnados, acionistas e outros. Politicamente, já estava dilatado internacionalmente o formato organizativo cosmopolita e encapsulador, que acoplava entidades econômicas, de ação direta e cultural, voltadas para a extensão da sociabilidade do capital. Culturalmente, estava em curso a enorme difusão mediatizada, propulsada pela generalização das televisões, que ecoava – sempre contraditoriamente – os redirecionamentos em curso. Ademais, estes contavam com um lastro intelectual fortemente fragmentário, resultante do desconcerto perante as formidáveis lutas da década de 1960 e de progressivo abandono de expectativas revolucionárias, em boa parte financiada pela malha mercantil-filantrópica em franca expansão. A gestão McNamara, no Banco Mundial, de 1968 a 1981, havia introduzido uma peça-chave, inaugurara a "pobretologia", com o fito de eliminar as análises totalizantes sobre as condições internacionais de produção da desigualdade e estimulando financeiramente estudos limitados a mensurá-la, capturando-a como alvo prioritário de atuação "coletiva" mercantil-filantrópica e de expansão do capitalimperialismo. As formidáveis contradições do capital-imperialismo vinham à tona, explicitando as disputas internas, através de sucessivos golpes, demonstrativos da exasperação do impulso expropriador avassalador do capital sob o predomínio monetário e do crescimento das tensões internas entre os países capital-imperialistas, impulso doravante voltado para fora e para dentro. Toda a formidável escalada da acumulação e da concentração de capitais decorrera da arquitetura elaborada em função da Guerra Fria, já ultrapassada na prática. Envolvera uma crescente interconexão dos processos de produção, reforçando os elos entre os países interimperialistas e entre eles e os demais, sempre assimétrica em favor dos Estados Unidos e jamais homogênea ou estável. As lideranças políticas e econômicas do país preponderante, os Estados Unidos, passaram a atuar em direções contraditórias, procurando assenhorear-se totalmente do processo e, ao mesmo tempo, aprofundar a integração desigual das forças produtivas, através da plena circulação internacional de capitais que, por seu turno, intensificavam as múltiplas expropriações. Um controle imperial absoluto, de tipo colonial, desfaria o papel decisivo dos diferentes Estados sobre suas respectivas forças de trabalho, trazendo para o interior dos Estados Unidos uma enormidade de conflitos mantidos a distância pelo agenciamento organizado ao longo dos anos precedentes e ameaçaria o próprio capitalimperialismo, pelos custos e tensões que imporiam aos estadunidenses; o aprofundamento da socialização do processo produtivo nos termos vigentes resultava na manutenção (e não eliminação) dos demais países capital-imperialistas, além de induzir brechas para irrupções de novos países industrializados, procurando agregar-se ao grupo capital-imperialista, trazendo novas fontes de instabilidade interburguesa. Fraturas e crises de diversas ordens se sucederam desde então no plano internacional, como a ruptura unilateral pelos Estados Unidos, em 1971, do acordo de conversibilidade firmado em Bretton Wood; o aumento generalizado das taxas de juros, estrangulando os países devedores na virada de 1973/1974, ocasião da chamada primeira crise do petróleo [11] ; o redirecionamento da economia realizado a partir da nomeação de Paul Volcker para a presidência do Federal Reserve, sob o governo Carter, em 1979, voltada para a contenção da inflação e liberação as taxas de juros (COSTA, 2008, p. 155), reforçando ainda mais o jugo sobre os devedores, o que estaria na base do Consenso de Washington, uma década depois. Também no interior dos Estados Unidos e dos demais países capital-imperialistas acirravam-se as lutas intercapitalistas e ocorriam verdadeiros golpes de força econômicos, empresariais e sociais que, acima de tudo, expressam a pressão por valorização do capital, cada vez mais indiferente a cada proprietário singular. Nicolas Guilhot, em pesquisa com forte cunho etnográfico, mostrou como Wall Street, o centro financeiro dos Estados Unidos, era dominado ainda na década de 1970 por estabelecimentos bancários que conservavam relações duradouras e estáveis com seus clientes, ligados por interesses e por uma forte "conivência social" (GUILHOT, 2004: 48). Nos estabelecimentos bancários mais tradicionais, clientes corporativos lá estavam há sete ou oito décadas; ser banqueiro era algo como herança de família. Segundo Guilhot, os proprietários e funcionários dos altos escalões dos bancos assemelhavam-se a integrantes de uma aristocracia, com uma expressiva homogeneidade social entre eles. Como um clube privado, seus membros eram recrutados no seio da grande burguesia, compartilhando modos de se expressar, vestir, apresentar-se e, até mesmo, vigorava uma normatização não escrita para as formas da competição entre eles, em parte reiteradas e aprendidas numa espécie de "distinção desportiva" que reservava aos banqueiros os esportes aristocráticos. Para Guilhot, esse velho mundo inicia seu declínio em 1970, bem antes portanto das desregulamentações, com o crescimento dos fundos de investimento. Em minha avaliação, o imperialismo dissolvia-se no capital-imperialismo que gerara e nutrira. A hipótese geral formulada por Guilhot concorda com o argumento que procuro esboçar quanto à lógica e à origem histórica do processo atual: (...) a verdadeira força motriz da financeirização [está] na poupança dos anos de crescimento, que se acumula nos fundos de pensão, nos fundos comuns de investimento e em outros investidos institucionais [companhias de seguro], onde ela se transforma em capital e demanda liquidez e rendimento. Esse grau de concentração sem precedentes lhe permitirá rapidamente impor suas reivindicações pela via da força. (GUILHOT, 2004: 41). O volume de capitais concentrado em poucas mãos via-se estorvado pelos próprios canais que permitiram seu crescimento. O capital-imperialismo a cada dia mais tentacular apoiava-se nas mesmas instituições criadas no pós-guerra e, ao integrar os setoreschave, decisivos, nas entidades internacionais, havia assegurado as duas teias: a diretamente proprietária, que entrelaçava crescentemente proprietários internacionais de grandes corporações multinacionais (através de participações de diversas ordens) e proprietários consorciados de capital monetário, através de múltiplas instituições, como bancos, fundos, seguradoras, etc, com fortes tendências à internacionalização e sustentados por instituições igualmente econômicas de âmbito internacional. A segunda teia foi tecida em torno das frentes móveis de ação internacional, estreitamente articulada à primeira e dela dependente, mas com razoável autonomia e capacidade de intervenção estatal muito além de seus Estados de origem. Isso significava que não apenas a configuração dos Estados fora modificada, mas também a própria forma da política. Os conglomerados em expansão – e sua lógica interna fortemente corporativa – tornavam-se lentos e pesados para as exigências da acumulação na nova escala. Tratava-se de assegurar o papel dos proprietários – ou seja, garantir a centralidade máxima da valorização do valor – sobre qualquer outra instância, inclusive a empresa. Assim como o imperialismo não eliminou a concorrência interimperialista, também o capital-imperialismo não eliminaria as grandes corporações, porém modificaria seu perfil, adequando-o ao de centros internamente competitivos de produção de valor, ou de valorização do capital. Os conglomerados, em seu formato anterior, poderiam configurar também um risco para o capital, dada a altíssima concentração de trabalhadores que promoviam. Em vários sentidos, as revoltas de 1968 e dos anos seguintes soaram o sinal de alerta. Em finais da década de 1970, com Thatcher na Inglaterra e Reagan (1981), nos Estados Unidos, o ataque aberto aos sindicatos mais combativos dos países centrais contava com a experiência da concorrência internacional imposta por essas empresas e frentes móveis aos trabalhadores. A experiência da exploração internacional e combinada do trabalho e a concentração faraônica de recursos mostravam que o capital-imperialismo poderia simplesmente abandonar meios de produção (fechar e abandonar fábricas), através das deslocalizações. Mais uma vez, o entrelaçamento entre capitais de origens distintas (industrial, serviços, comércio, bancos, fundos, etc.) se evidencia: as desregulamentações então implementadas favoreciam a circulação geral de capitais, para qualquer que fosse o seu destino, especulativo ou outros. Quase simultaneamente começa outro processo, que culminará nas décadas de 1980 e 1990, com a pulverização de várias empresas (abertura de capitais em bolsas de valores) e o seccionamento de alguns conglomerados em empresas concorrentes, sem perda do reforço da concentração da propriedade de capitais. Os mesmos proprietários poderiam desmembrar empresas, modificar seu perfil para agudizar e exacerbar a exploração do trabalho, sob qualquer formato e promovendo a máxima extração de valor, de sobretrabalho e, por fim, atuando também freneticamente na especulação. Evidenciava-se a propriedade fundamental, a propriedade do capital tout court, em seu ponto máximo de concentração, expressa pelo predomínio do capital monetário (portador de juros). Se a distância entre a propriedade e a atividade concreta revela-se doravante abissal, por outro lado proprietários "descarnados", aparentemente ausentes, e seus prepostos, tornam-se rigorosíssimos controladores da atividade central ao qual destinam "seus" capitais: valorizar-se sem levar em conta nenhuma outra consideração. Contrapõem-se crescentemente à totalidade da humanidade, a qual lançam em sucessivas crises. Todo o conjunto da vida social se torna subordinado agora não apenas à empresa – e os grandes conglomerados subsistem, em muitos casos ainda muito mais poderosos – mas à lucratividade. A imensa escala da concentração não resulta apenas na condensação da propriedade sob a forma da empresa, ou mesmo do conglomerado multinacional: transborda para todas as atividades da vida social e, onde não existem, precisa criá-las, como, por exemplo, através da expropriação de formas coletivas de existência para convertê-las em produção de valor (saúde, educação); da expropriação da própria condição biológica humana para convertê-la em mercadoria, já dominantes nos transgênicos e nas patentes de vida, mas apenas iniciando-se sobre a própria genética humana. Ambos os exemplos envolvem gigantescas empresas, porém, ao lado delas, e à sua sombra (posto que com os recursos concentrados através de inúmeras formas creditícias) expande-se o médio, o pequeno e até mesmo o autoempresariamento; as jornadas de trabalho tornam-se ilimitadas, muitos trabalhadores recebem aparentemente por produção (na fórmula clássica de Marx, o trabalho por peças), mas desprovidas de direitos e apresentados como se não mais fossem trabalhadores; a oferta expandida de crédito impõe aos seus tomadores não apenas a tarefa de atuar como capitalistas funcionantes, mas também a de atuar como geradores de mais-valor em qualquer escala, da menor à mais extensa. Chesnais, François (Org.) A mundialização do capital. São Paulo, Xamã, 1996 Chesnais, François (Org.) A finança mundializada. Raízes sociais e políticas, configuração, conseqüências. São Paulo, Boitempo, 2005. Dreifuss, R. A internacional capitalista. Estratégias e táticas do empresariado transnacional, 1918-1986. 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Rio, Jorge Zahar, 2001. Notas 1. Em criterioso trabalho de tradução de obra de Marx, Mario Duayer assinala que a tradução apropriada para mehrwert seria mais-valor, e não a difundida expressão mais-valia, provavelmente derivada da primeira tradução francesa d' O Capital, feita por J. Roy. 2. Ver, no citado L. III, os capítulos 25. Crédito e capital fictício e, especialmente, o capítulo 27, O papel do crédito na produção capitalista (MARX, 1985). 3. Marx critica explicitamente a noção idílica de que ocorrera uma acumulação "primitiva", que legitimaria a concentração da riqueza social em algumas mãos. Ele demonstra, ao contrário, que o processo expropriador é condição de existência do capital (MARX, 1985: L. I, cap. 24). O tema das expropriações e da base social do capital (a produção do trabalhador livre) atravessa todo O Capital e justifica a consigna "expropriar os expropriadores". 4. Este ponto é um dos mais dramáticos da atualidade, dada a intensificação, nas últimas décadas, das expropriações de enormes contingentes populacionais, em especial na Ásia, na América Latina e na África, que foram analisadas como produção de populações "excedentes"ou "sobrantes" e sem sentido, gerando um reforço de argumentos de cunho humanitário e filantrópico. Ainda mais inquietante é o fato de que o ritmo de expropriações não parece amainar, mas, ao contrário, intensificar-se. 5. "O primeiro animal patenteado foi a ostra Allen, cuja alteração cromossómica lhe conferia uma maior dimensão e um sabor mais intenso. No âmbito dos seres vivos, em 1988, o US Patent and Trademarrk Office (USPTO) admitiu o primeiro registro da patente de um mamífero, um rato transgênico – o chamado rato Harvard – dotado de um gene humano passível de desenvolver um câncer. Este caso, que foi precedido de quatro anos de polêmica muito alargada, acabou por ser também aceite pela Agência Européia de Patentes. Trilhado o caminho da apropriação privada da vida biológica, esta estendeu-se em pouco tempo à biologia humana. Em 1998, cerca de 8000 patentes sobre genes humanos, técnicas e métodos relativos ao seu isolamento e manipulação tinham sido concedidas pelo USPTO. Em outubro de 2000, tinham sido entregues 160.000 pedidos de patentes relativos a sequências de ADN por firmas sediadas nos EUA, na Europa ocidental e no Japão, sendo que 70% partiram de um grupo de apenas 10 empresas e só a francesa Genset concorria a 36.000 patentes. Em 2001, tornou-se possível a concessão de patentes relativas a células estaminais humanas e a embriões de mamíferos desenvolvidos em laboratórios, sem recurso a esperma, que poderiam ser utilizados, por exemplo, para a clonagem de animais." (GARCIA, 2006: 985, grifos meus) 6. Klagsbrunn (2008: 28-9) critica o uso da expressão "mundialização financeira" por Chesnais, por diluir as determinações da esfera da produção na financeirização. Vale acrescentar que a produção se refere a um modo de existência, e não apenas ao processo imediato de produção econômica. Um debate sobre o histórico dessas categorias, seu alcance, importância e dificuldades, ainda que necessário, extrapola o objetivo deste capítulo. 7. Do grupo de países de alcance e porte desiguais, que originalmente integrou a Organização para a Cooperação Econômica Europeia (OECE), estabelecida pelos Estados Unidos como base para o Plano Marshall e desigualmente aquinhoados com tais recursos: Alemanha, Áustria, Bélgica, Dinamarca, França, Grã-Bretanha, Itália, Noruega, Portugal, Suíça, Suécia, Espanha e Turquia resultaria um ainda menor número, ou pequena Europa, que viria a formatar a atual União Europeia: Alemanha, Bélgica, França, Itália, Luxemburgo e Países Baixos. A Dinamarca, a Irlanda e o Reino Unido passaram a integrar a União Europeia em 1973. 8. Suposições como um Terceiro Setor, imune ao mercado e aos governos; ou de uma esfera privada, mas pública, expressam a impotência para pensar teoricamente a totalidade. Realizam um esquartejamento analítico apressado de algumas evidências imediatas e, na maioria dos casos, apenas traduzem o óbvio interesse de apresentar-se como instâncias incontaminadas e constituídas de pura "boa vontade". 9. Gramsci emprega a expressão cosmopolitismo em diversos contextos. Diferentemente do internacionalismo, o cosmopolitismo derivaria do papel de centralização medieval desempenhado pela Igreja. Em seguida, adotaria um perfil idealizado, adotado por elites dominantes internamente, porém incapazes de forjar um espírito nacionalpopular, este sim efetivamente internacionalista. (GRAMSCI, CC, v. 2, 2001: 80). 10. Há interessante relato de Hobsbawn (2002), em que o autor revela o inesperado das distâncias culturais entre as gerações. 11. Mandel alertava que, entre 1974 e 1975, ocorreu a primeira crise generalizada da economia capitalista internacional no pós-segunda Guerra Mundial, com uma "recessão que atingiu simultaneamente todas as grandes potências imperialistas" (1985: 9). -------------------------------------------------------------------------------- [*] Professora da Escola Politécnica de Saúde Joaquim Venâncio-Fiocruz; da Pós-Graduação em História da UFF e da Escola Nacional Florestan Fernandes-MST. Pesquisadora do CNPq, com cujo apoio vem realizando a pesquisa da qual deriva este artigo. Comunicação apresentada em Serpa no III Encontro Civilização ou Barbárie. -------------------------------------------------------------------------------- O original encontra-se em http://www.odiario.info/?p=1805